Miedo y asco en Ponferrada: el rey minero al que todos reían las gracias (hasta que fue tarde)
Una monumental biografía sobre Victorino Alonso, 'Don Vito', último gran empresario minero, destapa décadas de abusos y artimañas mientras el Estado miraba hacia otro lado
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Hipótesis: la clase obrera como sujeto revolucionario que llevaba agitando el mundo desde el siglo XIX, murió en Madrid el 31 de mayo de 2012, cuando Victorino Alonso se manifestó junto a 10.000 mineros en el Paseo de la Castellana. Victorino en las barricadas, tirando petardos frente a la sede del ministerio, tiro de gracia a doscientos años de conquistas épicas y sacrificios indecibles.
Como una de esas novelas negras clásicas en las que un evento azaroso destapa un lodazal que salpica a toda una comunidad (aunque el statu quo acabe reconduciendo la crisis con tremendas artimañas), esta historia empieza con un accidente de tráfico cualquiera que no debería haber sobrevivido al periódico del día siguiente. 10 de abril de 1991, sobre las 8 de la mañana, paso a nivel entre La Valcueva y Aviados (montaña central de León). El camionero Manuel Pérez de la Pascua sale despedido por la luna de su camión tras chocar contra un tren de Feve. Muere dos horas después (traumatismo craneoencefálico) en un hospital leonés. Mientras Manuel agoniza, se activa un mecanismo para echar tierra sobre un accidente de apariencia inocua, pero que escondía (en la carga del camión) una bomba de relojería capaz de desestabilizar una región entera de España…
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En un vistazo superficial, todo parecía en orden: en el camión tenía que haber carbón y había carbón. Ahora bien: ¿qué carbón? La clave estaba en la ruta del camionero. El camino previsible es que ese carbón hubiera ido de la mina La Valcueva, propiedad de Victorino Alonso, a la central térmica de La Robla, de Unión Fenosa (actual Naturgy), donde lo quemarían para producir electricidad. Pero en lugar de recorrer los 14 kilómetros que separaban la mina de la térmica, el camionero tomó una ruta que desafiaba toda lógica geográfica: 570 kilómetros más de autopista para pasar primero por el puerto de Santander. ¡Ajá!
Las minas leonesas y asturianas recibían subvenciones por proveer de carbón a las térmicas. Cuotas de compraventa obligatorias para oxigenar una industria en decadencia. Política de Estado para mantener el empleo y la paz social. Las minas de Victorino tenían colocadas 80.000 toneladas de cupo en La Robla. El problema es que en La Valcueva no se producía carbón. Para Victorino era más barato comprarlo en el extranjero y traerlo a España de tapadillo que hacerlo en casa: la eléctrica le pagaba el doble de lo que a él costaba en el extranjero. Ganaba siete millones de pesetas al día con el operativo. Los camiones entraban por una puerta de las minas (con carbón traído por barcos británicos al puerto de Santander) y salían por la otra para descargar el supuesto material autóctono en las térmicas (para más inri, el carbón internacional se mezclaba con restos de escombreras para inflar las cantidades). Un método de tres patas en equilibrio inestable: a) Muy beneficioso para los bolsillos de Victorino, pero b) gran fraude al Estado digno de un quilombo político sideral, de no ser porque c) mantenía parcheada una región tensionada y sin plan B industrial. Pan para hoy y hambre (y escándalo) para mañana.
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"La carga que llevaba Manuel no existía o, mejor dicho, no podía existir. Era invisible a los ojos de todos: de la autoridad portuaria, del propietario de la empresa de camiones, de la Administración pública y del director de la central térmica. La ignorancia era el modelo de cambio para que el castillo de naipes de la minería no se derrumbara", cuenta Don Vito, monumental biografía de Victorino Alonso, de Cristina Fanjul y Víctor del Reguero, que publica ahora Akal.
Treinta años después del accidente en el paso a nivel, José Manuel, hijo del fallecido, recuerda atónito el manto de silencio sobre el accidente: "Nadie nos dijo cuál fue la causa de la muerte. Ni siquiera sabemos quién levantó el cadáver ni si se hizo atestado. Desde luego, nosotros no lo vimos… Cuando llegamos al hospital no había nadie… Estaba ya en la morgue. Así fue todo de triste", explica en el libro. En efecto, la investigación del accidente de tráfico quedó a medias, las autoridades miraron hacia otro lado y Victorino siguió aumentando sus negocios en el filo de la navaja...
Trigo sucio
A principios de los noventa, la guerra de Victorino contra su exmujer y sus hijas —no les pagaba la manutención— era conocida en León porque acabó en los tribunales. Lo que no era público (y ahora desvela el libro) era que, en 1984, el empresario "fue condenado por violencia doméstica cuando aún no se llamaba así".
Extractos de la sentencia: Todo empezó con "infidelidades del demandado, ocasionando un deterioro de las relaciones conyugales, llegar el marido a altas horas de la madrugada, a menudo borracho, posteriormente dejar de aparecer por casa durante varios días, siendo acompañado por señoritas de dudosa reputación; malos tratos proferidos a la demandante, habiendo producido a la misma lesiones (...) llegando a expulsarla del domicilio conyugal a ella y a las niñas en pijama".
"Sigue habiendo mucha gente que no quiere hablar. En León nos conocemos todos... absolutamente todos"
La compra de carbón extranjero para hacerlo pasar por nacional era entonces un secreto a voces en la industria. Unión Fenosa demandó a las empresas de Victorino por fraude. Pero los sucesivos tribunales leoneses desestimaron la demanda, quizá no por casualidad, en lo que es uno de los subtextos del libro: la provincia leonesa como microcosmos cerrado donde se protegen los unos a los otros, y la maraña de intereses cruzados es inabarcable. "Pese a que en el texto tratamos algunos hechos de hace varias décadas, sigue habiendo mucha gente que no quiere hablar. En León nos conocemos todos... absolutamente todos", desliza Cristina Fanjul, periodista del Diario de León.
Casualidad o no, hasta que el caso Unión Fenosa contra Victorino no salió de León, no cayó la ley sobre él: en 2010, dieciséis años después de la demanda, el Tribunal Supremo le condenó (7,5 millones de euros) por entregar carbón fraudulento a la eléctrica. El engaño contó con la colaboración de altos cargos de la térmica de La Robla.
El elegido
Bronca con su ex en los tribunales, denuncia de una de las grandes eléctricas del país… A principios de los noventa, en definitiva, ya había motivos para sospechar que Victorino no era Gandhi. Pero, aunque sus enredos legales salían de vez en cuando en la prensa, la Administración puso en sus manos el mayor conglomerado minero privado de España (y de Europa). Hablamos principalmente de los Gobiernos socialistas -un joven diputado leonés llamado José Luis Rodríguez Zapatero fue decisivo en las sombras en la apuesta por Victorino- pero con la complicidad de los ejecutivos populares en Castilla y León. O el bipartidismo en todo su esplendor estabilizador.
A la adjudicación de la achacosa Minero Siderúrgica de Ponferrada, quitas millonarias mediante, Victorino sumó la compra de muchas pequeñas minas (agrupadas bajo el paraguas Unión Minera del Norte), en un movimiento empresarial aparentemente contraintuitivo: hacerse vorazmente con minas cuando la industria estaba en repliegue total. Parecía una acrobacia kamikaze, pero tenía mucha red debajo: "Era una mezcla de dinero público a espuertas y fraude sistemático en la venta de carbón", sintetiza Del Reguero. En efecto, Victorino se enriqueció con una mezcla de argucias y subvenciones. Entre 1998 y 2004, sus dos conglomerados principales (Minero Siderúrgica de Ponferrada y Unión Minera del Norte) tuvieron 113 millones de euros de beneficios. ¿El truco? El 46% de sus ingresos eran ayudas públicas. Sin esas subvenciones, Victorino hubiera perdido 89 millones en ese periodo en lugar de ganar 113.
“Era una mezcla de dinero público a espuertas y fraude sistemático en la venta de carbón"
¿La herramienta legal del negocio? "El cupo", resume Fanjul. "Era un negocio garantizado porque las ventas estaban aseguradas por el Estado", añade Del Reguero, historiador y autor de varios libros sobre la minería del carbón.
"Para los empresarios era el mundo perfecto. El marco legal y estable les garantizaba cupos de carbón nacional. Con ese dinero compraban más minas que les aumentaban el cupo. Todo el mundo vivía del dinero del Estado. Unos, porque tenían el precio garantizado; los políticos de la zona, por el statu quo que les proporcionaba el carbón, y los sindicatos podían mantenerse a cambio de las migajas del negocio", explica el libro.
Otro dato: aunque Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP) estaba contra las cuerdas cuando la compró Victorino, en Ponferrada (60.000 habitantes), seguía siéndolo casi todo: a finales de los ochenta, la superficie en manos de MSP era similar al perímetro de toda la ciudad, lo que daría lugar a grandes pelotazos inmobiliarios antes y durante el victorinato.
Todo el mundo barruntaba que Victorino no era un empresario modélico, pero fue elegido por la Administración porque prometió cuadrar el círculo: mantener los empleos casi una generación más de una industria que se caía a cachos, proeza solo al alcance de alguien dispuesto a ensuciarse muchos las manos.
Emilio Fernández, fiscal histórico en León, en el libro: "En un momento en el que la minería empieza su declive, surge alguien que aprovecha la ocasión y se compromete a sostener el empleo y el tinglado. Engaña a la Agencia Tributaria, a la gente que se le enfrenta la putea, pero sostiene la economía y, claro, eso beneficia a mucha gente: a los mineros, a las comarcas, a los sindicatos y a la Administración, porque le soluciona la papeleta".
El sindicalista Anatolio Díez, vinculado al socialismo leonés, refuerza en el libro una de la tesis del texto, la de Victorino como liquidador útil: "Fue el instrumento de todas las administraciones para cerrar la minería. Le fue muy bien con todos los gobiernos, porque todos querían lo mismo y él se lo facilitaba".
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Por contra, Conrado Alonso Buitrón, exdiputado socialista leonés, se sigue agarrando a la coyuntura ultra compleja del momento: "Si a ti te pone encima de la mesa que te salva empleos en un volumen así, ¿no lo vas a apoyar? Yo, personalmente, apoyé a Victorino Alonso y no me arrepiento, porque alargó la minería".
El libro explica el contexto de la aparición de Victorino de un modo mucho más crudo: "Todo se fraguó con una diferencia sustancial respecto al pasado: ahora no sé beneficiaba a aquellas élites del capitalismo, sino a oportunistas que vieron en la ruina un auténtico negocio. Porque la minería no era ya una historia de ricos y pobres, empresarios depredadores y mineros explotados. No era una historia de buenos y malos. Todo se fio a una red de nepotismo, corrupción y abuso".
Victorino era, a la vez, el salvador y el liquidador de la mina. Fruto de esa ambigüedad surgieron estrepitosos relatos mediáticos. En 1996, Luis del Olmo, natural de Ponferrada, bajó a los tertulianos de Protagonistas (Ussía, Ónega, Martín Prieto…) a la mina Calderón, a 300 metros bajos tierra, para mayor gloria de un Victorino que cargó en las ondas contra el nuevo protocolo eléctrico del gobierno. "La intervención de Victorino fue la que más eco tuvo. Al menos, entre los tertulianos, que reían de manera incrédula ante la osadía con la que se dirigía al ministro [Josep Piqué]", recuerda el libro. Por no hablar de un asombroso perfil hagiográfico del Wall Street Journal donde presentaban a Victorino como un Robin Hood minero: "Para muchos de los mineros que le saludan, Victorino es el héroe que rescató este poblado minero de una muerte dolorosa", evocaba el artículo.
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Otra de las paradojas de Victorino, comentada en el primer párrafo, era su instrumentalización de los mineros como fuerza de choque. ¿Que el Estado amenazaba con reducir los beneficios de sus empresas? Dejaba de pagar los salarios —llegó a tener 4.000 mineros en nómina— y desviaba el malestar obrero hacia las autoridades políticas. Pese a los numerosos abusos laborales y accidentes mineros de su expediente, Victorino era el primero detrás de la pancarta reivindicativa cuando la plusvalía peligraba. "Provocaba conflictos ajenos a los trabajadores, a los que utilizaba para resolverlos", resume Del Reguero.
La caída
Pero la fiesta se tenía que acabar en algún momento y la resaca iba a ser terrible, tanto para los territorios desindustrializados (sin alternativas tras tantas patadas adelante), como para (por una vez) el propio Victorino: tras años viendo cómo las balas le pasaban rozando en los juzgados (incontables querellas sentimentales, laborales y medioambientales), en 2023, dio con sus huesos en Soto del Real, condenado a cinco años de cárcel por explotar una mina a cielo abierto sin licencia.
El contexto lo es casi todo. Si Victorino cayó en 2023 en lugar de en 1993, fue porque entonces era útil para el Estado para apaciguar un gremio inflamable (la minería), y ahora era una reliquia superada por el cambio climático, la competencia externa y la obligada descarbonización (reliquia encarcelada, sí, pero muy adinerada, de los negocios carboneros a las posteriores diversificaciones inmobiliarias).
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Dentro de la farsa de sus últimos años en la brecha minera, destaca un episodio rocambolesco que parece una mezcla de: 1) El Museo Reina Sofía perdiendo una escultura de 38 toneladas de Ricard Serra. 2) David Copperfield haciendo desaparecer la Estatua de la Libertad… Varias empresas de Victorino fueron elegidas por la Administración —vía Hunosa— como Almacén Estratégico Temporal de Carbón, pero una inspección certificó la desaparición de 600.000 toneladas de carbón de sus reservas, equivalente a la carga de 16.000 camiones. ¿A qué achacó Victorino la volatilización del mineral? "Al viento" (sí, no es broma). Las malas lenguas decían que Victorino había vendido al Estado el carbón que el Estado le pagaba por tener almacenado, cobrando así dos veces la mercancía. La industria carbonera murió en España en 2019, cuando Victorino echó el cierre tras ser condenado por el Supremo a pagar 46’8 millones de euros por la desaparición del mineral (hasta la fecha, el Estado solo ha conseguido cobrar 8 millones de ese dinero).
Y tal y tal
Para hacerse una idea del carácter empresarial de Victorino, heredero del negocio minero familiar, piensen en el desahogo de Jesús Gil y Gil. En el emprendedor celtibérico del "esto se hace por mis cojones". En esos empresarios de pelo en pecho que, cuando les acusan de algo, embarraban el terreno de juego en juzgados y medios hasta hacerlo irreconocible.
Ante una mano de obra que no se andaba con chiquitas, el empresariado minero respondió amacarrándose. "El sector de la minería nunca ha sido el más refinado, pero dentro de eso, Victorino era especialmente soberbio, acostumbrado a hacer lo que le daba la gana y que le saliera siempre bien. Un gestor duro para un sector duro. Él mismo se encargó de alimentar su perfil de malote. Le llamaban Don Vito, caricatura entre la leyenda urbana y la realidad con la que se sentía cómodo", afirma Víctor del Reguero.
"Las circunstancias políticas de la minería leonesa le convirtieron en un peón del Estado"
"Es verdad que la actitud chulesca y macarruda, frente a la sociedad y sus trabajadores, recuerda mucho a Jesús Gil. Pero Victorino tenía algo que no tenía Gil y que le mantuvo en pie durante años pese a todos sus desmanes. Si Gil se enfrentó al poder establecido fundando un partido político, Victorino formaba parte del poder establecido, la izquierda y la derecha institucional le protegieron durante años. Las circunstancias políticas de la minería leonesa le convirtieron en un peón del Estado", razona Fanjul.
José Antonio Rodríguez, propietario de minas que acabó vendiendo a Victorino, explica en el libro lo que le diferenciaba de todos ellos: a Victorino le traían sin cuidado los mineros y el Estado. "Todos estábamos con los pies de barro, debiendo mucho dinero. Aparece un Fulano que no se doblega a los sindicatos… y, si hay un conflicto, coge el coche y se marcha a Marbella, y ya le puede llamar el gobernador o el presidente del Gobierno. Eso ya te presenta a un individuo que hace lo que no ha hecho nadie antes. Te llamaba el gobernador y todos nos poníamos firmes. Él pasaba de todo". Con la chorra fuera.
Piensen, como último apunte al carácter de Victorino, en la picaresca de un personaje de Billy Wilder. Solo al alcance de unos pocos elegidos está declararte insolvente en un juzgado para no abonarle la manutención a tu ex mujer, y a la vez, abonar 1.000 millones de pesetas al Estado por un emporio minero. Esos dos eventos se solaparon en el tiempo. Hay que tenerlos cuadrados.
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"Victorino es administrador de muchísimas empresas, pero técnicamente él no tiene dinero", recuerda Fanjul, porque el dinero nunca ha estado a su nombre (su rastro, por cierto, apareció en los Papeles de Pandora, en una sociedad offshore panameña con 25 millones de dólares). "Nosotros estuvimos en el juicio que acabó con su condena de cárcel", recuerda Del Reguero. "A preguntas del fiscal sobre su patrimonio, Victorino dijo que vivía de una pensión de prejubilado de la minería". Todo en orden pues.
"Mi situación económica es peor ahora que cuando me separé y mi insolvencia es tal que mi familia es la que me mantiene", dijo Victorino en 1994 en el juicio de su exmujer. Exactamente el mismo día coincidieron en la prensa local una noticia del juicio en el que se declaró "insolvente" y otra con el titular: "Victorino inyecta otros 400 millones en la MSP y ya suma 1.315". Resumiendo: Empresariado, el que tengo aquí colgado (por zanjar con una sentencia brusca, pero digna del victorinato).
Hipótesis: la clase obrera como sujeto revolucionario que llevaba agitando el mundo desde el siglo XIX, murió en Madrid el 31 de mayo de 2012, cuando Victorino Alonso se manifestó junto a 10.000 mineros en el Paseo de la Castellana. Victorino en las barricadas, tirando petardos frente a la sede del ministerio, tiro de gracia a doscientos años de conquistas épicas y sacrificios indecibles.