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El 'no a la guerra' agita a las izquierdas y a Vox
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ANÁLISIS

El 'no a la guerra' agita a las izquierdas y a Vox

Podemos ha visto la oportunidad para confrontar con el Gobierno y con Sumar; los de Abascal se asientan en la posición de su entorno ideológico. Ambos ven la paz en Ucrania como una inversión de futuro

Foto: Yolanda Díaz y Pedro Sánchez. (EFE/Chema Moya)
Yolanda Díaz y Pedro Sánchez. (EFE/Chema Moya)
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La izquierda a la izquierda del PSOE está en momento de recomposición y Podemos ha visto la oportunidad para abrir una brecha diferencial. Las exigencias europeas de rearme le han permitido regresar a posiciones tradicionales, como el ‘no a la guerra’ y la salida de la OTAN, que resultan difíciles de seguir para otros partidos de su espectro. Se aleja, y no puede ser de otra manera, del PSOE, pero también presiona a Sumar. Los de Díaz no han fijado una posición común en el grupo parlamentario, donde conviven posturas atlantistas similares a las de los verdes alemanes con las de IU, que trata de jugar la carta de la paz. Las declaraciones de Enrique Santiago afirmando que el gasto militar no está justificado, que solo servirá para enriquecer a empresas estadounidenses, y que los países prósperos son aquellos que, como Finlandia, Suiza, Suecia o Austria, han sido neutrales son un intento de fijar un camino propio. En todo caso, regresan viejos ecos en la izquierda respecto de la OTAN, el rechazo de las guerras y la oposición a EEUU, como era esperable por su tradición.

Podemos quiere jugar una carta en este terreno. Dada su actividad permanentemente táctica, hasta ahora solo ha podido diferenciarse acentuando los rasgos progresistas, de modo que eran más feministas o más proinmigración o más verdes que el gobierno. Con la guerra de Ucrania puede establecer una posición claramente opuesta a la del Ejecutivo. Los de Iglesias regresan a la tradición de la izquierda española antiguerra y anti-OTAN; vuelven a casa, por así decir, lo que no deja de ser una paradoja. La posición de Podemos obliga a Sumar a realizar nuevos equilibrios entre las necesidades de la coalición de gobierno y la de no permitir que los morados abarquen todo el espacio que se abre en la izquierda con el rearme.

En el otro lado del espectro político, Vox ha reiterado su apoyo a un proceso de paz que ponga fin a la guerra. Su diagnóstico (en el que coincide con las izquierdas) subraya que Ucrania carece de capacidades para obtener la victoria en el campo de batalla y Europa no puede aportarlas. En ese escenario, los de Abascal respaldan la solución de Trump, que es la que apoyan los partidos de su espectro político en Europa. Al mismo tiempo, aboga por aumentar el gasto en defensa en España, como recuperación de la soberanía frente a Bruselas. Esa posición le lleva a un lugar complicado de mantener, ya que el resto de partidos le están acusando de acercarse a las posiciones de Putin, y Sánchez les ha designado como el actor antisistema por excelencia al negarse a reunirse con ellos para tratar el aumento de gasto. El PP ve la posibilidad de recuperar terreno electoral a partir de esa identificación de Vox con la hoja de ruta de la Administración Trump.

Tanto el extremo izquierdo como el derecho están realizando una inversión, que ahora tiene su coste, pero que puede otorgar réditos

Situarse contra la guerra en Ucrania y contra el gasto militar es una baza que puede resultar impopular ahora, cuando las apelaciones a un momento histórico son masivas, pero en la política conviene distinguir entre corto y medio plazo. Tanto el extremo izquierdo como el derecho están realizando una inversión, que ahora tiene su coste, pero que puede otorgar réditos en el futuro cercano. Anticipar movimientos es parte del juego, por lo que conviene no perder de vista la situación de fondo.

Quién pagará el coste

El gasto europeo en defensa genera consenso en las sociedades continentales, pero no lo hay sobre cómo se pagará y, especialmente, acerca de quiénes pondrán los recursos reales para hacer frente a sus costes. Hay países, como Alemania, que cuentan con capital y crédito, y otros, como España, que afrontan ya una deuda elevada. Será muy difícil que ese gasto se realice sin que se produzcan subidas de impuestos, recortes presupuestarios, ambas cosas o castigos en los mercados de bonos.

En cierta medida, además, la urgencia de esta crisis recuerda mucho a la secuencia que se vivió en 2008. La debilidad de los bancos hacía imprescindible una inyección de dinero público para salvarlos; si no se actuaba de esa manera, la crisis se haría más profunda y las consecuencias podrían ser catastróficas. El capital salió del bolsillo de los ciudadanos, y se pagó en forma de recesión, pérdida de empleos y de ahorros, y deterioro en el nivel de vida.

Es la hora de sustituir el 'welfare' por el 'warfare', de disminuir el tamaño del estado asistencial y aumentar el peso del securitario

Al igual que entonces, ahora se vive una crisis que exige una reacción urgente en forma de inversión pública elevada; en otro caso, se afirma, las consecuencias de dejar vía libre a una Rusia belicosa podrían ser catastróficas. Si se cede y Putin consigue lo que quiere en Ucrania, no parará ahí. Hay una obligación acuciante de reforzar la defensa y la seguridad europea que requiere de grandes cantidades de capital. No sería extraño que se repitiera el camino tomado en 2008 y se cargue de nuevo sobre las espaldas de los ciudadanos el coste del rearme.

Las exigencias de contención del déficit y de ajuste de las cuentas públicas están ya sobre la mesa, también como una necesidad para que se pueda afrontar ese mayor gasto. Una de las visiones más extendidas entre las derechas continentales, que conforman la mayor parte de los gobiernos, es que el Estado de bienestar ha producido demasiadas ineficiencias. Estaba pensado para otro momento de la historia; en este es demasiado costoso. Por lo tanto, es la hora de sustituir el welfare por el warfare, de disminuir el tamaño del Estado asistencial y aumentar el peso del securitario. Europa ha vivido demasiado bien gracias a que no tenía que gastar en seguridad; ahora que debe hacerlo, ha de costearlo perdiendo prestaciones. Dado que en la naturaleza ideológica de los gobiernos conservadores están los ajustes, y que llevan mucho tiempo fraguando una nueva posición, este parece ser el momento de aplicar su receta.

El decisivo nivel de vida

Sánchez niega que las restricciones sociales vayan a producirse, y repite que se aumentará el gasto en defensa sin que se vean afectadas las pensiones ni otras partidas destinadas al Estado del bienestar. Europa no va a deteriorar sus señas de identidad en este momento. Sin embargo, esa posición requeriría algo más que deuda mancomunada; exigiría un cambio de mentalidad en Bruselas y en las capitales europeas que llevase a una inversión significativa en la economía, de manera que se impulsara el crecimiento y el empleo. No es la mentalidad dominante; ni siquiera hay acuerdo sobre los eurobonos.

Este es el contexto de fondo. Y si la Unión Europea prosigue su plan sin medidas económicas y fiscales que vayan en una nueva dirección, se producirá un parón económico, que los aranceles de Trump pueden agravar. Los efectos en la política, entonces, se dejarán notar, y el descontento volverá a aparecer en forma de crecimiento de los partidos antisistema.

Será muy sencillo, en ese momento, atribuir la responsabilidad del deterioro social al gasto militar para defender a Ucrania

Ni siquiera sería necesario que se llegara a una recesión como la de 2008. Dado que los europeos, y especialmente los españoles, hemos sufrido varias crisis seguidas, cualquier dirección económica que incida en la pérdida de nivel de vida fomentará un malestar elevado. Como se ha constatado en las elecciones estadounidenses, no bastaría con que la macroeconomía arrojase números decentes. Será muy sencillo, entonces, atribuir la responsabilidad del deterioro social al gasto militar para defender a Ucrania. Trump ya señaló el camino en la campaña: su país estaba gastando cantidades ingentes de dinero en aventuras exteriores, pero era incapaz de mejorar la vida de sus ciudadanos. Si hay parón económico, será el momento de los partidos antiestablishment. Una posición poco popular ahora puede aportar réditos futuros notables.

El frente económico

Hay que diferenciar entre el momento nacional y el internacional. La política interna española se moverá en el tacticismo. Si hiciera falta apoyo parlamentario para el gasto militar, el Partido Popular tendría que prestarlo, pero es probable que muestre resistencia para no dar crédito a Sánchez. Podemos tendrá que compaginar el deseo de que el gobierno perdure con una posición de enfrentamiento con él. Sumar deberá respaldar ese reforzamiento europeo en el que su cúpula cree, al mismo tiempo que se aleja de él para no perder apoyo entre las izquierdas.

Sin embargo, lo decisivo será lo que ocurra en el ámbito internacional. Será muy distinto que Europa dé una respuesta estabilizadora a que opte por una salida que aumente las diferencias entre Estados y entre clases sociales.

Foto: El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. (EFE/ Jim Lo Scalzo)

Si no se toman medidas que generen impulso económico y asienten las economías de la mayoría de los ciudadanos, hacer política antiestablishment resultará rentable. En ese terreno, las amenazas de las que alertan los partidos sistémicos, ligadas al crecimiento de las formaciones europeas cercanas a Trump, como RN, AfD o Vox, tendrán más visos de concretarse. Viviremos una situación parecida a la estadounidense, en la que el descontento ha encontrado opciones políticas que lo han recogido mediante la promesa de un cambio.

La izquierda también podría aprovechar ese momento, pero lo tiene más difícil. De momento, están defendiendo los eurobonos, y con ellos, la línea de inversión en transición verde y digital en la que consistía el programa previo a la llegada de Trump. Pero el instante político vive muchos ajustes tras el triunfo del partido republicano y la recomposición que está efectuando Trump, de modo que querer regresar a un momento anterior es sinónimo de quedarse fuera. El partido demócrata estadounidense está paralizado, y está esperando que la Administración Trump fracase, sin otro programa alternativo. De hecho, ha externalizado la resistencia política a la Unión Europea. Sánchez forma parte de ese eje, Podemos se ha alejado de él, y Vox está enfrente. En ese escenario, los mejores amigos de Trump no son los partidos que apoyan sus postulados en Europa, sino aquellos que crean las condiciones sociales para que estos crezcan. Las nuevas tensiones tienen varios frentes, y el económico es el primero de ellos.

La izquierda a la izquierda del PSOE está en momento de recomposición y Podemos ha visto la oportunidad para abrir una brecha diferencial. Las exigencias europeas de rearme le han permitido regresar a posiciones tradicionales, como el ‘no a la guerra’ y la salida de la OTAN, que resultan difíciles de seguir para otros partidos de su espectro. Se aleja, y no puede ser de otra manera, del PSOE, pero también presiona a Sumar. Los de Díaz no han fijado una posición común en el grupo parlamentario, donde conviven posturas atlantistas similares a las de los verdes alemanes con las de IU, que trata de jugar la carta de la paz. Las declaraciones de Enrique Santiago afirmando que el gasto militar no está justificado, que solo servirá para enriquecer a empresas estadounidenses, y que los países prósperos son aquellos que, como Finlandia, Suiza, Suecia o Austria, han sido neutrales son un intento de fijar un camino propio. En todo caso, regresan viejos ecos en la izquierda respecto de la OTAN, el rechazo de las guerras y la oposición a EEUU, como era esperable por su tradición.

Pedro Sánchez Yolanda Díaz Santiago Abascal Pablo Iglesias
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