El caso de los 100 fósiles de mamut: un expolio arqueológico subido a las redes sociales
El arqueólogo Juan Manuel Jiménez fue uno de los colaboradores externos de la Guardia Civil para resolver la sustracción de piezas con más de 12.000 años de antigüedad de la Laguna de Padul (Granada). Investigan a tres personas
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"Era agosto o finales de septiembre", recuerda Juan Manuel Jiménez, jefe del proyecto Orce y miembro del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Granada. Sonó el teléfono. Al otro lado hablaba un experto de la Delegación de Cultura "con el que había trabajado en el pasado" y "me pregunta si puedo ver la fotografía que me acaba de enviar". Juan Manuel responde que sí.
—"¿Esto qué es?", le pregunta directamente.
—"Son huesos de mamut", contesta el arqueólogo sin ningún género de dudas.
Este fue el preciso momento en el que este profesor universitario se vio envuelto en el primer caso policial de su vida. No como investigado, sino como perito. Porque, junto a otros académicos, iba a ser clave en la resolución del expolio de un yacimiento paleontológico próximo a la Laguna de Padul (Granada) con un curioso ‘botín’: un centenar de restos de mamut lanudo con más de 12.000 años de antigüedad.
Pero retrocedamos un poco en el tiempo. Todo comienza cuando el Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona) de la Guardia Civil tuvo conocimiento de que en una turbera próxima a la cita laguna —un humedal protegido dentro del Parque Natural de Sierra Nevada— habían aparecido restos de mamut durante la extracción de turba. No se trataba de un hecho puntual ya que, con cierta asiduidad, aparecían fósiles de esta especie en la zona.
Los investigados, según informó el Instituto Armado, supuestamente guardaban estas piezas "para evitar que las autoridades competentes lo descubrieran y paralizaran la actividad". Jiménez, en conversación con El Confidencial, explica que la normativa es muy clara en este aspecto y obliga a comunicar cualquier hallazgo arqueológico a la administración competente. En Andalucía, a la Junta, cuyos técnicos valorarán su valor y determinarán cómo proceder. La expropiación del terreno —aclara— "es el último recurso".
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Lo que ocurrió en este caso, según comprobaron los agentes del Equipo de Policía Judicial Medioambiental, es que los sospechosos —supuestamente— compartieron en redes sociales imágenes de algunos restos paleontológicos.
Los investigadores, junto a un asesor técnico de la Delegación de Cultura, inspeccionaron las instalaciones de la turbera y descubrieron en un almacén dos sacos y una bolsa de plástico con restos óseos compatibles con fauna de origen paleontológico. En la zona de extracción y acopio se localizaron otros dos pequeños restos óseos y, durante un registro voluntario en el domicilio de uno de los sospechosos, descubrieron un molar de mamut en buen estado de conservación.
No parece que los investigados, tres de los cuales pasaron a disposición judicial como presuntos autores de los delitos de daños y expolio de un yacimiento paleontológico, apropiación indebida de material de interés científico-cultural y encubrimiento, quisieran lucrarse con las piezas en el mercado negro y lo que buscaban era que los trabajos no fuesen ralentizados. ¿Pero cuál sería su valor? Fluctúa con la oferta y la demanda, matiza Jiménez, que se llevó un chasco cuando ‘buceó’ en las páginas de Internet que venden restos y fósiles arqueológicos y comprobó algunos de los precios. "Muy bajos para el esfuerzo que hay detrás de cada pieza que se extrae", señala, para detallar que un molar de mamut se podía adquirir por 1.000 euros.
"Los colmillos son las partes más demandadas y se pueden llegar a pagar por ellos, dependiendo de su estado y cronología, decenas de miles de euros", apunta el profesor universitario, que recuerda que recientemente leyó un artículo que informaba de que el 80% de las piezas que se venden en Internet son falsificaciones.
Juan Manuel Jiménez señala que, más allá del valor del piezas sustraídas, el peligro de los expoliadores es la información que destruyen
La labor de Juan Manuel Jiménez, así como la de Juha Saarinen, paleontólogo del departamento de Geociencias y Geografía de la Universidad de Helsinki, y uno de los mayores expertos en la fauna del Pleistoceno, era peritar las piezas recuperadas. Determinar científicamente su procedencia prehistórica e ilustrar a la autoridad judicial sobre el valor y la importancia de lo expoliado. Porque la mayoría de las personas no sabrían diferenciar un hueso de mamut de una piedra.
Su informe, realizado sobre aquellos restos que "consideramos incuestionables", consistió en "mirar con lupa" los "rasgos anatómicos característicos" para que esa pieza "sea una prueba irrefutable ante un juez que no tiene por qué saber de esto". Y finalmente confirmaron que esos fósiles, "[…] por su gran tamaño y su morfología plana y redondeada, demuestran claramente su afinidad con los proboscidios —mamut y otros parientes de los elefantes—".
El gran problema que tuvieron fue certificar el "valor patrimonial" de los restos, porque a la hora de establecer un baremo no se puede orillar su importancia dentro de un contexto investigador en el que se estudia la climatología, la vegetación o las interacciones. No abordar un yacimiento con una metodología de trabajo especializada puede conducir a su destrucción y generar daños que no se puedan recuperar con la aplicación de técnicas científicas. Por lo que los expolios son perjudiciales, no solo por el robo del fósil, sino por la información que se destruye durante su extracción con métodos inadecuados.
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En esta caso, se han podido recuperar los restos presuntamente sustraídos, que se han depositado en el Museo Arqueológico y Etnológico de Granada —y a disposición de la autoridad judicial competente—, para asegurar su custodia y su correcta conservación.
La delegación provincial de la Consejería de Turismo, Cultura y Deporte, por su parte, ha adoptado la medida cautelar de prohibir la extracción de material procedente del frente natural de la cantera, así como el procesamiento de los acopios no procesados hasta el momento de la intervención. El objetivo es el de preservar posibles extracciones, así como la pérdida o destrucción de material de origen paleontológico.
"Era agosto o finales de septiembre", recuerda Juan Manuel Jiménez, jefe del proyecto Orce y miembro del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Granada. Sonó el teléfono. Al otro lado hablaba un experto de la Delegación de Cultura "con el que había trabajado en el pasado" y "me pregunta si puedo ver la fotografía que me acaba de enviar". Juan Manuel responde que sí.