Ojeras, bocas pastosas y nudos en el estómago: así se vivió en el Parlament
No había épica cinematográfica, sino un panorama de ojeras, bocas pastosas, sonrisas forzadas y nudos en el estómago que se notaban sobre las camisas
Cuando Carme Forcadell comenzó su intervención con el rostro pálido y hablando de violencia machista, más de un periodista internacional pensó que se había equivocado de sala, o incluso de vuelo. Luego llegó Puigdemont y empezó a remontarse hasta el principio de los tiempos, a contar cosas que todos los presentes ya habían oído pero que él sentía la necesidad de repetir. No se sabe si para convencer a las audiencias extranjeras o para enjabonar la decepción que estaba por llegar. Tras el recorrido turístico por el 'procés', llegó algo así como la DUI 'en diferido' o en suspenso, expresiones que suenan a manual de lavadoras y que se circunscriben al espíritu de estos tiempos. La intervención del 'president' desató un aplauso más o menos largo para una sesión normal, pero infinitamente corto para algo parecido a una declaración de independencia. La CUP ni siquiera aplaudió.
Lo cierto es que después de cinco años preparando el 'procés', el secesionismo llegó mas de una hora tarde a su cita con la historia. El estado de histeria nerviosa vivido durante todo el día se prolongó durante 75 minutos de agonía añadida, un suspense insoportable. Se dispararon aún más los rumores, insistentes y cambiantes desde primera hora del día. Con las conexiones a internet colapsadas, la sensación era que cualquier ciudadano español estaba mejor informado de lo que iba pasando que los que estábamos en el Parlament.
En los minutos previos, cuando ya estaba todo decidido, Gabriel Rufián paseaba por la cafetería blanco como un muñeco y evitando el contacto visual. Los diputados del PDeCAT correteaban en grupitos al baño y respetaban su turno frente al urinario como uno más, como también hacían los 'mossos' (ubicuos y pistola al cinto), los periodistas y los jefes de comunicación. No había épica cinematográfica, sino un panorama de ojeras, bocas pastosas, sonrisas forzadas y nudos en el estómago que se notaban sobre las camisas. Algunos grupitos recordaban a un funeral: la gente se saludaba por turnos entre palmaditas en la espalda y murmullos.
El estado de histeria nerviosa vivido durante todo el día se prolongó durante 75 minutos de agonía
Alrededor de las escaleras del hemiciclo hubo toda la tarde un enjambre humano de periodistas, analistas y políticos. La sala es mucho más pequeña de lo que se intuye por la tele y apenas había espacio para maniobrar. Llega Artur Mas entre fogonazos de 'flash', llegan 'los Jordis' por separado, llegaba Inés Arrimadas, llegaba Iceta y se paraba a intercambiar unas palabras con Albiol. Y al final llegaron también Oriol Junqueras, Anna Gabriel, Jordi Turull y Carles Puigdemont...
Por la mañana, el 'president' recibió en su despacho a dos fotógrafos estadounidenses (de AP y el 'The New York Times') con los que tenía pactada una sesión fotográfica para que los editores gráficos de todo el mundo tuviesen algo que echarse a la boca y poder marcar así la agenda internacional. Los fotorreporteros estuvieron menos de 20 minutos con él y se escenificó ante ellos un ambiente distendido, de bromas y compañerismo, en el que Puigdemont aparece inclinado sobre unos papeles. Su teléfono, se supo después, no paró de sonar y apenas tuvo tiempo de concentrarse en el texto final.
La imagen del 'president' encerrado en su propio laberinto describe mejor que el resto lo sucedido este martes. Da la sensación de que a Puigdemont le hubiese gustado quedarse para siempre en esa foto: suspendido hasta la eternidad entre la gloria y el martirio. A la salida del parque de la Ciutadella no había masas de catalanes enfervorecidas, sino varias patrullas de Mossos que escuchaban la radio en sus furgones policiales y comentaban la jugada. "Ahora habrá elecciones, así que vamos a ver".
Cuando Carme Forcadell comenzó su intervención con el rostro pálido y hablando de violencia machista, más de un periodista internacional pensó que se había equivocado de sala, o incluso de vuelo. Luego llegó Puigdemont y empezó a remontarse hasta el principio de los tiempos, a contar cosas que todos los presentes ya habían oído pero que él sentía la necesidad de repetir. No se sabe si para convencer a las audiencias extranjeras o para enjabonar la decepción que estaba por llegar. Tras el recorrido turístico por el 'procés', llegó algo así como la DUI 'en diferido' o en suspenso, expresiones que suenan a manual de lavadoras y que se circunscriben al espíritu de estos tiempos. La intervención del 'president' desató un aplauso más o menos largo para una sesión normal, pero infinitamente corto para algo parecido a una declaración de independencia. La CUP ni siquiera aplaudió.