Sánchez, Montero y "los 40 municipios andaluces que pueden cambiarlo todo"
Andalucía es uno de los territorios fundamentales para los socialistas. Y es una prueba de fuego, porque allí se constatará hasta qué punto su táctica electoral cuenta con una base real
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Andalucía es una prueba de fuego para el PSOE. La recuperación de poder territorial a la que aspiran, pero también la construcción de la base que permita unos buenos resultados en las elecciones generales, pasa por crecer en las ocho provincias de la comunidad autónoma.
Andalucía es interesante por distintos motivos. El primero de ellos es que, a pesar del golpe en las autonómicas y municipales del 23, los socialistas mejoraron resultados muy poco tiempo después, en las generales. Un hecho que subraya que las posibilidades de crecimiento continúan estando ahí: cuentan con muchos votantes que alguna vez les dieron su confianza, por lo que sería factible, al menos como premisa, conseguir una recuperación.
El segundo aspecto relevante es que ese crecimiento resultaría indispensable a nivel nacional. Dada la debilidad del PP en Valencia, y si los socialistas mantienen buenas cifras por encima de la línea del Ebro, obtener un buen puñado de votos en unas generales andaluzas es clave para competir con el PP y tener opciones de repetir gobierno.
Por qué sale Juan Espadas
La tarea, sin embargo, es complicada por muchos factores. El asentamiento de Moreno Bonilla y su buena aceptación entre el electorado, que hace pensar en un ciclo hegemónico del PP en la comunidad, ni siquiera es el escollo más difícil que debe superar Ferraz.
El telón de fondo lo constituyen unas encuestas desfavorables para los socialistas en toda España. Lo peor no son las malas cifras del PSOE, que solo sufre un retroceso de (más o menos) un par de puntos, sino que el resto de las izquierdas también caen en intención de voto. No es preocupante que el partido en el gobierno, en momentos lejanos a las elecciones, consiga unos resultados demoscópicos regulares, pero sí la debilidad del bloque de izquierdas en conjunto. Ninguno de ellos se aprovecha del mal momento de los partidos de su espectro, lo que marca un cambio en el clima social que puede ser el anticipo de movimientos mayores.
Cuando el PSOE, como en Madrid, ha apostado por candidatos de perfil más cercano a Cs que a las izquierdas, los resultados han sido malos
El segundo elemento relevante es el tipo de líder que se escoja para confrontar con Moreno Bonilla. La apuesta por Espadas tuvo mucho que ver con una lectura deficiente del momento político, de la que el PSOE parece todavía deudor. Andalucía, como los PAUs madrileños, fue ese lugar en el que el trasvase del votante socialista hacia el PP transitó con fluidez. Hubo simpatizantes socialistas que apostaron por Ciudadanos en su momento de auge y que después respaldaron a Moreno Bonilla.
Espadas fue elegido, además de su trayectoria como alcalde de Sevilla, porque contaba con ese perfil moderado que podía favorecer el regreso del votante huido. Dado que, al final del camino, parecía necesaria una alianza del PP con Vox, el temor a la extrema derecha podía ayudar a que el electorado centrista volviera a casa si el líder andaluz ofrecía una imagen tranquila y sensata. Nada de eso ocurrió, más al contrario: allí donde el PSOE (como en Madrid) ha realizado apuestas más cercanas a Ciudadanos que a la izquierda, los resultados han sido malos. En Andalucía, además, Espadas tenía un problema entre los suyos, que eran conscientes de que, si no se actuaba de una manera política más contundente, la popularidad de Moreno Bonilla no tendría frenos. Los resultados de las generales, mejores que los de las autonómicas, ratificaban a los disidentes en su convicción.
No hay que olvidar que el PSOE no ha dejado de ser un partido progresista tecnocrático, y las elecciones no se están jugando ya en ese terreno
La posible elección de María Jesús Montero viene causada por la necesidad de que ese cambio se produzca. Su perfil mucho más combativo podría ayudar a movilizar a su electorado. Respondería, además, a la orientación del PSOE reciente, que ha decidido dar una batalla comunicativa directa con sus rivales y que no teme la subida de decibelios.
Sin embargo, esa perspectiva nace de los errores acostumbrados entre los socialistas. No hay que olvidar que no han dejado de ser un partido progresista tecnocrático, que sigue anclado en sus mismas certidumbres, relativas a la necesidad de actualización verde y digital, a la lucha cultural y al énfasis respecto de la extrema derecha, y cuyo aval son las buenas cifras macroeconómicas. Pero la política no se está jugando en ese terreno, al menos no la parte principal.
Los espacios del cambio
Muchas cosas han cambiado en la Andalucía de los últimos años, y pocas favorecen a los socialistas. La sociología de sus capitales de provincia es cada vez más favorable a la mentalidad de la derecha, como lo son las poblaciones costeras, con muchos pequeños empresarios, autónomos y trabajadores de servicios. La pérdida de industria y de mano de obra agrícola, así como la expansión turística, han contribuido a reforzar a las derechas. El reemplazo generacional tampoco les es favorable. Los jóvenes con posibilidades suelen emigrar para encontrar trabajos cualificados, porque Madrid está concentrando buena parte de esas opciones laborales, y los que permanecen no piensan como sus padres. Lo afirmaba un dirigente del PSOE: “Los jóvenes que votan a Vox en el entorno rural son los hijos de nuestros votantes”. Además, la inmigración tampoco les ha ayudado, en parte porque Vox pueda poner énfasis en ella como resorte electoral y porque muchos de los inmigrantes, que trabajan en empleos precarios del sector servicios (y que, por tanto, podrían simpatizar con la izquierda), no votan.
"Hay 40 municipios de Andalucía en los que, si se actuase correctamente, se alteraría el mapa político actual"
En ese contexto, para el PSOE hay dos espacios que le resultan propicios para crecer. Como asegura el sociólogo Jaime Aja, los socialistas no supieron compensar la pérdida de su voto urbano con el voto rural, tanto de las pequeñas ciudades interiores como los de los pueblos, lo que explica su pérdida de poder, pero no se trata de algo irreversible: allí conserva todavía fuerza. La provincia de Sevilla en las últimas generales es un buen ejemplo, con la capital votando al PP y buena parte de sus municipios al PSOE. Huelva o Jaén son provincias en las que hay margen. Pero también en muchas pequeñas localidades. Como afirmaba un dirigente socialista, "hay 40 municipios de Andalucía en los que, si se actuase correctamente, se alteraría el mapa político actual".
En el otro ámbito tradicionalmente favorable, los barrios de clase trabajadora y media baja de las capitales de provincia, se encuentran con las mismas dificultades que en buena parte de España. El voto les resulta favorable, pero su participación suele ser más baja, o bastante más baja, que la de los barrios de mayor renta, y no han encontrado la fórmula para movilizar esas zonas de manera decidida.
La convicción socialista
Quizá si, como se afirma, “se actuase correctamente”, el voto de esos lugares animaría el crecimiento de los socialistas. Pero lo cierto es que el programa del PSOE nacional tiene poco que ofrecer a esas poblaciones, más allá del temor a la extrema derecha. Y será el posicionamiento estratégico, que pasa por entender bien lo que demandan los espacios que les son en principio favorables, lo que permita que los socialistas tengan mejor recorrido.
El problema mayor, en este sentido, pasa por el anquilosamiento de las izquierdas. Hay una convicción, que parece exagerada, respecto de cómo hacer frente a este momento político y cómo ganar fuerza para el futuro. Más allá del daño electoral que le pueda hacer el asunto catalán en el resto de España, o del que le causen los problemas judiciales, los socialistas parecen tener claro que la clave es seguir gobernando como hasta ahora y adoptar una postura mucho más combativa en lo comunicativo. Dado que las buenas cifras macro subrayan que la gestión económica es la adecuada, pueden ofrecer un balance positivo a sus electores. Y están dando la batalla cultural, y creen que con éxito, como ratificarían las audiencias de Broncano, mejores que las de Pablo Motos, o el triunfo de La 1 en las campanadas sobre Antena 3. María Jesús Montero, al frente del socialismo andaluz, podría hacer ese trabajo: poner encima de la mesa lo logrado, pero con mayor energía.
Sin embargo, ese plan confía demasiado en la gesticulación y la efusividad, y poco en la sustancia. Esas 40 poblaciones y esos barrios populares van a ser la prueba de fuego del PSOE, y no solo en Andalucía, sino en toda España. Se verá entonces si, en esos entornos que pasan dificultades, una oferta de apertura cultural, buenos números macro, batalla cultural y reconversión verde y digital resulta suficiente. Hoy no lo parece, porque importa más lo micro que lo macro, lo pragmático que lo idealista, las realidades cotidianas más que el temor a la extrema derecha. Al PSOE le puede ocurrir lo mismo que a los demócratas estadounidenses con Trump, que estaban tan seguros de sus ideas que se quedaron en shock cuando llegó la hora de la realidad.
Andalucía es una prueba de fuego para el PSOE. La recuperación de poder territorial a la que aspiran, pero también la construcción de la base que permita unos buenos resultados en las elecciones generales, pasa por crecer en las ocho provincias de la comunidad autónoma.