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Por qué a Sánchez no le funcionan ni la batalla ideológica ni la cultural
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Por qué a Sánchez no le funcionan ni la batalla ideológica ni la cultural

El frenazo en las encuestas del bloque progresista, con un PSOE que pierde una pequeña parte de voto y con los partidos de su espectro en retroceso, es un síntoma de un mal de mayores dimensiones

Foto: Pedro Sánchez. (Europa Press/Jesús Hellín)
Pedro Sánchez. (Europa Press/Jesús Hellín)
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El PSOE está intensificando su apuesta ideológica a través de varios frentes. El que más tiempo suele ocupar es el de la confrontación con el PP. Frente a unos populares que insisten en los asuntos judiciales, en el papel que ha jugado el Fiscal General del Estado y en la presión en los tribunales respecto de la familia del Presidente, los socialistas han reaccionado no solo con el proyecto de ley para limitar el alcance de la acusación popular, sino con la recolocación de piezas. Óscar López está en Madrid no solo para contar con un candidato más conocido y más afín a Sánchez, sino para desarrollar una tarea de oposición a Ayuso y a Miguel Ángel Rodríguez bastante más contundente que la llevada a cabo por Lobato.

En segunda instancia, existe satisfacción en el PSOE por el acierto de jugadas mediáticas recientes. Las audiencias de La Revuelta y el éxito de las campanadas con Broncano y Lalachús, a los que se puede sumar Marc Giró, son parte de la batalla cultural dominante. RTVE está apostando por programas de entretenimiento que defiendan la apertura de costumbres, el progreso y las sociedades abiertas, pero que también tengan un vínculo con los jóvenes, y le está saliendo bien.

Quizá el aspecto en que más insisten los socialistas sea el ideológico, encuadrado dentro de la batalla contra la extrema derecha. La llegada de Trump al poder les permite alertar creíblemente sobre la penetración de sus ideas y de las formaciones afines en Europa, y las declaraciones de Musk, así como su activismo político en Alemania o Reino Unido, les ayuda a poner el foco sobre los tecnooligarcas y los bulos transmitidos a través de las redes. La nueva relación de Zuckerberg con Trump constituiría un signo más del deterioro de la información.

Sin embargo, los elementos esenciales del ideario socialista y de su batalla contra los autoritarismos se asientan, mucho más que en las formas comunicativas o en ideas fuerza, en una serie de marcos de pensamiento, construidos a través de conceptos opuestos, que recorren la gran mayoría de sus mensajes.

1. Los elementos del ideario progresista

Uno de los principales es el que opone progreso y pasado, y recurren a él con frecuencia (el último caso, el de la celebración de la muerte de Franco). El poder pernicioso de la nostalgia ha sido, y continúa siendo, un tema central en el discurso de las izquierdas actuales. A través de la nostalgia se ha construido una mirada política que señala cómo, a pesar de sus dificultades, este tiempo es el mejor de la historia. Puede que exista casuística concreta que recoja aspectos en los que el pasado fue mejor (por ejemplo, en la vivienda, en el poder adquisitivo o en la confianza en el porvenir) pero quienes recurren a ellos suelen olvidarse de los elementos negativos, que son cualitativamente superiores. La gente suele observar los tiempos pasados desde el deseo de contar con la fuerza, el vigor o la esperanza que sentían en aquella época, por lo que tienden a confundir sus anhelos con la realidad. Buena parte de la narrativa del fin de la historia se construyó desde este presupuesto: el pasado era algo de lo que alejarse, algo de lo que había que prescindir, porque estaba siendo continuamente mejorado. El viento de la historia empujaba hacia adelante sin remisión y la tempestad arrastraba al Angelus Novus hacia el futuro.

La oposición entre el marco varonil y el feminista enfrenta a un mundo comprensivo, empático y abierto con otro testosterónico y violento

En segunda instancia, las izquierdas insisten en las mujeres como el segmento de la población en el que se debe colocar el acento, ya que son más favorables a sus ideas, están más interesadas en el progreso y pueden convertirse en fuerzas importantes a la hora de combatir el autoritarismo. No es solamente una cuestión electoral (los datos señalan que las mujeres votan más a las izquierdas y los hombres a las derechas), también recoge aspectos notablemente simbólicos: la contraposición entre hombres y mujeres contiene la de un mundo comprensivo, empático y abierto respecto de otro enérgico, testosterónico y violento; entre uno integrador y otro impositivo. Los líderes autoritarios (los líderes fuertes) pertenecen a la segunda categoría, como quedó reflejado en la campaña estadounidense, con el airado Trump y la sonriente Kamala.

La oposición entre los jóvenes y los mayores también está cargada de simbolismo: indica un mundo emergente, lleno de nuevas ideas y de deseos de avanzar, frente a otro agotado, que se refugia en certezas y en convicciones que ya no están operativas, pero a las que se niegan a renunciar. Son la gente que no quiere sumarse al progreso y al futuro, pero que tampoco deja paso para que otros lo construyan.

2. El frenazo

Estos elementos dan forma al ideario de las izquierdas europeas. En el caso español, puede resumirse en unas cuantas ideas fuerza: las cifras macroeconómicas son positivas, y en algún caso muy positivas, lo que indica que el país, dirigido por los progresistas, avanza; la lucha contra los bulos y la desinformación y contra el peligro que suponen los tecnooligarcas debe ser prioritario; la necesidad de combatir el cambio climático es urgente, y más después de la DANA; la lucha por los derechos es esencial para no regresar a un mundo reaccionario. Todos estos aspectos acaban reuniéndose alrededor de un núcleo central: la defensa de la democracia frente a los autoritarismos. El problema es que es justo el mismo con el que el partido demócrata estadounidense concurrió a las elecciones de noviembre pasado.

El ideario progresista se ha replegado en posiciones defensivas: quieren conservar el statu quo frente a las nuevas tendencias políticas

El ejemplo estadounidense (y el de media Europa) no es la única señal de que ese ideario no funciona electoralmente. Alguna es coyuntural (la encuesta del CIS señala que la batalla cultural alrededor de Franco no ha dado réditos), pero la mayoría forma parte de tendencias instaladas. Las poblaciones más jóvenes están girando hacia la derecha, el voto femenino no se ha vinculado en la proporción necesaria con las fuerzas progresistas, la lucha contra el cambio climático es hoy mucho menos relevante que el aprovisionamiento energético (y ni siquiera está entre las prioridades de quienes defendieron la revolución verde, como BlackRock), la mayoría del mundo ve la llegada de Trump con buenos ojos. Del mismo modo, la visión de un mundo abierto, empático y acogedor con los inmigrantes está perdiendo mucho apoyo entre la población y entre los gobiernos, también los europeos, y hay saturación de las luchas respecto de los derechos, lo que ha quedado constatado con el agotamiento del discurso woke.

3. La parálisis

El problema más acuciante de los socialistas, como del resto de las izquierdas occidentales en lo que se refiere a la batalla cultural e ideológica, es que han perdido el lugar desde el cual el discurso de progreso podía funcionar con eficacia. No se trata únicamente de que su ideario, sea bueno o malo, no funcione electoralmente a nivel internacional, sino de que se han convertido en fuerzas defensivas, que se resisten al avance de lo nuevo. La información y la tecnología son un buen ejemplo: los viejos medios de comunicación, en los que se apoyan, se han quedado atrás respecto de las redes, los canales de youtube y los podcasts, que tienen más penetración, también entre la gente más joven.

Los ejes políticos han cambiado, pero nadie parece haber anotado ese hecho en las izquierdas

Las izquierdas se están convirtiendo en lo viejo, en lo que lucha para que permanezca el statu quo vigente, en lo que se aferra a las ideas de épocas anteriores. Las derechas soberanistas son ahora la fuerza emergente que quiere cambiarlo todo, y tienen muchas bazas de su parte. Durante las elecciones estadounidenses, señales del agotamiento electoral de este ideario aparecieron con insistencia a lo largo de la campaña, pero nadie con peso en el partido demócrata las quiso hacer caso. Los progresistas europeos están repitiendo aquellos errores.

En España, las dificultades del PSOE para crecer y del resto de fuerzas de su espacio para mantenerse, tienen menos que ver con la guerra informativa, con Elon Musk, con los bulos y demás, que con la pérdida de lugar de un bloque político que, ante un tiempo nuevo, persevera en el mismo programa que hace cinco años. Las oposiciones entre empatía y testosterona, jóvenes y viejos, pasado y progreso, energías limpias y energías fósiles o democracias frente a las extremas derechas carecen ya del recorrido social preciso para ganar unas elecciones. Los ejes políticos han cambiado, pero nadie parece haberlo anotado dentro de las izquierdas. Su parálisis ideológica se asemeja mucho a la del mismo establishment europeo, que está profundamente desorientado tras la llegada de Trump.

El PSOE está intensificando su apuesta ideológica a través de varios frentes. El que más tiempo suele ocupar es el de la confrontación con el PP. Frente a unos populares que insisten en los asuntos judiciales, en el papel que ha jugado el Fiscal General del Estado y en la presión en los tribunales respecto de la familia del Presidente, los socialistas han reaccionado no solo con el proyecto de ley para limitar el alcance de la acusación popular, sino con la recolocación de piezas. Óscar López está en Madrid no solo para contar con un candidato más conocido y más afín a Sánchez, sino para desarrollar una tarea de oposición a Ayuso y a Miguel Ángel Rodríguez bastante más contundente que la llevada a cabo por Lobato.

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