Pocos turistas piensan en Pamplona cuando llega octubre. La fama de los Sanfermines eclipsa al resto del año, pero quienes se acercan fuera de temporada descubren una capital que vibra con historia, arte y una gastronomía que seduce a los paladares más exigentes. La capital navarra se transforma en otoño, cuando el bullicio de los encierros da paso a un ritmo más pausado, ideal para recorrer sus calles medievales y disfrutar del aroma a setas, pimientos del piquillo y vino joven.
Pamplona conserva una de las fortificaciones mejor preservadas de Europa. Sus murallas, que se extienden a lo largo de cinco kilómetros, abrazan un casco antiguo lleno de historia, con miradores que regalan vistas al río Arga y a las montañas que rodean la ciudad. Pasear por el Redín o por el Portal Nuevo es hacerlo entre siglos de historia, donde cada piedra cuenta los enfrentamientos y conquistas que forjaron el Reino de Navarra.
Dentro del recinto amurallado, el visitante encuentra la Catedral de Santa María la Real, una joya gótica de los siglos XIV y XV. Su claustro está considerado uno de los más bellos de Europa y guarda los sepulcros de los reyes Carlos III y Leonor de Castilla. Muy cerca, el Archivo Real y General de Navarra, restaurado por Rafael Moneo, ofrece una inmersión en el pasado monárquico y político de la región.
Pamplona (iStock)
Otro de los tesoros de Pamplona es la Ciudadela, una fortaleza renacentista con forma de estrella construida por orden de Felipe II para proteger la frontera norte. Hoy, sus baluartes se han convertido en jardines y salas de exposiciones que mezclan piedra y arte contemporáneo. El pulmón verde de la ciudad invita a pasear entre esculturas y árboles centenarios.
El recorrido continúa hacia el casco viejo, donde late la esencia de la ciudad. La Plaza del Castillo, punto de encuentro de locales y turistas, conserva el espíritu de Hemingway en el Café Iruña y el hotel La Perla. A su alrededor, las calles Estafeta, San Nicolás y Zapatería dibujan el escenario perfecto para perderse y disfrutar de la mejor gastronomía navarra.
Pocas ciudades combinan tradición y vanguardia culinaria como Pamplona. La ruta de los pintxos es un rito que va más allá de comer: es un recorrido social y sensorial. Desde las barras clásicas que sirven chistorra o fritos hasta los locales de autor donde se experimenta con foie, trufa o ánguila, cada bocado refleja la identidad navarra.
La cocina local vive de sus productos de temporada y de la excelencia de su tierra. En otoño, los hongos, las uvas y el pimiento del piquillo de Lodosa son protagonistas. Los guisos de cordero al chilindrón, las migas y el ajoarriero mantienen viva la tradición, mientras los vinos de la Denominación de Origen Navarra acompañan con carácter. Y para el brindis final, el pacharán, licor de endrinas y anís, pone el toque dulce y autóctono.
Pamplona es una ciudad cómoda para caminar, donde cada esquina ofrece una postal distinta: la fachada barroca del Ayuntamiento, la iglesia-fortaleza de San Saturnino o los Jardines de la Taconera, el parque más antiguo de la ciudad, con pavos reales y esculturas entre árboles centenarios. En la parte moderna, el Parque Yamaguchi, de inspiración japonesa, regala tranquilidad entre estanques y pasarelas de madera.
Visitar Pamplona en octubre es una invitación a disfrutarla sin prisas, a saborear su cocina y a dejarse envolver por sus murallas y su historia. Cuando la multitud desaparece, la ciudad muestra su verdadera cara: serena, acogedora y llena de vida.
Pocos turistas piensan en Pamplona cuando llega octubre. La fama de los Sanfermines eclipsa al resto del año, pero quienes se acercan fuera de temporada descubren una capital que vibra con historia, arte y una gastronomía que seduce a los paladares más exigentes. La capital navarra se transforma en otoño, cuando el bullicio de los encierros da paso a un ritmo más pausado, ideal para recorrer sus calles medievales y disfrutar del aroma a setas, pimientos del piquillo y vino joven.