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El enigma de Vox y de Aliança Catalana
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El enigma de Vox y de Aliança Catalana

Por qué las derechas continúan creciendo es una pregunta que se formulan los partidos, los politólogos y los expertos electorales. No hay respuestas definitivas. Quizá sea el momento de cambiar la pregunta

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal, en 'Europa Viva 25'. (EFE/J.J. Guillén)
El líder de Vox, Santiago Abascal, en 'Europa Viva 25'. (EFE/J.J. Guillén)
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Vox es el fantasma que recorre la política española, Aliança el de la catalana, y las derechas trumpistas el de la europea. Los de Abascal están lejos electoralmente de PP y PSOE, pero son el partido que determina el eje político en España. Así sucede en el terreno electoral. Los próximos comicios, Castilla y León y Andalucía, serán significativos al respecto: se da por segura la victoria de las derechas, pero la incógnita es si el PP necesitará, y cuánto, el apoyo de Vox para gobernar. Del mismo modo, la encuesta de Ipsos publicada por 'La Vanguardia' ofrece la fotografía de una Cataluña difícilmente gobernable por el ascenso del partido de Orriols.

Las derechas soberanistas están marcando también el paso ideológico. Los dos grandes asuntos de los últimos días son Palestina y la inmigración. Los dos están directamente relacionados con esa mezcla de nacionalismo que rompe con las reglas de la era global y con el regreso a una colectividad territorial que debe tomar un carácter más uniforme. Los dos han surgido y se han afianzado desde las derechas. Los dos condicionan el debate político occidental.

Las preguntas recurrentes que el establishment de la era global se ha formulado sobre el desarrollo de las derechas trumpistas son fruto de una sorpresa. No era esperable que opciones políticas de esa clase pudieran arraigar en un escenario político que parecía haberlas expulsado definitivamente. Por qué siguen creciendo y qué se puede hacer para detenerlas siguen siendo un enigma para los partidos tradicionales. Se ha intentado explicar el fenómeno en muchas ocasiones, pero los diagnósticos han resultado bastante pobres. Se comenzó con la descalificación sistemática de sus votantes, se explicó por residuos del pasado que regresaban, por la influencia perniciosa de las redes, por la falta de acuerdos que permitieran hacer cortafuegos, por la asunción voluntaria o involuntaria de sus marcos en el debate público por los partidos clásicos, por las hormonas juveniles o por un problema de fascismo latente.

El crecimiento de Aliança Catalana es otra sorpresa más, aunque sus constantes estén bien definidas: el descontento de un sector independentista con Junts y ERC, la diferencia en la perspectiva vital que se da entre la gran ciudad y las intermedias y pequeñas y la inmigración. Nacionalismo y rechazo al inmigrante, como en Vox, son las líneas maestras. Pero tampoco estas variables, muy presentes, alcanzan a aclarar todos los interrogantes.

El cambio del que Vox forma parte

El problema reside probablemente en los términos en que la pregunta se formula. En un entorno de suma cero, como es el electoral, la otra parte de la cuestión, la que nunca es formulada, quizá sea más pertinente: no se trata tanto de por qué crece Vox, sino de por qué los partidos principales pierden fuelle. La política occidental está llena de ejemplos de formaciones tradicionales que han perdido mucho peso político o que se han convertido en irrelevantes.

Desde este enfoque se podría entender mejor el hecho de que Vox no es más que el efecto de cambios profundos en la sociedad contemporánea y en las ideologías que la mueven. Víctor Lapuente, que está de gira de presentación de su novela Inmanencia (Ed. ADN) ofreció una conferencia el pasado martes en la Fundación Rafael del Pino. Lapuente, catedrático en la Universidad de Gotemburgo (Suecia), subrayó una serie de problemas presentes en nuestra época, que llevan tiempo arrastrándose, pero que ahora están comenzando a constatarse.

El hiperindividualismo ha generado ciudadanos narcisistas, solitarios y desconfiados. Cada vez somos más pesimistas

Según el politólogo, hay un problema de percepción, porque si bien la economía occidental es saludable, la esperanza en el futuro tiende a desvanecerse. El 50% de los estadounidenses cree que sus hijos vivirán peor que ellos. En España es el 75%. Cada vez somos más pesimistas y estamos más angustiados. Además, el hiperindividualismo ha generado ciudadanos narcisistas, solitarios y desconfiados. En ese entorno, cae la confianza social, las instituciones se debilitan y la desintermediación se convierte en el fenómeno típico de la época.

Incluso desde una posición tecnocrática, se percibe de manera nítida, a partir de distintos indicadores, que hay algo que no funciona en la sociedad. Hasta ahora, en lugar de buscar soluciones para lo que se ha roto, se han priorizado las alarmas sobre las opciones antisistema. Lo raro sería que no surgieran. Máxime cuando este desgarramiento social es enfocado, en el mejor de los casos, desde la negación. Lo estamos haciendo bien, vivimos estupendamente en Occidente y la economía funciona, pero hay fuerzas perturbadoras que engañan, distorsionan y niegan la realidad objetiva. Pero eso choca con la realidad microeconómica, la que afecta a la mayoría de los ciudadanos: los precios de los bienes esenciales (vivienda, alimentos, energía, incluso educación y sanidad) son cada vez más caros, mientras que los ingresos no aumentan en la misma proporción. Las dificultades para dibujar proyectos de vida son cada vez mayores.

Lo que estamos viendo no es la sustitución de unos partidos por otros, sino el intento de construcción de un nuevo 'statu quo'

Es en este contexto que las derechas populistas y extremas florecen. Existen como expresión de cambios estructurales: no son la causa, sino la consecuencia. Son percibidas por parte de las poblaciones, o por buena parte de ellas, según los países, como la solución a un mal momento. Y en la medida en que el sustrato no varíe, no habrá reajuste. Si las derechas desaparecieran, el telón de fondo continuaría siendo el mismo y las distintas clases de desafección seguirían ahí. El humor dominante en la política occidental es populista.

Los nuevos tiempos

En segunda instancia, la perplejidad acerca de la ola derechista es parte también de las dificultades de Europa para asimilar las transformaciones. Los equilibrios construidos a partir del viejo statu quo están saltando por los aires, y lo que estamos viendo no es la sustitución de unos partidos por otros, sino el intento de construcción de un nuevo statu quo. La potencia china, el desafío ruso y la posición de Israel en Oriente Medio señalan una reconfiguración evidente, cuyas líneas definitivas no están fijadas, pero que indican insistentemente que el mundo ha cambiado. Hay cierto anhelo europeo que aspira a una vuelta atrás, a los tiempos de un partido demócrata o un republicano estadounidense a la vieja usanza. Pero ya no hay lugar al que regresar. Incluso si Trump sale del gobierno, EEUU está ya en otra situación. Se trata de preservar su hegemonía y de resituarse en un nuevo contexto, y eso no ocurre sin cambios políticos internos.

El funeral de Charlie Kirk fue más allá de la mera reivindicación de una figura pública: reflejó un programa político de futuro

El partido republicano se ha convertido en el partido trumpista y las derechas afines a él están dibujando un mapa diferente. Las formaciones conservadoras tradicionales dudan acerca de cómo actuar en ese escenario y si es más conveniente adoptar posiciones de las nuevas derechas o situarse como opuestas a ellas. Los progresistas, por su parte, no han abandonado la posición moralista, la de condena, pero carecen de un proyecto que vaya más allá de abordar el cambio climático, digitalizar la economía y defender los derechos adquiridos. Palestina es el punto de reunión de las formaciones progresistas, lo que otorga cierta unidad. Mientras tanto, el asesinato de Charlie Kirk ha servido para que Trump ponga en marcha una respuesta cuya pretensión es cambiar la sociedad estadounidense; su funeral fue mucho más allá de la mera reivindicación de una figura pública y reflejó un programa político de futuro.

La parte y el todo

De modo que la desorganización por arriba (en el ámbito internacional) y por abajo (en la cohesión interna, en las formas de vida y en la disparidad de recursos) introducen una inestabilidad que Europa no vivía desde décadas. La recomposición será en ambos órdenes. Por eso resultan insuficientes algunas de las respuestas que se aportan. Unos creen que si se soluciona el problema de la vivienda, las tensiones serán mucho menores; otros afirman que todo es cuestión de desigualdad generacional, y que hay que evitar que los viejos roben a los jóvenes; otros están seguros de que si la inmigración desapareciese, el panorama quedaría aclarado. No son más que respuestas parciales a problemas casi existenciales que debe afrontar Occidente, y que afectan a su economía, a su industria y energía, a sus modos de vida, a sus creencias y a su misma prosperidad. Las soluciones no pueden ser parciales y limitadas.

Foto: trump-y-europa

Quienes mejor han entendido eso han sido las derechas trumpistas. Por eso son mucho más arriesgadas en sus propuestas: quieren dibujar un futuro distinto (es interesante escuchar el discurso de J.D. Vance en el funeral de Kirk), mientras que los progresistas están todavía presos de su deseo de regresar al statu quo vigente en la era global (y por eso no tienen un proyecto para los nuevos tiempos).

Las derechas trumpistas no tienen el poder en muchos países, pero sí la iniciativa. La política española se desarrolla en un eje y lo marca Vox. La derecha tradicional se pregunta sobre el grado de cercanía que puede permitirse respecto de Vox y la izquierda se propone como dique frente a esa alianza conservadora. Similares preguntas acerca de cómo actuar respecto de Aliança han aparecido en la política catalana.

España pasó ya por ello en la época del auge de Podemos, con una derecha soliviantada por su aparición y un PSOE que se preguntaba cómo posicionarse, qué grado de acercamiento o alejamiento le convenía y qué nivel de acuerdos resultaba tolerable. Sin embargo, Podemos se ha convertido en un actor menor y los problemas continúan ahí; empeorados, porque los tiempos se han vuelto más oscuros. Se puede creer que la polarización y el deterioro institucional y social están causados por las extremas derechas o por Sánchez y Bildu (dependiendo de la ideología), pero eso arregla poco. El panorama de fondo no va a cambiar: desestructuración institucional, desigualdades, percepción negativa del futuro, falta de confianza en el sistema, un ordenamiento internacional que se deshace en pedazos, una UE cada vez menos unida, la guerra fría entre EEUU y China. Sin soluciones integrales, la política irá dando bandazos, entre gobiernos que fracasan y opciones que se agotan. Pero pensar de esta manera quizá sea demasiado exigente para un mundo de trazo grueso.

Vox es el fantasma que recorre la política española, Aliança el de la catalana, y las derechas trumpistas el de la europea. Los de Abascal están lejos electoralmente de PP y PSOE, pero son el partido que determina el eje político en España. Así sucede en el terreno electoral. Los próximos comicios, Castilla y León y Andalucía, serán significativos al respecto: se da por segura la victoria de las derechas, pero la incógnita es si el PP necesitará, y cuánto, el apoyo de Vox para gobernar. Del mismo modo, la encuesta de Ipsos publicada por 'La Vanguardia' ofrece la fotografía de una Cataluña difícilmente gobernable por el ascenso del partido de Orriols.

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