EEUU está ganando. Trump está ganando. ¿Qué les queda a las izquierdas?
Los cambios tan significativos que se han sucedido en el orden internacional y en la política estatal en los últimos años están generando problemas en la izquierda. ¿Qué lugar ocupan hoy en el espectro ideológico?
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Permita el lector una introducción de carácter personal. En esta serie, Horizontes, en la que intentamos anticipar las tendencias para el curso entrante, me fue encargado un artículo sobre un tema muy parecido al que había escrito, en el mismo formato, tres años antes. Las transformaciones en el contexto internacional, que ahora parecen claramente marcadas por la geopolítica y la llegada de Trump, obligan a reaccionar a una izquierda que está perdiendo espacio en Occidente, y de manera especial, en Europa. La idea era analizar el espacio que le quedaba a las fuerzas progresistas en el nuevo contexto. Podía haber elegido otro tema, pero los grandes cambios acontecidos en un periodo de tiempo corto, aunque muy agitado, parecían anunciar transformaciones significativas.
En aquel instante, diciembre de 2021, había un Gobierno socialista en España y otro en Portugal; en Alemania, el principal país europeo, los socialdemócratas eran el partido que encabezaba la coalición dirigente. En el norte de Europa, por primera vez en 62 años, los cinco países nórdicos (Suecia, Dinamarca, Finlandia, Islandia y Noruega) estaban gobernados por el centro izquierda. Biden era el presidente de EEUU, tras haber derrotado a Trump. Incluso Latinoamérica parecía estar girando hacia los socialdemócratas, con el triunfo de Boric y el previsible regreso de Lula al poder.
Hoy, los progresistas conservan el Gobierno en España, pero no en Portugal, y en Alemania se han convocado elecciones en las que los conservadores de Friedrich Merz parecen contar con mucha ventaja. Biden ha salido de la Casa Blanca y Trump regresa al poder con una energía inusitada. Los cambios no se limitan al color de los Gobiernos. En muchos países, y esto es expreso en el norte y en el Este de Europa, muchos partidos socialdemócratas han adoptado una clara posición nacional, de manera que defienden los intereses de su Estado, aunque parezcan ir en contra de su ideología; su giro hacia posiciones políticas alejadas de las creencias progresistas es notable. En el Este, es más la relación con Rusia que las medidas económicas lo que define a los partidos.
Han sido tres años de grandes sacudidas. La guerra de Ucrania comenzó en febrero de 2022, lo que provocó una alteración geopolítica de primera magnitud; hubo problemas con la energía en Europa, se vivió la perturbación en las cadenas de suministro, aumentó la inflación. Muchas creencias se han visto cuestionadas desde entonces. Y, sin embargo, el momento político europeo actual muestra una notable continuidad con diciembre de 2021. Mucha agitación en la superficie, poca en el fondo.
Draghi contra Musk
En aquel instante, había dos partidos europeos dominantes con dos líneas de acción claras. El primero, representado por las derechas, abogaba por regresar lo antes posible a la contención del déficit, por promover con contundencia la disminución del gasto público, por las reformas, la adecuación de las normas laborales a una imprescindible flexibilidad y las pensiones a una impostergable reducción. El otro partido, representado por los progresistas, abogaba por la reconstrucción verde, por aprovechar las opciones de una digitalización regulada, por más Europa (con los eurobonos de fondo), por la reiteración del plan de recuperación pospandémico para hacer frente a los nuevos retos, por la reforma de las reglas fiscales de la UE, por el aumento del salario mínimo. Ambas perspectivas políticas, con modificaciones que no son sustanciales, continúan dominando hoy.
La mayor variación se produce en el orden de la intensidad de las propuestas, aunque con una divergencia clara entre bloques. Se nota especialmente en sus protagonistas. En aquel instante, la figura de referencia que abogaba por el plan progresista era, sorprendentemente, Draghi. Incluso Macron, por necesidades francesas, estaba en sintonía con el italiano. Ambos apostaban por una mayor integración europea y por una salida común. Pedro Sánchez ha jugado un papel en estos años a la hora de impulsar medidas novedosas en el entorno europeo, como el tope a los precios de la energía, pero el protagonismo continúa siendo de Draghi, que ha dibujado un plan de recuperación contundente. Draghi ha sido y es un tecnócrata.
El auge de las derechas soberanistas está provocando su confluencia ideológica con las antiguas derechas tecnocráticas
Por el otro lado, por el de la derecha, algo sí ha cambiado, ya que se han acelerado las posiciones presentes hace tres años. Han crecido las extremas derechas, que se han convertido en una fuerza realmente influyente en Europa, y que están provocando una confluencia, que parece difícilmente evitable, entre las antiguas derechas tecnocráticas y las soberanistas. Italia es un buen ejemplo. La configuración del Europarlamento es otro. Las políticas que anticipa Friedrich Merz en Alemania pertenecen a esa nueva hibridación. La fascinación de las derechas europeas con el programa de recortes de Milei y de Musk es notable. La necesidad de sacar las tijeras en los presupuestos estatales y europeos les parece cada vez más urgente, porque creen que ese es el camino del crecimiento.
De modo que las principales opciones políticas en Europa son básicamente dos, la que propone Draghi y la que se acerca a las posturas de Musk y Trump. En estos años, a pesar de la gestión que algunos Gobiernos progresistas han realizado, de las medidas de apoyo a la población causadas por la inflación, que han prolongado la heterodoxia de los tiempos de la pandemia, de los fondos de recuperación mancomunados, y de tantas otras cosas, el eje ha seguido desplazándose de manera incesante hacia la derecha. La reacción en España, más allá del obvio incremento de la polarización, ha sido la reconversión del Gobierno hacia un perfil más tecnocrático que nunca, como se aprecia en los cambios en el gabinete de Moncloa.
La posición de la izquierda
La pregunta es qué queda de la izquierda en todo esto, porque las dificultades electorales son cada vez mayores en ese espacio. Por una parte, el progresismo ha apostado por luchar contra la extrema derecha y por intentar continuar con el marco abierto que le caracterizó en los últimos años: más Europa, más apertura, más comercio internacional, más renovación verde y digital, una postura claramente favorable a la inmigración. Es el tipo de visión política que dominaba en la Unión Europea antes de la pandemia, cuando la amenaza de Trump ya estaba sobre la mesa, y que ahora se quiere continuar. Pero esa ya no es la idea mayoritaria en el continente, ni tampoco en la mayoría de los países importantes. Persistir en ella coloca a los progresistas como los valedores del viejo statu quo; es decir, en una posición defensiva frente a quienes quieren perturbarlo. Son los que resisten frente al avance de fuerzas disruptivas. Ya no están en el lugar de la vanguardia, ya no son los que apuntan las tendencias que dominarán en el futuro, sino en el de quienes se repliegan para conservar la idea de porvenir que una vez se tuvo. Y si algo parece claro hoy es que el futuro no será el que fue.
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El segundo elemento que afecta claramente a la izquierda es el cambio de eje político. Ya no se está operando electoralmente desde la lucha entre conservadores y progresistas, entre la izquierda y la derecha. Ha emergido con fuerza el eje nacional/global, que es cada vez más relevante en los comicios estatales. La derecha lo está aprovechando de manera insistente, no solo porque le permite conseguir nuevos votantes entre clases desfavorecidas, medias descontentas y en los entornos desconectados de las ciudades globales, sino porque encuentra nuevos discursos en una época de malestar con el sistema.
Los cambios geopolíticos tampoco son favorables a los progresistas europeos. Estados Unidos va ganando. Donald Trump va ganando
La izquierda, que continúa anclada en el viejo eje y no sabe qué hacer en el nuevo, pierde fuerza electoral, pero también genera la sensación de que no está sabiendo operar en tiempos que son distintos.
Tampoco son favorables a su proyecto los cambios geopolíticos. EEUU va ganando. Trump va ganando. La desconexión de Europa con la energía rusa ha causado especial daño a Alemania, un competidor comercial de Washington y el motor europeo. La fragmentación en la UE, cada vez más evidente, permite a Trump dar pasos en el camino que siempre quiso seguir, disminuir la fuerza de la Unión para favorecer acuerdos país a país y no en conjunto. La Unión ha salido debilitada de este periodo, y por tanto, es más proclive a adaptarse a las exigencias de los EEUU de Trump. Oriente Medio se está recomponiendo en términos favorables a Israel, y, por tanto, a EEUU. Oriente Medio permite controlar, entre otras cosas, el petróleo. Y es un espacio importante para frenar el desarrollo chino.
La agitación española, que tiene sus propias dinámicas de confrontación, oculta cómo la visión progresista ha girado hacia lo defensivo
De modo que, en un contexto de transformación geopolítica, de importantes desafíos económicos y con las clases medias y las trabajadoras empobrecidas, los progresistas no están canalizando el descontento sino intentando apuntalar lo que queda del statu quo de la vieja UE. Al mismo tiempo que la socialdemocracia tecnocrática pierde apoyo frente a las variables nacionalistas, la izquierda más allá de ella carece de un proyecto de futuro que enganche con fuerzas sociales, en gran medida porque no propone más que una continuación más intensa y profunda de las ideas que emanan del progresismo. Su alejamiento de las clases sociales que le eran propias, y muchas de ellas han sido las perdedoras con la era global, mina su anclaje en una sociedad que está buscando nuevas soluciones y que cada vez descree más en el sistema. Las derechas soberanistas, con un proyecto económico que lleva el neoliberalismo varios pasos más allá, son las fuerzas de ruptura.
Las malas noticias para las izquierdas que estaban sobre la mesa hace tres años no han hecho más que empeorar en los últimos tiempos europeos. Pero quizá la peor noticia para los progresistas esté en la falta de conciencia de ese hecho. La agitación española, que tiene sus propias dinámicas de confrontación, oculta a menudo no solo el viraje internacional, sino hasta qué punto la visión progresista está ahora anclada en un entorno defensivo.
Permita el lector una introducción de carácter personal. En esta serie, Horizontes, en la que intentamos anticipar las tendencias para el curso entrante, me fue encargado un artículo sobre un tema muy parecido al que había escrito, en el mismo formato, tres años antes. Las transformaciones en el contexto internacional, que ahora parecen claramente marcadas por la geopolítica y la llegada de Trump, obligan a reaccionar a una izquierda que está perdiendo espacio en Occidente, y de manera especial, en Europa. La idea era analizar el espacio que le quedaba a las fuerzas progresistas en el nuevo contexto. Podía haber elegido otro tema, pero los grandes cambios acontecidos en un periodo de tiempo corto, aunque muy agitado, parecían anunciar transformaciones significativas.