El tesoro mejor guardado de Navarra: así es el pueblo que parece Suiza lleno de verde y cascadas perfecto para la primavera

Isaba es un paraíso escondido en el corazón del valle de Roncal, en Navarra, donde el tiempo parece detenerse entre montañas, tejados inclinados y un cine que resiste con romanticismo las embestidas del siglo XXI.

Un cine en funcionamiento desde 1930, con butacas renovadas y un sistema de sonido moderno, es el alma cultural de este pequeño pueblo pirenaico. Allí, cada habitante tiene su sitio asignado como si se tratara de un ritual secreto que refuerza la identidad colectiva.

Salido de una postal suiza: fachadas de piedra, balcones con flores y callejones serpenteantes que protegen del viento hacen de este lugar un escenario ideal para cualquier película. No en vano, cineastas como Montxo Armendáriz lo han elegido como plató natural para sus rodajes.

Su entorno natural deslumbra en primavera, cuando los verdes se intensifican y las cascadas, como la de Arrako, rugen entre senderos de ensueño. Es un lugar perfecto para caminar sin prisas, dejarse llevar por el murmullo del agua y descubrir rincones que parecen inexplorados.

A escasos 10 kilómetros de Francia, este pueblo ha sido testigo de capítulos históricos tan singulares como el tratado de paz más antiguo de Europa, que aún hoy se celebra intercambiando vacas entre valles vecinos. También ha visto arder sus casas, renacer su iglesia-fortaleza del siglo XVI y conservar un órgano barroco de más de mil tubos que todavía vibra en conciertos.

El último refugio del euskera roncalés, uno de los dialectos vascos más antiguos, se apagó en 1991 con la muerte de su última hablante. Aun así, sus ecos persisten en palabras cotidianas y en la toponimia que nombra montes, ríos y valles como Belagua.

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Todo esto convierte a Isaba en un destino perfecto para la primavera, cuando los campos se tiñen de colores, las cascadas alcanzan su esplendor y el alma del pueblo se tiñe de cultura, historia y naturaleza.