Ocho horas en un tren, orinar en botellas y una noche en el pabellón (gracias a los vecinos)
Los viajeros del Iryo de Sevilla a Madrid quedaron atrapados ocho horas y fueron rescatados gracias a un concejal de Brenes. El drama siguió con una noche de colchonetas
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Esta historia es una más de las que se vivieron a lo largo de la geografía de la Península Ibérica este lunes 28 de abril. Fecha que quedará grabada en nuestra memoria. Una crónica más próxima al drama que a la alegría, pese a su final feliz. En mi caso, nunca olvidaré cómo el fundido a negro de la red eléctrica española me pilló en mitad de la nada, montado en un tren y rodeado de desconocidos.
Un concejal que fue a revisar cómo estaba el huerto de su finca fue el responsable del júbilo (al menos parcial) de los pasajeros del Iryo que salió a las 12:25 de Sevilla rumbo a Madrid, que pasaron ocho horas incomunicados, perdidos en mitad de un trayecto y con el único entretenimiento de teorizar sobre lo que había sucedido.
Y el tren se paró
Apenas habían transcurrido diez minutos desde el inicio del trayecto, cuando las primeras alertas llegaron a los móviles. El tren se había detenido instantes antes. Se oía alguna risa, pronto solo suspiros. El wifi todavía mantenía conectados a los pasajeros con el exterior.
—¿Alguien sabe lo que ha pasado?— preguntaba Alicia, una de las pasajeras.
—Se ha producido un apagón en toda España. No hay más información— respondió Nolasco, desde el otro lado del vagón.
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El caos tras 30 minutos
Por inverosímil que parezca, había pasajeros que habían vislumbrado este escenario. "Te lo dije, Miguel. Yo lo vi hace un par de semanas en Cuarto Milenio y lo he tenido presente", comentó Erika a su marido. Ambos, muy preocupados por su bebé, de apenas un año, que se encontraba con la madre de ella.
El caos llegó 30 minutos después de la interrupción del trayecto, cuando se apagaron las luces de emergencia. El wifi, que daba servicio hasta ese momento, dejó de funcionar y llegó la incomunicación. El tren se adentró en el desconocimiento. Total desconexión.
Y ahí entró en juego el peor acompañante posible: las elevadas temperaturas. Los primeros síntomas de un calor asfixiante empezaron a notarse. En el vagón ocho, el último del tren, no había apenas ventilación y los sofocos se reprodujeron.
"Hemos sufrido un apagón y no sabemos nada más. Parece que el sur de Francia y de Italia, Portugal y Bélgica también han sufrido este problema", comentó una de las azafatas para dar oficialidad a la información que ya había corrido en el interior de los vagones.
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Un calor agotador
El sudor era un pasajero más cuando empezaron los primeros pronósticos. "Esto puede tardar horas en reanudarse. Es el servicio eléctrico de todo un país", decían algunos. ¿Era información veraz? Nadie lo sabía. Cuando estás desconectado de todo, la confianza está en el grado de seguridad de quien se expresa. Y hay gente muy decidida siempre que habla, independientemente de su conocimiento real. El tren estaba parado al lado de una valla que daba un camino de tierra. Un paisaje no demasiado alentador para pensar en la huida por cuenta propia.
Las azafatas, en la primera hora y media, negaron la apertura de las puertas y la posible salida del tren. "El protocolo es tajante y de aquí no puede bajarse nadie", señalaron. Al menos cedieron y se abrió el tren para que corriera el aire. La temperatura varió levemente, mientras los pasajeros hacían turnos para colocarse en ellas y recibir algo de aire.
La información, eso sí, llegaba a cuentagotas. Elucubraciones al margen, nadie era capaz de comprender qué estaba pasando. Cuando se cumplieron las tres primeras horas encerrados, una de las responsables apareció de nuevo.
—No sabemos si vamos a salir del tren o si se va a reanudar el servicio. Por ahora estamos intentando no perder la comunicación con el control.
Tres horas ya era demasiado tiempo y los váteres del tren estaban inundados de orina. Las cisternas son eléctricas y no tragaban nada. Se pueden imaginar el olor. En ese momento, desde la compañía no daban solución alguna a este problema. Algunos optaron por salir a las puertas ante el escaso aguante que les quedaba.
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La aparición del alcalde
La compañía, a las cuatro horas del encierro, aportó una solución al problema de la orina: botellas de litro y media de agua cortadas a la mitad para que los viajeros orinaran en ella en el cuarto de baño y luego las vaciaran por las puertas (sic).
No había más información. Un coche de seguridad, de los que revisan las vías, pasó dos veces y vio el tren parado, pero ni se inmutaron. Al menos, a esas alturas de la película, las azafatas confirmaron que la única salida posible era la evacuación.
Entonces apareció la humanidad de la gente de Brenes, impecables durante toda la jornada. Desde que les notificaron que allí había más de 400 personas atrapadas. Por fin aparece alguien. Es un caballero que viste una camisa blanca y es Jorge Barrera, el alcalde de Brenes, el municipio más cercano a la ubicación del tren (a poco más de un kilómetro).
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La movilización de la Guardia Civil
—A esta gente hay que sacarlos de ahí.
Barrera llegó allí por puro azar. Uno de sus concejales, tras revisar el cercanías que se había quedado parado en Brenes, fue a echar una ojeada al huerto de una de sus fincas, pegada a las vallas que separan las parcelas de las vías. Al ver que había gente, fue de inmediato a avisarlo.
Las patrullas de la Guardia Civil se movilizaron. Y por fin llegó la comunicación oficial: "Vamos a evacuar el tren. Primero empezaremos por personas mayores, niños y de movilidad reducida". Se colocan las escaleras de emergencia. Ya estamos más cerca de salir.
Aparecen los primeros coches de Protección Civil y dan agua a los que van saliendo. Uno de los guardias civiles ha utilizado un cortafrío para hacer dos huecos en las vallas y que los pasajeros salgan en orden.
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La solidaridad de Brenes
El drama, a pesar de la salida del tren, todavía no había concluido. Tras un kilómetro y medio a pie con las maletas, los pasajeros llegamos al aparcamiento de la estación de tren de Brenes. Allí la cobertura era inexistente, igual que la luz. Nadie en ese momento sabía a ciencia cierta qué había pasado. Desconocíamos que la mayoría del país se encontraba en una situación similar. Del tren salió gente famosa como la cantante María del Monte, el vicepresidente sevillista Pepe Castro y Tadeo, exconcursante de La isla de las tentaciones.
Iryo avisó de que llegarían autobuses a la estación para llevar a los pasajeros hasta Santa Justa, pero ni rastro. El transporte, de hecho, lo estaba gestionando el alcalde, no ellos. Jorge Barrera había hecho viajes en su propio vehículo para que los ancianos no tuvieran que hacer a pie el trayecto hasta el aparcamiento.
Algunos vecinos se ofrecieron a llevar a pasajeros hasta Sevilla, pero no todos corrieron la misma suerte. Ante la falta de comunicación, nos desplazamos hasta el pabellón de Brenes, donde los vecinos emergieron como salvadores. Trajeron leche, galletas, agua y todo aquello que encontraron en sus casas para dar apoyo a los afectados.
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La única luz en el pueblo
El bar de frente al pabellón era lo único que tenía luz en el pueblo gracias a un generador. La conexión a internet no iba, pero al menos se veía la tele, donde el telediario actuaba como único medio de información. La luz de los bomberos alumbraba a los que estaban sentados entre canastas de baloncesto hasta que un vecino consiguió que se alumbrara todo con un generador que aportó.
Los vecinos, mientras tanto, sacaron colchonetas porque el guion era previsible: habría que pasar allí la noche. Los autobuses de línea no tenían espacio para albergar a tanta gente, a la vez que tenían que continuar con sus rutas habituales.
El alcalde, mientras tanto, fue a pueblos adyacentes para ver si existía alguna posibilidad de conseguir autobuses, pero no fue posible. Por parte de Iryo, eso sí, no hubo comunicación alguna más. Solo avisaron de que habría que ir al día siguiente a Santa Justa para intentar que nos reubicaran en alguno de los trenes.
Ante la falta de soluciones, fueron algunos de los vecinos los que acercaron a algunos pasajeros como pudieron hasta Sevilla. Otros no tuvieron esa suerte, pero finalmente apareció la luz y la cobertura. Los sevillanos llamaron a sus familias y algunos fueron recogidos, mientras que el resto durmió en colchonetas hasta que un autobús los llevó a las siete de la mañana a Santa Justa. Así acabó la primera odisea, la de Brenes. Luego tocaba pelearse para encontrar hueco en un tren.
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