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La reunión de las derechas: la alianza que viene en España y en Europa
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La reunión de las derechas: la alianza que viene en España y en Europa

La recomposición de las diferentes derechas está en marcha. La llegada de Trump a la Casa Blanca anima a que los idearios de ambas se conecten más estrechamente. Ya están de acuerdo en muchos puntos

Foto: Feijóo, Abascal y López Maraver. (EFE/Borja Sánchez-Trillo)
Feijóo, Abascal y López Maraver. (EFE/Borja Sánchez-Trillo)
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El programa de Trump está tejido por una serie de necesidades estadounidenses para recuperar poder, por una concepción de la economía y por una visión cultural. La primera parte puede provocar contradicciones en el seno de la UE, que son ya palpables, aunque la posición oficial es bastante amistosa: la complacencia de la Comisión, ejemplificada por Von der Leyen y Kallas, ha sido la tónica dominante en los últimos días. Además, las obvias celebraciones entre la cada vez más numerosa derecha soberanista, que ya tiene un peso significativo en el Parlamento, reflejan una probable suma de fuerzas, no exenta de dificultades, que resulte favorable a las intenciones del presidente estadounidense.

En lo que se refiere al marco cultural, no hay gran discusión. Los ataques al ámbito woke y a su conjunto de políticas (solo hay dos sexos, freno a la inmigración ilegal poco cualificada, lucha contra la delincuencia, habitualmente señalada como producto de esa inmigración, impulso a la demografía y freno a las medidas contra el cambio climático por resultar perjudiciales), arrojan un saldo indiscutiblemente favorable a las derechas. Es apreciable también entre el establishment europeo: hay políticas comunes más duras contra la inmigración, los planes para la renovación verde se han frenado de manera contundente, los discursos acerca de la diversidad de sexos están cada vez más escondidos y la necesidad de contar con más nacimientos de nacionales se impone en muchos países.

En cuanto al tercer aspecto, la economía, la propuesta de Trump (menor regulación, rebajas de impuestos, más margen para la iniciativa privada, impulso a la tecnología) está en las mismas coordenadas que la visión económica de la derecha de la época global. Difiere en la utilización de aranceles, pero parece que Trump los empleará para atraer inversión y abrir mercados, y no para cambiar el paso hacia una economía intervenida, por lo que resulta perfectamente aceptable para la ortodoxia liberal. Genera problemas en la medida en que Europa está en el punto de mira, pero no conceptualmente.

Figuras como Luis Garicano están apostando decididamente por la reunión de elementos del liberalismo globalista con los del trumpismo

En este terreno hay múltiples señales de confluencia. La simpatía por Milei no es disimulada entre las derechas. Pueden disgustar las formas estrafalarias, pueden pensar que algunas de sus medidas no deberían aplicarse aquí (porque son necesarias solo para países en crisis como Argentina), pero entienden que ha tomado el camino correcto. En el ámbito español, Díaz Ayuso no ha dudado en felicitar a Trump y en ofrecerse para demostrarle que Madrid no forma parte de los BRICS. En el ámbito académico, y en el experto, el programa económico de Trump cada vez se recibe con mayor interés. Una figura como Luis Garicano está apostando decididamente por la reunión de elementos económicos del liberalismo globalista y del trumpismo y Fernández-Villaverde ha detallado un programa en el que podrían estar de acuerdo PP y Vox. Son las típicas señales de que el liberalismo, cuando las cosas se tuercen, siempre se arrima al sol que más calienta.

La reunión

En resumen, hay muchos más puntos de acuerdo que diferencias entre la derecha trumpista y la tradicional europea, y el único asunto en el que las divergencias pueden ser sensibles es en la geopolítica: un Washington hostil con la UE puede conducir a esta a enfrentamientos en algunos sectores.

En Europa, la entente del PPE con las fuerzas de su derecha está avanzando: las incógnitas se despejarán tras las elecciones alemanas

Pero en ese sentido aparecen, a pesar de todas las alarmas, aparecen más señales de encuentro que de oposición. Y no solo por la postura de la Comisión, sino por la tendencia general. A veces, las derechas tradicionales han sido absorbidas por las nuevas, como ha ocurrido en EEUU o en Reino Unido, pero lo normal es que ambas están presentes en el gobierno: Meloni cuenta con el apoyo del establishment liberal italiano y Milei no podría gobernar sin Macri.

En Europa, esa entente entre el Partido Popular Europeo está avanzando y las incógnitas se irán despejando una vez que haya nuevo ejecutivo en Berlín. El candidato con más probabilidades de gobernar, Friedrich Merz, de la CDU, tiene profundas raíces atlantistas. Fue presidente de Atlantik-Brücke, una organización que promovía una relación más estrecha entre Washington y Berlín, y su programa incluye más mano dura contra la inmigración y un rearme militar. Ve con muy buenos ojos a Giorgia Meloni. Y, por supuesto, pertenece a una opción política que insiste en las rebajas de impuestos, los ajustes presupuestarios y en la disminución de la regulación, también para las empresas tecnológicas estadounidenses.

En los distintos ejes, económico, cultural, político y geopolítico, los indicios del realineamiento entre las derechas liberales y las populistas y extremas son evidentes.

El caso español

En España, el choque proviene de las pretensiones electorales de PP y Vox, que tienden a alejar más que a reunir. Las reuniones mensuales entre los presidentes de las fundaciones de ambos partidos, Pablo Vázquez (Reformismo 21) y Jorge Martín Frías (Fundación Disenso), acompañadas por figuras relevantes como Tellado y Méndez Monasterio, abren una vía de conexión institucional a partir de la que ir construyendo puentes.

Hay de fondo una convicción que actúa como pegamento: el día que toque gobernar, los números obligarán a que vayan juntos

De momento, sin buenos resultados: desde Bambú señalan a un PP que no acaba de romper lazos con las políticas europeas y que sigue empeñado en "ahogar" a Vox. Sin embargo, hay de fondo una convicción que actúa como pegamento: el día que toque gobernar, los números obligarán a que vayan juntos. Las encuestas actuales así lo ratifican. Y Génova cada vez da más señales de haber aceptado ese horizonte. La otra opción, que pasaría por un acuerdo con PNV y Junts, está bastante lejos.

El golpe a las relaciones con los vascos que ha supuesto no solo la oposición a la restitución del palacete en París, sino la actitud con la que lo ha defendido Tellado, complica mucho las cosas. Y Junts no es un socio fiable: puede ser útil instrumentalmente en la medida que pueda dificultar la legislatura al PSOE, e incluso hacer caer a Sánchez en última instancia, pero después llegaría una fase de lejanía. La posición idónea para el PP sería gobernar en solitario, pero esa posibilidad también parece lejos, de modo que la reunión de las derechas aparece como la opción más probable. Y no solo por la situación interna, sino porque el contexto internacional ayudará en buena medida a que eso ocurra.

Las piezas, en uno y otro plano, van encajándose, tanto en el plano europeo como en el nacional. Hace falta tiempo, y hay intereses diversos entre los partidos que pueden complicar una reunión que lleva tiempo fraguándose, pero la llegada al poder de Trump supone un paso adelante muy significativo en la absorción del ideario de las derechas tradicionales por parte de las soberanistas. Tendrá carga de profundidad.

El programa de Trump está tejido por una serie de necesidades estadounidenses para recuperar poder, por una concepción de la economía y por una visión cultural. La primera parte puede provocar contradicciones en el seno de la UE, que son ya palpables, aunque la posición oficial es bastante amistosa: la complacencia de la Comisión, ejemplificada por Von der Leyen y Kallas, ha sido la tónica dominante en los últimos días. Además, las obvias celebraciones entre la cada vez más numerosa derecha soberanista, que ya tiene un peso significativo en el Parlamento, reflejan una probable suma de fuerzas, no exenta de dificultades, que resulte favorable a las intenciones del presidente estadounidense.

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