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Diego Valderas, el repartidor de butano de Bollullos
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LA SOMBRA DE JOSÉ ANTONIO GRIÑÁN

Diego Valderas, el repartidor de butano de Bollullos

El día que prometió como diputado electo del Parlamento andaluz, Diego Valderas, líder de IU en Andalucía, llevaba la mano izquierda escayolada. “Es la guerra continua

Foto: Diego Valderas, el repartidor de butano de Bollullos
Diego Valderas, el repartidor de butano de Bollullos

El día que prometió como diputado electo del Parlamento andaluz, Diego Valderas, líder de IU en Andalucía, llevaba la mano izquierda escayolada. “Es la guerra continua entre la derecha y la izquierda”, repetía por los pasillos. Sin embargo, aquella circunstancia, derivada de un accidente doméstico, venía a mostrar la imagen de una izquierda neocomunista que parecía obligada a envolverse en una causa común con el PSOE para que Griñán siga siendo presidente.

En IU hay quienes temen que el pacto de Gobierno sea un corsé difícil de asumir en un futuro de sangre, sudor y lágrimas para todos. De momento, hay confianza en la apuesta de Diego Valderas. Pero no por ello se deja de temer que la izquierda salga de esta aventura escayolada como la mano del líder después de una batalla en la que el socio principal, el PSOE, siempre fue para los comunistas un enemigo peor que la derecha.

Diego Valderas nació en la pequeña localidad onubense de Bollullos. Se curtió en oficios humildes, entre ellos el de repartidor de bombonas de butano. Y construyó su compromiso político y personal en la orilla comunista y cooperativista. En su pueblo todavía se le recuerda como el alcalde que marcó una etapa, y gran parte de su capital político actual proviene de aquellos años.

La diferencia entre Diego Valderas y el resto de la Izquierda Unida que apunta al PSOE en el Gobierno de Andalucía es su experiencia como gobernante, como alcalde. Sólo quien ha pasado por un cargo público ha podido comprobar la distancia que hay entre la utopía y la necesidad cotidiana, y lo relativa que es cualquier ideología cuando el ciudadano común llama a la puerta del poder empujado por la necesidad… En esto, como en todo, la excepción que confirma la regla es la figura de Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda. Pero este pueblo andaluz hace tiempo que no está en el mapa convencional de la comunidad, su reino no es de este mundo ni de este siglo, y la utopía se ha convertido en el negocio político de su líder natural.

El presidente lleva los calcetines blancos

La prueba de que no hay peor enemigo para los comunistas que los socialistas y viceversa, fue la maniobra de la “pinza” andaluza, promovida por Julio Anguita y Luis Carlos Rejón. Valderas fue pieza clave en aquel pacto no escrito del comunismo con la derecha andaluza. Y gracias a ello, aquel joven alcalde de Bollullos se convirtió en presidente del Parlamento andaluz. Su imagen era como una permanente bofetada en el rostro de Manuel Chaves, que desde su escaño lo solía mirar moviendo los labios como quien musita conjuros. En aquel tiempo, 1994-96, en Andalucía había quienes creían que el poder del PSOE declinaba y nadie, sin el riesgo de que le tomaran por loco, podía imaginar que el partido de don Manuel iba a estar más de treinta años en el poder.

La marca de la ingenuidad se dibujaba en la cara de Valderas como se dibuja una sonrisa en un paria que cree estar de pronto a dos pasos de la tierra prometida. En la historia de la moda política andaluza figuran aquellos calcetines blancos con los que Valderas subía al sillón de presidencia, como si llegara de hacer la primera comunión o anunciara ya esa otra imagen de Esperanza Aguirre con similar atuendo, salvando siempre las distancias.

Pero la mayor ingenuidad de aquel político llegado del Condado onubense estuvo en aquella sesión en la que, sin que nadie lo haya sabido explicar jamás, la risa irrumpió en el Parlamento de boca en boca de los diputados, llegó al estrado y estalló en una carcajada general que atrapó al propio presidente Valderas, que se vio obligado a interrumpir la sesión. Aquel momento posiblemente fuera el exponente principal de una legislatura de dos años, en la que a Chaves jamás se le dibujó una sonrisa en el rostro… Quizás fuera el único que se mantuvo serio durante la sesión de la gran carcajada. Y eso, que no hay constancia de que nadie se estuviera riendo de él.

La conciencia de la izquierda sin futuro aparente

A partir de aquel arrebato de ilusión compartida entre la derecha y los comunistas andaluces, el PSOE tenía motivos para jurar odio eterno a los traidores de la izquierda. Y parecía haberlo prometido así a juzgar por los desencuentros con IU. Se sucedieron debates cruentos en la Cámara, y los últimos años han estado marcados por una serie de duelos ideológicos entre Griñán y Valderas, en los que éste le ha recriminado al PSOE sus deserciones apoyándose en la coherencia de la IU. Griñán, un parlamentario serio y sólido, parecía sentirse cómodo debatiendo con Valderas, como si lo considerase un oponente utópico condenado a perderse bajo el polvo del progreso.

Valderas fustigó a Griñán con el látigo de la corrupción, con elegancia pero con una contundencia tal que sólo sus escasas perspectivas electorales parecían salvarlo de la ira de los dioses.

El líder de IU no era peligroso porque nadie esperaba que le diera el mordisco principal al PSOE en su propio electorado.

Sin embargo, no conviene apostar sobre seguro en materia electoral. Aquel joven alcalde de Bollullos, se había curtido ya en mil batallas de salón. Tanto es así, que al debate con Griñán, en Canal Sur, con Arenas ausente, llevaba una corbata de reserva por lo que pudiera pasar. Y no es que se hubiera convertido en un dandi, sino que quiso evitar el trance de otro debate celebrado cuatro años antes en el que, como candidato, apareció en las pantallas con una enorme mancha de pringue en la corbata… Una ordinariez para los puristas, y en todo caso un pecado menor comparado con los calcetines blancos.

Entre las viñas de Bollullos, camino del poder

Cuando el fragor de las encuestas dio paso a la dura realidad del escrutinio, Diego Valderas se encontraba en su pueblo natal. Cogió el coche y salió hacia Sevilla. Miró las viñas y, por primera vez, más que pensar en el paisaje de su niñez recordó el presupuesto de la Consejería de Agricultura. Cuando llegó a Sevilla, en el PSOE ya habían ensayado todas las miradas de cariño que aparecen en el manual del buen socio de Gobierno.

Quienes le creyeron un político de pueblo sin perfil le rondaban como a una novia; quienes se mofaban de su coherencia de hombre de izquierdas, buscaban la frase que pudiera conectar con su manera de sentir la política, y quienes habían sonreído cuando la encuesta de Canal Sur empezó insinuando que Valderas no saldría diputado por Huelva, se perdieron en elogios hacia él con esa manera un poco desvergonzada que tienen algunos políticos de cambiar de opinión sobre sus adversarios.

Valderas es hoy la clave del Gobierno de coalición de la izquierda en Andalucía. De un lado, hasta sus adversarios lo reconocen como una persona honesta, trabajadora y coherente. Valderas no engaña y si firma un acuerdo lo cumple hasta el final. Esa es la mayor garantía de Griñán. Sin embargo, detrás de Valderas está el Partido Comunista, un aparato experto en contubernios, donde algunos se preparan ya para sustituir al líder de IU cuando cumpla su actual mandato en la coalición. Valderas está obligado a cumplir con Griñán sin romper los esquemas ni echarse al monte, a controlar su coalición y a sortear como mejor pueda a los jornaleros de Sánchez Gordillo, que aunque erráticos le han dado miles de votos a la coalición que ahora entra en el Gobierno, sobre todo en la provincia de Sevilla.

A cambio aquel joven alcalde de Bollullos se va a convertir en la inquietante sombra de Griñán, en el número dos del Gobierno de la mayor comunidad autónoma de España, y en el político de IU con mayor poder institucional a nivel nacional, hasta el punto de que podría convertirse en la alternativa a Cayo Lara.

Sea cual sea el futuro que la política le depare a aquel presidente de los calcetines blancos, su mayor garantía es que quizás para IU en Andalucía no haya otra oportunidad de pisar la alfombra roja del glamour y la influencia que da el poder aun en momentos de crisis. Y hasta los comunistas, que tanto parecían dudar antes del pacto con Griñán, saben que es mucho mejor estar en el poder que perderse en la impotencia deambulando por la noche de los tiempos.

El día que prometió como diputado electo del Parlamento andaluz, Diego Valderas, líder de IU en Andalucía, llevaba la mano izquierda escayolada. “Es la guerra continua entre la derecha y la izquierda”, repetía por los pasillos. Sin embargo, aquella circunstancia, derivada de un accidente doméstico, venía a mostrar la imagen de una izquierda neocomunista que parecía obligada a envolverse en una causa común con el PSOE para que Griñán siga siendo presidente.

Diego Valderas