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LOS INDEPENDENTISTAS QUIEREN VOTAR LA SECESIÓN EL PRÓXIMO 27 DE SEPTIEMBRE

11-S: Cataluña desafía a España

El gran éxito de la manifestación independentista celebrada ayer en Barcelona tendrá consecuencias a corto plazo. El día después se presenta ahora abarrotado de proyectos con

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11-S: Cataluña desafía a España

El gran éxito de la manifestación independentista celebrada ayer en Barcelona tendrá consecuencias a corto plazo. El día después se presenta ahora abarrotado de proyectos con una hipotética Cataluña con un pie fuera de España. Al menos, ese es el sentir de una parte de los políticos que han apoyado activamente la Marxa cap a la Independència (Marcha hacia la Independencia) y que, ahora, se sienten más legitimados que nunca para poner en marcha sus proyectos secesionistas.

“El próximo 27 de septiembre someteremos a votación una declaración de independencia en el debate de política general que se realizará en el Parlament y pediremos coherencia a los partidos políticos que han participado hoy (por este martes) en la manifestación y a sus 86 diputados (se refiere a CiU, ICV, ERC y SI) para que voten a favor de la declaración de independencia, lo que supone una amplísima mayoría del Parlament”, afirmó ayer el secretario general de Solidaritat Catalana per la Independència (SI) y diputado autonómico Uriel Bertran.

Su compañero de filas, el exvocal del Consejo General del Poder Judicial y también diputado, Alfons López Tena, remachó que “el mensaje de hoy no es un mensaje a España, sino a la casta política catalana, que está bloqueando el proceso de independencia, especialmente a CiU, Mas y Duran, que se hace con un mensaje claro: abramos ya el proceso de independencia, porque a España no tenemos nada que decirle”. En Esquerra Republicana (ERC) soplan vientos similares. Su presidente, Oriol Junqueras, comió ayer con la poderosa Federación de Barcelona y arengó a sus tropas. “Si tuviésemos 68 diputados en el Parlament (es decir, justo la mayoría absoluta), estaríamos proclamando la independencia ahora mismo”.

Incluso el secretario general de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), Oriol Pujol, había manifestado por la mañana que "esperamos que la Diada pase a la historia como el punto de inflexión en el que Cataluña emprende un nuevo camino hacia la libertad". Sin embargo, la noche antes, en el tradicional homenaje que se hace a los caídos en el cerco de Barcelona de 1714 en el Fossar de les Moreres, había sido todavía más contundente: "Anhelar la libertad de Cataluña ha pasado de ser un imposible a ser un inevitable", dijo ante un enfervorizado público independentista.

"Sabemos que vivimos un momento histórico: estamos en una transición nacional, reclamamos la soberanía fiscal y aspiramos a un Estado propio (...) ¿Somos radicales por querer vivir de nuestro esfuerzo? ¿Somos radicales por aspirar a la soberanía económica? ¿Somos radicales por saber que sólo podemos garantizar el país con un Estado propio? Lo que es radical es el proceso de recentralización. O que el PSOE tilde la propuesta de pacto fiscal de arcaica. O que se diga que Extremadura paga y Cataluña cobra. O la persecución del catalán que se hace en las Illes (Baleares) o en La Franja (la franja de Aragón que limita con Cataluña)", añadió.

Sin embargo, está por ver que CiU apoye una deriva parlamentaria secesionista que puede derivar en un conflicto político e institucional sin precedentes y que no tiene un final claro.

A nadie dejó indiferente la jornada de ayer. “Hoy es un día histórico para Cataluña”, afirmaron los responsables de la gran manifestación, que congregó en Barcelona a millón y medio de personas llegadas de todos los puntos de la comunidad, según datos de la Guardia Urbana. Los organizadores elevaban esa cifra a más de dos millones y la Delegación del Gobierno en Cataluña la reducía a 600.000 asistentes, lo que no deja de ser un número significativo. De ahí que, mucho antes de que la cabecera, con el lema Cataluña. Nuevo Estado de Europa, saliese de Gran Vía, el recorrido que iba a seguir ya estaba tomado por un gentío compacto que hacía difícil caminar Via Laietana abajo.

Una riada de independentistas pasó como una apisonadora sobre políticos y nacionalistas. Tres kilómetros lineales de gente desfilando, bailando y gritando. Barcelona fue un mar de esteladas (banderas independentistas) con todo su centro colapsado. Había pocas senyeras (banderas oficiales), porque la gente que acudía tenía claro que lo que reclamaba era la secesión. Y había interiorizado el lema ‘Nuevo Estado de Europa’. De ahí que todo fuesen esteladas. La propia Carme Forcadell reconocía poco después de echar a andar la cabecera que “el pueblo ha ocupado Barcelona”. Y apostillaba que era “la manifestación más importante de nuestra historia”.

No le faltaba razón. Ni siquiera la recordada Diada del 77, con un millón de catalanes en la calle reclamando Llibertat, Amnistia i Estatut d’Autonomia se le puede comparar. Ni la del 10-J de 2010, que sacó a la calle a más de un millón de ciudadanos con el Gobierno catalán al frente. Nadie, pues, puede negar el éxito de los independentistas. Sus consignas y organización ganaron la partida a los que querían una manifestación para reclamar el pacto fiscal. Los radicales barrieron a los nacionalistas moderados por completo. Ganaron por goleada. Para el éxito del evento, contaron además con un millar de voluntarios que realizaron labores de seguridad y de información, además de atender la intendencia que suponía el reparto de octavillas, banderas, banderines y pequeñas cartulinas. Posiblemente, los políticos que acudieron no están lejos de los planteamientos que se expresaron.

Un plantel de políticos

Allí estuvieron desde el líder democristiano Josep Antoni Duran Lleida (con muletas) hasta la vicepresidenta del Gobierno catalán, Joana Ortega, pasando por el expresidente Jordi Pujol, los expresidentes del Parlamento Joan Rigol y Ernest Benach, los exconsejeros socialistas Ernest Maragall, Montserrat Tura, Marina Geli o Antoni Castells (es decir, el sector catalanista en su esencia), los también socialistas Joan Ignasi Elena y Laia Bonet, el alcalde de Barcelona, Xavier Trias (CiU), el alcalde de Vic, Josep Maria Vila d’Abadal (UDC), el de Gerona, Carles Puigdemont (CDC), el de Lérida, àngel Ros (PSC), o los cantantes Lluís Llach y Gerard  Quintana. Pero también había otros seis consejeros del Gobierno de Artur Mas: Andreu Mas-Colell, Lluís Recoder, Josep Maria Pelegrí, Irene Rigau, Josep Lluís Cleries y Boi Ruiz. Incluso estaba en primera fila de la delegación convergente Helena Rakosnik, la esposa de Mas.

Fue una protesta con pocas pero significativas pancartas. Ni pacto fiscal ni hostias. Independencia, decía una. Spain is Pain, apuntaba una segunda. Y otra, más imaginativa, reproducía al Ecce Homo de Borja con barretina. Así nos queda la cara cada vez que España nos roba, apuntaba el lema que incorporaba. Pero no era una manifestación de pancartas, sino de banderas, de consignas y de sentimientos. Los lemas coreados se limitaron casi exclusivamente a reclamar la secesión. “In... Inde... Independenciaaaa” y “Boti, boti, boti, espanyol qui no boti (bote, bote, bote, español el que no bote)” fueron los lemas más gritados por la concurrencia, entre la que había mucha familia ataviada para la ocasión: no sólo con banderas y pañuelos, sino con camisetas y vestimentas completas de carácter catalanista.

La presidenta del Parlamento, Núria de Gispert, recibió a última hora a una delegación de los convocantes, formada por miembros de la ANC y de municipios independentistas. Entre ellos, los de Vic y Gerona. Poco sospechosa de ser independentista, De Gispert les felicitó y reconoció el éxito de la jornada, a la que calificó de “inequívocamente soberanista”. El propio Artur Mas, según la presidenta de la Cámara, les recibirá también en breve. “En uno o dos días”, tal y como había prometido.

El gran éxito de la manifestación independentista celebrada ayer en Barcelona tendrá consecuencias a corto plazo. El día después se presenta ahora abarrotado de proyectos con una hipotética Cataluña con un pie fuera de España. Al menos, ese es el sentir de una parte de los políticos que han apoyado activamente la Marxa cap a la Independència (Marcha hacia la Independencia) y que, ahora, se sienten más legitimados que nunca para poner en marcha sus proyectos secesionistas.

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