Hablaremos de la inmigración como adultos
En 2025, la inmigración y sus problemas derivados formarán parte de la conversación pública con una intensidad nunca vista. Será responsabilidad de cada cual afrontar este debate con la verdad o la propaganda
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Hay indicios para pensar que en 2025 la inmigración estará en la conversación pública de Europa sin el tabú que mantenía sus aspectos negativos entre la sombra y el eufemismo. Será, en parte, por la presión que ejerce el avance de los partidos nacionalistas, dado que el resto de fuerzas políticas parece haber comprendido que no se puede ganar una discusión en la que sólo se participa para negar la existencia de un trozo de la realidad. En parte, será también por la presión que la realidad ejerce sobre los titubeos. Empezaré describiendo un titubeo que los resume todos.
Noticia: dos "jóvenes" han matado a un "hombre" a patadas tras robarle el móvil. Las imágenes son duras y televisivas: pura violencia gratuita tamizada por el gris clandestino de las cámaras de seguridad callejeras. Vemos al hombre mirando el móvil sentado en un pollete en el suelo (nos dirán que está muy borracho), y cómo uno de los jóvenes que le acechaban le da una patada tremenda en la cara y otro, cuando lo ve indefenso e inconsciente, lo remata con un golpe de talón tras registrarle los bolsillos. Pasado un rato, los depredadores regresan para comprobar que no lleva nada más encima y lo dejan allí, donde muere. Ha sucedido en Níjar, Almería.
Toca que hablemos de este suceso en la tele. Nos presentan el tema en la salita de colaboradores. Pregunto de manera automática por la nacionalidad. Nadie se extraña en la sala: suelo preguntar este detalle porque sé que hacerlo será la única forma de enterarme, y siempre pregunto cuando unas imágenes son de extrema violencia, porque la experiencia me dice que no todo el mundo es violento de la misma manera. Me informan en la salita de que los dos jóvenes son de origen marroquí, uno de ellos menor de edad, y que la víctima también lo es.
Nada, aparte de la edad, se comentará en directo. No está prohibido decirlo: sencillamente hay un silencio tácito. Pasa lo mismo en emisoras de radio y redacciones. Así, cuando se inicia el tema, contactan rápido con un portavoz de la Guardia Civil, que habla desde su despacho. Esta es la voz de la autoridad, la visión objetiva y experta: resume el suceso y da parte de las rápidas detenciones.
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La pelota está en el aire. La gente que nos está viendo, ¿se pregunta lo mismo que me preguntaba yo en la salita? ¿Tiene algún sentido informativo la respuesta a esa pregunta? ¿Tiene sentido la mera pregunta? Habrá muchos periodistas que respondan sonoramente que no lo tiene, porque ahora muchos periodistas son expertos en no hacer preguntas indiscretas o peligrosas, como puede verse cada día en la sala de prensa del Congreso de los Diputados. Dirán, cargados de sabiduría deontológica, que el origen o grupo étnico de un delincuente no es información relevante, sino un detalle insustancial cuya publicidad es, sin embargo, muy peligrosa.
En la tele, esa mañana, es Ana Iris Simón, sentada a mi lado, quien lanza la pregunta incómoda de forma ambigua y titubeante: "¿se sabe "algo" del "perfil" de los agresores?" El responsable policial lanza evasivas todavía más titubeantes. Dice que es un "caso aislado" y que los agresores son “jóvenes”. Pasamos rápido al siguiente tema, un caso de inquilinos morosos, y aquí los titubeos desaparecen.
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Anotemos las expresiones del titubeo: "caso aislado" y "jóvenes", eufemismos que se emplean en los grandes medios de comunicación para mantener el sentimiento de xenofobia lejos de los corazones del público televisivo. Anotemos el tono en que se pronuncian: como los padres que hablan en código sobre la compra de los regalos que se atribuyen a los Reyes Magos con la íntima sospecha de que los niños ya conocen el secreto mejor guardado.
Sabré ese mismo día, de boca de otro mando policial, que los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado no tienen permiso para informar de la nacionalidad de los delincuentes en la televisión.
Es decir: que no pueden contar algo que saben, porque nadie quiere alimentar los prejuicios raciales, ni hacerse responsable de los efectos que una parte de la realidad pueda provocar en una parte del electorado. Habrá que preguntarse entonces si la gente es tan tonta como los medios creen. ¿Sois tan tontos como para volveros malos al conocer una parte de la verdad, lectores?
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Desde luego, la gente no es tan tonta como para no hilar. Recibimos información por los medios, las redes y la experiencia propia. Esto basta para entender el significado de los eufemismos. Partículas evasivas como las que emplea esa mañana el portavoz policial en su titubeo se cargan de sentido, con fiera exactitud, en las redes sociales y las conversaciones coloquiales. Allí se llama con sorna "caso aislado" al enésimo acto de violencia provocado por "jóvenes", que es la palabra en clave para decir "magrebíes" o "bandas latinas".
En el titubeo hay inseguridad. Y es una inseguridad perfectamente justificada y explicable. ¿Poseen hoy día los medios de comunicación el poder de ocultar capas de la realidad, o simplemente pueden tomar la decisión de alimentar la sospecha y la desconfianza de la audiencia?
Estamos muy lejos de 1993, de 1968 y de 1984. La ironía cubre los mensajes institucionales como un moco corrosivo. Las redes vierten indistintamente información falsa y verdadera en los espacios que los medios dejan vacíos. La mirada de una parte de la audiencia es cínica y desencripta medias verdades con precisión. Existen cuentas de Twitter que ofrecen sin necesidad de hacer clic la nacionalidad de los delincuentes que aparecen en montones de noticias en las que no se proporciona este detalle o se desliza con una fórmula eufemística. Existen otras cuentas que recopilan “casos aislados” de forma que terminan componiendo una suerte de patrón.
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Repito: ¿es relevante la información omitida en el titubeo? Puede, pero no lo es su efecto. La ocultación burda y deliberada de un grano de arena provoca montañas en la mente de quien ha descubierto los trucos del crupier.
Si la nacionalidad de un delincuente es un detalle menor, como piensan los favorables al eufemismo, entonces su ocultación sistematizada le otorga la importancia de la que carecía. Si la gente sabe que al hablarse de una reyerta mortal entre "familias" y "clanes" hablan sin decirlo de gitanos; si saben que se refieren a "bandas latinas" cuando dicen "bandas juveniles"; si saben que "joven" significa muchas veces "magrebí", ¿quién es más tonto, el que entiende o quien pretende ocultar y titubea?
Hay que subrayar otra vez lo evidente, y es que ningún delincuente hace responsables de sus actos a quienes comparten con él un atributo identitario. Esto es así para el dilema de la inmigración y para el de la violencia contra las mujeres. Sin embargo, hay datos que cobran un sentido propio en mitad del titubeo. Ejemplo: a 30 de junio de 2024, el 91% de los condenados por violaciones en Cataluña eran extranjeros, y en esta comunidad los inmigrantes representan el 17% de la población total. ¿Son sinónimos las palabras “extranjero” e “inmigrante”? No. Y sin embargo, ¿estamos hablando de un dato de apariencia relevante? Lo parece. Si las estadísticas no tuvieran relevancia, no tendría sentido el CIS, ni la mismísma democracia.
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Es estadísticamente muy raro que te robe el móvil en las Ramblas de Barcelona una mujer española nacida en Burgos y muy habitual que sea un joven de origen o apellido magrebí. Las estadísticas ofrecen indicios para solucionar ciertos acertijos, y la única forma de llegar a ese punto es haber hecho antes preguntas. Lo que conecta directamente con la función del periodismo, que pasa por hacer las preguntas allá donde los ciudadanos no pueden ni siquiera enunciarlas. Durante años, ha habido muchas preguntas que no se han querido hacer. Pero una parte sustancial del público sí se las hace, y no faltan populistas que otorguen a toda prisa las respuestas más vulgares.
El tabú siempre se rompe igual: democráticamente. Cuando muchas personas transgreden uno, de repente, se alcanza un punto en el que no hay castigo para todos los pecadores ni sacerdotes que puedan ejecutarlos. En ese momento, la prohibición más tenaz se termina, y lo que no era mencionable está por todas partes. Ocurrió con el sexo fuera del matrimonio, con la homosexualidad o la obligación deontológica de no informar sobre el suicidio. Y ahora ocurre, al mismo tiempo en todo Occidente, que Gobiernos y medios nada sospechosos de alimentar la xenofobia han empezado a aceptar, titubeantes, que hay problemas que se deben a la coexistencia entre culturas diferentes, y que no todo se explica por el nivel económico o el efecto de la marginalidad.
Se dice que la democracia liberal es el gobierno de los ciudadanos libres, pero se olvida con frecuencia que, para ser exactos, es el gobierno de los adultos. Los adultos pueden ser buenos o malos, inteligentes o estúpidos, pero, si no se hace un examen a nadie para votar, si no se nos exige un título, entonces no existe ninguna justificación para hurtar a la opinión pública una parte de la verdad. Lo que escribo no es un desideratum ni un consejo: en 2025, la inmigración y sus problemas derivados formarán parte de la conversación pública con una intensidad nunca vista. Será responsabilidad de cada cual afrontar este debate con la verdad o la propaganda.
Hay indicios para pensar que en 2025 la inmigración estará en la conversación pública de Europa sin el tabú que mantenía sus aspectos negativos entre la sombra y el eufemismo. Será, en parte, por la presión que ejerce el avance de los partidos nacionalistas, dado que el resto de fuerzas políticas parece haber comprendido que no se puede ganar una discusión en la que sólo se participa para negar la existencia de un trozo de la realidad. En parte, será también por la presión que la realidad ejerce sobre los titubeos. Empezaré describiendo un titubeo que los resume todos.