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Susana Díaz, de la "esperanza blanca" a la "tabla de salvación" del PSOE
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EL CAMINO HACIA EL 26-J

Susana Díaz, de la "esperanza blanca" a la "tabla de salvación" del PSOE

La presidenta de la Junta vuelve al Ritz de Madrid dos años y medio después de su puesta de largo nacional, con más elecciones ganadas y el liderazgo erosionado por su pulso con Sánchez

Foto:  Ilustración: Raúl Arias.
Ilustración: Raúl Arias.

Muchos salieron de aquel desayuno en octubre de 2013 convencidos de que había nacido una estrella. Susana Díaz deslumbró en su puesta de largo nacional hace dos años y medio en el Nueva Economía Fórum en el hotel Ritz. Acababa de llegar a la presidencia de la Junta como la sucesora a dedo de José Antonio Griñán y aquella intervención, donde por primera vez dejó claro que se movía como pez en el agua en el discurso de la españolidad y Cataluña, le valió dejar atrás muchos estigmas.

Hoy miércoles vuelve al Ritz con un traje político muy distinto, en un escenario muy diferente, erosionada por las luchas internas de su partido, por el pulso contra Pedro Sánchez. Con cuatro victorias electorales en su haber, pero con un balance como gestora mucho más cuestionado y menos brillante que como política. Su perfil público tiene muchas más aristas. Sobre todo a partir de diciembre, donde muchos, dentro de su propio partido, creen que se dejó ganar por la ansiedad y la ambición. Con todo, como demostró el pasado sábado en la proclamación del candidato socialista, sigue ejerciendo su papel de gran líder de su partido. Para muchos, la que debió de arrojarse y dar el salto al vacío de ser candidata en las generales para salvar al PSOE. Si fue su último tren o no, se verá. Que ese juego interno de amagar y no dar en tantas ocasiones la ha desgastado es un hecho.

[El liderazgo de Susana Díaz]

Porque no todo para la dirigente socialista fue la alfombra roja que se encontró en la capital de España. Meses antes había sido duramente cuestionada como sucesora, poniéndose en entredicho su perfil político, su capacidad y sus dotes para la gestión. Susana Díaz pasaba de ser una fontanera del partido, una mujer del aparato criada en la sede de San Vicente, residencia del PSOE andaluz, una 'killer' que había aprendido "lo mejor y lo peor de las Juventudes Socialistas", como admitía por entonces quien la había elegido para sucederle, a convertirse en una estadista, una política de altura capaz de tomar el testigo de los políticos de la Transición, un mirlo blanco, la "esperanza" del PSOE, como la bautizaron muchos. Como en los análisis deportivos, en los perfiles sobre Susana Díaz no hay mesura, pasó en muchas plumas de ser demasiado vulgar para ostentar la presidencia de la Junta a convertirse en una líder política de escala mundial. En Andalucía, donde se la conocía más, todo esto asombraba mucho.

Tampoco este salto cualitativo fue casual. Dicen que la presidenta de la Junta se dedicó a pulirse durante la última etapa junto a Griñán, preparándose para tomar el testigo. Dicen de ella que tiene inteligencia natural y emocional, astucia política y una capacidad de trabajo agotadora. Una vez que llegó a San Telmo, cultivó su perfil institucional, se refinó, se alejó de las contiendas del partido y comenzó a trabajarse la corte madrileña, con almuerzos, reuniones, contactos con directores de medios, opinadores influyentes, los máximos representantes de los poderes económicos... Deslumbró con su lenguaje directo, su desparpajo al mirar de frente a los problemas y descolgar teléfonos. No era lo normal. Su carisma y su empatía le hicieron ganar muchos enteros.

Sin vieja guardia en Andalucía

Susana Díaz llegó a un Gobierno abrasado por el caso de los ERE y redobló el cortafuegos contra los casos de corrupción. Sacó de su Ejecutivo a todo aquel que pudiera verse salpicado por el caso de las ayudas sociolaborales y demostró que iba a desempeñar con soltura el complicado papel de matar al padre cuando dejó claro que si había imputaciones, los expresidentes de la Junta iban a tener que dejar sus escaños. Con José Antonio Griñán tiene mejor relación, la cultiva a través de su mano derecha, el secretario general de la Presidencia, Máximo Díaz-Cano, y del secretario de Organización del PSOE-A, Juan Cornejo. Con Manuel Chaves la relación es mucho más distante, más fría. La vieja guardia en un PSOE andaluz monolítico y que gira en torno a Susana Díaz no forma ninguna corriente, no hace oír sus críticas, antepone la lealtad a cualquier consideración, que se reservan para el ámbito privado.

Las loas que recibe de Alfredo Pérez Rubalcaba o José Luis Rodríguez Zapatero no se oirán desde luego entre la mayoría de los veteranos andaluces. La presidenta andaluza cuenta con que los expresidentes, en un momento personal muy complicado tras sus imputaciones en los ERE, no le van a dar ningún ruido ni quebraderos de cabeza. No tiene jarrones chinos en Andalucía y eso es una ventaja. Con la misma soltura reivindica el pasado, el legado, la historia del PSOE como partido de hace dos siglos, que entierra 30 años de autonomía andaluza e ignora a los expresidentes en un acto de partido en Andalucía.

La derecha del PSOE

Mientras gobernaba con IU, la dirigente andaluza evitó aquellos temas más de la izquierda. No quería una banca pública, rebajó los aspectos más comprometidos de la ley de memoria democrática, se plantó ante sus socios originando una grave crisis ante el caso de la okupación de una corrala en Sevilla. Su olfato político comenzó a alertarla de que la situación con IU comenzaba a ser insostenible. Mientras gobernaba gracias a los que ahora califica de comunistas con tono de desprecio, se encargó de abrir una fructífera ronda de reuniones con los gerifaltes del Ibex 35. Dicen que conquistó a César Alierta, presidente de Telefónica, a los Botín y a Isidre Fainé sin apenas despeinarse.

Mientras gobernaba gracias a los que ahora califica de comunistas, se encargó de abrir una fructífera ronda de reuniones con los gerifaltes del Ibex 35

Culpó a Podemos, recién aparecido en el mapa político, y dejó colgados a sus compañeros de IU en el Gobierno alegando que se habían radicalizado y que Alberto Garzón bebía los vientos por Pablo Iglesias. Hoy presume de que se cumplió su profecía, por más que la confluencia de Podemos e IU haya llegado más de un año después de aquel adelanto electoral. Desde ahí comenzó el relato de que Susana Díaz se situaba a la derecha del PSOE, en el ala más conservadora. Hoy en su equipo achacan ese discurso a Podemos y a Ferraz, pero viene de mucho antes. Ella ha defendido con igual fuerza su no al PP y a Podemos, pero para muchos sectores económicos y políticos ella es la garantía de que no habrá más bloqueo político y de que forzará una abstención socialista para que gobierne la derecha si fuera necesario.

Albert Rivera como aliado

Esa decisión de adelantar las elecciones en Andalucía a marzo de 2015, anticipándose a un calendario electoral colapsado en España y abriendo las urnas cuando Podemos y Ciudadanos eran partidos sin implantación ni estructuras territoriales, es considerada por la presidenta andaluza y su equipo como un acierto. "Ahí comenzó a confirmar su audacia política", asegura alguien de su círculo. No fue tan claro. Ganó pero sin mayoría suficiente para gobernar y confirmando que la curva descendente en votos que estrenó Griñán aún no había tocado fondo. Con todo, mantuvo a Podemos a raya, muy por debajo de las expectativas generadas, y eso fue muy celebrado.

Susana Díaz protagonizó un papel similar al que ha querido desempeñar Pedro Sánchez en los últimos meses, negociando durante 80 días de duro bloqueo, abriendo conversaciones a derecha e izquierda para formar Gobierno. Ella tenía en su mano unos resultados mucho más favorables y ganó la partida. Se saltó a los líderes andaluces y trató de tú a tú con Albert Rivera y Pablo Iglesias. Logró convencer 'in extremis' al partido naranja. Con su investidura sellaría el principio de una fructífera amistad política, que le ha permitido presumir de estabilidad, pese a lo complicado del Parlamento andaluz, sacar adelante los presupuestos y gobernar sin demasiados sobresaltos una comunidad de ocho millones de habitantes.

Huyendo de la corrupción en Andalucía

La presidenta de la Junta se vende desde el primer momento como la regeneración política y democrática pese a gestionar un Gobierno que lleva más de tres décadas sin alternancia política. El último caso de corrupción que ha estallado, el del fraude de la formación, desde su círculo creen que está más que controlado. Los miembros de su Gobierno lo reducen a irregularidades administrativas, pero sin menoscabo de fondos públicos. Han puesto en marcha esa teoría en plena comisión de investigación en el Parlamento y no dan muestras de ningún nerviosismo pese a que hay 18 juzgados andaluces investigando el supuesto fraude. Susana Díaz acudirá a declarar a final de mayo. Ha tratado de evitar esa foto a las puertas de las generales, pero no ha podido esquivarla. En este asunto, lo que más le enerva son las alusiones a su marido, José María Moriche, que trabajó como administrativo de UGT en una fundación situada por las investigaciones judiciales en el centro del desvío de fondos públicos por parte del sindicato.

Cuando la presidenta recibe críticas, los suyos dicen que es fruto del clasismo y el machismo que, según dicen, sigue vigente. Díaz es de o conmigo o contra mí

En estos dos años y medio, la baronesa andaluza ha sido madre y ha ganado cuatro elecciones. Ella se apunta las europeas, las municipales de mayo o las generales de diciembre. Y pese a que siempre se dice que las victorias en las urnas son las que consolidan cualquier caudal político, en su caso su liderazgo ha empezado a deteriorarse. Ya no es la estrella rutilante que repartió culpas entre PSOE y PP por el problema catalán y que dejó claro que de derecho a decidir, nada de nada. Tiene algunas contradicciones. Arremete contra Podemos pero negoció el Gobierno de ciudades andaluzas muy importantes garantizándose alcaldes socialistas gracias a los votos de las plataformas marca blanca de Pablo Iglesias.

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Hay quienes la conocen y admiran, aunque admiten que no se atreven a decirle muchas cosas a la cara, que advierten de que los palmeros y aduladores que tiene alrededor le han hecho un flaco favor. Ella, que se jacta de ser hija de fontanero, de formar parte de una familia con los pies en la tierra, de tener hermanas con trabajos de los más corrientes y un cuñado que ha tenido que emigrar... Es el retrato de presidenta del pueblo que la precedió y que ella sabe cultivar o desdeñar según le interesa. Cuando la presidenta recibe críticas, sobre todo si vienen de la izquierda intelectual, los suyos dicen que es fruto del clasismo y el machismo que, según dicen, sigue vigente. Susana Díaz es de o conmigo o contra mí, como bien podrá saber Pedro Sánchez cuando empezó a tomar decisiones sin consultar, de forma personalista, sin tener en cuenta al partido sino su liderazgo y, sobre todo, sin tenerla en cuenta a ella, que fue precisamente quien lo aupó a la secretaría general. Esto, en palabras de los dirigentes del PSOE-A, es lo que en líneas generales le reprochan al candidato socialista.

El origen del pulso con Pedro

En Andalucía fue en septiembre de 2014, apenas tres meses después de que Sánchez se aupara al poder, cuando las señales comenzaron a ser nítidas. La desconsideración política hacia el secretario general fue en aumento. "No hay buenos ni malos, ni culpables e inocentes, simplemente hay dos caracteres políticos diferentes, dos perfiles distintos, dos culturas del PSOE que tienen poco que ver. Pedro no siente el PSOE como Susana", asegura un dirigente provincial del PSOE andaluz. Así, quitando hierro, lo explican cuando se pregunta por las filas socialistas andaluzas. Ella dice que está "volcada en Andalucía", pero el trato que Susana Díaz mantiene con los periodistas en Madrid nada tiene que ver con el que tiene en su casa. Si cuando acude a Ferraz o algún acto del partido hace hueco para echar un ratito 'en off' con los medios de comunicación, en los pasillos del Parlamento los periodistas han decidido que ya está bien de perseguirla para conseguir como mucho una mirada indiferente.

placeholder Pedro Sánchez saluda a Susana Díaz en la Feria de Sevilla, el pasado 13 de abril. (EFE)
Pedro Sánchez saluda a Susana Díaz en la Feria de Sevilla, el pasado 13 de abril. (EFE)

Así es Susana Díaz, capaz de llamar a los medios para pedir que no se publiquen las fotos del bautizo de su hijo, donde invitó a su núcleo duro político, dejando claro que es algo privado, para después presentarse en la Feria de Sevilla con su pequeño en brazos y vestido de corto en un acto institucional, donde había convocatoria a los medios y donde las carantoñas de Pedro Sánchez a su hijo aliviaron una tensión palpable. Para muchos, la mejor política de su generación, para otros un bluf, un espejismo, que como retrata la oposición no hace nada por gestionar -ella presume en privado de que "con la gestión no se ganan elecciones"- y está absorta por las intrigas palaciegas, por las luchas de poder del PSOE. Ahora toca ver cómo sigue su liderazgo en Madrid. Si, como parece, los últimos episodios desde las elecciones de diciembre le han pasado factura a su imagen pública o si sigue sabiendo ganar en las distancias cortas y meterse a la gente en el bolsillo.

De nuevo, otra vez, tendrá que responder a esa pregunta manida sobre si dará el salto a Madrid o no tras las elecciones de junio y en el futuro congreso federal del PSOE. Ella tira de manual, se resguarda cuando vienen momentos complicados, no deja nunca de estar en campaña interna dentro de su partido, se vende como la dirigente capaz de coser y unir al partido. Lo cierto es que sigue siendo la más aclamada y admirada por los barones más poderosos. Aunque quizá, como dice un veterano socialista andaluz, "ha pasado de ser la esperanza blanca a la tabla de salvación del PSOE, y después de tantas maniobras y tantos tejemanejes internos, si decide de una vez dar el salto, lo que va a gestionar son las ruinas del partido".

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Lo mismo se equivoca. Ella dirá que de lo suyo no hay nada y que todo son habladurías de los medios de comunicación, que se entusiasman con lo que llama con desprecio "el 'Salsa rosa' de la política". Eso sí, todo lo que dice lo dice con el tono de "palabra de Susana Díaz", la reina del PSOE, la sultana, como la han apodado algunos de sus propios compañeros. La que sigue percibiéndose como la única capaz de arrastrar al partido y alejarlo del precipicio por más que le pese a Pedro Sánchez. La presidenta de la comunidad más poblada de España y la líder de la federación socialista más importante, recuerdan los suyos.

Muchos salieron de aquel desayuno en octubre de 2013 convencidos de que había nacido una estrella. Susana Díaz deslumbró en su puesta de largo nacional hace dos años y medio en el Nueva Economía Fórum en el hotel Ritz. Acababa de llegar a la presidencia de la Junta como la sucesora a dedo de José Antonio Griñán y aquella intervención, donde por primera vez dejó claro que se movía como pez en el agua en el discurso de la españolidad y Cataluña, le valió dejar atrás muchos estigmas.

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