Es noticia
La razón última del error de PP y Vox con las penas de los presos etarras
  1. España
análisis

La razón última del error de PP y Vox con las penas de los presos etarras

Estratagema del PSOE, falta de dedicación o de atención: son varias las explicaciones que se han ofrecido sobre la metedura de pata de PP y Vox. Pero sobre todas ellas hay una que predomina

Foto: La senadora del PP María del Mar Blanco. (EFE/Javier Lizón)
La senadora del PP María del Mar Blanco. (EFE/Javier Lizón)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Hay un déficit de élites en España. No solamente de las políticas, aunque sean las que más visibles resulten para el común de la población: los males institucionales son tanto un reflejo como una consecuencia de los males generales. Y, para ser justos, no es un problema exclusivamente nuestro. Una parte importante de las grandes dificultades europeas provienen de unas élites que vivieron en un mundo aparte y que pretenden seguir en él, a pesar de lo mucho que ha cambiado el contexto.

Sin embargo, hay errores y malas prácticas que hacen muy difícil no colocar el foco sobre los políticos. Es el caso de la aprobación en el Congreso de la modificación de la ley orgánica 7/2014, sobre intercambio de información de antecedentes penales y consideración de resoluciones penales en la Unión Europea, una de cuyas consecuencias es el recorte del tiempo en prisión de presos etarras, ya que permite que se les compute lo cumplido en Francia.

Una vez que El Confidencial destapó los efectos que produciría esa modificación y lo que significaba de cumplimiento de una de las reivindicaciones más importantes de Bildu, los grupos de oposición quedaron en evidencia. Las críticas, en especial a PP y Vox, han sido numerosas y razonables. La sensación de dejadez e incompetencia que han dejado entre sus electores es notable: tiene un punto de bochorno, al haber sido engañados por la estratagema del PSOE, y otro de falta de dedicación a sus funciones.

Las responsabilidades internas

Ahora se intenta reconvertir la discusión pública poniendo el acento en el fondo del asunto, la reducción de las penas a los etarras, y en sus aspectos morales y jurídicos, pero eso solo es posible si existe un paso previo. El momento de tener ese debate era antes de la aprobación de la modificación, no ahora. Que los partidos quieren debatir esos puntos en este instante suena a retorcimiento dialéctico para tratar de encubrir el error cometido. Vox ha pedido perdón públicamente, el PP también, Pero, más allá de las disculpas, lo lógico es que se asuman responsabilidades internas y una vez cumplido ese requisito, regresar al debate: al menos, se constataría que los errores tienen un precio y que se están poniendo las bases para que esas cosas no vuelvan a suceder.

Estos hechos deterioran la confianza en las instituciones democráticas cuando ya hay sentimientos antipolíticos muy arraigados

Sin embargo, este hecho va mucho más allá del perjuicio coyuntural que pueda causar a determinados partidos. Genera la sensación de que el Parlamento no funciona, de que los diputados trabajan poco y ganan mucho, de que se preocupan de vivir bien y no de cumplir su tarea. Deteriora la confianza en las instituciones y, dado que no se trata de algo aislado (ya hay una parte de la población con sentimientos antipolíticos arraigados), estaría lloviendo sobre mojado. La democracia se hace mucho más débil así.

Los guerreros

No se puede decir, sin embargo, que las críticas no sean razonables. Desde hace tiempo, la selección negativa de élites se ha instalado en nuestra sociedad y la política es el lugar más visible. Muchas personas con conocimiento y cualificación tienden a huir de ella, ya que genera muchos más problemas que beneficios. Queda muy lejos ya la época en la que trabajar para el Estado era una fuente de identidad y reconocimiento. Incluso en los cuerpos de élite, muchos de quienes aprueban una oposición pasan pocos años en sus puestos antes de dar el salto a la empresa privada. El dinero y el prestigio ya no están en las instituciones. Esa perspectiva lleva aún más a que, quienes tienen posibilidades, se alejen por completo del entorno político. Es más un espacio en el que jóvenes que aspiran a tener recorrido buscan un lugar que les permita dar el salto que un destino en el que satisfacer la vocación profesional y el interés por el servicio público.

Es un entorno de brecha profunda, cuajado de guerracivilismo dialéctico, no es raro que los diputados confundan sus prioridades

No es una situación nueva, lleva bastante tiempo produciéndose. Lo que empeora ese contexto es el escenario en que ahora esa selección de élites políticas se lleva a cabo. El Parlamento se ha convertido en un terreno de guerra constante, de réplicas y contrarréplicas que pretenden descalificar al oponente, cuando menospreciarlo o denigrarlo. El papel de los diputados es mucho más contribuir a ese tipo de dinámicas que a producir algo constructivo. Es un entorno de brecha profunda, cuajado de guerracivilismo dialéctico, por lo que es normal que los electos confundan sus prioridades. Para esa tarea, es mucho mejor, parecen pensar los partidos, contar con parlamentarios guerreros que expertos.

La brecha y la falta de proyecto

Esa es la política hoy: están todos demasiado pendientes de encontrar algo con lo que atacar a los oponentes como para fijarse en las consecuencias concretas de lo que votan. Y esa es la razón última de errores como el producido recientemente. Cuando la política va a la confrontación, los aspectos técnicos se vuelven mucho menos relevantes. Si se está a repartir, no se está a analizar.

Sería absurdo, sin embargo, reducir el problema general a una dinámica meramente política. Lo que ocurre en el Parlamento es un reflejo de las situaciones sociales: sería hipócrita deslizar la responsabilidad hacia un sector único. El agotamiento de las sociedades occidentales, que deriva tanto del fin de una época como de la falta de proyecto para la actual, genera entornos divididos, en los que la pelea por lo que queda triunfa sobre la construcción de un futuro común. Eso es algo que vemos entre nuestras élites y que se refleja en el Parlamento, con cada facción, territorial o ideológica, pendiente de qué tajada puede obtener. En lugar de afrontar los problemas comunes y de buscar una salida conjunta, se está al reparto de los restos. Es algo que, por cierto, también se puede constatar en el mundo de las grandes empresas y en el de las élites inversoras.

La metedura de pata de PP y Vox tiene mucho de simbólico. En el terreno de las consecuencias no es tan relevante, porque el apoyo de los socialistas en el Congreso permitía aprobar la modificación de la ley. Pero ha dejado la sensación entre sus votantes de que no trabajan, de que están a lo suyo. Y eso sí es dañino, porque se acumula sobre la percepción que los ciudadanos tienen de la política. Y no solo en España. Si se mira el mapa europeo, o se repara en la arquitectura de la UE, esa brecha ya está presente. De modo que esto no es un error, es una señal de primer orden del momento en el que nos encontramos.

Hay un déficit de élites en España. No solamente de las políticas, aunque sean las que más visibles resulten para el común de la población: los males institucionales son tanto un reflejo como una consecuencia de los males generales. Y, para ser justos, no es un problema exclusivamente nuestro. Una parte importante de las grandes dificultades europeas provienen de unas élites que vivieron en un mundo aparte y que pretenden seguir en él, a pesar de lo mucho que ha cambiado el contexto.

Bildu Partido Popular (PP) Vox Presos etarras
El redactor recomienda