Dos años del 23-J: un presidente incapaz de legislar y unos socios en implosión
El Parlamento se va de vacaciones con tres derrotas del Ejecutivo: no a Bolaños, a Díaz y a Aagesen. En el ecuador de la legislatura los apoyos del Gobierno son 165 y los rechazos 183. Ese es el estado de salud de la coalición
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en Montevideo. (EFE/Gastón Britos)
Cuando a Pedro Sánchez le iba bien, en jornadas como hoy habría organizado una superproducción para vender los éxitos de su Gobierno, en un lugar simbólico decorado al efecto, con grandes empresarios en primera fila y un eslogan elaborado para la ocasión. Probablemente, habría entrado dando un largo paseo entre aplausos de sus entregados ministros (y ministras). Los españoles podrían haberlo seguido gracias a una cuidada señal realizada con varias cámaras y distribuida por Moncloa a los medios de comunicación; todo muy moderno y autocomplaciente.
Sin embargo, hoy, cuando se cumplen dos años de las últimas elecciones generales, no ha habido acto, ni eslogan, ni empresarios, y nadie ha aplaudido a nadie. La única señal es la que hoy recogen las portadas de los periódicos y los informativos: el enésimo fiasco de un Ejecutivo incapaz de legislar. Ayer, en el Congreso, ni un sólo ministro hizo mención alguna a tal efeméride. De los pocos, poquísimos ministros presentes en el hemiciclo, ninguno rompió a aplaudir porque no había motivos y porque no había a quién: el presidente del Gobierno prefirió irse a Hispanoamérica, la vieja táctica del presidente acorralado en su propio país.
Aquel 23 de julio, con media España de vacaciones, los españoles desayunaron pensando en quiénes serían los ministros de Alberto Núñez Feijóo, y se fueron a la cama pensando que, como en 2015 y 2019, probablemente habría que volver a votar. Las urnas habían arrojado un resultado diabólico con una única e inverosímil salida, que el PSOE le cosiera un nuevo parche a Frankenstein. Un parche con la estampa de Carles Puigdemont, el primer protagonista de esta legislatura, pero no el principal.
Por eso, Sánchez se acostó -tarde- con la idea clara de que el resultado electoral era el salvoconducto para permanecer en la Moncloa, porque la opción de pactar con el PP implicaría darle el Gobierno al ganador de las elecciones y eso no estaba en sus planes. Pero ese salvoconducto no sería hacia el éxito sino hacia ninguna parte. Un laberinto que en el día en que se cruza el ecuador de la legislatura parece cada vez más oscuro: por el enfado de los socios, por el trabajo de los jueces y por los equilibrios imposibles sobre los que está construido este proyecto político.
Investidura sí, gobernabilidad no
Cinco semanas después de las elecciones, Sánchez convocó una rueda de prensa tras recibir el encargo del Rey de intentar formar Gobierno. Lo que dijo es la mejor crónica de lo que serían sus dos siguientes años: "Vamos a trabajar para articular en el Congreso no solamente una mayoría para la investidura, sino una mayoría de legislatura que dé la estabilidad al país durante los próximos cuatro años". Investidura y gobernabilidad; lo primero lo logró con ERC, EH Bildu, PNV, BNG y Puigdemont, pero lo segundo no. Y esa es su condena.
La mejor prueba es que desde entonces no ha sido capaz de aprobar los Presupuestos Generales del Estado ni en 2024 ni en 2025, y todavía no ha puesto en marcha los trámites para los de 2026; y ya va tarde. La última prueba tuvo lugar ayer en el Congreso, en un pleno que el Ejecutivo diseñó para irse de vacaciones enviando a la ciudadanía el mensaje de que sus socios parlamentarios siguen a su lado. Tampoco lo logró.
Primero porque no fue capaz de llevar ninguno de los dos proyectos que más le importan en este momento: la ley Bolaños de reforma de la Justicia y la ley Díaz de rebaja de la jornada laboral. Y, además, porque el decreto antiapagones, de la también vicepresidenta Aagesen no salió adelante. El resultado de la votación pone cifra a la estabilidad del Gobierno: 165 votos a favor, 183 votos en contra, incluidos Junts, Podemos y el BNG. Esa es la foto del momento que atraviesa el proyecto de Pedro Sánchez siete años después de llegar a la Moncloa y dos después de las elecciones del 23 de julio. Un Gobierno investido, un Gobierno legítimo, pero un Gobierno tan incapaz de legislar como decidido a seguir adelante. Lo dijo Sánchez el pasado 28 de mayo: "Gobernaremos con o sin el concurso del Legislativo".
Es Cerdán, estúpido
En noviembre de 2023 España asistió atónita al acuerdo de investidura entre el PSOE y Junts. Los firmantes fueron Carles Puigdemont y Santos Cerdán, el segundo protagonista de esta historia, el hombre elegido por Sánchez para darle la vuelta al PSOE como un calcetín, "hacer de necesidad, virtud" y convertir la amnistía al procés en el gran proyecto legislativo de su nuevo Gobierno. Moncloa se esforzó por neutralizar el desgaste por esa concesión desplegando una estrategia inteligente que acabó llevando a Salvador Illa a arrebatar la Generalitat al independentismo por primera vez en quince años y a Sánchez a construir un proyecto político nacional con Cataluña como centro de gravedad y los independentistas exigiendo más y más.
Quién iba a averiguar en noviembre de 2023 que el protagonista más tóxico para Sánchez de la foto de Waterloo no sería Puigdemont, sino Cerdán. Porque el auténtico elemento distorsionador de esta legislatura no es esa manifiesta incapacidad para legislar, ni el desgaste que le provoca sus cesiones al independentismo, sino sus problemas con la Justicia. Porque sí, quién iba a averiguar que el presidente que apoyó el 155 acabaría indultando y amnistiando a los líderes que declararon la independencia de Cataluña, además de derogar a demanda el delito de sedición y rebajando el de malversación.
Pero es mucho más demoledor otra realidad: que el presidente que llegó a la Moncloa esgrimiendo la ética pública y la lucha contra la corrupción acabe con su mujer, su hermano y sus dos secretarios de Organización investigados en los tribunales, además de "su fiscal general". Y quién iba a decir que el presidente de la regeneración democrática colocaría a 16 de sus 26 exministros en empresas públicas, instituciones o embajadas.
Juan Fernández-MirandaPablo GabilondoGráficos: EC DiseñoGráficos: Unidad de Datos
De sus socios de investidura hay dos muy enfadados, los catalanes, a los que las encuestas no les sonríen; dos bastante contentos, los vascos (especialmente Bildu), y dos enfrentados: Sumar y Podemos. En el caso del socio de coalición, Yolanda Díazno ha sido capaz de construir un proyecto sólido. Lo que tienen en común todos ellos es un interés común: la continuidad de Sánchez en la Moncloa es mejor que cualquier hipótesis alternativa. Ése es, exactamente, el gran mérito de un presidente del Gobierno que transcurridos dos años desde las elecciones está acorralado judicialmente, por primera vez desprestigiado internacionalmente y desacreditado socialmente. Su éxito es permanecer aupado a esa suma de debilidades que es el Gobierno Frankenstein.
Su drama es que, como quedó ayer patente en el Parlamento, el presidente no puede gobernar. Y, por eso, en este aniversario no había nada que celebrar, ni eslóganes, ni empresarios en primera fila. Por no estar, en el Parlamento no estaba ni el propio Sánchez, mucho más cómodo a 12.000 kilómetros de Madrid. Tampoco Santos Cerdán, el inesperado protagonista de la implosión de esta legislatura y de una realidad que preocupa mucho en Ferraz: el descenso del voto femenino, ése que reaccionó a favor del PSOE cuando antes del 23J Sánchez apeló al voto del miedo y al "que viene la ultraderecha". En suma, un aniversario de ausencias, porque en realidad no había nada que celebrar.
Cuando a Pedro Sánchez le iba bien, en jornadas como hoy habría organizado una superproducción para vender los éxitos de su Gobierno, en un lugar simbólico decorado al efecto, con grandes empresarios en primera fila y un eslogan elaborado para la ocasión. Probablemente, habría entrado dando un largo paseo entre aplausos de sus entregados ministros (y ministras). Los españoles podrían haberlo seguido gracias a una cuidada señal realizada con varias cámaras y distribuida por Moncloa a los medios de comunicación; todo muy moderno y autocomplaciente.