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España tiene que hacer las paces con la guerra: ¿cómo se come el 5% en defensa?
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España tiene que hacer las paces con la guerra: ¿cómo se come el 5% en defensa?

Entre tanta bronca político, quizás muchos se hayan perdido en este debate. Para los que tenga dudas sobre lo que ha pasado en la OTAN, cuál es el compromiso y qué hay en juego

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la cumbre de la OTAN. (EFE/Pool/Moncloa/Fernando Calvo)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la cumbre de la OTAN. (EFE/Pool/Moncloa/Fernando Calvo)

Hay muchas formas de analizar el pacto que acaba de firmar la OTAN, por el que sus 32 socios se comprometen a destinar el 5% de su PIB a la defensa para 2035. Para España —que firmó el mismo acuerdo que el resto de aliados— esto supondría (a día de hoy) unos 80.000 millones de euros anuales. Un 20% de los presupuestos generales del Estado. Por contextualizar, ahora mismo gastamos en torno a 200.000 millones a pensiones (15% del PIB), unos 100.000 millones a sanidad (7% del PIB) y otros 66.000 millones a educación (4,5% del PIB). Con estas cifras, ¿a quién le puede parecer ese 5% razonable? En realidad, a casi nadie.

Pero la decisión de Pedro Sánchez de negarse públicamente a cumplir con la nueva meta pactada en la cumbre de La Haya ha polarizado el debate. La brocha gorda de la política nacional ha vuelto a embadurnar el trazo fino de la política de Estado internacional. Y, entre tanta bronca, quizás muchos se hayan perdido en esta conversación y tengan dudas sobre qué se ha acordado exactamente en la Alianza Atlántica, qué hay en juego y si hay alternativas.

¿Hay que gastar un 5%?

Empecemos por la fórmula adoptada. El 5% estuvo diseñado, desde un primer momento, para apaciguar a Donald Trump. No es una cifra real en inversión en defensa, sino que está dividida en un 3,5% en capacidades militares OTAN y un 1,5% adicional en temas de seguridad. Este último tramo ya está cubierto por gasto en seguridad que se realiza ahora mismo, pero que no califica como defensa para la Alianza (como la Guardia Civil, inversiones en ciberseguridad o infraestructuras).

¿Cuánto hay que gastar entonces?

El objetivo de la OTAN es avanzar hacia ese 3,5% en diez años. Con una revisión en 2029 en la que, dependiendo del escenario de seguridad y el cumplimiento de los aliados, el objetivo de gasto se podría modular. En el club atlántico, aseguran fuentes aliadas, pocos creen que se vaya a llegar ni siquiera a ese 3,5% y aspiran más bien a que los países superen la barrera del 3%. Estados Unidos ronda el 3,2-3,4%. Eso sí, en capacidades militares reales (armas) con interoperabilidad aliada.

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¿Y es eso razonable?

Para los países que para 2024 ya gastaban el 2% en defensa, sí, es bastante razonable. Tienen una década para subir algo más de un punto y con este esfuerzo aspiran a cumplir los dos grandes objetivos del rearme europeo. El primero, paliar las décadas de desinversión militar continental. Segundo, la obtención de capacidades militares propias que permitan tener una autonomía estratégica de EEUU. Para los ocho morosos de la Alianza, encabezados por España, el aumento de inversión se ve acelerado, presupuestariamente exigente y más difícil de vender políticamente. Pero Madrid es la única capital que se ha negado en redondo a ni siquiera intentarlo.

¿Y el 2,1% no es suficiente?

Para los estándares que pide la OTAN, no. España ha sido de los países que más ha arrastrado los pies desde que en 2014 se fijara, por primera vez en la historia de la Alianza, un compromiso de gasto mínimo del 2% (en ese momento para aplacar al presidente Barack Obama). España pasó de destinar en torno al 1% del PIB en 2014 al 1,28% en 2024. Un incremento mínimo, concentrado en los últimos años (por una mayor presión internacional). Este año ha anunciado un plan para llegar a ese 2% comprometido hace una década. Para los socios que ya cumplen, el hecho de que nuestro país se niegue a hacer un esfuerzo adicional por la seguridad común ha generado frustración y malestar.

Foto: Los líderes del grupo E5 con Rutte y Zelenski en la OTAN. (Reuters/Ben Stansall)

¿Cuánto debería España gastar?

El problema es que España acumulaba, hasta 2018, casi 30 años consecutivos de caída en inversión en defensa. Desde los máximos del 3% de 1984, en plena Guerra Fría, a los mínimos de 2014, cuando bajó del 1%. Durante la década de la crisis financiera (2008-2018), se aceleró la pérdida de capacidades y el deterioro de los arsenales. El Gobierno no ha sido claro, honesto y transparente con su ciudadanía sobre el estado real de las Fuerzas Armadas (humano, de equipamiento y operatividad) después de esta travesía por el desierto. Lo hemos visto en la exigua capacidad que hemos tenido para enviar sistemas de armas y municiones a Ucrania, pese a un discurso de apoyo frontal a la causa de Kiev. Y lo vemos en los numerosos puntos ciegos de nuestra defensa nacional.

Por su peso político, económico y diplomático, España debería llegar a la primera revisión con un esfuerzo presupuestario claro. Por encima del 2,5% si quiere recuperar el terreno militar e industrial perdido durante la era de desinversión. Las circunstancias geopolíticas de 2029 dictarán si es necesario acelerar o mantener ese esfuerzo, y hasta qué punto, los siguientes cinco años.

¿Quedará una factura enorme?

Depende de las decisiones que se tomen, o no, ahora. Por el momento, se han tomado pocas y no muy alentadoras. El rearme es global y los países que mejor se sepan mover e impulsen sus industrias serán a los que les saldrá a devolver. España es el cuarto mayor exportador de armas de la UE y el noveno del mundo. Un decidido y planificado esfuerzo inversor podría revertir positivamente en nuestra industria nacional de defensa y en el ecosistema de tecnologías duales. Hay indicadores para el optimismo (como la incipiente consolidación del sector, imprescindible para ser más competitivos fuera), pero también para el pesimismo (poca voluntad política).

El plan del Gobierno para llegar al 2% este año no logrará este cometido. Sin objetivos estratégicos claros y diseñado bajo parámetros de política interna (y no militares), el documento recicla muchos planes que estaban en marcha y los pocos que incorpora no muestran ambición tecnológica o proyección industrial. El diseño y las ventas de sistemas de defensa requieren de una intensa mediación política de alto nivel. Pero es difícil hacer diplomacia militar sin pronunciar la palabra armas.

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¿Pero quién va a invadir España?

La sensación de riesgo bélico difiere en Europa por geografías. En España, a casi 4.000 kilómetros del frente, la amenaza rusa suena lejana. Pero en el flanco oriental, muchos sienten que el Kremlin no va a frenar en Ucrania. España tiene poco riesgo de conflicto bilateral abierto directo, pero tiene territorios cuya soberanía disputan otros países, como las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. Y aunque no hay un solo indicio económico, militar o diplomático de que Marruecos pudiera estar interesado o dispuesto a un desafío bélico directo, los planificadores militares tienen que tener en cuenta eventos inesperados (cisnes negros) que podrían cambiar el statu quo del Estrecho. Otros escenarios indirectos, como un improbable, pero no descartable enfrentamiento militar entre Rabat y Argel, requerirían de capacidad para asegurar y proteger los intereses nacionales.

Pero es el flanco oriental, el destino de Ucrania y las decisiones de Estados Unidos el coctel más peligroso para la seguridad continental. Hay escenarios que pueden poner a la UE en tesituras complicadas, desde intervenir militarmente en Ucrania o patrullar una línea de alto al fuego, a enfrentar a una Rusia envalentonada desafiando otro espacio soberano europeo o lidiar con una guerra híbrida (que ya está activa en muchos frentes) de alta intensidad que exija más recursos y sistemas. Todo esto requerirá de contribuciones militares más exigentes y costosas.

Hay otros teatros estratégicos que generan incertidumbre global, del futuro de Oriente Medio a la perenne amenaza china sobre Taiwán, que aconsejan ser precavidos y reforzar la disuasión y la operatividad de las fuerzas armadas.

Foto: Zapadores del Grupo XVI realizan una apertura de brecha. (Juanjo Fernández)

¿Qué pasa si no pagas?

Nada. El dinero no va a la OTAN, sino que se computa lo que se destina a defensa nacional en cada país (excluyendo ciertos elementos que no se consideran de carácter militar). El Tratado del Atlántico Norte está basado en la confianza y nunca estipuló un gasto mínimo. El primer compromiso de gasto de 2014, y el firmado el mes pasado en La Haya, no son vinculantes en modo alguno. Además, tampoco te pueden expulsar, ni multar, ni marginar. La Alianza funciona por consenso y se asume la buena fe de los firmantes, independientemente de su momento político.

Pero negarse públicamente tiene un coste diplomático en un momento en el que los asuntos militares están en lo alto de las agendas del poder global. España no fue invitada el Club de los Cinco, donde Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia y Polonia están armando lo que podrían ser las bases de una suerte de consejo de seguridad europeo. Allí se toman decisiones estratégicas, industriales y militares relevantes para la seguridad nacional y los intereses económicos españoles. Un gobierno menos dispuesto a dar soporte financiero y administrativo al ciclo alcista de la defensa hace a su país menos atractivo para invertir o hacer asociaciones estratégicas con otras industrias. Y tampoco es la mejor tarjeta de presentación cuando quieres vender tus productos militares (de submarinos a aviones cisterna) a terceros países. También Donald Trump te puede buscar las cosquillas arancelarias.

¿Y quién le para los pies a Trump?

La estrategia del secretario general, Mark Rutte, pasaba por evitar una mayor tensión del vínculo transatlántico, que el líder republicano —como ha dejado claro— no tiene en gran estima. ¿Por qué esto es importante? Porque si Estados Unidos acelera la retirada de su apoyo a Ucrania, activa un repliegue de sus activos militares en Europa y sigue poniendo en duda el Artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte (un ataque contra uno es un ataque contra todos), la disuasión y seguridad del continente quedará seriamente comprometida. No solo por las capacidades militares únicas de los norteamericanos, sino también porque son los únicos con el músculo operativo para coordinar la potencial defensa de la región.

En ese escenario, la urgencia de rearme sería más acuciante; las decisiones, más precipitadas y los riesgos, mayores. Los aliados eligieron al político neerlandés, apodado el camaleón por sus habilidades negociadoras, precisamente porque creían que era el único que podría camelarse a papi Trump. Y por el momento, ha colado.

Hay muchas formas de analizar el pacto que acaba de firmar la OTAN, por el que sus 32 socios se comprometen a destinar el 5% de su PIB a la defensa para 2035. Para España —que firmó el mismo acuerdo que el resto de aliados— esto supondría (a día de hoy) unos 80.000 millones de euros anuales. Un 20% de los presupuestos generales del Estado. Por contextualizar, ahora mismo gastamos en torno a 200.000 millones a pensiones (15% del PIB), unos 100.000 millones a sanidad (7% del PIB) y otros 66.000 millones a educación (4,5% del PIB). Con estas cifras, ¿a quién le puede parecer ese 5% razonable? En realidad, a casi nadie.

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