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Dos mujeres cara a cara contra el crimen: "Recuerdo todos los muertos, no los asesinos"
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DÍA DE LA MUJER

Dos mujeres cara a cara contra el crimen: "Recuerdo todos los muertos, no los asesinos"

Rafi e Inma llevan más de una década en el Grupo de Homicidios de Málaga, la unidad arquetipo de la investigación policial, y han llevado algunos de los casos más complicados. Ahora lideran un equipo donde “ninguno es más que otro”

Foto: La responsable del Grupo de Homicidios de Málaga, en una imagen de archivo de la búsqueda de un desaparecido. (Policía Nacional)
La responsable del Grupo de Homicidios de Málaga, en una imagen de archivo de la búsqueda de un desaparecido. (Policía Nacional)

Inma señala la silla al otro lado de su mesa y espeta: “Ahí ha estado sentado el mal”. Da la sensación de que no se siente cómoda con la situación y trasluce cierta inseguridad que se percibe como un mecanismo de autoprotección. “Si digo alguna barbaridad, no la pongas, por favor”, repite varias veces, sin percatarse de que durante la conversación deja una docena de frases con las que fácilmente podría haberse titulado este reportaje. Tal vez sea consecuencia de su incontenible pasión por la lectura —“en los últimos cuatro años he leído aproximadamente 600 libros”—, pero posiblemente la raíz de esa expresividad contundente esté en ser una persona “directa” que ha visto “lo mejor y lo peor de la especie humana”.

Rafaela, Rafi para sus amigos, engaña a primera vista. Y a segunda. Y a tercera. Parece marcar distancias fruto de una aparente timidez que podría llevar a imaginar una personalidad huidiza. Pero nada más lejos de la realidad. Ya lo advertían quienes la conocen bien, y la charla con ella lo confirma. Los aproximadamente cinco minutos pactados inicialmente se estiran hasta casi tres cuartos de hora. Se muestra próxima, sincera, locuaz, a pesar de que un inoportuno esguince le hace ver las estrellas.

Foto: La inspectora de policía. (P. Almoguera)
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Se conocen y trabajan juntas desde hace 11 años, y, como dice la segunda, “nos llevamos estupendamente”. “Somos muy diferentes, y nuestras vidas, igual. No nos hemos ido de copas juntas, pero solo hace falta mirarnos para saber lo que pensamos o cómo nos encontramos ese día”, apostilla. Dos inspectoras, dos mujeres, con distintos proyectos vitales, pero necesariamente complementarios para liderar el arquetipo de la investigación policial: el Grupo de Homicidios. Una unidad que en la Comisaría Provincial de Málaga es referencia en igualdad, con una tradición de “responsables” cuyos resultados avalan los casos resueltos.

Fue en 2011 cuando Rafi pisó por primera vez el despacho del grupo. Llevaba más de una década en el cuerpo y había pasado por destinos como Barcelona o Córdoba. Prácticas, Seguridad Ciudadana —la ‘mili’ con la que todo agente aprende a desenvolverse en la calle—, una pequeña comisaría y hasta tareas de gestión se escriben en su currículo policial de esos años. También ejerció de escolta de un magistrado, del que prefiere guardar el nombre.

Aunque acabas por endurecerte para no sufrir, hay un número concreto de casos que marcan

Inma había cumplido por aquel entonces tres años en el grupo, y ya sabía de qué iba el percal. Su carrera le había trasladado a La Línea de la Concepción (Cádiz), donde se puso al frente del Servicio de Atención a la Mujer (SAM), una de las primeras herramientas policiales contra el maltrato en un contexto en el que el asesinato machista se seguía presentando a la sociedad con el eufemismo de crimen pasional. Esta experiencia también le sirvió para darse cuenta de que “no quería tener niños”. En su trabajo se ven muchas cosas y, aunque con el paso del tiempo acabas por endurecerte para no sufrir, hay un número concreto que marcan de por vida. En su caso fue la paliza que un menor propinó a su abuelo impedido hasta dejarlo ciego por los golpes. Desde entonces, reconoce, confía más en los perros.

Esta pérdida de fe en el ser humano es entendible cuando continuamente ves su peor cara. La que muestra cuando es capaz de arrebatar otra vida por envidia, dinero, odio, indiferencia o diversión. Como ese primer caso al que se enfrentó Rafaela en marzo de 2011. Nunca olvidará “el frío” que pasó. Es la humedad traicionera de la tradicionalmente cálida capital malagueña. Esa que cala hasta los huesos por más abrigo que te eches encima. Había visto cadáveres en su etapa en los ‘zeta’, pero su trabajo se limitó a acordonar la zona y poco más. Ahora tenía que investigar quién había acabado con ese hombre que estaba en el interior del maletero de un coche calcinado. Finalmente fue un ajuste de cuentas por droga, algo trágicamente habitual en la Costa del Sol, que marcó el comienzo de un dilatado periplo haciendo lo que más le gusta: “Resolver delitos contra las personas”.

Foto: La Policía Nacional, durante un control en la estación de Atocha, en Madrid. (EFE)

Su compañera siente la misma pasión por el arte policial que más tinta concentra. El estreno de Inma fue mucho más mediático. Ocurrió hace casi 14 años. Concretamente, el 16 de mayo de 2008. Y fue uno de esos casos que quedan grabados en las hemerotecas. Yolanda G.M., una mujer de 32 años y madre de dos hijos, moría al ser alcanzada por una bala perdida que la atravesó cuando regresaba de hacer la compra. El origen de los disparos fue una disputa entre dos grupos por la compraventa de un coche y el autor de los mismos fue condenado a 12 años de cárcel.

“Puedes llegar a entender una muerte provocada por un mal golpe o por un momento en el que pierdes la cabeza”, pero hay otras en las que, “por mucho que lo intentes, no encuentras una explicación”. Aquella fue una de esas. Provocada por el infortunio de una estupidez, cometida por un criminal, por alguien cuyo gesto exhibicionista, tan cobarde como inconsciente, destrozó una familia.

Roles complementarios

Me acuerdo de todos los muertos, al igual que de sus familias, no así de los asesinos”, sentencia la agente, que admite excepciones. Son aquellas en que han estado frente a frente con la maldad en toda su esencia. Porque está convencida de que existe, y la personifica en los que acaban con la vida de niños. Junto a aquellas en que los fallecidos son ancianos, las investigaciones “más duras”. Víctimas inocentes, indefensas, sin opciones frente a su verdugo. Como el bebé al que su madre dejó morir de hambre porque “le estorbaba” para hacer su vida social. “Cuando estaba en la mesa de autopsias, no era nada, era prácticamente polvo”, describe Inma con crudeza para explicar los efectos de una inanición que se prolongó durante un mes. Días y días en los que esa criatura estuvo encerrada en un dormitorio, sola, apagándose poco a poco y sin que nadie lo consolara en su llanto.

placeholder Reconstrucción con un detenido por matar a su expareja y al hijo de ambos en la capital malagueña. (EFE)
Reconstrucción con un detenido por matar a su expareja y al hijo de ambos en la capital malagueña. (EFE)

“Suelo ir a las autopsias de niños porque soy la única del grupo que no tiene”, confiesa la segunda responsable de la unidad. Y con esta afirmación revela un ecosistema en el que cada uno interpreta el rol que permite que todo encaje. Por ejemplo, en todo ese proceso de investigación, que puede durar horas en los crímenes más claros, y meses, años o hasta décadas, en los que se enquistan para convertirse en ‘cold cases’ —casos fríos—, los agentes de Homicidios están en contacto con las familias y deben afrontar una situación para la que no son preparados en la academia: comunicar la muerte. “Es algo que, o lo tienes o no, porque no se aprende”. “Yo no sirvo, me pongo a llorar”, reconoce, “entro en acción cuando ya lo saben y entonces tratamos de darles consuelo en lo posible”.

En el hábitat del Grupo de Homicidiosnos protegemos unos a otros, nosotras no somos nadie sin este equipo”, añade Rafaela, quien cuenta que esa confianza es algo fundamental para poder conciliar entre personas con necesidades y problemas distintos y un trabajo que exige una disponibilidad de “24 horas los 365 días del año”.

"Yo no puedo pretender estar en el Grupo de Homicidios y que los crímenes se produzcan en horario de oficina"

Cuando vas a la playa, te llevas un pantalón en el coche por si acaso”, y “si voy a tirar la basura, el móvil va conmigo”, señala, para destacar el papel irremplazable que juegan los seres queridos. Es lo que un compañero denomina “la segunda familia”. “Tenemos nuestras parejas e hijos”, que es la primera, y después están todos los que forman esa red de apoyo que siempre está ahí cuando el teléfono suena a horas intempestivas. Madres, esposos, hermanos, amigos… que no dudan en ejercer de canguros de los pequeños o sacar a pasear a las mascotas cuando hay que salir corriendo. Como ese día en el que se produjeron dos parricidios en menos de 24 horas y les obligó a estar varias jornadas trabajando a destajo, prácticamente sin pisar la casa, y viendo a los suyos durante ratos sueltos. “A veces es complicado cuando no tienes más familiares aquí, como es mi caso”, y entonces hay que hacer malabares.

Estas dificultades, no obstante, son asumidas con normalidad por ambas inspectoras, que recuerdan que cada unidad tiene sus peculiaridades. “Yo no puedo pretender estar en el Grupo de Homicidios y que los crímenes se produzcan en horario de oficina”, así que cada agente debe ser consciente de dónde se mete cuando elige un destino. “En la Policía Nacional hay multitud de opciones que se acomodan a las circunstancias personales de cada uno. ¿Que necesitas horario de mañana? Pues hay puestos específicos para trabajar de 8:00 a 15:00. ¿Que necesitas trabajar de madrugada? Hay unidades que solo operan a esas horas”. “Hay muchas posibilidades, pero hay que asumir que no se puede tener todo”, porque la lucha contra la delincuencia tiene sus singularidades según su modalidad: “Por mucho que alguien quiera estar en la Udyco, no puede darse la vuelta en mitad de un seguimiento a un sospechoso porque debe llevar a su hijo a actividades extraescolares”.

Foto: Foto: Getty/Pablo Blazquez.

Las dos investigadoras sí reconocen el carácter absorbente de un trabajo que en ocasiones les persigue en su tiempo libre. Suele pasar con los casos complejos, aquellos que se atascan y que no te quitas de la cabeza ni cuando tu cuerpo está pidiendo una descompresión. En esas situaciones, “solo me relaja morir andando, o hartarme a leer”, afirma Inma, para la que los paseos con su perra Eva son el interruptor que le permite desconectar y ‘resetear’ la mente.

Rafi defiende que en el cuerpo para el que trabaja siempre ha percibido un ambiente “igualitario” y muestra de ello, asegura, es su unidad. Liderada por dos mujeres, el Grupo de Homicidios de la Comisaría Provincial de Málaga ha tenido en el pasado a otras responsables y habitualmente con muy buenos resultados estadísticos. “Pero ha sido por el trabajo de todos, porque nadie es más que otro en esta unidad”, advierte, para recalcar: “Nunca me he sentido discriminada, ni positiva ni negativamente”.

“Es posible que nuestro grupo no sea el más importante, pero es muy especial”, señala la jefa, a lo que su segunda apostilla: “Poder dar justicia y paz a los muertos es lo más gratificante de la Policía”. “Coger al criminal no devuelve a la víctima”, reconoce, “pero sí reconforta a la familia”.

Inma señala la silla al otro lado de su mesa y espeta: “Ahí ha estado sentado el mal”. Da la sensación de que no se siente cómoda con la situación y trasluce cierta inseguridad que se percibe como un mecanismo de autoprotección. “Si digo alguna barbaridad, no la pongas, por favor”, repite varias veces, sin percatarse de que durante la conversación deja una docena de frases con las que fácilmente podría haberse titulado este reportaje. Tal vez sea consecuencia de su incontenible pasión por la lectura —“en los últimos cuatro años he leído aproximadamente 600 libros”—, pero posiblemente la raíz de esa expresividad contundente esté en ser una persona “directa” que ha visto “lo mejor y lo peor de la especie humana”.

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