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El precio injusto del campo: “Qué más quisiera yo que pagar el SMI, voy a pérdidas”
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ESTALLIDO DE LOS AGRICULTORES

El precio injusto del campo: “Qué más quisiera yo que pagar el SMI, voy a pérdidas”

Denuncian que no cubren costes, los precios no alcanzan para pagar la producción, sienten que son moneda de cambio, apuntan a las grandes distribuidoras y a la competencia desleal

Foto: Foto: Juan Bezos.
Foto: Juan Bezos.

El estallido del campo tiene muchas razones detrás. El salario mínimo interprofesional es solo, explican, la gota que ha colmado el vaso, pero no es el motivo del plante de los agricultores. Ni siquiera, aseguran, es el principal ni lo más importante. Ya hay convenios que fijan precios por jornal que, solo en algunos casos, se equiparan a ese salario mínimo de 950 euros al mes. Unos 1.300 para el agricultor por cada trabajador con cotizaciones a la Seguridad Social.

placeholder Foto: Juan Bezos.
Foto: Juan Bezos.

Los agricultores sienten que ya no tienen nada más que perder. Explican que parecen invisibles, que los políticos los utilizan siempre como “moneda de cambio” para beneficiar a otros sectores. Se ríen de que los gobiernos muestren preocupación por la despoblación rural y no paren de apretarle las tuercas al sector primario, cuando no hay nada más que fije la población que el trabajo que ellos ofrecen. Sienten que son la vaca a la que ya han exprimido tanto que “no sale más leche porque no hay más”. Van a pérdidas. La producción no cubre los costes. Están asfixiados. La unidad de Asaja, COAG y UPA es prueba de que el plante va en serio.

“Cómo no voy a querer yo pagar el SMI. Por supuesto que quiero. Procuro las condiciones más dignas para los trabajadores. Siempre. El problema no es un salario justo sino cómo lo pagamos. Yo gano muy poco más al mes que mi plantilla y me llevo muchos dolores de cabeza a mi casa, como cualquier empresario. Voy a pérdidas. No quiero que nadie esté aquí de sol a sol por cinco euros, como en Marruecos, pero ellos venden aquí su naranja y nadie se preocupa de esa competencia desleal. Lo único que pido es que se nos exija a todos por igual”, explica Antonio Barrera.

placeholder Antonio Barrera. (Juan Bezos)
Antonio Barrera. (Juan Bezos)

¿Merece la pena?

Tiene 38 años, es técnico agrícola y fue el único de sus cinco hermanos que decidió quedarse al frente de las pequeñas fincas que fue comprando su padre en la localidad sevillana de Cantillana y que tienen dedicadas a los cítricos. Su abuelo era jornalero. Él confiesa que el año pasado estuvo a punto de tirar la toalla. “Este último año sí que lo he pensado, la verdad. Llegas a tu casa y te preguntas, ¿para qué?, ¿merece la pena?”. Vende su producción, desde hace dos décadas, a una empresa valenciana, que se encarga del transporte, la comercializa y distribuye. Probó en una cooperativa de la zona pero no funcionó. “Falla la mentalidad”, admite.

"No quiero a nadie de sol a sol por 5 euros, como en Marruecos, pero ellos venden aquí su naranja y nadie se preocupa de esa competencia desleal"

Una hermana trabaja junto a su madre, a punto de jubilarse, en las oficinas. La carga burocrática, el papeleo, es muy pesada. Como las fiscales. Los certificados para optar a las ayudas europeas de la PAC son muy rigurosos. Los controles sanitarios y de respeto al medio ambiente, más. El cuaderno de campo de esta empresa da muestra de ello. Tienen una plantilla fija de ocho trabajadores. Es jueves, los tractores colapsan Jaén y el presidente, Pedro Sánchez, firma el primer gran acuerdo social de su Gobierno, la subida del salario mínimo, con sindicatos y patronal y bajo la feliz mirada de Pablo Iglesias.

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Foto: Juan Bezos.

El terrateniente es historia

“Eso de la guerra de clases ya pasó a la historia”, asegura Barrera. El tópico del señorito terrateniente que pasea entre los jornaleros a caballo es una estampa de otra época. A Antonio le llega el barro a las rodillas y se agacha de forma automática para recoger del suelo cualquier naranja que esté en buen estado y quede fuera del cajón.

Planas, sobre la movilización del sector agrario: ''El ministro piensa como ellos''

Su padre vendía la naranja al mismo precio que él hace 20 años, pero el gasoil no valía lo mismo. Hay 21 jornaleros recolectando naranjas. Normalmente, no pasan de 17. Estos dependen de la empresa valenciana que comercializa y los contrata a través de una empresa de trabajo temporal (ETT). Tienen que llenar un camión. Salieron de su casa a las ocho de la mañana. Hasta casi las 11 no pudieron empezar a recoger naranjas porque había mucha niebla y humedad. El fruto no se puede coger mojado.

En la recogida de naranja, el trabajador cobra 46 euros el día. Los domingos, se incumple el convenio

Cobran si llenan el camión, por kilos. La manijera lleva dos décadas haciendo este trabajo. Si cubren el objetivo de llenarlo, serán 46,10 euros por jornal. Cada saca que portan pesa unos 20 kilos llena. Cada ‘box’ necesita seis bolsas para estar lleno. El camión llevará 72 cajas. Los que hablan no paran de mover los brazos echando frutos a la saca. Parecen pulpos. Antes se cobraba por jornada, sin objetivos, y en cada cuadrilla eran más.

placeholder Juan Antonio Aránega. (Juan Bezos)
Juan Antonio Aránega. (Juan Bezos)

Mari Chui, la encargada de la cuadrilla, tiene a sus dos hijos cogiendo naranjas. “Al niño le queda un año para terminar electricista y la niña dijo que no quería más colegio y aquí están los dos. Me da pena. A veces cuando los veo lloviendo, llenos de barro, cargando tantos kilos, se me caen las lágrimas, pero es lo que ellos han querido”. Ella también prefiere el campo que cualquier otro trabajo de hostelería, en una fábrica o en una casa. Un compañero explica que se dedica a esto de octubre a marzo y luego, cuando empieza la época de las comuniones, tiene un ‘catering’. Juan Antonio Aránega es de los que están en plantilla con Barrera. “Yo estoy muy bien con él. Todo legal, todo correcto”, añade. Estuvo en la construcción, pero tras la crisis volvió al campo y asegura que no lo cambiaría ya por otra cosa. “Tengo dos chiquillos, pago mi hipoteca, mi mujer hace la recolección del melocotón. No me quejo”, señala, “aquí estoy muy a gusto”.

Cada trabajador cobrará 46 € al día por la recogida de naranja, según el convenio del campo firmado por la patronal y los sindicatos para Sevilla

Es unánime la queja de que siempre se aprieta por el eslabón más débil, por el agricultor y por el jornalero. ¿Y los distribuidores? A ellos apuntan. Ahí está el negocio. “Ellos ganan sí o sí”, señala Barrera. A él no le salen las cuentas. El kilo de naranja que compramos en el súper sobre el euro y medio, él lo vende desde 30 céntimos, dependiendo de la variedad del cítrico. A eso suma costes: gasoil, trabajadores, abonos, la lucha contra la plagas. "Hace ya un tiempo que dejé de pagar el seguro de la cosecha porque no podía afrontar los 20.000 euros al año”, confiesa. Está a la intemperie ante riadas, granizadas, sequía...

Las ayudas europeas

Barrera recibe ayudas de la PAC, “entre 35.000 y 40.000 euros anuales”. Pero es claro: “No quiero que me subvencionen. Quíteme la ayuda y asegúreme que puedo vender a un precio justo, que no tenga que mendigar”.

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Foto: Juan Bezos.

La naranja es un cultivo social, como la aceituna de mesa, se recolecta a mano, no está mecanizado el proceso de la recogida del fruto, genera muchos jornales. “Esto roza la jardinería”, asegura Pepe Segura. Él también es agricultor. Se vino de Madrid a Huévar (Sevilla), de donde es su familia, hace dos décadas y se dedica a la manzanilla fina sevillana, aunque también tiene aceitunas gordales. Todo con denominación de origen. Forma parte de una cooperativa, a través de la que comercializan su producto. Admite que no todo el mundo puede permitírselo porque eso “supone cobrar a veces a nueve meses y, mientras, tienes que ir afrontando gastos”. Desde los sueldos, al gasoil o la avería de un tractor, que “vale una pasta”. “¿Sabes a cuánto está el gasóleo agrícola? A 0,87 euros/litro. ¿Qué?”, pregunta Segura.

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Pepe Segura. (Juan Bezos)

Él, como Barrera, asegura que el SMI no es su problema aunque le escuece. “Producimos a pérdidas. Esto es una ruina. Yo le pago a un trabajador 60, 70 euros, lo que sea, pero si a mí me pagan el fruto. Si a mí me pagan 0,60 céntimos el kilo y después me veo en el lineal del supermercado el bote de 250 gramos de aceituna a tres y cuatro euros, pues dime tú. Aquí quien gana es el intermediario. Para mí, los trabajadores son como mi familia. Pero aquí hay cuatro señores que se ponen de acuerdo en una comida en agosto y que nos ahorcan a los agricultores”, asegura refiriéndose a las grandes distribuidoras, que, insiste, “se lo llevan calentito”.

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Foto: Juan Bezos.

De Marruecos a Sudáfrica

“Y si no, se van a comprar a Portugal o a Marruecos y le ponen el ‘Made in Spain’ porque lo envasan aquí y tan tranquilos. Y que se vacíen los pueblos, porque los que damos peonadas, los que creamos mano de obra y empleo somos nosotros, los agricultores, a los que en cualquier negociación los políticos utilizan como moneda de cambio”, cuenta Segura mientras se va encendiendo. “¿A ver qué tenemos que ver nosotros con el sector aeronáutico? Y venga aranceles y ahora el Brexit, veremos. Es que no pagamos los gastos. ¿Que son tontos? Eso sí, las cargas de la Policía contra nosotros, no contra los catalanes”.

Foto: Imagen de diapicard en Pixabay.

Mientras paseamos por su finca, señala otra parcela, donde hay trigo. “Ves. Arrancan los olivos y plantan trigo porque no necesita mano de obra y en ayudas de Bruselas están cobrando lo mismo que yo. Pero yo no soy cobarde, donde otros arrancan, yo siembro. Además, aquí es todo ecológico, respetuoso con el medio ambiente, riego por goteo, no desperdicio nada, los restos de poda lo convertimos en abono”, explica Segura. “Lo que pasa es que estamos en manos de cuatro ‘verderones’ alemanes. Y otra cosa, el SMI va a disparar la economía sumergida porque cuando te vas a ahogar te agarras a un clavo ardiendo”, asegura. “Me duele, me duele el campo”.

La reforma de la PAC

La eurodiputada socialista Clara Aguilera, exconsejera andaluza de Agricultura, admite que hay muchas cosas en el actual reparto de las ayudas de la política agraria común (PAC) que son “perversas”. Este 2020 se negociará en Bruselas el nuevo marco comunitario, en 2021 decidirán el reparto los Estados miembros y en 2022 entrará en vigor el nuevo sistema. Su posición es clara. Cree que el reparto por derechos históricos, con una foto fija de 1998, está ahora mismo pagando la pensión a muchos agricultores que no están produciendo.

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Foto: Juan Bezos.

“Hay que redirigir las ayudas. Ese reparto según una foto fija de los noventa no sirve. Deberíamos además excluir de las ayudas de la PAC todos esos cultivos intensivos, que ya los paga el mercado, y primar esos otros sostenibles que necesitan esa ayuda para ser rentables y que son los que fijan la población”, habla del olivar tradicional frente al intensivo, donde están entrando muchos fondos de inversión de capital extranjero porque hay un gran negocio. “No te voy a decir que no es complejo porque lo es”, admite Aguilera. Pero no cree que el principal problema del campo español sean las ayudas de la PAC sino “las grandes distribuidoras que controlan los precios y el mercado”. “Lo ha dicho el ministro [Luis Planas], hay que cambiar la ley de cadena alimentaria, tenemos que regular mejor la cadena, prohibir las prácticas comerciales desleales, aplicar la normativa europea que aprobamos el pasado año y que impone relaciones más transparentes y claras”.

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Foto: Juan Bezos.

La deslocalización

Felipe Gayoso, responsable del departamento jurídico laboral de la patronal Asaja, sostiene ante la subida del salario mínimo, de un 27,8% en un año, que “el campo no puede soportar esa carga”. “Desde el Gobierno, no existe en ningún momento buena fe, dinamitan nuestra negociación colectiva. Esto tenía que explotar y el campo en estas condiciones tiene fecha de caducidad”, sostiene pesimista en un año en que la renta agraria ha caído un 8,6%. Incide en “la invisibilidad” del campo, en “el año perdido del ministro Planas”, en los aranceles de Trump, en las consecuencias del Brexit... “No hay profesión más honesta que el día a día de un agricultor”, según Gayoso, que alerta de las consecuencias graves de “la deslocalización” de algunos cultivos. Desde Asaja, se quejan de que la reciprocidad nunca existe para el campo. Si se cierra un acuerdo comercial, por ejemplo, aluden al último cerrado con Vietnam, se da vía libre a los grandes ‘lobbies’, a las constructoras, a los bancos, a las eléctricas y a la industria del automóvil para que vayan a hacer allí grandes y millonarios negocios y a cambio se permite a este país que exporte a España todo el arroz que le dé la gana, cuentan.

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Foto: Juan Bezos.

Miguel Cobos, de la Unión Pequeños Agricultores (UPA), deja muy claro que el problema principal que les lleva a la movilización "son los precios". “No tenemos precios, no cubrimos costes de producción. Trabajar un año y otro a pérdidas es muy difícil”, sostiene. Apunta a otros factores también, como los aranceles, “cargan las tintas sobre nosotros”. Son mercados, señala, donde costó mucho trabajo entrar y las empresas, también las cooperativas, han hecho “grandes inversiones”. “Cierran esos mercados y destruyen la unidad de mercado de Europa, porque Italia puede seguir exportando su aceite a EEUU pero España no, cómo puede ser”, se queja. También alude Cobos a los acuerdos preferenciales con terceros países, a los que no se les exigen los mismos requisitos sanitarios, medioambientales ni sociales, que suponen “una competencia desleal”. “La ruina del sector no es el SMI sino los precios a que nos pagan lo que producimos, si nos pagaran un precio justo, no habría ningún problema”. “El método de poner el precio viene de arriba abajo y debería ser al revés. Es el supermercado el que dice, quiero aquí el tomate a tal precio, quiero ganarme un 20%. El intermedario o la industria que manipula dice, quiero ganar un 40%. Y para eso, calculan y se lo compran al productor a 40 céntimos”, explica Cobos. “Vamos a llegar hasta donde tengamos que llegar”.

El estallido del campo tiene muchas razones detrás. El salario mínimo interprofesional es solo, explican, la gota que ha colmado el vaso, pero no es el motivo del plante de los agricultores. Ni siquiera, aseguran, es el principal ni lo más importante. Ya hay convenios que fijan precios por jornal que, solo en algunos casos, se equiparan a ese salario mínimo de 950 euros al mes. Unos 1.300 para el agricultor por cada trabajador con cotizaciones a la Seguridad Social.

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