Vidas encadenadas por el fuego: el miedo y la angustia de los evacuados en Málaga
Bomberos, voluntarios y desalojados por el gran incendio que azota la Costa del Sol cuentan a El Confidencial la dura experiencia que están viviendo. Las llamas siguen descontroladas
Diego José estira la camiseta y comenta: "Me la dio un chico de TVE porque no tenía nada que ponerme. Salí de casa en bañador y con las chanclas". Es uno de los más de mil desalojados por el gran incendio —supuestamente intencionado— que desde la noche del miércoles azota la Costa del Sol. Llamas incontroladas, alimentadas por las persistentes rachas de viento, que han afectado a 5.000 hectáreas de una zona de gran valor ecológico y que la tarde de este viernes obligó a confinar a la población de los municipios de Genalguacil y Jubrique. Una tragedia que se ha cobrado la vida de un bombero forestal y que ha encadenado la existencia de muchos desconocidos que pasan las horas entre el miedo y la angustia.
"Llevo desde la madrugada del jueves durmiendo en el coche, a veces en el aparcamiento de un supermercado cercano, otras en la playa", relata el joven a El Confidencial, que detiene la conversación cada cierto tiempo para maldecir cuando el fuego resurge en la loma de enfrente.
Los hidroaviones sobrevuelan las cabezas de algunos de los evacuados que se acercan porque había corrido el rumor de que a las 14:30 horas de este viernes les iban a dejar ir a sus domicilios. Pero nada más lejos de la realidad. Las autoridades habían elevado el nivel de alerta y las restricciones se intensificaban. La paciencia se agota y comienzan a surgir los nervios. "¡Llevo dos días sin poder comer! ¡El dinero no me lo va a dar tu jefe!", grita a un policía local uno de los residentes que montado en su coche trata de pasar por la fuerza a los accesos de las urbanizaciones Forest Hill y Las Abejeras de Estepona.
Unos vecinos que están en la zona se aproximan para afearle su actitud y ponerse de lado de unos agentes en los que también se vislumbra el cansancio tras un trabajo constante desde que a las 21:37 horas del miércoles llegaran los primeros avisos del incendio. Diego José recuerda que pasaron unas horas para que lo desalojaran. "Estaba acostado y sobre la 2:30 de la madrugada aporrearon fuerte la puerta. Había policías locales, nacionales y miembros de Protección Civil pidiendo a la gente que saliera de sus casas y se marchara en sus coches porque el fuego estaba muy próximo. Y eso hice. Cuando pisé la calle, era como si el día hubiese tomado la noche. Estaba todo completamente iluminado". Una belleza tan impactante como destructora.
"Cuando pisé la calle, era como si el día hubiese tomado la noche"
José Martín era uno de los que daba la voz de alarma y sacaba a los afectados de sus casas. Miembro de Protección Civil con casi tres décadas de experiencia, mucho antes barruntaba el desenlace que acabaría produciéndose. Cierto es que en el pasado ha mirado cara a cara al fuego, pero en esta ocasión contó con información privilegiada. "Un familiar que vive en Genalguacil me informó del incendio y me asomé porque desde casa se ve muy bien Sierra Bermeja. Comprobé cómo soplaba el viento y supe que no era descabellado que acabara llegando a Estepona", declaraba, para seguidamente explicar que, "efectivamente, nos activaron de madrugada".
Las personas a las que trataba de ayudar "me preguntaban una y otra vez si iban a poder regresar al día siguiente", pero no podía contestarles lo que esperaban. "En esos momentos quieren escuchar que no va a pasar nada, pero es una respuesta que no les puedes dar", reconocía. A cambio, "intentamos que se sientan reconfortados transmitiéndoles cordialidad". Tratar de que el trago sea lo menos complicado, aunque son conscientes de que resulta difícil animar a alguien que no sabe si lo ha perdido todo.
Como un "tiro de chimenea"
A esas horas los bomberos forestales del Plan Infoca llevaban ya un rato peleando cuerpo a cuerpo contra las llamas. Quien había prendido fuego al monte —la hipótesis principal es que fue intencionado— sabía lo que hacía. Actuó cuando los medios aéreos no podían trabajar y el viento de poniente soplaba con fuerza. En esos instantes únicamente se podía llegar a las llamas a pie, caminando entre la oscuridad y por repechos escarpados. Todo en contra.
Alejandro Molina lleva 18 años enfrentándose a este tipo de catástrofes y se atreve a asemejar este fuego con el que en 2012 arrasó en la Costa del Sol más de 8.000 hectáreas y provocó que 5.000 personas tuviesen que abandonar sus casas. "No serán iguales en superficie, ni en número de desalojados, pero sí en virulencia", señalaba instantes antes de que el subdirector del Centro Operativo Regional (COR) del Plan Infoca, Alejandro García, dejara una frase de titular: "Este incendio es un monstruo hambriento". "No estamos trabajando en su extinción, sino en su confinamiento. Encerrarlo dentro de unas líneas de control, para después abatirlo", aclaraba a los medios en un puesto de emergencia por donde pasaban los políticos uno detrás de otro.
¿Pero qué hace tan incontrolable este siniestro? El subdirector del Centro Operativo Provincial (COP), que el jueves perdía a un compañero desplazado desde Almería para reforzar el dispositivo, describía a este periódico que la particular orografía de la zona y las condiciones meteorológicas —"muy poca humedad, mucha temperatura, viento..."—provocaban "una especie de tiro de chimenea" que alimenta el fuego. Una situación, ya de por sí compleja, que se agravaba la tarde de este viernes con la presencia de un pirocúmulo —una nube de fuego, similar a las generadas por las erupciones volcánicas— que obligó a retirar a todos los bomberos forestales.
Molina, que reconocía que desde el miércoles había dormido un puñado de horas, lanzaba por la mañana la previsión que acabaría fraguándose a lo largo del día: "No podremos apagarlo. Va a ser un día muy duro".
"Y una noche", pensaría María del Pilar Badía, una de las voluntarias de Cruz Roja que atiende a los evacuados que pernoctan en el pabellón deportivo El Carmen y que comenzaba a advertir que sería necesario reforzar el dispositivo.
Dos desalojos en dos años
La madrugada del jueves 'solo' atendieron a un total de 11 personas, porque "la mayoría de los desalojados se han reubicado con familiares o conocidos", pero el agravamiento del incendio hacía presagiar una mayor asistencia. Seguro que volvería a ver esos rostros en los que únicamente discernía "miedo, dolor e incertidumbre". "Porque muchas de esas personas tienen en juego su única casa", explica esta catalana afincada en el municipio desde hace cuatro años, que manifestaba que "nuestro objetivo es que se sientan lo más cómodo posible". Como cuando buscaron una tienda de campaña para que cuatro perros —de gran tamaño— pudiesen dormir junto a sus dueños. O gestionaron la atención a un anciano que había olvidado las pastillas de la tensión y llevaba dos días sin tomarla.
"Hay gente que venía con lo puesto y que decía que lo único que tenían era su coche, y que estaba vacío", añadía. En ese momento, una de las desalojadas, acompañada por una pequeña que asiste despreocupada al despliegue, se acerca para preguntar si saben cómo evoluciona el fuego. Escucha malas noticias y su rostro se desencaja. "Han decretado el Nivel 2 de alerta", le comentan, mientras sus ojos se vuelven cristalinos. Tal vez quiera llorar, pero se aguanta. Ambas cogen una botella de agua y enfilan la salida.
No le apetece hablar, pero acepta ser acompañada hasta el coche. Unos cuantos metros en los que cuenta que su familia fue evacuada “a las cuatro de la madrugada” y que "fue un día caótico". "Lo veíamos venir", pero parecía que no lo quería creer. "Otra vez, no", se le debió pasar por la cabeza para autoconvencerse.
"Solo quiero que mi hija tenga un día lo más normal posible", decía una desalojada
Porque, por increíble que parezca, esta familia ya pasó por lo mismo en 2019. Ese año también fue desalojada por un incendio que acechaba su vivienda y que le obligó a abandonarla hasta que finalmente fue extinguido.
Vuelve a dar la sensación de que se emociona y que se le van a saltar las lágrimas. Pero se contiene de nuevo mientras declina amablemente ser fotografiada. Tiene prisa, y un motivo mucho más importante para marcharse y olvidar durante unas horas: "Solo quiero que mi hija tenga un día lo más normal posible", se disculpa antes de montarse en el coche y despedirse. "Mañana será otro día", a pesar de que el fuego siga activo.
Diego José estira la camiseta y comenta: "Me la dio un chico de TVE porque no tenía nada que ponerme. Salí de casa en bañador y con las chanclas". Es uno de los más de mil desalojados por el gran incendio —supuestamente intencionado— que desde la noche del miércoles azota la Costa del Sol. Llamas incontroladas, alimentadas por las persistentes rachas de viento, que han afectado a 5.000 hectáreas de una zona de gran valor ecológico y que la tarde de este viernes obligó a confinar a la población de los municipios de Genalguacil y Jubrique. Una tragedia que se ha cobrado la vida de un bombero forestal y que ha encadenado la existencia de muchos desconocidos que pasan las horas entre el miedo y la angustia.
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