Pedro Sánchez y el sorprendente giro español: quiénes deciden sus políticas
Las dificultades del Gobierno para aprobar unos nuevos presupuestos, que están en fase de negociación, señalan problemas significativos a la hora de tejer un camino para nuestro país
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Junts es nuevamente el factor disruptor en la política española, ahora con los presupuestos. El PSOE está negociando intensamente con los de Puigdemont, que se dejan querer. Son el elemento clave, la condición de posibilidad: hace falta el voto del resto de socios, pero se da por descontado que las dificultades con ellos sería mucho menores, por lo que, si se despeja la incógnita principal, las demás variables quedarán resueltas.
En ese escenario, queda un fleco suelto que amenaza con arruinar los acuerdos, el Podemos de Iglesias, que no solo ha advertido de que si no se satisfacen sus reivindicaciones no habrá acuerdo, sino que su posición ha arrastrado a IU y, en alguna medida a Sumar, hacia una confrontación con el Gobierno para marcar terreno político. Es un movimiento táctico, pero no pueden dejar que sea Podemos el partido que lidere la oposición al PSOE.
De modo que los presupuestos, que parecían factibles en los últimos días, (habían aparecido varios indicios en ese sentido) parecen encontrar escollos adicionales. Sánchez no solo debe poner de acuerdo a partidos enfrentados entre sí, pero que forman parte de la coalición, como Podemos y Sumar o ERC y Junts, sino que debe conciliar intereses muy enfrentados, también ideológicos, como los que apuntan los de Iglesias y los de Puigddemont. Y, de fondo, el terremoto en Sumar, con la salida de Errejón, que supone otro factor perturbador.
La amenaza poco creíble
En esta carrera de vallas, si se elimina el ruido, lo cierto es que Puigdemont, es decir, Junts, vuelve a ser determinante. La amenaza de Podemos no resulta creíble, la de Sumar mucho menos; ambas resultan, por otra parte, difícilmente justificables. En un contexto más estable, las exigencias de Podemos, incluso en términos maximalistas, les podrían proporcionar réditos electorales. Pero en estas circunstancias, con una izquierda deteriorada, y con la sensación de que todo ese espacio está contaminado, y mucho más tras la salida de Errejón, sus opciones son muy reducidas. Hacer caer al Gobierno de coalición con la falta de aprobación de unos presupuestos acordados con el resto de fuerzas políticas, sería algo que el votante de izquierda no perdonaría, y supondría un gran varapalo en las siguientes elecciones. Hay un agotamiento mayúsculo de la población respecto de la generación del 15M, con esa de la que nacieron Podemos y Sumar y que alteró radicalmente IU; si colocan un palo más en las ruedas en cuestiones como el presupuesto, las consecuencias serían catastróficas en las urnas.
Si el malestar con la vivienda aumenta, será difícil que las izquierdas lo canalicen
El asunto de Errejón ha estallado, además, en un contexto en el que las fuerzas a la izquierda del PSOE estaban intentando canalizar el malestar profundo con la vivienda. En particular, Iglesias entendía que las manifestaciones en las calles construían un clima similar al del 15M, y que una nueva oleada en esa dirección estaba a la vuelta de la esquina. Su convicción no está justificada, pero si lo estuviera, sería una mala noticia para él mismo y para el conjunto de esa izquierda, porque es muy difícil que lo aprovechasen ellos. Más al contrario: basta con echar un vistazo al hilo sobre vivienda de Carlos Hernández Quero, diputado de Vox, para entender cómo la pretensión de que los jóvenes son las nuevas fuerzas de choque de las izquierdas, compartida por el PSOE, está lejos de realizarse.
Buena parte del malestar proviene de clases medias y de los hijos empobrecidos de estas, que ven cómo decaen sus opciones para tener un piso en propiedad y los altos precios del alquiler dificultan su futuro. El potencial populista de esa reivindicación, entre otras, es elevado, pero la canalización de esa reivindicación por la izquierda lo es mucho menos: Madrid es el lugar donde más presión en los precios hay, y los jóvenes madrileños distan mucho de votar a las izquierdas. El desgaste de los partidos del 15M debería suponer un reinicio, un borrón y cuenta nueva a partir del cual emergiese un proyecto diferente que le haga ganar aprecio social. Volver al mismo marco una y otra vez es prolongar una agonía que está siendo muy dura.
Derribar, o incluso minar, al Gobierno, podría ser todavía peor para Podemos, IU y Sumar en este contexto. En Moncloa no hay demasiada preocupación por su potencial disruptivo; otra cosa es lo que se refiere al futuro de su izquierda, que sí puede generar daños electorales si cae a plomo.
Lo que la derecha no entiende
El problema del PSOE es más bien la vieja derecha, la de Junts, otro de los partidos perdedores en las elecciones del 23-J que salió ganando por los azares del equilibrio de fuerzas. En esa paradoja, que se suma a la de un Puigdemont que está y no está, que es tremendamente influyente en su partido, al mismo tiempo que no tiene otro proyecto más que el destino personal de su líder, vive la política española. Junts es una formación que tiene que evolucionar hacia un lugar diferente, pero a la que le cuesta enormemente hacerlo. A ERC le ocurre algo similar mismo: si tras los congresos de ambos partidos los líderes vuelven a ser Puigdemont y Junqueras, todo sonará a hace una década.
Como elemento añadido, hay una paradoja más: Junts se ha convertido en el partido del Ibex; los independentistas catalanes se convierten en salvadores de las grandes empresas españolas frente al Gobierno socialista de los impuestos extraordinarios. Un movimiento que se interpreta como una señal de que, tarde o temprano, Junts regresará a las viejas posiciones convergentes.
Se ha producido un viraje desde la política económica hacia la economía política; las derechas no han tomado nota, y Junts tampoco
Y probablemente también ahí exista un problema: la vieja mentalidad reaganiana sobre los impuestos, que es una mirada sobre el conjunto de la economía, es un lastre en momentos con el presente. Se está produciendo un cambio significativo que no hemos anotado aún en Europa: los Gobiernos de los grandes países, sean de la esfera occidental o del Sur Global, han pasado de tomar medidas de política económica emanadas de un modelo estándar, según el cual, los impuestos o el proteccionismo o tantas otras cosas, eran intrínsecamente malos, a otro marco en el que cada vez tiene más peso la economía política; hay objetivos estratégicos que utilizan instrumentos diversos para conseguirlos. De ese viraje desde la política económica hacia la economía política, nuestros partidos no han tomado nota, y Junts incluso menos que otros.
En definitiva, no deja ser significativo que sean los ámbitos políticos más deteriorados, cuyo momento ya pasó (sea el 15M o 1 de octubre) y cuyas propuestas ideológicas han sido sobrepasadas por los tiempos, los que tengan la última palabra acerca, no ya de los presupuestos, sino de las medidas que adoptará una España que necesitará un cambio de rumbo económico para adaptarse a lo que viene. Y lo peor es que, también con cierta probabilidad, sean muchas de las viejas ideas las que sigan en vigor gracias a ellos.
Junts es nuevamente el factor disruptor en la política española, ahora con los presupuestos. El PSOE está negociando intensamente con los de Puigdemont, que se dejan querer. Son el elemento clave, la condición de posibilidad: hace falta el voto del resto de socios, pero se da por descontado que las dificultades con ellos sería mucho menores, por lo que, si se despeja la incógnita principal, las demás variables quedarán resueltas.