Adiós Mr. Marshall. La espantada de Trump deja a la defensa europea en blanco y negro
Aunque Trump rectificara algunas decisiones, el mal ya está hecho y es irreparable. La confianza, eso que cuesta tanto ganar y tan poco perder, se ha esfumado. A Estados Unidos le pasará factura. A Europa también
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Quién no recuerda aquella película del magistral Luis García Berlanga. Aquella de un pueblo, Villar del Río, en la España pobre y atrasada de posguerra que esperaba la llegada de los americanos. Iban a traer fajos de billetes y tractores -todo un lujo en los 50- que, como el maná bíblico, caería en paracaídas desde el cielo. Ahora, Donald Trump de por medio, decimos adiós al famoso Mr. Marshall. Y con esta despedida anunciada, la defensa de Europa (y Ucrania), como en la película, se queda en blanco y negro.
El presidente estadounidense tiene a expertos y analistas desconcertados. El problema no es que se haya producido un cambio en la administración y que se tome un nuevo rumbo; el problema es que no está nada claro cuál es ese nuevo rumbo. Y sabemos que no hay cosa peor para la economía y la política internacional que la incertidumbre. El resultado directo de lo anterior afecta a la defensa, no solo a la de Europa, sino al resto del mundo. No se puede dar la espalda, ni sembrar la más mínima duda sobre la fortaleza de las alianzas internacionales. Si eso pasa, pierden todo su valor.
Aunque Trump cambiara ahora abruptamente su discurso e incluso rectificara sus últimas decisiones, el mal ya está hecho y es irreparable. La confianza, eso que cuesta tanto ganar y tan poco perder, se ha esfumado. A Estados Unidos le pasará factura. Pero a Europa también.
El subsecretario de Defensa y número tres del Pentágono, Elbridge Colby, llegó a afirmar en una comparecencia en el Senado, que "si bien Taiwán es importante para Estados Unidos, no tiene un interés existencial para nosotros". Qué estarán pensando en Taiwán después de escuchar esa frase. O cuando le mandan el mensaje de que deben dedicar a defensa un 10% de su PIB (lo que serían unos 70.000 millones de euros al año). Y nos quejamos nosotros.
Taiwan is not an 'existential' interest to U.S.: Elbridge Colby tells Senate confirmation hearing
— Ken Moriyasu (@kenmoriyasu) March 4, 2025
-- Taiwan needs to spend 10% of GDP on defense
-- Japan should spend 3%
-- Conflict with China is not necessaryhttps://t.co/EciWq4hsMq
Repetimos: una venta de armas nunca es solo una venta de armas. Cuando el contrato es relevante, no solo se compran proyectiles, aviones o misiles; se compra un respaldo político y una alianza defensiva. Un caso ilustrativo es el de Arabia Saudí, que diversifica sus adquisiciones buscando compromisos políticos. Una estrategia de quedar bien con todos y que todos se lo piensen antes de poner en peligro el vínculo bilateral. Israel solo adquiere material norteamericano porque es su apoyo militar y político. Es Washington quien le garantiza, con un acuerdo firmado, el mantenimiento de una ventaja cualitativa militar sobre sus vecinos.
El caso de Taiwán es similar. Casi toda su defensa se basa en material del Tío Sam y es lo normal cuando ha disfrutado (hasta ahora) de un apoyo sin fisuras. Este pensamiento o dudas en Taipéi se van a trasladar a Corea del Sur, Japón e incluso a Australia, que tampoco saben cuáles son ahora los intereses reales de la nueva administración republicana en el Indo-Pacífico (más allá de la ambigüedad de "frenar el expansionismo chino"). No es de extrañar que ahora una preocupación seria se haya instalado en las industrias de armamento del otro lado del Atlántico, que ven en riesgo sus lucrativos mercados.
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Sin ojos ni oídos en el cielo
El viejo Continente, decíamos, se queda en blanco y negro. Y es así porque llevamos décadas asumiendo que nuestro papel en la defensa de la soberanía era el de un complemento al músculo militar estadounidense. Renunciamos a ser protagonistas y decisores en nuestra propia seguridad, porque era más cómodo (y sobre todo más barato) pensar que entre países aliados las capacidades de uno suplen las carencias de otro. Esto, que no está mal como paradigma dentro de la OTAN, se llevó demasiado lejos.
La realidad es que hoy, si no se pretende contar con el apoyo norteamericano, el agujero en las fuerzas armadas de la inmensa mayoría de los países europeos va a ser significativo. Hay capacidades críticas que quedarían en precario ante un corte radical de la presencia o apoyo de Washington. Vamos con un ejemplo paradigmático: la alerta temprana, vital en la defensa aérea.
Ahora mismo, la OTAN en Europa basa su alerta temprana en dos unidades que forman la Airborne Early Warning and Control Force. Ambas utilizan el Boeing E-3 Sentry, basado en la célula del Boeing 707. Este famoso y característico avión es conocido como AWACS, las siglas de su función (Airborne Warning and Control System o Sistema de Alerta y Control Aéreo).
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La OTAN adquirió 18 ejemplares E-3A (primera versión) de los que 14 continúan en servicio con el primer componente de esta Fuerza. Además, el segundo componente también opera tres E-3D (versión que se fabricó para la Fuerza Aérea británica) que se transfirieron al darlos de baja la RAF. Ambos están basados en Geilenkirchen, Alemania, en la frontera con Países Bajos. Unos aviones que, como curiosidad, vuelan con matrícula de Luxemburgo.
Estos ejemplares, en teoría pagados por los socios de la Alianza, probablemente no serían fáciles de retirar. Pero si hablamos de independencia estratégica, hoy por hoy no tenemos nada equivalente. Tan solo existe el Erieye/GlobalEye, un desarrollo sueco interesante, pero que usa una plataforma más pequeña y de inferiores capacidades. Pero lo peor (si cabe) es que el E-3 es muy viejo y ya se está pensando en su reemplazo. Pero claro, quien piensa en ello es Estados Unidos, no nosotros.
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Un apunte más. Francia, que muy a menudo se erige como el paladín de la independencia en cuestión de sistemas de armas, utiliza también cuatro ejemplares del Boeing E-3F, una versión específica para ellos. Para colmo, la alerta temprana de su fuerza naval, una capacidad que hoy es prácticamente nula en el resto de marinas europeas, utiliza el Grumman E-2 Hawkeye, el otro gran avión de estas características y también fabricado al otro lado del Atlántico. Así pues, nos tendríamos que poner a la carrera a desarrollar un avión de estas características. ¿Posible? Sí. Pero nada sencillo, rápido ni barato.
No es la única capacidad que perderíamos. Como esta, podríamos repasar en términos casi equivalentes las operaciones ISTAR (Intelligence, Surveillance, Target Acquisition and Reconnaissance) para reconocimiento y designación de objetivos. Y, aunque nos cueste reconocerlo, también a la patrulla marítima.
Al límite
Si el panorama es sombrío para nosotros, la perspectiva ucraniana es dramática. No está claro si seguirá apoyando con material militar. La Casa Blanca puede cambiar de opinión en cuestión de horas y pasar del completo abandono a la reanudación de ayudas, como parece ser que ha ocurrido tras la reunión Washington–Kiev en Arabia Saudí. Lo que tampoco quita que no vayan a cambiar de opinión de nuevo en breve. En cualquier caso, a largo plazo hay pocos incentivos para que Trump siga dando respaldo a la causa de Kiev. Y, sin el apoyo norteamericano, el camino hacia la victoria militar de Putin se allana considerablemente.
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Esto además podría meter a Ucrania en un escenario de lenta agonía. Aunque parte de las municiones, sobre todo de artillería pesada, pueden ser paliadas parcialmente con ayuda europea, en los sistemas más críticos, como son los lanzacohetes Himars y sus municiones GMLRS, no hay equivalentes continentales. Otro duro golpe se lo llevaría la defensa antiaérea, elemento imprescindible para mantener a raya a una aviación rusa que, hasta ahora, ha estado bastante contenida.
La pieza principal aquí es el Patriot, clave por su precisión y largo alcance, que está entre los 100-160 km en función de la versión (PAC-1 o PAC-2). Solo las baterías de misiles SAMP/T de origen franco italiano podrían paliar una desaparición del Patriot, aunque debería llegar en número significativo y no simbólico –dos sistemas- como hasta ahora. Este equipo antiaéreo se basa en el misil Aster 30, que en estas versiones supera los 100 km de alcance.
Sin el Patriot el grueso de la defensa caería sobre los hombros de dos sistemas: el IRIS-T LR y el NASAMS. Del primero se entregaron a Ucrania baterías de la versión SLS de corto alcance (12 km) y SLM de medio alcance (40 km) y del segundo se enviaron buen número de baterías de la versión de medio alcance (30 km). Ambos sistemas son muy eficaces y del segundo hay datos de una actuación sobresaliente, pero no cubren el alcance del Patriot y, además, tienen bastante tecnología norteamericana (sobre todo el NASAMS, que se basa en el misil AIM-120 de Raytheon).
Peor que el armamento supone el corte de la inteligencia compartida. Sin eso Ucrania podría quedar casi ciega a la hora de establecer objetivos y poder atacarlos. Esta dependencia, muy elevada, se basa en la recopilación de información mediante diversos medios, desde grandes UAV especializados como el RQ-4 Global Hawk, aviones para análisis de comunicaciones radioeléctricas (ELINT/SIGINT) y satélites. Esto último muy importante para obtener imágenes del terreno en tiempo real -como las facilitadas por la empresa Maxar- y poder controlar los movimientos del enemigo.
Un momento desalentador
Hay otro aspecto donde salimos perdiendo y es la fiabilidad. Muy a menudo surgen informaciones que ponen en tela de juicio la verdadera eficacia de nuestros sistemas de armas. Han de tomarse con la debida cautela, como las surgidas recientemente a propósito del SAMP/T, pues dependiendo de las fuentes puede tratarse de informaciones interesadas.
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Sin embargo, lo que es una realidad es que en general, el armamento norteamericano es más fiable que el europeo. No es porque sea mejor, es porque gracias a su potencia económica los misiles, por ejemplo, se prueban hasta la saciedad y se disparan en números ingentes, a los que aquí no se llega. Un caso muy típico es el sistema defensivo Aegis y sus misiles Estandard SM-2 o SM-3, que dotan los buques americanos, japoneses, coreanos, australianos o españoles. Es considerado el mejor sistema del mundo, pero es que de esos misiles se han disparado miles. Todo ha sido probado y se sabe hasta el más mínimo detalle de su comportamiento.
En España, por citar un caso que conocemos bien, el número de misiles que se disparan en pruebas reales es demasiado reducido. Así, es noticia cuando, por ejemplo, en la Flotilla de Aeronaves de la Armada se dispara un Hellfire o un Penguin, que no se hace todos los años. Y algo parecido se puede decir del adiestramiento real con este tipo de armamento caro y sofisticado en el Ejército del Aire y el de Tierra. En esto también hay que cambiar.
El resumen es muy desalentador y nos lleva a decir que hoy -y a corto plazo- prescindir de la tecnología y armamento norteamericano sería casi imposible. Cambiar esa dependencia por una autonomía estratégica total no es cosa de unos pocos años ni de un esfuerzo presupuestario puntual. Implicaría un cambio de rumbo y grandes inversiones a lo largo de varias décadas, pues habría que desarrollar y recuperar muchas capacidades que nos dejamos por el camino.
En definitiva, debemos ir a una política práctica y abandonar toda esa suerte de eufemismos con los que se pretende maquillar la realidad. Una incómoda realidad para una clase política que parece sentirse cómoda solo en mítines y platós de televisión. Mr. Marshall se va y le decimos adiós, pero la tan cacareada independencia estratégica no se hace a base de slogans ni decorados, como en aquel imaginario Villar del Río. Hay que tomar decisiones y aprobar medidas, aunque algunas no gusten. Y desde luego concienciar e involucrar a la sociedad con hechos y verdades.
Quién no recuerda aquella película del magistral Luis García Berlanga. Aquella de un pueblo, Villar del Río, en la España pobre y atrasada de posguerra que esperaba la llegada de los americanos. Iban a traer fajos de billetes y tractores -todo un lujo en los 50- que, como el maná bíblico, caería en paracaídas desde el cielo. Ahora, Donald Trump de por medio, decimos adiós al famoso Mr. Marshall. Y con esta despedida anunciada, la defensa de Europa (y Ucrania), como en la película, se queda en blanco y negro.