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El clan de La Pinilla: la matriarca de Sanlúcar que cerraba las dosis con hilos de colores
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DETENIDOS 17 DE SUS MIEMBROS

El clan de La Pinilla: la matriarca de Sanlúcar que cerraba las dosis con hilos de colores

A lo largo de la última década, Dolores y los suyos transformaron dos pisos en uno de los mayores puntos de venta de droga del sur del país. La calidad de su producto atraía a clientes de distintas provincias e industrializó su método

Foto: Los característicos hilos de colores con los que el clan diferenciaba su producto. (EC)
Los característicos hilos de colores con los que el clan diferenciaba su producto. (EC)

Era su marca de identidad. Su particular forma de diferenciarse de la competencia. Un sinónimo de calidad que atraía a clientes desde otras provincias y congregaba filas de toxicómanos en busca de su deseada dosis. Pero esos hilos de colores con los que cerraba las bolsitas con cocaína y heroína significaban mucho más. Eran la manera de dejar claro a todo el mundo que desde esas dos casas de la barriada La Cruz de Mayo de Sanlúcar de Barrameda se podía dominar el mundo. Porque eso hacían Dolores y su gente. Un clan que en una década creó uno de los mayores puntos de venta de drogas del sur del país con una filosofía de ‘negocio’ familiar. Perfectamente compartimentado y que operaba las 24 horas de los 365 días del año. Conocedor de los cambios de turnos policiales y capaz de instalar su propio sistema de videovigilancia a lo largo de varias calles. Nadie ponía un pie en el barrio sin que ellos lo supieran. Nadie se atrevía a cuestionar su dominio.

El inspector jefe al frente de la Brigada de Policía Judicial de la comisaría de Sanlúcar confiesa que el trámite de mirar cada mañana el parte de incidencias se hace ahora con cierto “alivio”. No ocurría hacía mucho tiempo. Lo habitual era que estuviese plagado de intervenciones de drogas, ‘sirlas’, tirones y coches a los que les habían reventado una luna para llevarse unas monedas que había en el salpicadero. Quien conoce el paño sabe que esos son delitos derivados de la venta y consumo de estupefacientes. El último eslabón de ese narcotráfico que ha enraizado en la bahía de Cádiz. Su reflejo en el día a día y la huella indeleble que escapa al foco de las grandes operaciones.

Foto: Un supermercado de droga y prostitución a cinco minutos de la Puerta del Sol

Ha sido necesario un año de investigación para detener a los presuntos promotores de esta situación: el clan de La Pinilla. Y no porque no se supiese a lo que se dedicaban Dolores y los suyos, sino porque era necesario vencer el miedo de un barrio cautivo, recabar las pruebas necesarias y planificar la entrada en unas calles que el paso del tiempo convirtió en ‘territorio comanche’.

Fue hace aproximadamente una década que la matriarca desembarcó con su prole en La Cruz de Mayo, una zona copada por viviendas públicas de la Junta de Andalucía donde personas con dificultades encontraban un techo. “Se le asignó un piso a su pareja” y se asentaron. Allí convivían con vecinos que trataban de salir adelante y con gente de avanzada edad, “de 70 y 80 años, que han sufrido mucho”. Ancianos que “han padecido la degradación de la barriada”, hasta su conversión en un supermercado de la droga. Sin posibilidades de escapar. Aguantando por obligación.

La organización se compartimentó en 'departamentos' para evolucionar

La Pinilla supuestamente transformó ese piso y un segundo en dos puntos de venta de estupefacientes que cada día despachaban cientos y cientos de dosis. “Incluso venía gente de Sevilla, Córdoba o Jerez”, apunta el mando policial, que explica que el secreto de su éxito era que “tenía fama de tener muy buen material”.

Bloques okupados

El negocio les iba tan bien que decidieron industrializarlo. No les amilanó que en 2013 la Policía Nacional trastocara sus planes y desmantelara la organización de una matriarca que poco a poco iría delegando en sus hijas. Dolores y los suyos habían aprendido de sus errores y no iban a ponérselo fácil a quien quisiera meterlos entre rejas de nuevo, así que establecieron una “estructura intermedia” que los investigadores asemejaban con una “explotación minera”. En dos bloques de okupas ubicados en otra zona del municipio “comenzaron a instalarse personas de su confianza que se dedicaban a preparar las dosis”. Pesaban la droga —“cocaína, ‘rebujito’ o heroína”—, la empaquetaban en pequeños círculos de plásticos y cerraban las bolsas con sus característicos hilos de colores. Una labor de manualidades.

“Desde estas viviendas se suministraba a los dos puntos de venta y para ello utilizaban a una menor como correo”, detalla la citada fuente, que cuenta que habitualmente realizaban “tres envíos diarios” que solían hacer coincidir “con los relevos de turno en la comisaría”. Sabían que en ese instante habría menos presencia policial en las calles y las posibilidades de ser interceptados con el paquete de droga se reducían considerablemente.

Los puntos de venta trabajaban “a demanda” y había fechas en que tenían que hacer más de tres transportes. “En Navidad era un no parar con las cenas de empresa”. Clientes recreativos que se sumaban a la larga estela de adictos que iban a por su ‘paquetilla’ y a los que el clan reclutaba como mano de obra barata para su amplio dispositivo de seguridad.

Formaban el ejército de ‘aguadores’ que se apostaba en los accesos a La Cruz de Mayo. Ojos debidamente adiestrados que avisaban si observaban algo sospechoso. Era el primer círculo de protección, al que seguía un segundo tecnológico. “Instalaron una docena de cámaras en distintas calles para tener una visión de todo lo que ocurría a través de unos monitores que estaban en los puntos de venta”. Si detectaban presencia policial, se deshacían de la droga “a través de unos sumideros”. Y si los agentes lograban llegar hasta los pisos, se debían enfrentar a lo más parecido a un búnker: Sólidas rejas y tres puertas blindadas para detener los arietes y las radiales que quisieran tumbarlas. El último recurso para arañar unos minutos de margen e intentar huir, como uno de los ‘machacas’, que acabó correteando por los tejados con 300 dosis en su poder. Otro, más peliculero, optó por prenderle fuego a la droga y al dinero. Calcinó unos 1.000 euros.

Tres chalés para los 'directivos'

Cuando los agentes de la Brigada de Policía Judicial irrumpieron en estos inmuebles, no hallaron en ellos a ningún miembro de La Pinilla. Tampoco les sorprendió, contaban con ello. Sabían desde hacía tiempo que los principales miembros del clan, “el núcleo directivo”, no se pringaban en estas tareas. Desde que dejaron el barrio y se trasladaron a unos chalés cercanos, se dedicaban a dar órdenes e imponer su ley.

placeholder Una de las viviendas 'bunkerizadas'. (EC)
Una de las viviendas 'bunkerizadas'. (EC)

“El negocio fue diseñado por Dolores, pero fue delegando en sus hijas, que son las que lo dirigían últimamente”, precisa el inspector jefe, que añade que todas las órdenes provenían de esas casas de nuevo rico decoradas “como si fueran la Alhambra”. Lujosos inmuebles que adquirieron a pesar de que “no han cotizado ni medio día en sus vidas”.

Si hay algo que preocupaba a los investigadores era el grado de impunidad y dominio que había alcanzado el clan con el paso de los años. “Hasta cerraron la calle en la que tienen las tres casas”, en una de las cuales ha estado escondida “durante ocho años” una de las hijas de La Pinilla. “Se encontraba en búsqueda y captura desde 2013” y, a pesar de ello, permaneció en Sanlúcar porque sabía que nadie la iba a delatar. La prófuga “se movía con documentación falsa” cuando tenía que abandonar su refugio y en alguna ocasión incluso se fue de vacaciones con la familia. Lo increíble de esta parte de la historia es que finalmente ha tenido suerte, porque “cuando le pusimos los grilletes, nos dimos cuenta de que los cargos que se le imputaban habían prescrito por unos meses”.

Foto: Munición de escopeta que impactó en uno de los furgones policiales durante los disturbios. (EC)

La citada fuente afirma que resulta difícil comprender cómo esos dos pisos de La Cruz de Mayo se convirtieron en uno de los principales puntos de venta de droga del sur del país, pero así fue. Hasta el punto de que estiman que prácticamente vendían un kilo de droga al día, por eso no resultaban extrañas, y hasta se volvieron cotidianas, las colas de adictos. Toxicómanos que deambulaban por las calles, buscándose la vida para reunir el dinero suficiente para una dosis, ya fuese vendiendo chatarra o robando como si no hubiese un mañana. “Este pasado verano tuvimos a un par que venían de fuera y que se han hartado de dar tirones. Una señora requirió asistencia médica porque la arrastraron por el suelo y sufrió lesiones serias”.

Pero La Pinilla y los suyos comenzaron a diversificar y ampliar el negocio tiempo atrás. Según se desprende de las investigaciones policiales, su posición de dominio, casi de monopolio, les animó a ejercer de mayoristas y supuestamente empezaron a ser ellos los que suministraban la droga a los traficantes de otros municipios de su entrono. “Últimamente”, agregan las fuentes consultadas, “estaban cultivando marihuana en casas”. Una actividad que motivó nuevas actuaciones policiales desarrolladas días atrás.

placeholder Parte de la droga incautada en la operación Alacrán. (EC)
Parte de la droga incautada en la operación Alacrán. (EC)

El clan había copado todo el negocio del menudeo de droga en la bahía de Cádiz y acrecentaba su poderío. Su caída se produjo el pasado 21 de diciembre. Con la autorización del juzgado de instrucción número 2 de Sanlúcar de Barrameda, y la colaboración de la Fiscalía Antidroga de Cádiz, un amplio dispositivo de agentes realizaba nueve registros como detonante de la operación Alacrán. En ellos encontraron un millar de dosis, 4.863 plantas de cannabis en distintas fases de desarrollo, hachís y marihuana picada. También localizaron pistolas simuladas, una escopeta modificada, munición, vehículos de alta gama y 37.732 euros en efectivo. En los chalés de los cabecillas se empleó tecnología para buscar dobles fondos y compartimentos ocultos en las paredes de escayola.

El golpe al clan de La Pinilla se saldó con 17 personas detenidas como presuntas autoras de delitos de tráfico de drogas, pertenencia a organización criminal, defraudación de fluido eléctrico y tenencia ilícita de armas. Y algunas de ellas han ingresado en prisión. Dolores, esta vez, la ha esquivado.

Desde que el clan ha sido desarticulado, la delincuencia ha descendido en Sanlúcar

La tranquilidad parece extenderse por todo Sanlúcar desde entonces. Muchos toxicómanos, que se han quedado sin su lugar habitual de avituallamiento, se han ido a otros puntos de la Bahía y los pequeños delitos se han reducido considerablemente. “Hay días que no se realiza ni un acta de intervención de droga”, comenta con alegría el inspector jefe, que desea que la nueva situación “dure mucho tiempo”. Saben que ello dependerá de qué tenga pensado hacer el clan cuando se recomponga, pero están preparados para un tercer envite.

Era su marca de identidad. Su particular forma de diferenciarse de la competencia. Un sinónimo de calidad que atraía a clientes desde otras provincias y congregaba filas de toxicómanos en busca de su deseada dosis. Pero esos hilos de colores con los que cerraba las bolsitas con cocaína y heroína significaban mucho más. Eran la manera de dejar claro a todo el mundo que desde esas dos casas de la barriada La Cruz de Mayo de Sanlúcar de Barrameda se podía dominar el mundo. Porque eso hacían Dolores y su gente. Un clan que en una década creó uno de los mayores puntos de venta de drogas del sur del país con una filosofía de ‘negocio’ familiar. Perfectamente compartimentado y que operaba las 24 horas de los 365 días del año. Conocedor de los cambios de turnos policiales y capaz de instalar su propio sistema de videovigilancia a lo largo de varias calles. Nadie ponía un pie en el barrio sin que ellos lo supieran. Nadie se atrevía a cuestionar su dominio.

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