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ANÁLISIS

La Sevilla de Abengoa

La multinacional de ingeniería que fue el emblema empresarial de Sevilla se asoma al abismo sin un apoyo claro social ni político de la ciudad que la vio nacer hace ahora 80 años

Foto: Hospital de los Venerables, sede de la Fundación Focus Abengoa.
Hospital de los Venerables, sede de la Fundación Focus Abengoa.

Lugo se levantó para defender Alcoa, su principal industria; Barcelona se manifiestó contra el cierre de Nissan, una de sus fábricas de referencia, y Sevilla… Sevilla mira con total indiferencia (casi con desdén) el abismo al que se asoma Abengoa, la gran multinacional de la que debía sentirse orgullosa, pero que ha echado en falta en los últimos meses apoyo social y político en su ciudad.

La empresa, que cumplirá 80 años este 4 de enero —fue fundada ese día de 1941 por Javier Benjumea Puigcerver y José Manuel Abaurre—, se ha convertido en una de las firmas de referencia mundial en su sector y hace unos años llegó a contar con hasta 32.000 empleados por todo el mundo trabajando en sus múltiples proyectos de ingeniería, energías renovables, infraestructuras, agua…

Durante años, fue la principal compañía no solo de Sevilla sino la mayor de Andalucía, circunstancia con más mérito teniendo en cuenta que lo logró en un sector poco asociado a esta comunidad y siendo pionera en I+D+i. Como colofón, fue una de las pocas empresas españolas que cotizaron en el Nasdaq de EEUU, donde Barack Obama la ponía como ejemplo de “empresa verde” de futuro.

¿Qué ha pasado entonces para que buena parte de la ciudad parezca darle la espalda ahora que necesitaba más que nunca ese apoyo?

Además, Abengoa ayudó a impulsar la Escuela Técnica Superior de Ingeniería (ETSI) de la Universidad de Sevilla, hoy una de las más prestigiosas de España, y creó un caldo de cultivo en este sector del que se han beneficiado otras muchas firmas de ingeniería que se han creado después.

Por si fuera poco, su fundador, Javier Benjumea, prestó gran apoyo para montar las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia (SAFA), que los jesuitas fundaron en Andalucía con el fin de educar y dar un oficio a las clases mas marginadas de la sociedad, y, recientemente, ayudó también a la Compañía de Jesús a crear la Universidad Loyola, la primera privada de la región.

¿Qué ha pasado entonces para que buena parte de la ciudad parezca darle la espalda ahora que necesitaba más que nunca ese apoyo? La respuesta, desde luego, no es fácil. Puede que tenga mucho que ver con la forma en que la empresa se ha relacionado históricamente con la sociedad sevillana y con la personalidad de sus fundadores y gestores, además de su esencia de empresa endogámica de familias aristocráticas.

Foto: Abengoa.

Lo cierto es que Abengoa, que siempre ha cuidado la excelencia en su actividad, ha descuidado durante las últimas décadas su conexión y comunicación con los sevillanos, sean empleados, proveedores o accionistas.

La empresa mantuvo siempre una magnífica relación con las élites de la ciudad, pero ha cultivado poco o nada la empatía con la calle. No se trataba de que patrocinara fiestas de barrio o tuviera caseta en la Feria de Abril, sino de implicar a los sevillanos con una empresa de tal importancia en la economía local como para que la percibieran como algo propio.

Sería injusto decir que Abengoa no ha volcado parte de sus beneficios en la capital andaluza, además de toda la riqueza y el empleo generados. De hecho, hace ya casi cuatro décadas que creó la Fundación Focus (Fondo de Cultura de Sevilla), que tiene su sede en el restaurado Hospital de los Venerables, en pleno barrio de Santa Cruz, donde ofrece exposiciones de gran calidad y promueve tareas educativas, investigadoras y asistenciales. Se trata de una fundación de reconocido prestigio por su labor cultural de calidad que, además, ha repatriado a Sevilla obras pictóricas de enorme valor adquiridas en el extranjero, aunque vive hoy una cierta agonía desde la crisis de 2015 en su empresa matriz.

Foto: El expresidente de Abengoa, Felipe Benjumea (5i), durante el estreno de la compañía en el Nasdaq. (EFE)

Pero esta institución, muy del gusto del fundador de Abengoa, es solo un ejemplo más de una forma de dirigir una multinacional muy personalista, donde han primado las relaciones con líderes políticos y mediáticos antes que la transparencia, la cercanía y la comunicación, interna y externa.

Un buen ejemplo de su actuación como 'lobby' ha sido su consejo asesor, con destacados políticos de los principales partidos —PP y PSOE—, en el que incluyó, entre otros, a Josep Piqué o a José Borrell. Este último, con una retribución de 300.000 euros anuales, estuvo de 2010 a 2015, cuando se produjo la gran crisis de la compañía y vendió sus acciones con información privilegiada dos días antes de que la empresa fuera a concurso de acreedores —fue multado por ello con 30.000 euros por la CNMV—. Todo un ejemplo de 'puertas giratorias' que los partidos políticos rechazan con la boca chica.

También la relación con todos los gobiernos socialistas de la Junta de Andalucía ha sido especialmente fluida durante muchos años, al igual que con los diferentes alcaldes (de todos los partidos) que han gobernado Sevilla, que encontraban en la multinacional de ingeniería el mejor escaparate para vender una tierra alejada de los tópicos andaluces.

Foto: José Borrell, en una foto de 2013, en la sede de la Fundación Focus Abengoa. (Fernando Ruso)
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Sin embargo, internamente, la relación con los empleados no ha sido tan positiva en las últimas décadas. En tiempo de don Javier —Javier Benjumea Puigcerver—, los trabajadores se sentían una familia y daban la vida por una firma que les trataba con enorme cercanía y calidad. Después, bajo la dirección de sus hijos, a partir de los años noventa, la empresa se convirtió en una gran multinacional pero perdió su alma y el trato a su personal, motivo por el que tampoco estos se han levantado con vigor para defender su 'casa' en estos momentos tan complejos. De hecho, no son pocos los extrabajadores que critican abiertamente su paso por la compañía.

Abengoa ha contado siempre con el entusiasmo de los jóvenes ingenieros salidos de la ETSI, que entraban en una gran multinacional llenos de ilusión pero se encontraban una compañía de bajos sueldos y alta exigencia. “Una explotación después de tantos años de estudio”, decían ellos. “Una gran oportunidad de aprender y crecer como profesionales”, decía la empresa.

Esa falta de comunicación interna provocó, por ejemplo, que los trabajadores no entendieran que la empresa se jactara de gastarse más de 130 millones de euros en una gran sede en Palmas Altas, al sur de Sevilla —inaugurada en 2009 por los Reyes de España—, mientras ellos sufrían la rigidez de las nóminas y las normas en sus instalaciones. 'Palmatraz' llegaron a llamar a un recinto en el que se les prohibía llevar comida o se hablaba de un 'software' secreto que contabilizada el tiempo en el que no se tecleaba en el ordenador.

Foto: Una de las instalaciones de Abengoa. (EFE)

En el lado positivo de la balanza, la mayoría de estos 'curtidos' trabajadores que pasaron por Abengoa han sido siempre rápidamente contratados por otras empresas de ingeniería de la ciudad, que han crecido con todo ese capital humano. Precisamente, ese empleo cualificado y ese 'know how' siguen siendo el verdadero corazón y la gran fortaleza actual de Abengoa, que ha tenido, sin embargo, su verdadero talón de Aquiles en sus problemas financieros.

Desde 2015, Abengoa ha necesitado dos grandes planes de reestructuración que han cambiado radicalmente el accionariado de la compañía y que obligaron a salir a sus históricos dirigentes, incluido el propio presidente. Felipe Benjumea cesó con una indemnización de 11,4 millones de euros que terminó en los tribunales y que finalmente la Audiencia Nacional consideró legal, aunque solo sirvió para agrandar aún más la brecha con sus trabajadores en un momento en que se producían más de 15.000 despidos en la multinacional.

Abengoa se encuentra ahora en manos de los bancos que participaron en su rescate, liderados por el Santander de Ana Botín y el fondo KKR, pero necesita de un nuevo plan de refinanciación de 550 millones para evitar la que podría ser la mayor quiebra de España, con sus 14.000 empleados actuales y una deuda de más de 6.000 millones de euros.

Foto: Imagen de archivo de Gonzalo Urquijo. (EFE)

A estas circunstancias, se une el pulso que en estos momentos está echando a la actual dirección de Gonzalo Urquijo un grupo de accionistas minoritarios, muchos de ellos familias sevillanas que invirtieron sus ahorros en esta compañía cuando parecía una 'apuesta segura en bolsa' y que han visto en el último año cómo se quedaban sin ese patrimonio debido a la ingeniería financiera realizada a través de Abenewco1 y otras filiales.

Las posturas están tan distantes que se ha convertido en una batalla en la que parece que todos intentan defender sus legítimos intereses particulares —desde sus acciones a sus bonus o sus inversiones millonarias— sin que ninguno parezca pararse a pensar en lo que interesa a Abengoa y a Sevilla.

Lo que salga de esa guerra abierta —sin precedentes en una empresa española cotizada en bolsa— marcará para siempre el futuro de la compañía, pero parece difícil que hoy en día pueda sobrevivir una empresa del siglo XXI con un modelo de gestión del siglo pasado, tan opaco y poco empático con sus trabajadores y su entorno local —los 'stakeholders' que tanto se estudian ahora en las escuelas de negocios—.

No habrá manifestaciones por las calles para pedir que se salve a Abengoa. Tampoco hay ya medios afines que den la cara por la empresa

A la multinacional sevillana se le acaba el crédito económico, social y político. No habrá manifestaciones populares por las calles para pedir que se salve a Abengoa. Tampoco hay ya medios afines que den la cara por la empresa. Los responsables públicos lo saben, pero también saben de la importancia de esta gran compañía como símbolo de Andalucía, por lo que han mantenido un equilibrio imposible entre el apoyo público oficial y la desconfianza real a la hora de plasmar su firma en ayudas. Tampoco ningún político ha querido quemarse tomando partido en la actual guerra abierta ni liderando una solución de consenso.

La empresa lo tiene todo para formar parte del nuevo modelo económico europeo, basado en las energías renovables y la innovación. Si consigue superar este momento crítico, “Abengoa es un Ferrari”, decía recientemente un directivo en una entrevista en El Confidencial, una frase que resume una idea en la que todos parecen coincidir.

Foto: Torres de Abengoa cerca de Saluncar la Mayor. (Reuters)

El problema es que, ahora mismo, el 'coche' está averiado y son muchos los que se lo piensan antes de seguir empujando, porque temen que, una vez arrancado, eche a correr y se olvide de dar las gracias y pedir perdón por lo ocurrido. Es más, el 'piloto' del vehículo insiste en que no se ha equivocado en nada, que el fallo será de otros e incluso ha amenazado con irse a otra 'escudería' (comunidad autónoma) donde le quieran más.

Con esa altivez, Abengoa puede llegar a cumplir 80 años este 4 de enero, pero sin nadie con quien compartir la tarta. Sería una desgracia que Sevilla no reconozca la extraordinaria labor histórica de esta compañía en la ciudad, pero también sería un error que Abengoa sea incapaz de reconocer los fallos cometidos en los últimos años, que la han alejado de su entorno y la han llevado a recibir el clamoroso silencio de los sevillanos.

Lugo se levantó para defender Alcoa, su principal industria; Barcelona se manifiestó contra el cierre de Nissan, una de sus fábricas de referencia, y Sevilla… Sevilla mira con total indiferencia (casi con desdén) el abismo al que se asoma Abengoa, la gran multinacional de la que debía sentirse orgullosa, pero que ha echado en falta en los últimos meses apoyo social y político en su ciudad.

Javier Benjumea Felipe Benjumea Sevilla
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