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Boxeadores sordociegos: así combaten en el ring de El Bigotes su aislada oscuridad
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Boxeadores sordociegos: así combaten en el ring de El Bigotes su aislada oscuridad

Juanjo, Ismael y Mariam, internos del Centro Santa Ángela de la Cruz, el único especializado en España, se distraen y socializan con este deporte. Es su “mejor momento” de la semana, aseguran

Foto: Ismael y Mariam, frente al ring de Antonio El Bigotes. (Fernando Ruso)
Ismael y Mariam, frente al ring de Antonio El Bigotes. (Fernando Ruso)

Juanjo, 56 años, es sordo de nacimiento y veía sin problemas hasta los 22 años. A esa edad empezó a perder vista de una manera muy lenta. Aún ve algo. Muy poco. Su visión es como la de un catalejo: reducida y sin ángulos focales. Bernardo, el monitor, le toca y habla con lenguaje de signos. Le dice a Juanjo que debe ir a su habitación a cambiarse. Hoy es jueves y toca boxeo. Subirse al ring y disfrutar de la compañía de El Bigotes, el preparador del Club Boxeo Sevillano, con 30 años de experiencia, donde se distraen y socializan. Es su “mejor momento” de la semana, como relata Mariam, compañera de Juanjo. Y aquí lo hemos comprobado.

Boxeadores sordociegos: así combaten en el ring de 'El Bigotes' su aislada oscuridad

A Juanjo le diagnosticaron el síndrome de Usher. Se manifiesta en el 50% de los partos prematuros y es congénito. Casi todos nacen sordos. La ceguera de estos casos solo se manifiesta más tarde, en general entre los 10 y 14 años. Se pierde el campo visual periférico y se queda en visión tubular. Para ver mejor, colocan a su interlocutor en un contraluz y se alejan un poco. “Tus manos son mis ojos y oídos”, es el lema del Centro Santa Ángela de la Cruz, el único especializado en toda España de sordoceguera, y que siempre sufre graves problemas económicos. Inaugurado en septiembre de 2010, cuenta con una capacidad de 45 usuarios: 28 en Unidad de Día y 17 en Unidad Residencial. Está ubicado en Salteras (Sevilla), a 12 kilómetros de la capital andaluza.

Las manos y oídos de Juanjo son los de Bernardo Iglesias. Nardo, como todos le conocen, natural de Pontevedra, de 36 años, lleva en Apascide (Asociación Española de Familias de Personas con Sordoceguera) como voluntario desde 2008. Disfruta con el trabajo de cuidador. Su pareja, Ro Santiago, de 37 años, es la directora desde noviembre de 2014. Antes era mediadora. En Apascide lleva desde 2000. Apenas coinciden en la semana. Nardo trabaja en el turno de tarde y Ro en el de mañana. Pero no se quejan. La felicidad se palpa en sus miradas, cuando hablan de Juanjo, Ismael y Mariam, los protagonistas de esta historia.

"Con el boxeo amplían su red social"

“En este caso, el deporte es casi secundario. Lo importante del boxeo para ellos, aparte de salud, es ampliarles la red social, que no solo se limiten a relacionarse con la gente que trabaja en el centro y la asociación. Es muy bueno que los saques y conozcan a nuevas personas. Por eso intervenimos y les buscamos actividades para hacer”, explica Nardo, cuidador de personas con sordoceguera. “Estoy muy contento cuando les veo así de felices. Damos por hecho que tienen limitaciones y no las tienen. Hay que fomentar la autonomía, que sean ellos quienes pongan sus límites”, argumenta el cuidador, que relata la especificidad de la sordoceguera. “Están en una especie de habitación blanca. Supone un aislamiento el no oír y no ver. No escuchas nada y no estás ahí porque tú quieres. Estás privado de estímulos sensoriales. Algo así como el secuestro de los sentidos”.

En el bar El Polvillo, en la barriada de San Pablo de Sevilla, aún no ha llegado Antonio Fernández López ‘El Bigotes’. Se hubiera notado por el penetrante aroma a colonia Varón Dandy que impregna en El Polvillo. El Bigotes bromea: “A ver si me huelen”. Toca a Ismael. Y este ciego de 27 años (él sí oye y habla) se revuelve. “Como me dé la vuelta vas a flipar”. Se abrazan y ríen. Complicidad. Es la parada que antecede al ring. El rito de todos los jueves por la tarde desde hace cuatro años.

A un kilómetro y medio de El Polvillo se encuentra el gimnasio, una gigante nave industrial -con techo de 10 metros de altura–, situada junto a la avenida de Hytasa, muy cerca del teatro del dramaturgo Salvador Távora. José y Jere, de 32 y 30 años, son los encargados del Doming’s Hell, el Club Boxeo Sevillano nacido en 1988. Tienen fichas en cartulinas de los boxeadores que se preparan allí. Hay muchos que no se olvidan de llevar el careto. “Traed la foto para facilitarnos el trabajo a todos. La foto es para la ficha, ¡no para la mesita de noche!”. Lo firma El Bigotes, estrella del largometraje documental ‘Tres minutos: sin lucha no hay derrota’, dirigido por Álvaro Torrellas, centrado en cómo el mostacho sevillano más famoso se esfuerza en sacar a jóvenes de la droga y delincuencia gracias al boxeo.

Hacía ya más de un mes que Ismael y Mariam no iban al gimnasio. En Navidad estuvieron con sus familias. Conservan ganas de calzarse los guantes e intentar un buen ‘crochet’. Juanjo, afiliado de la ONCE, muchas más ganas. Lleva cuatro meses sin subirse al ring. El médico acaba de darle el alta para que pueda boxear. Le operaron de cataratas y le tiene respeto a un posible golpe en el ojo. Habla Aída Hernández, la psicóloga del centro. “Juanjo no se considera igual que el resto de sus compañeros. Cree que los ciegos son ellos. Se ha manejado bien para lo que le interesaba, de una manera funcional, pero le cuesta entender cómo es su futuro”.

"Pensaba que tras la operación volvería a ver"

Juanjo, que de adolescente veía combates de boxeo en la televisión (“me gustaba un montón”, cuenta a la cámara gracias a la traducción de Nardo), pensaba que con la operación volvería a ver “y todo sería perfecto”. No ha asumido su problema. “Lo tiene que digerir pronto”, subraya Aída. “Pasas a su lado y no te ve. Te tienes que poner cerca de él, si no lo haces, ve casi todo negro”. Por las noches se pone gorra. La luz de la farola le deslumbra.

Ismael, de 27 años, y Mariam, de 23, saltan a la comba durante 10 minutos. “20 segundos, venga; ¡a apretar!”, suelta uno de los chicos del gimnasio a un boxeador. Suena música de El Salvaje, electro ‘reggaeton’. “También ponemos la banda sonora de ‘Rocky’ o ‘Gladiator”, apunta Jere, mientras ve llegar a El Bigotes con su Varón Dandy.

Acaba de fumarse otro cigarrillo Ducados negro. “Aquí se les da confianza, se les hace trabajar, se les da cariño y escuchan lo que creemos que tienen que escuchar. Aquí vamos a estar con ellos el tiempo que se tenga que estar, desinteresadamente. Abrimos la mente y la vida les cambia radical”.

En el gimnasio hay otras 20 personas practicando el noble arte, “ese deporte al que nadie llama juego”, como cuenta el maestro Manuel Alcántara, cronista del diario ‘Marca’ de la Edad de Oro del boxeo español. Hay tres chicas: una de ellas recién estrenada la veintena y otra de unos 30 de apariencia y acento del Este. También hay algún que otro nada solidario. Se ha duchado durante 20 minutos sin parar con agua caliente. Los siguientes compañeros han tenido que ducharse con agua fría. “Le he dado vacaciones. Él ha dicho que era de broma, pero no permito a gente así en mi local. Aquí mando yo”.

Como Ismael no es sordo, el preparador se comunica con él de modo directo, sin necesidad de que Nardo esté al quite, como sí ocurre con Juanjo o Mariam. “¡Mete la cintura! ¡Si no metes la cintura, te duele atrás!”. “¡Ahora, 1, 2, 3 y 4!”. Cuatro golpes a la pera de boxeo. Aquí va. Y otro más de Ismael. En diciembre le propinó un puñetazo a El Bigotes que no esperaba para nada. “Él me enseña a defenderme y ponerme en forma. Esto es muy bueno para mí”, asegura Ismael. El entrenador le pregunta a Nardo si Mariam “escucha bien”. “No, nada”. Mariam ha golpeado muy bien, bien fuerte al saco. Se pone los guantes y espera a que Juanjo suba al cuadrilátero. Mariam parece concentrada. En realidad su gesto es serio. “Cuando hago boxeo, me encanta poner cara de muy enfadada”. En realidad no lo está. Le gusta jugar. Y se ríe todo el rato.

“Juanjo había llegado al límite. Nardo le calma. Y empieza a abrazar a ‘El Bigotes’. Sonríe al infinito, da besos al público y alza las manos“

Ya está arriba. Son las 19:40 y Juanjo, con los guantes tras colocarse las vendas y protegidas las manos y las muñecas. Segundos fuera. “Que está ahí la cámara, aunque no sea fuerte, al menos pega rápido”, le anima El Bigotes. Juanjo sabe cómo cubrirse. Lo hace con estilo. Un fajador del ring. Va muy rápido, demasiado... A los tres minutos, desencajado, como si el combate fuera de verdad, Juanjo se enciende. Es una máquina de tirar golpes. El Bigotes finiquita el combate. “¡Hay que parar, hay que parar!”. La piel del boxeador sordociego se había puesto blanca en un punto muy sensible entre las lágrimas de los ojos y la nariz. “Cuando eso se pone blanco no podemos seguir. Juanjo se revoluciona dentro del ring. La adrenalina se le sube”, narra El Bigotes, ya sentado en una silla de su despacho del gimnasio.

Juanjo había llegado al límite. Nardo le calma. Y empieza a abrazar a El Bigotes. Sonríe al infinito, da besos al público y alza las manos como el gran campeón que es, como si fuera Joe Frazier y hubiera noqueado a Muhammad Ali en el Madison Square Garden. Juanjo, Ismael y Mariam han ganado otra batalla al aislamiento de la sordoceguera. Derrotan al combate de la oscuridad. El ring es la felicidad de sus sueños, nunca rotos. Siempre luminosos.

Juanjo, 56 años, es sordo de nacimiento y veía sin problemas hasta los 22 años. A esa edad empezó a perder vista de una manera muy lenta. Aún ve algo. Muy poco. Su visión es como la de un catalejo: reducida y sin ángulos focales. Bernardo, el monitor, le toca y habla con lenguaje de signos. Le dice a Juanjo que debe ir a su habitación a cambiarse. Hoy es jueves y toca boxeo. Subirse al ring y disfrutar de la compañía de El Bigotes, el preparador del Club Boxeo Sevillano, con 30 años de experiencia, donde se distraen y socializan. Es su “mejor momento” de la semana, como relata Mariam, compañera de Juanjo. Y aquí lo hemos comprobado.

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