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La reclusión de Yolanda Díaz: un camino abierto para Pedro Sánchez y el Partido Socialista
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La reclusión de Yolanda Díaz: un camino abierto para Pedro Sánchez y el Partido Socialista

Hay agitación en las izquierdas españolas: la suma de los cambios en la política internacional y de las tensiones nacionales abren una vía que el presidente del Gobierno quiere aprovechar

Foto: Sánchez, Montero y Díaz. (Europa Press/Eduardo Parra)
Sánchez, Montero y Díaz. (Europa Press/Eduardo Parra)
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El PSOE ha percibido, desde hace tiempo, una oportunidad clara para crecer, que es también una necesidad. Ese propósito requiere acción cotidiana y trabajo a medio plazo, y se apoya en un hecho objetivo, la debilidad del resto de partidos de izquierdas, que ha abierto una puerta para que los socialistas abarquen mayor espacio. Hay factores nacionales que ayudan en ese fin, pero no pueden ser entendidos en su integridad sin examinar los cambios internacionales. La pérdida de peso social de la izquierda actual forma parte de una evolución que no ha llegado todavía a término.

La izquierda vive un cambio de época complicado, después de un tiempo en la que gozó de una efervescencia significativa. El mapa político occidental señala los elementos cuantitativos y cualitativos que se han modificado.

El auge geográfico de la izquierda

En el ámbito anglosajón, EEUU marcó la pauta con las manifestaciones de Occupy Wall Street y el desarrollo de una izquierda que fue recomponiéndose alrededor de Bernie Sanders, que tuvo un momento importante en las elecciones de 2016. Jeremy Corbyn consiguió el liderazgo de los laboristas en 2015. Ese mismo año, se estaban viviendo movimientos muy relevantes en el sur de Europa, donde Syriza había llegado al poder en Grecia, y con Podemos en pleno auge en España, Renzi era primer ministro en Italia y Hollande presidente de la república francesa.

EEUU y Reino Unido, así como el sur de Europa, fueron los lugares en los que la crisis económica empujó hacia el auge de la izquierda. En el norte europeo, y en el centro de la UE, Alemania, fue una época mucho más estable. Era el tiempo en el que defendían el statu quo europeo frente a la falta de contención y a la relajación moral del sur. En el este de Europa el panorama era muy diferente: allí las derechas polaca y húngara dominaban e impulsaban el Grupo de Visegrado.

Esa distribución espacial-ideológica es esencial para entender la evolución política de Occidente, porque el momento de auge de las izquierdas fue también el de una tensión sistémica fuerte, que mostró sus efectos reales con el paso de los años. Syriza fue domesticada y se convirtió en una fuerza menor, como le ocurrió a Podemos. En Francia e Italia, la salida del Gobierno de Renzi y Hollande significaron el desplome de los socialistas, pero también el de la transformación radical del sistema de partidos: Macron salió del PS para fundar su propio movimiento y convertirse en presidente de la república, al mismo tiempo que crecía Le Pen. En Italia fueron Cinque Stelle, Salvini, y más tarde Draghi y Fratelli d’Italia, las fuerzas influyentes. Quedó muy poco de los partidos clásicos.

Allí donde las nuevas izquierdas tuvieron peso, como en España, empujaron al partido central hacia posturas más de izquierdas

En España, las formaciones tradicionales resistieron los embates de los nuevos líderes, pero con una consecuencia evidente: la coalición del PSOE y Podemos llevó a los socialistas más a la izquierda. Algo parecido ocurrió en EEUU, donde Sanders no pudo convertirse en el líder demócrata, pero la administración Biden adoptó posturas más atrevidas ideológicamente. En otras palabras, allí donde las nuevas izquierdas tuvieron peso, empujaron al partido central hacia posturas más de izquierdas.

Sin embargo, el momento político dominante era otro, porque con el Brexit y la victoria de Trump, y con el ascenso de los partidos de extrema derecha y de la derecha populista, el eje ideológico se movió. Se pasó del instante en que el cambio estaba representado por las nuevas izquierdas, a otro en el que las esperanzas de una transformación quedaron representadas por la derecha. Esto fue obvio en EEUU y en el Reino Unido, pero también en el sur de Europa: derechas extremas y populistas se convirtieron en las fuerzas antiestablishment por excelencia. En el norte, los partidos socialdemócratas adoptaron pronto políticas sobre la inmigración de las que antes se habían alejado, y se hicieron amantes de los recortes en los servicios públicos. Había zonas en que las nuevas izquierdas podían tener influencia sobre los partidos de su espectro político, pero las derechas ejercían influencia sobre el conjunto de la sociedad.

El recentramiento

Este movimiento es importante para comprender el lugar que ocupan las izquierdas actuales en la recomposición del mapa político. La extrema derecha no es solo una fuerza que gobierna, o que se ha convertido en el principal partido de oposición en muchos lugares, sino que es el polo de influencia ideológica que está tirando de todo el espectro político. Y ese tirón ha producido un efecto de recentramiento entre los partidos progresistas. Es evidente en el ámbito anglosajón: en EEUU, los sanderistas apenas han tenido presencia en la campaña, ejerciendo más como figuras decorativas, y Harris ha prometido corregir el giro a la izquierda de Biden; en el Reino Unido, Starmer ha adoptado un programa centrista cuando ha llegado al gobierno.

El combate contra la ultraderecha ha generado la absorción de las izquierdas periféricas por los partidos progresistas mayoritarios

Fuera de ese entorno, el efecto ha sido similar, en la medida en que el principal mensaje electoral de los partidos progresistas en los últimos tiempos ha consistido en defender una sociedad de libertades y derechos frente a la extrema derecha, a la que había que impedir que llegase al poder. Esta es la oferta principal de la actual campaña demócrata, como fue la de las elecciones generales en España o la de las legislativas francesas.

Este posicionamiento ha provocado en muchos lugares una absorción, por motivos electorales, de las izquierdas periféricas por los partidos progresistas centrales: si hay que evitar que una extrema derecha cada vez más fuerte llegue al gobierno, la solución no puede ser otra que la unidad de las fuerzas no ya progresistas, sino de las demócratas en su conjunto. En EEUU, este movimiento es evidente, en la medida en que Harris intenta atraer a partes del antiguo partido republicano. Pero ocurre en casi todas partes, y no siempre con partidos de izquierdas como los protagonistas: la defensa de la democracia contra el autoritarismo es un mensaje que trasladan Merz y la CDU en Alemania (frente a la AfD), Macron en Francia o el PSOE en España. Esta recomposición electoral ha añadido una dificultad más a las izquierdas, como se ha visto en el caso francés.

La dispersión de las izquierdas españolas

Este cambio estructural genera, en España, varios problemas a los partidos de la izquierda más allá del PSOE. En primera instancia por el voto útil, en segundo lugar por la mucho mayor presencia de Sánchez en el discurso público, identificado ya como el líder progresista por excelencia, pero también por la falta de un espacio ideológico que puedan hacer valer con éxito en este contexto electoral. La reconversión del programa y del discurso de los partidos de izquierda, de modo que pudieran retomar la iniciativa. La intentaron los verdes alemanes, pero están perdiendo peso social de un modo preocupante: Sumar siguió ese camino en España, pero tampoco parece que las encuestas les otorguen mucho recorrido.

Este conjunto de circunstancias allana el camino para que el PSOE de Sánchez crezca electoralmente entre los votantes progresistas. Y no solo por factores ideológicos o electorales, también por las dinámicas internas. Las izquierdas españolas se lo están poniendo fácil a los socialistas.

Los ministros de Sumar están intentando marcar un perfil propio, a través de medidas concretas, más que trabajando para un partido inexistente

Con la reclusión de Yolanda Díaz en el Ministerio de Trabajo, se ha producido una fragmentación significativa entre las izquierdas. Sumar carece de una estructura orgánica operativa, es más un conjunto de actores independientes que un partido. Con un añadido perjudicial, la extendida desconfianza acerca de la posibilidad de que Díaz retome el liderazgo del espacio; tampoco aparece a la vista un sustituto claro. En ese escenario, sus figuras públicas tratan de marcar un perfil personal, ya sea con el combate cultural de Urtasun o el perfil más social de Bustinduy, con Mónica García y Sira Rego relegadas a una presencia pública secundaria. El camino por el que han apostado es adoptar medidas y realizar propuestas de manera continua para dar sentido y visibilidad al cargo que ocupan, pero sin una idea común, sin un liderazgo por arriba que otorgue cohesión a las acciones del grupo. La idea de Díaz de apartarse de la primera línea y dedicarse a su parcela para recobrar impulso a través de las medidas de su ministerio parece haber sido imitada por el resto de sus ministros.

La falta de una posición ideológica propia lleva a las izquierdas a moverse en un terreno en el que el PSOE tiene muchas más bazas

En este impasse, las izquierdas se han refugiado en una posición ideológica que combina una perspectiva tecnocrática con otra cultural, y que se despliega mediante políticas públicas correctoras de la pobreza, que promuevan una mejor vida cotidiana (reducción de jornada laboral, entornos más verdes, más derechos), y que combatan mejor a la extrema derecha. Más Madrid sería el correlato territorial de la visión ministerial.

Sin embargo, ese enfoque político favorece a los socialistas. La alianza de políticas públicas progresistas, como propuesta de gestión, de davidbroncanismo en lo cultural y de lucha contra la extrema derecha, la representa ante el votante mucho mejor Sánchez que el resto de los líderes de ese espectro político. La falta de una posición ideológica definitivamente propia lleva a las izquierdas a moverse en un terreno en el que el PSOE tiene muchas más bazas.

La fórmula Illa

Si el momento estructural favorece a los socialistas, el momento político ayuda especialmente. La desorientación de Sumar, el descontento de IU, la posición minoritaria de Podemos, la irrelevancia de los Comunes, la debilidad presente de ERC y el notable peso local y el escaso nacional de Más Madrid son factores que permiten pensar que la fórmula Illa, esa concentración de fuerzas alrededor de un partido y de un candidato que reúne a los progresistas (allí frente al soberanismo, aquí frente a Vox y el PP), es una vía abierta para Sánchez en el conjunto de España.

Los objetivos más optimistas del PSOE, que se centran en alcanzar una cifra cercana al 35% del voto en las próximas elecciones generales, estarían al alcance de la mano si concurriesen dos factores: que los socialistas logren reducir el espacio de su izquierda, y que al mismo tiempo consigan que se reúnan de nuevo. Hay una parte del electorado que nunca votará al PSOE, y sería preciso que se recompusiera en torno a una opción común.

Esto requiere de tiempo. Los socialistas necesitan que la sociedad digiera el giro catalán en la financiación, que la pérdida de peso de Sumar en el electorado (y las dudas entre sus filas) vaya creciendo, y que esa izquierda a la izquierda del PSOE encuentre un nuevo camino común para que la fragmentación no acabe siendo un problema en las urnas. La cercanía entre IU y Podemos puede ser la vía. Pero para todo ello hace falta tiempo.

El PSOE ha percibido, desde hace tiempo, una oportunidad clara para crecer, que es también una necesidad. Ese propósito requiere acción cotidiana y trabajo a medio plazo, y se apoya en un hecho objetivo, la debilidad del resto de partidos de izquierdas, que ha abierto una puerta para que los socialistas abarquen mayor espacio. Hay factores nacionales que ayudan en ese fin, pero no pueden ser entendidos en su integridad sin examinar los cambios internacionales. La pérdida de peso social de la izquierda actual forma parte de una evolución que no ha llegado todavía a término.

Pedro Sánchez Yolanda Díaz
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