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Lo que viene a partir de ahora: los efectos políticos de una semana devastadora
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Lo que viene a partir de ahora: los efectos políticos de una semana devastadora

En una España golpeada por la magnitud de la tragedia, los acontecimientos de la semana, que se iniciaron con una izquierda en crisis, terminan con una sensación peligrosa

Foto: Sánchez y Mazón. (EFE/Kai Försteling)
Sánchez y Mazón. (EFE/Kai Försteling)
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La semana comenzó en España con un momento anti izquierda, nos golpeó con una tragedia y está finalizando con una radiografía política en la que se hacen evidentes fallas sistémicas profundas. En siete días han pasado muchas cosas y ninguna buena, salvo la actitud solidaria de gran cantidad de ciudadanos ante la catástrofe.

Acto 1. Errejón

El caso Errejón salta en un instante en que las élites de nuestro país estaban cada vez más convencidas de que los enredos del Gobierno alrededor de la corrupción, los tratos de favor y demás le pasarían factura pronto a Sánchez. La presión sobre el presidente aumentó con la polémica en Sumar, que debilitaba al socio de Gobierno, lo que incrementó la sensación de que el presidente estaba cercado por varios frentes. Sin embargo, el descrédito de la izquierda entre la gente común tenía que ver con otros factores y la marcha de Errejón incidía en ellos.

Quien mejor ha descrito el error central de Sumar, Podemos y el conjunto de la izquierda surgida del 15M fue Simone Weil. La filósofa alertó en Hacer la guerra (Ed Taurus) de las consecuencias negativas que tiene toda lucha contra la abstracción. Refiriéndose al capitalismo, Weil insistía en cómo combatir un concepto era mucho más sencillo que intentar comprender toda la red de relaciones, normas, convenciones y consecuencias concretas que un determinado sistema genera en la organización social y, por tanto, en la vida cotidiana. Una vez realizada esa tarea, y entendidos sus efectos y causas, se podía proponer una transformación efectiva del régimen social que debería ser necesariamente concreta. Si no se actuaba así, lo único que quedaba era combatir a las personas que se declarasen favorables al concepto.

Esto es lo que ha ocurrido en la historia de la izquierda española de los últimos años: optaron por actuar combatiendo una serie de abstracciones, como machismo, patriarcado, racismo, xenofobia o fascismo, lo que no podía llevar más que a señalar a personas concretas, ya fuera porque observaban esa clase de conductas, porque las fomentaban directa o indirectamente o porque no se oponían a ellas con la suficiente energía. Todo se volvió afeamiento, descalificación y hostilidad en términos personales. Esa fue su lucha política, que no era estructural sino moral; esa fue su fuerza y también su tumba.

Esa forma de entender la ideología, que vigilaba de manera permanente las conductas y las palabras, produjo un evidente hartazgo entre la gente común, que se alejó de ellos, cansada de tanto acto de contrición y tanta moralina. Esa saturación se convirtió en combustible para las derechas, en especial para Vox. La sociedad se hartó de los afeamientos antimachistas, antirracistas y antifascistas, pero después se fue olvidando de ellos. Ni siquiera las derechas pueden sacar ya más partido.

Acto 2. Sumar y Podemos

Sin embargo, hay un elemento añadido que regresa con la caída de Errejón. Cuando se colocan los estándares morales muy arriba, es inevitable que acaben volviéndose contra quienes los enuncian: las acusaciones de engaño, falsedad y, sobre todo hipocresía, terminan apareciendo. Esa fue una lección que la izquierda del 15M no aprendió, a pesar de que tuvieron ocasiones para hacerlo.

Hay que recordar que, en sus inicios, en la época de la casta, lanzaron una campaña continua contra la corrupción y contra todos aquellos que llegaban a la política para vivir de ella. Entre otras medidas, impusieron unas normas draconianas y poco prácticas a sus diputados y cargos públicos acerca de la cuantía de lo que debían percibir por el ejercicio de sus funciones. Lo entendieron necesario para mostrar su ejemplaridad. Pero luego llegó el chalet de Galapagar, y lo que de otro modo habría sido una cuestión meramente personal se convirtió en un asunto político. Es evidente que Iglesias y Montero podían comprarse la casa que quisieran donde quisieran, porque es una decisión que les pertenecía a ellos, pero cuando se había abogado de manera sistemática por una conducta muy distinta, la decisión se convertía en muy difícil de explicar. El control del partido le permitió obtener respaldo, pero la contradicción estuvo muy presente entre los suyos y desde luego entre los posibles votantes. Se entendió como una muestra de hipocresía: se abogaba públicamente por una cosa, en la vida real se hacía otra.

La contradicción entre palabras y hechos refuerza la sensación de hipocresía: sus altos estándares morales son defraudados

Con el feminismo ha ocurrido igual, pero de una manera más contundente. El espacio que nació en Podemos y que luego ha derivado en muchas otras cosas, entendió en un momento determinado que sus fuerzas de choque iban a ser jóvenes y mujeres, y que el feminismo era la bandera del futuro. No salió bien: la gestión del ministerio de Igualdad y sus diferentes polémicas llevó a Podemos a descender en el aprecio social, de modo que ni siquiera pudieron conservar un papel destacado en la alianza de izquierdas que concurrió a las elecciones. Sin embargo, lo peor políticamente ni siquiera fue el hecho de que algunos violadores obtuvieran una reducción de condena gracias a los errores cometidos en la redacción de la ley, sino que intentaron aprovechar esa posición de poder y visibilidad para emitir sentencias morales, lo que generó una animadversión social continuada.

Por eso el caso Errejón no ha golpeado a Sumar y a Más Madrid, sino a la totalidad del espacio. La contradicción entre palabras y hechos, entre las banderas abstractas y sus resultados concretos, entre el moralismo y las conductas privadas, refuerza la sensación que del espacio se tenía: altos estándares morales que eran sistemáticamente defraudados. Regresaba la hipocresía como elemento de deterioro y descrédito.

Acto 3. Los problemas del PSOE

Al PSOE le ocurre otra cosa, muy distinta en sus expresiones concretas, pero similar en el fondo. La acusación de hipocresía no proviene de una posición moralista, sino de la sensación de que el giro en su relación con Cataluña es meramente instrumental. Los siete votos de Junts pesan mucho, de modo que se ha instalado en el cuerpo social una lógica sensación de que muchas de las medidas que se toman tienen como único objetivo continuar en La Moncloa. En asuntos como la amnistía, el precio político que el PSOE paga es escaso, porque puede ser descrita desde sus aspectos beneficiosos, como la facilitación de la salida de la trampa indepe hacia una Cataluña más estable. Pero con el dinero ocurre algo muy distinto: si se percibe que unas comunidades quedan infrafinanciadas a causa del aumento de recursos para Cataluña, es decir, si se percibe que faltan servicios esenciales porque se los han dado a otras, los líderes del PSOE, y en especial Sánchez, serán señalados como unos hipócritas que hacen lo que sea para permanecer en el poder.

Las clases medias altas, como las élites, entienden que el deterioro de Sánchez debe conducir al relevo en el Gobierno

Ambas cosas están uniéndose en un clima anti izquierda difícil de revertir. El espacio del 15M necesita una reconversión urgente. El PSOE precisa de un discurso que niegue la instrumentalización del BOE. Ambas tareas son difíciles, porque hay una desconfianza social grande y porque es probable que se equivoquen en sus estrategias. Sumar ha decidido centrarse en las clases formadas urbanas mientras el PSOE aspira a medio plazo a traer de regreso a votantes de centro izquierda que se han alejado de ellos. Pero es muy complicado, porque son gente que hizo el tránsito desde el PSOE a Ciudadanos y de ahí al PP: Andalucía es un ejemplo, pero también las zonas de clase media alta de las ciudades, incluyendo los Paus. En ese entorno, las rozaduras que están causando las noticias sobre corrupción complican aún más el asunto, porque se entiende, como lo hacen las élites españolas, de que ha llegado el momento del relevo.

Sería más sencillo recuperar esos votantes de clase media baja y de clases populares que eran tradicionalmente de izquierdas y que se fueron alejando hacia la abstención. En esos segmentos, el descrédito de la política es grande, pero afecta más a las izquierdas. Allí los votantes también han ido a parar, en una parte, a la extrema derecha. La reacción es distinta porque la hipocresía se percibe directamente relacionada con la falta de acción política que deteriora sus condiciones de vida: precios más elevados, ausencia de servicios públicos, desconexión de las oportunidades, peores perspectivas vitales. Genera un clima distinto: los políticos solo se preocupan por lo suyo y se olvidan de nosotros.

Acto 4. Los problemas de la derecha

La semana no solo ha traído un maremoto en la izquierda, sino una dolorosa catástrofe cuyas consecuencias en vidas humanas aún tienen que conocerse del todo. Los efectos políticos de la tragedia serán notables, sobre todo porque ahondan en esa visión que buena parte de la sociedad tiene de las instituciones: cuando son necesarias, estamos solos. Esta sensación es devastadora en la medida en que recae en un terreno ya abonado.

Ha aparecido la hipocresía también en el otro lado político. Es un gran lastre que los populares han arrastrado desde el Gobierno de Aznar

El grado de castigo político que los ciudadanos exigirán está por verse, pero es evidente que la derecha pagará un precio. No solo por los fallos en la gestión, también por la negación de la responsabilidad. Las desafortunadas declaraciones de Feijóo el día posterior a la catástrofe, así como algunas declaraciones desde la Generalitat señalando a la AEMET, trajeron de vuelta al PP del Prestige, del Yak-42, del 11M y demás, ese que no supo afrontar los hechos y trató de cargar con la culpa a los demás.

La sensación de que se pudo haber hecho mucho más a la hora de prevenir a la población está muy instalada ya, pero también la de que la gestión de la ayuda tras la catástrofe está siendo muy deficiente. Mazón es el presidente de la Comunidad Autónoma, por lo que tiene una responsabilidad difícilmente discutible. En todo caso, ha vuelto a aparecer la hipocresía, pero ahora en el otro lado del espectro político. Ese es un gran lastre que los populares han arrastrado desde el Gobierno de Aznar y evocar de nuevo todos aquellos acontecimientos, las mentiras y el cinismo, supone un deterioro para el PP, no solo para Mazón.

La derecha sufre su propia contradicción entre las banderas abstractas y los resultados concretos, entre sus palabras y sus hechos. La impronta de una buena gestión de la que hacen gala se ve confrontada con la realidad de sus deficiencias; y cuando estas se hacen evidentes, aparece la negación. La hipocresía regresa al primer plano político.

Acto 5. Nuestros problemas

Este es también el momento del fango político, centrado en la respuesta a las enormes necesidades de la población afectada. La ayuda insuficiente tratará de cargarse en las espaldas del Gobierno o en las de la Comunidad, dependiendo de los intereses, y cada parte volverá al juego permanente de señalar al rival.

Cuando las poblaciones pasan de la etapa de la desafección a la de indignación, el campo de juego político se transforma sustancialmente

Mientras tanto, un buen número de ciudadanos han acudido a ayudar tras la catástrofe, lo que en sí mismo tiene algo de indignante: están supliendo con su apoyo carencias que no deberían existir. La nobleza de esa solidaridad, que dice mucho de nosotros como sociedad, no puede relegar a un segundo plano el hecho de que están desempeñando esas tareas porque si no, nadie más las haría. Es la constatación de una falla profunda que transmite que las instituciones no están cumpliendo con su papel y que, cuando vienen mal dadas, dependemos de la solidaridad de quienes nos rodean; transmite la idea de que no hay red de seguridad.

La traducción que esos hechos tengan en términos electorales es ahora lo de menos, pero no hay que perderlas de vista. Cuando las poblaciones pasan de la etapa de la desafección a la de indignación, el campo de juego se transforma sustancialmente. Son demasiadas crisis seguidas ya, y el emponzoñamiento de las instituciones es muy elevado. Sin embargo, este es un momento de shock, por lo que los verdaderos efectos se percibirán dentro de un tiempo. Lo previsible es que se eleve todavía más el tono del enfrentamiento entre bloques ideológicos y que la tensión existente, que es mucha, se haga más insoportable. Habrá más alejamiento de la política institucional, pero también es previsible que estas consecuencias operen de manera distinta según los estratos sociales. Aquellos más politizados, los que cuentan con mayor renta y mayor formación, aumentarán su crispación. La gente común vive en otro lugar, ese en el que están solos, en el que entienden que han sido abandonados, en el que no cuentan. La hipocresía afianza la idea: los políticos solo se preocupan por lo suyo y se olvidan de nosotros. Si hubiera en España un partido populista, tendría mucho éxito.

Acto 6. "No les importamos"

En esas circunstancias, es bueno tomar distancia y entender de dónde vienen los problemas que nos golpean recurrentemente. La degradación de las instituciones tiene que ver con el debilitamiento de un Estado cuyas capacidades se mueven permanentemente en el alambre, de modo que cuando ocurre algo fuera de lo normal, llega el colapso. Vivimos en un mundo en el que todo parece funcionar bien, salvo cuando se necesita. Hemos tenido pruebas de toda clase: económicas, epidemiológicas y sociales. Eso fue la pandemia, Estados sobrepasados que no podían hacer frente al virus porque no tenían ni mascarillas. No ocurre solo en acontecimientos imprevisibles y excepcionales: durante Filomena (otro ejemplo de mala gestión) fueron los ciudadanos los que tuvieron que sacar las palas y arreglar por su cuenta la situación. Las instituciones se mueven en el mínimo, de modo que cualquier cosa que añade carga, genera paralización.

Los cargos ocupados por personas que han hecho carrera en el partido o por jóvenes que quieren sumar algunas líneas en su CV

En segunda instancia, y la catástrofe en Valencia lo subraya, la capacidad de gestión de las instituciones es cada vez más deficiente. Buena parte de los problemas provienen de la falta de visión y conocimiento de quienes toman las decisiones. El desprestigio del sector público es grande, de manera que las personas con mayor experiencia y competencia optan sin pensarlo por lo privado: salarios mucho mejores y sin esa exposición que supone la política. De modo que los puestos son ocupados por personas que han hecho carrera en el partido, y que encuentran un premio en los cargos, o por jóvenes que quieren sumar algunas líneas al currículum que le den algo de brillo.

Ambos elementos no son casuales, son producto de una deriva ideológica que perjudica especialmente a la hora de encontrar soluciones. Es hora de poner arreglo a esos males, que es el único modo no de que estas cosas no vuelvan a ocurrir, lo que es imposible, sino de que cuando sucedan, estemos mejor preparados y se pueda dar una respuesta más rápida y eficaz. Y aquí hay que poner todo el énfasis en un modo de pensamiento que ha dominado durante las últimas décadas y que Reagan sintetizó en una frase: "Las palabras más terroríficas del idioma inglés son 'soy del Gobierno y vengo a ayudar'". Eso no es lo que sienten los ciudadanos afectados cuando los bomberos o los policías o los militares tienen que rescatar a los damnificados por la tragedia, o cuando los servicios sanitarios tienen que curar a los enfermos y heridos, o cuando los servicios de mantenimiento tienen que devolver a la normalidad calles y vías, o cuando acuden a proporcionar electricidad y agua. La incompetencia en la gestión, de la que ayer se vieron varias muestras más, genera la sensación de soledad entre los ciudadanos, que están esperando precisamente que las instituciones vengan a ayudar.

Y esto es significativo porque la opción política que más está reclamando la intervención del Estado es justamente aquella que ha insistido una y otra vez en la necesidad de la no intervención del Estado. Las consecuencias de esa visión han sido catastróficas, y no solo por lo apreciable en esta tragedia. Los países más importantes del mundo están operando justo al revés y han apostado por reforzar sus capacidades estatales. Solo Europa apuesta por seguir con las fórmulas de la era global y del orden basado en reglas mientras da bandazos respecto de su futuro: las fórmulas que se han utilizado hasta ahora, y que nos han causado grandes problemas, ya no sirven. El resto del mundo, desde EEUU hasta China, pasando por India o Turquía son conscientes de ello, hasta el punto de que miran al continente desde la suficiencia.

La semana ha sido políticamente devastadora, por lo que implica de errores, de hipocresías, de retrato de lo peor del mundo político, y también por lo que subraya acerca de equivocaciones que no serán corregidas. Ha mostrado las debilidades de las dos formas de pensamiento política, las de la derecha y las de la izquierda, de una manera brutal. Hay que insistir en que las consecuencias se verán a medio plazo, ahora es el momento del shock, pero el clima social ya está asentado. La encuesta de Ipsos, el Broken System Index, es contundente al respecto: el 61% de los españoles pensaba hace dos años que "a los partidos tradicionales y a los políticos no les importa la gente como yo". Y eso era entonces.

La semana comenzó en España con un momento anti izquierda, nos golpeó con una tragedia y está finalizando con una radiografía política en la que se hacen evidentes fallas sistémicas profundas. En siete días han pasado muchas cosas y ninguna buena, salvo la actitud solidaria de gran cantidad de ciudadanos ante la catástrofe.

Pedro Sánchez Sumar Yolanda Díaz Partido Popular (PP) Alberto Núñez Feijóo Vox
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