El camino de salida de Sánchez (y el riesgo de la cuestión de confianza)
El PSOE se mantenía en el poder gracias a dos factores que han quedado disminuidos en su eficacia con la aparición de la corrupción. Debe buscar soluciones, pero falta la capacidad de resistencia del presidente
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Al PSOE le mantenían en el poder dos factores. El más importante era Vox, el pegamento que permitía unir a la coalición de Gobierno, y que restaba posibilidades a una teórica alianza del PP con el PNV o Junts. El segundo era la gestión económica, ya que los buenos números macro y el aumento de empleados suponían una baza determinante: es mucho más fácil sostenerse en el Ejecutivo cuando hay trabajo. La unión de ambos elementos permitía a Sánchez señalarse como un líder progresista que había mejorado la economía española y que ejercía de dique contra esas extremas derechas que están triunfando internacionalmente.
Los dos factores han quedado opacados con el caso Cerdán. La mezcla de ambos era efectiva para justificar el Gobierno, pero estaba mostrando ya señales de agotamiento electoral (las encuestas otorgaban la mayoría absoluta a la suma de PP y Vox). Después de los diversos escándalos, resultan insuficientes como garantes de un proyecto político exitoso.
El peligro de la cuestión de confianza
Sin embargo, la presencia de Vox sigue ejerciendo su poder. La paradoja es que, tras los diversos asuntos judiciales, ese carácter de dique contra la extrema derecha juega un papel mayor todavía. Puede tener una incidencia menos potente de cara a las urnas, pero es el único cabo que sostiene al Gobierno parlamentariamente. El Ejecutivo de Sánchez se mantiene porque los socios continúan pensando que la alternativa les resultaría más gravosa.
El respaldo presente no asegura el respaldo futuro: una moción, dentro de unos meses, puede ser apoyada por alguno de los socios
Ese es el motivo por el que el PSOE no tiene demasiados incentivos para una cuestión de confianza. Es muy probable que los distintos socios le ofrecieran su respaldo, pero les obligaría a dar la cara por un Gobierno con el que no están de acuerdo en muchos puntos (cada uno tiene sus propias diferencias), y que está acusado de corrupción. Sánchez ganaría la votación, pero el coste podría ser elevado, porque se constataría su soledad real. Vox seguiría flotando como única justificación del apoyo.
El respaldo presente, no obstante, no asegura el futuro: una moción en unos meses apoyada por alguno de los socios no es descartable. Junts es un factor impredecible, y más cuando haya conseguido la vuelta de Puigdemont, y si el desgaste de la izquierda es grande, Podemos puede tener la tentación de hacer caer al Gobierno si ve en las elecciones una oportunidad de subsistencia real.
No lo vieron venir
El PSOE tenía un as en la manga, que jugaba solo en situaciones de urgencia: la capacidad de resistencia de un presidente que era capaz de dar golpes de mano exitosos cuando eran necesarios. El 23-J fue uno de esos momentos. Pero desde entonces, ese carácter de resistente se ha deteriorado. No son solo los procedimientos judiciales abiertos, sino el gran desgaste que supuso incorporar a Junts a la ecuación de Gobierno; las concesiones que ha tenido que realizar, el carácter complicado de la formación catalana y las diferencias ideológicas en el seno de la coalición ha obligado a permanentes equilibrios. La sensación de que la legislatura se movía a base de saltar obstáculos diarios también ha erosionado al PSOE.
Lo paradójico es que la actitud de las derechas venía a salvar a Sánchez: la confrontación continua, así como los intentos habituales de minar su credibilidad acabaron por activar a los votantes de izquierdas, que salían en defensa del líder perseguido. Esa hostilidad, y la endeblez de Sumar, le significaron como dique último frente a la derecha de PP y Vox. Las encuestas podían ser negativas para el conjunto de las izquierdas, pero no lo eran ni para Sánchez ni para el PSOE.
El PSOE necesita algo más que replegarse: no se ganan unas elecciones pidiendo perdón y con una auditoría interna
Sin embargo, se trataba de un apoyo que venía de fuera: los agentes que lo provocaban eran exteriores, porque Sánchez no ha mostrado desde hace mucho tiempo esa capacidad táctica que tan útil le ha sido. Hay que volver a los ‘cinco días de abril’ para constatar hasta qué punto una jugada de esa clase no le fue propicia. Tras la carta a la ciudadanía, nada podía seguir igual: o dimitía o continuaba con una actitud mucho más dura. Optó por no llevar a cabo ninguna de las dos opciones, lo que dejó ese paréntesis en un fuego de artificio, cuando no en una banal añagaza. Como el tiempo pasa muy rápido en la política actual, es un hecho que parece olvidado, pero que sirvió para demostrar que su capacidad para cambiar el paso político ya no estaba presente.
Con los asuntos de Cerdán, Koldo, Ábalos, Leire y todo lo demás, esa sensación ha quedado ratificada: es como si ni siquiera lo hubieran visto venir. Este era el momento de Sánchez para demostrar que continuaba en forma. Sin embargo, las declaraciones dolorosas del jueves han sido muy insuficientes. Pueden servir para replegase, pero no para retomar la iniciativa. No se ganan unas elecciones pidiendo perdón y con una auditoría interna.
El reseteo
Los problemas para el PSOE se multiplican, porque la gestión económica y los buenos números palidecen ante la corrupción, el elemento de dique contra la extrema derecha solo tiene validez amplia en el Parlamento, y el partido ofrece señales evidentes de estar en shock y sin capacidad de reacción. Y cuando se vaya recuperando de la sorpresa, el malestar interno tenderá a aumentar: es normal que el partido se coloque detrás del líder cuando este va en cabeza y que tienda a separarse de él si ofrece síntomas de agotamiento.
El PSOE tratará de centrarse en demostrar que es un partido limpio, en señalar que han sido casos aislados y en repetir que los escándalos de corrupción son comunes, pero que al menos ellos reaccionan con contundencia, no como el PP. Vox volverá a aparecer en el horizonte.
Recuperar la confianza de los votantes es difícil para el PSOE, pero también para las agotadas izquierdas del 15-M
No será suficiente. Y más cuando hay un elemento poco considerado por los socialistas: tampoco lo ideológico les es favorable. La resistencia electoral del PSOE en las encuestas hacía pensar que el marco en el que operaban resultaba exitoso. El eje progresismo/extrema derecha, que es una derivada del habitual democracia/autoritarismo, se asentaba en un europeísmo muy explícito, en el énfasis en la juventud y los problemas de vivienda, en la lucha de valores en defensa del feminismo, de la inmigración y de las políticas verdes, y siempre con los bulos de fondo. Ese fue el marco electoral que utilizó Kamala Harris, y ofrece poco rédito electoral en esta época. El caso Cerdán descabala este programa, ya que no les permitirá recuperar la iniciativa.
Tiene razón Yolanda Díaz en un aspecto: este debería ser un momento que forzase a la izquierda a cambiar el paso. Instaba a Sánchez a un reseteo de la legislatura y a un marco de acción con el PSOE. En realidad, lo que la ministra de Trabajo afirmaba es que las políticas promovidas por Sumar deberían tener más peso en el Gobierno, pero eso dista mucho de ser un reseteo.
La oferta de las izquierdas es el temor a un futuro en el que Vox esté en el Gobierno, pero esa opción no ofrece elementos de esperanza
Un cambio de personas y una remodelación ministerial pueden ser un instrumento necesario para los socialistas, pero lo cierto es que la izquierda, y no solo el PSOE, necesita dos cosas: recuperar la confianza social y ofrecer esperanza en el futuro a sus votantes. Para los socialistas, la primera tarea es grande tras los casos de corrupción, pero también para el resto de izquierdas, que encarnan el agotamiento del modelo surgido del 15-M.
La segunda es muy difícil para los dos, porque su oferta era la de temor a un futuro en el que Vox estuviera en el Gobierno, pero no ofrecía elementos de esperanza. Unas cuantas medidas progresistas en vivienda o reformas legislativas como la reducción de la jornada laboral no cambiarán el marco. Las izquierdas viven en el repliegue, y han adoptado una posición conservadora, la de mantener un estado del bienestar cada vez más endeble. Miran al porvenir con temor. Su fuerza estaba en la existencia de Vox, no en su oferta.
Sea como sea, el final del camino es bien conocido: las elecciones. En un sistema democrático, son los votantes los que deciden los gobiernos. Recuperar la iniciativa, para Sánchez y para el conjunto de las izquierdas, implicaría poner en marcha opciones políticas que tengan opciones reales de conquistar a los electores. Hasta ahora se han movido en lo táctico, pero no hay posición táctica que sea útil de verdad sin estrategia. Recuperar la iniciativa para la izquierda supondría utilizar la segunda, y es algo que llevan mucho tiempo sin hacer.
Al PSOE le mantenían en el poder dos factores. El más importante era Vox, el pegamento que permitía unir a la coalición de Gobierno, y que restaba posibilidades a una teórica alianza del PP con el PNV o Junts. El segundo era la gestión económica, ya que los buenos números macro y el aumento de empleados suponían una baza determinante: es mucho más fácil sostenerse en el Ejecutivo cuando hay trabajo. La unión de ambos elementos permitía a Sánchez señalarse como un líder progresista que había mejorado la economía española y que ejercía de dique contra esas extremas derechas que están triunfando internacionalmente.