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"Albares ha desactivado el ministerio y a sus diplomáticos cuando más falta hacemos"
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Entrevista a Alberto Virella

"Albares ha desactivado el ministerio y a sus diplomáticos cuando más falta hacemos"

La diplomacia vive ritmos frenéticos en todo el planeta, pero los diplomáticos españoles están de brazos cruzados. Se quejan de que Albares los tiene "amordazados" y "paralizados"

Foto: El presidente de la Asociación de Diplomáticos de España, Alberto Virella, posa para El Confidencial. (S. B.)
El presidente de la Asociación de Diplomáticos de España, Alberto Virella, posa para El Confidencial. (S. B.)
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Es difícil reconocer en Alberto Virella la caricatura del diplomático distante y elitista. Como presidente de la Asociación de Diplomáticos Españoles (ADE) ha roto con la prudencia habitual de su gremio para cuestionar frontalmente la gestión de José Manuel Albares. Su discurso no está construido desde la distancia ideológica, sino desde el cuestionamiento profesional. Se emociona en varios momentos de la entrevista hablando de sus compañeros y del “trato denigrante” que están sufriendo. Virella ha representado a España en Guinea Ecuatorial, Marruecos, Paraguay, Cuba, Senegal, Vietnam, ante la ONU (Nueva York) y como embajador en misión especial para el Plan África. Hablamos durante más de una hora en la cafetería de la Fundación Juan March en Madrid.

P. ¿Está preparada la diplomacia española para afrontar la transformación radical que está viviendo la política internacional?

R. Yo diría que Europa, en su conjunto, no parece preparada para cambios tan acelerados como los que estamos viviendo. Estamos perdiendo poder. Se ve claramente el final de una era en la que gozábamos de cierta supremacía y de una serie de ventajas económicas, comerciales, de poder blando… Está aumentando el poder global de países reunidos alrededor de los BRICS, mientras que Europa va perdiendo peso. Nos encontramos en dificultades en todos los planos, y lógicamente también en el plano diplomático. No estamos siendo capaces de adaptarnos.

P. Antes, la mayoría de los países del mundo estaban obligados a aceptar las reglas de los europeos. Eso se acabó en todos lados, ¿no?

R. Es que antes no había alternativas. Ahora hay muchas. China, Turquía, India… Muchos pueblos siguen juzgando el pasado colonial e imperialista. Esto sigue muy presente, y nos obliga a cambiar de actitud. Y eso cuesta mucho, porque somos autocomplacientes. Todos los pueblos son etnocéntricos, pero nosotros ahora tenemos que adaptarnos. La diplomacia europea se sigue viendo como una diplomacia arrogante en muchos sitios. Antes eso podía funcionar, pero ahora genera solo rechazo.

"Está aumentando el poder global de países reunidos alrededor de los BRICS, mientras que Europa va perdiendo peso"

P. ¿Pero cómo se está adaptando la acción diplomática española en este contexto?

R. Mantenemos una diplomacia muy declarativa, destacando valores solidarios, de lucha contra el cambio climático… todo eso que recoge la Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible. Personalmente, creo que es positivo, y que es valorado en muchos países que nos ven con simpatía. Pero hace falta reflexión, estrategia, trabajo multidisciplinar y la implicación de otros ministerios… Cosas que no estamos haciendo, no estamos coordinados. Hay que tener en cuenta que vamos contracorriente del nuevo espíritu del momento, que está volviendo la espalda a esos valores. Eso nos obliga a ser ágiles, buscar nuevos aliados fuera de nuestro entorno inmediato, y trabajar en conjunto.

P. A veces da la sensación de que España llega con retraso a las tendencias globales. Nos entusiasmamos con cosas que están ya de retirada en el resto del mundo. ¿No nos está pasando de nuevo?

R. Esa es una interpretación posible. España tiene una historia de ir a destiempo, sí. Pero también podría verse como una oportunidad de conectar con un futuro que otros aún no vislumbran. Ahora bien, para hacerlo con éxito se necesita análisis, y no tenemos grandes think tanks, ni organismos bien financiados. A eso se suma que el Ministerio de Asuntos Exteriores desprecia sus propios recursos humanos, desplazando incluso a los más capaces. Arrincona a sus mejores profesionales y es una organización disfuncional. Albares ha desactivado el ministerio y a sus diplomáticos cuando más falta hacemos.

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Foto: S. B.

P. Decías que la política del ministerio es muy declarativa. Desde fuera da la sensación de que lo único importante es la foto o el entrecomillado del propio ministro.

R. Los medios de comunicación estáis percibiendo cómo se gestiona la comunicación desde el Ministerio. Pero hay otras dimensiones, como la comunicación que hacen nuestras embajadas en el extranjero, que no son tan evidentes. Los embajadores tienen la responsabilidad de promover los intereses de España, apoyar a nuestras empresas, impulsar la cultura, los proyectos de cooperación, etcétera. Pero se enfrentan a severas restricciones que dificultan o incluso anulan sus capacidades. Es un sinsentido. Así no podemos defender los intereses de nuestro país. No nos dejan.

P. ¿Puedes concretar un poco más esto?

R. El problema es preocupante porque una parte esencial de nuestra labor pasa por aprovechar cualquier oportunidad mediática para visibilizar a España, su mensaje, sus prioridades: escribir artículos de opinión, participar en entrevistas, elaborar análisis. Sin embargo, la gestión está totalmente jerarquizada, con nulo espacio para trabajar en red o colaborar de manera horizontal. Además, no hay ningún incentivo para plantear análisis y propuestas nuevas. Todo se interpreta como una crítica que debe ser sofocada. La discusión y el debate colectivo, que siempre han existido, son más cruciales que nunca para adaptarse a los nuevos tiempos. Pero esa cultura de reflexión, de análisis y libertad de expresión, no está siendo fomentada. Al revés, se desalienta a propósito. Y si tu propia organización te ata las manos…

P. ¿La diplomacia española ha pasado por etapas mejores? ¿Tanto ha cambiado la forma de trabajar?

R. Nunca se había llegado a una situación como la actual. Hemos tenido ministros más o menos arrogantes, algunos exigentes con sus equipos, y podía haber quejas puntuales sobre su gestión. Pero, en general, todos entendían que su trabajo consistía en que el Ministerio funcionase bien, aunque solo fuese para que ellos pudiesen lucirse. Eran conscientes de que se necesitaba que la maquinaria estuviera engrasada, y cada nivel sabía qué objetivos debía perseguir en reuniones de la UE, en la ONU, etcétera. Se marcaban líneas de actuación y se debatían, porque eso es lo lógico en diplomacia. Ahora esa maquinaria está gripada y no está operativa, debido a la forma en que está siendo dirigida.

"Nunca se había llegado a una situación como la actual. Hemos tenido ministros más o menos arrogantes, pero nada como esto"

P. Como respuesta a tus críticas, algunos dicen que son las típicas de un cuerpo, el diplomático, que es muy conservador, que está anclado en el pasado. Algo parecido a lo que se dice de la judicatura. ¿Cómo respondes a eso?

R. Bueno, ya que entramos en lo personal, te puedo hablar de mi caso. Yo ingresé con otros 30 compañeros en la carrera diplomática en el 89. Nací en Portugal porque mi familia paterna tuvo que exiliarse allí tras la guerra civil. Mi abuelo luchó en el bando republicano, era catalán y de Esquerra Republicana, pasó por campos de concentración, cárceles, y acabó en Portugal. Yo regresé para estudiar Derecho con una beca del Instituto Español de Emigración. Después de la carrera, tuve apoyo familiar para preparar la oposición y, con suerte, la saqué rápido. Pero en mi promoción también había hijos de taxistas y de profesores de instituto. Y en la junta directiva de la Asociación de Diplomáticos tenemos compañeros con orígenes parecidos. En las nuevas generaciones, diría que la mayoría proceden de familias de clases medias. Nos da pudor hablar de nuestras historias personales porque nos consideramos servidores públicos y punto, pero en absoluto somos un grupo elitista como se pretende.

P. Otra de las quejas habituales de la red diplomática española son sus dotaciones. Hay malestar por las condiciones en las que se trabaja.

R. Así es. Empezando por las condiciones de la red consular, que son lamentables. Por poner un ejemplo, a principios de año la Inspección de Trabajo y Seguridad Social española visitó el Consulado General de Mendoza, en Argentina, y ordenó cerrarlo porque no reunía condiciones mínimas. Ya venían avisando de ello inspecciones anteriores, y el Ministerio de Exteriores no había tomado medidas, quizá por falta de recursos. Pero si estás al frente de un ministerio, deberías al menos exigir los recursos que necesitas. Un consulado es un órgano importante. Da servicio a los españoles en el extranjero, entre otras cosas. No puede quedar paralizado. Y este es solo un ejemplo. Muchas otras embajadas y consulados en situaciones precarias.

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Foto: S. B.

P. Normalmente, las quejas del cuerpo diplomático se hacen en voz baja, pero últimamente muchos habéis roto el silencio. ¿Qué está pasando?

R. A pesar del clima de represión y del miedo a las represalias, hemos llegado a un punto en el que alguien tiene que decirlo. La situación es demasiado grave para mantenernos callados. Estamos en un mundo cambiante que requiere una diplomacia eficaz, y la situación es cada vez más asfixiante. Y no solo hablo de diplomáticos; también hablo de contratados locales en el exterior, que cobran sueldos por debajo del salario mínimo en muchos países. Hay plazas que no se están cubriendo porque la retribución es bajísima y no las acepta nadie.

P. Cuando eleváis estas críticas al ministerio, ¿no hay respuesta?

R. No hay respuesta. Es incomprensible. No solo estamos enfadados, sino que hay miedo e indefensión. Siempre ha habido insuficiencia de recursos, pero ahora es una cuestión de cultura de trabajo. Es muy desalentador. Y creo que es algo que tenemos que trasladar a la opinión pública española. Si diriges algo, lo normal es querer que funcione bien, que la gente esté motivada. Aquí se percibe un clima de crispación, de gente que siente que no puede trabajar ni participar en la toma de decisiones. Con lo que está pasando en el mundo, esto es una locura.

"Estamos en un mundo cambiante que requiere una diplomacia eficaz, pero estamos en unas condiciones cada vez más precarias"

P. Algunos de tus compañeros dicen que lo único que se espera de ellos es que se comporten como secretarias cuando hay que organizar un viaje del ministro y poco más. Tienen la sensación de que su trabajo no le interesa al ministro, que estorban. Como si sus superiores pensasen que se puede hacer la diplomacia moderna con un grupo de colaboradores estrechos, contactos directos y viajes.

R. No voy a desmentirte que sea como lo describes. Nosotros también tenemos esa impresión. Hago mías tus palabras. Pero claro, el trabajo de un ministro no es suficiente. Si el único portavoz de un gobierno es el propio presidente, o sus ministros, hay sitios a los que no van a llegar. Hay foros y reuniones en los que España tiene que intervenir y los que la representamos ya no sabemos muy bien cómo hacerlo. Ante nuestros interlocutores perdemos credibilidad y fiabilidad. Empiezan a no contar con nosotros en ningún sitio porque saben que no podemos hacer nada. No nos dejan desempeñar el papel y, en consecuencia, no podemos defender nuestros intereses nacionales.

P. Hay algunos ejemplos sangrantes. Me consta que España ha llegado a tener que abstenerse de votar en foros internacionales porque el ministro estaba volando y nadie se atreve ya a tomar una decisión sin autorización.

R. Eso es cierto. Estas cosas ocurren porque los diplomáticos han aprendido que no se puede mover un dedo sin su instrucción expresa. Como no la tengas, te quedas sin votar. Es gravísimo, porque así no defendemos nuestros intereses. Tampoco hay unos criterios estables a los que agarrarte. Aunque hace unas semanas se trasladase un mensaje, el criterio puede cambiar de la noche a la mañana. Así que hay que volver a pedir permiso por si acaso.

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Foto: S. B.

P. Los diplomáticos soléis formar comunidades en los países donde estáis desplazados y habláis entre vosotros mucho. Imagino que este funcionamiento anómalo que describes es ya bien conocido en otros países.

R. Lo saben perfectamente. En la Unión Europea, por ejemplo, hay directores generales de otros países que se enteran antes de la posición oficial de España que el propio director general español, porque al nuestro no se le transmite nada, ni siquiera las minutas de las reuniones del ministro. Luego llega el representante francés o el italiano, que sí tienen una interlocución lógica con sus equipos y reciben briefings de las reuniones de ministros, y conocen la posición de España mejor que nosotros. Tenemos prohibido incluso tomar notas de las reuniones en las que participa el ministro, así que no se sabe nunca qué postura expresó en cada momento.

P. ¿Desde que has empezado a hablar abiertamente de los problemas del ministerio has recibido alguna presión?

R. A mí, personalmente, no me han dicho nada. Ni antes ni ahora. Yo no he tenido problemas personales con el ministro Albares nunca. Pero el clima general de miedo está ahí, porque saben que hay arbitrariedad y riesgo de ceses fulminantes.

"Los diplomáticos han aprendido que no se puede mover un dedo sin la instrucción expresa de Albares"

P. Cuando hablamos de deterioro institucional, siempre nos acordamos de la judicatura, pero se olvida el cuerpo diplomático, que también es esencial para el Estado.

R. Sí, y en el momento actual, con tantos desafíos globales que repercuten internamente, es aún más evidente. Por ejemplo, la migración afecta al sistema de pensiones; la lucha contra el cambio climático requiere un esfuerzo internacional coordinado; la seguridad y la defensa necesitan actuaciones conjuntas; las empresas españolas dependen del comercio exterior. Y todo eso hay que negociarlo y equilibrarlo a nivel internacional. Para hacerlo bien, necesitamos un ministerio que reflexione y defina prioridades conjuntamente con la sociedad española. No basta con reacciones improvisadas.

P. ¿Hay algo más que te apetezca comentar que no te haya preguntado?

R. Sí. Me gustaría recalcar que la política exterior española, con el presidente del Gobierno como principal portavoz, mantiene algunos principios muy valiosos —por ejemplo, la igualdad de género, el apoyo a bienes públicos globales, la lucha contra el cambio climático—. Pero, para defenderlos, no puedes prescindir de los recursos y la maquinaria del propio Ministerio de Exteriores. Es un disparate.

Es difícil reconocer en Alberto Virella la caricatura del diplomático distante y elitista. Como presidente de la Asociación de Diplomáticos Españoles (ADE) ha roto con la prudencia habitual de su gremio para cuestionar frontalmente la gestión de José Manuel Albares. Su discurso no está construido desde la distancia ideológica, sino desde el cuestionamiento profesional. Se emociona en varios momentos de la entrevista hablando de sus compañeros y del “trato denigrante” que están sufriendo. Virella ha representado a España en Guinea Ecuatorial, Marruecos, Paraguay, Cuba, Senegal, Vietnam, ante la ONU (Nueva York) y como embajador en misión especial para el Plan África. Hablamos durante más de una hora en la cafetería de la Fundación Juan March en Madrid.

José Manuel Albares Ministerio de Asuntos Exteriores Estados Unidos (EEUU)
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