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Carmen Calvo versus Rosa Aguilar: demasiado fuego para el Califato
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AMBAS TIENEN UNA EXTREMADA PASIÓN POR EL PODER

Carmen Calvo versus Rosa Aguilar: demasiado fuego para el Califato

Fue una tarde de mayo de 2004 en Medina Azahara, en las faldas cordobesas de Sierra Morena. Se inauguraba la exposición El esplendor de los Omeyas,

Foto: Carmen Calvo versus Rosa Aguilar: demasiado fuego para el Califato
Carmen Calvo versus Rosa Aguilar: demasiado fuego para el Califato

Fue una tarde de mayo de 2004 en Medina Azahara, en las faldas cordobesas de Sierra Morena. Se inauguraba la exposición El esplendor de los Omeyas, una de las más importantes aportaciones de la Junta de Andalucía al mundo de la cultura de Al-Andalus. Y allí, a las puertas del Salón Regio, Carmen Calvo posaba altiva para las cámaras de televisión. Minutos después, por la puerta de la antigua ciudad que mandó construir el califa Abderramán III entraba Rosa Aguilar. “¡Jo…!”, murmuró con desdén la entonces alcaldesa de Córdoba al ver posar a la consejera de Cultura y alma máter de la muestra.

Era evidente que el Califa no reparó en que aquellas ruinas que fueron ejemplo del urbanismo de la mayor ciudad de Occidente podrían quedarse pequeñas para dos mujeres cordobesas como las que hoy esconden la daga en la liga tipo Chiquita Piconera de Romero de Torres. A propósito: aquella misma tarde, muy cerca de Carmen Calvo, en la misma Medina Azahara, se encontraba el actual presidente de Siria, Bashar Al Assad, a quien Alá parece a punto de abandonar. No hay constancia de que ninguna de las dos le maldijera.

El peligro trepa por la enredadera

La única coincidencia que existe entre Rosa Aguilar y Carmen Calvo es el año de nacimiento: 1957 (con perdón)… Bueno, y la extremada pasión por el poder de ambas, cultivada cada cual según su temperamento. Natural de Cabra, aquel pueblo cordobés que saltó a la fama por la sonrisa del ministro de Franco José Solís, Carmen Calvo es a Rosa Aguilar lo que Isabel la Católica a un musulmán que trepa por una enredadera. La primera es capaz de mantener un almuerzo sin dejarle pronunciar una sola sílaba al comensal que le acompaña, y Aguilar puede permanecer callada esas mismas dos horas mientras mira de reojo el rostro del interlocutor. Naturalmente, la peligrosa es la segunda; a Calvo se le ve venir.

El antagonismo entre Carmen Calvo y Rosa Aguilar empezó con el siglo. Carmen, consejera de Cultura de la Junta con Manuel Chaves, acariciaba la idea de arrebatarle el sillón de la Alcaldía a Aguilar, aunque nunca lo confesara abiertamente. Cuando ambas entraban por motivos del oficio en el despacho de la Alcaldía, la estatua de Séneca que posa en la Casa Consistorial de la capital cordobesa se retorcía buscando la cicuta para no verlo. Sin embargo, Carmen y Rosa salían poco después juntas y ataviadas ambas con sus respectivas sonrisas de serpiente destilando cada cual el veneno de la contraria.

La penitencia de Rosa

Rosa se hizo mayor al lado de Llamazares, se sentó en el Congreso y un día alzó la voz para decirle a Felipe algo demasiado grave para el cuerpo socialista: le acusó de “tener las manos manchadas de sangre por los GAL”. Tan duro fue aquello que antes de tomar posesión años después como consejera de Griñán, Rosa tuvo que pedirle perdón públicamente a Felipe cumpliendo así la penitencia obligada por tamaño pecado contra el líder.

Cuando IU empezó a ser un barco sin rumbo y Julio Anguita, su mentor, dejó de azotar a las masas con el programa, Rosa se fue deslizando hacia el PSOE sonriéndole al partido y esperando una oportunidad; acentuó su populismo hasta hacerse devota del Cristo Esparraguero, y apareció enjoyada ante la gente a la que le gusta que el poder se vista de poder.

Un día de esos en los que José Bono deja caer la lengua como si de un matasuegras se tratara, el entonces ministro de Defensa llegó a decir que Rosa Aguilar estaba llamada a ser ministra socialista… Aquello fue como la llamada interior de la novicia. Rosa pasó de deslizarse a bailotearle al PSOE, votó por una candidata socialista al Senado mientras los comunistas cordobeses se hacían cruces exorcizándola y Carmen Calvo la llamaba falsa al ritmo del reloj de la Plaza de las Tendillas. Y tanto bailó Rosa que Griñán la hizo consejera y Zapatero la convirtió en ministra. Ese fue el momento en el que toda España pudo ver que Bono además de Bono era profeta.

¡¡OOhhh!!, Carmen en la película

Carmen Calvo, mientras tanto, había iniciado una carrera cinematográfica sin perder de vista a la alcaldesa ni mucho menos la poltrona que ocupaba. Quienes creen que Calvo descubrió el cine cuando llegó al Ministerio de Cultura desconocen la historia profunda del séptimo arte y su relación con las subvenciones. Fue en el otoño de 2004, en el estreno de la película “María querida”, sobre la vida de María Zambrano, interpretada por Pilar Bardem, cuando el público tuvo la oportunidad de exclamar ¡OOhhhh! a coro al ver aparecer en la pantalla como actriz a la consejera.

La película, de José Luis García Sánchez, con guión de Rafael Azcona, había sido subvencionada por la Junta de Andalucía y los productores al parecer no encontraron mejor forma que agradecerle al Gobierno andaluz su inversión que convertir en artista a la consejera, que en cualquier caso ya había demostrado ser “muy peliculera”, como se suele decir en Andalucía de personas de semejante perfil.

Pata negra frente a la conversa

El paso de Calvo por el ministerio de Cultura ha dejado todo tipo de leyendas urbanas y frases lapidarias. Sin embargo, la política egabrense jamás dejó de mirar a Córdoba y cuidarla como si una dama lejana y sola se tratara, esperando el momento en que la Rosa roja empezara a marchitarse. A menudo, la exministra pasaba sus dedos por el perfil de la ex alcaldesa con algún dardo envenenado, hasta llegar a criticar la incoherencia que suponía que Griñán convirtiera en consejera a alguien que había atacado al PSOE “a sangre y fuego” .

Carmen sufrió en silencio el ascenso de su adversaria al Ministerio de tierra, mar y aire, pero no ha podido aceptar sin estallar que el candidato Rubalcaba apunte hacia Aguilar para colocarla como cabeza de cartel de la candidatura por Córdoba. Ese puesto estaba reservado para ella, militante ya del PSOE y por tanto pata negra frente a la conversa. En cualquier caso, a nadie debe de extrañar que Carmen Calvo haya dicho que no irá en una candidatura en la que figura su adversaria. Si estas dos mujeres no caben juntas en el Califato Omeya, cómo van a entrar ambas en una lista electoral para el Congreso.

Fue una tarde de mayo de 2004 en Medina Azahara, en las faldas cordobesas de Sierra Morena. Se inauguraba la exposición El esplendor de los Omeyas, una de las más importantes aportaciones de la Junta de Andalucía al mundo de la cultura de Al-Andalus. Y allí, a las puertas del Salón Regio, Carmen Calvo posaba altiva para las cámaras de televisión. Minutos después, por la puerta de la antigua ciudad que mandó construir el califa Abderramán III entraba Rosa Aguilar. “¡Jo…!”, murmuró con desdén la entonces alcaldesa de Córdoba al ver posar a la consejera de Cultura y alma máter de la muestra.