La verdad de Hernández Mancha contada por Hernández Mancha: "Acabé con el franquismo"
El exlíder de AP ajusta cuentas con su partido, el PP, tras 35 años. Del "error Hernández-Mancha", nada. Sus aciertos: renovar el partido, elegir a Aznar, echar a Bárcenas y romper con Thatcher
Lo de Antonio Hernández Mancha (Guareña, Badajoz, 1951) es un ajuste de cuentas elegante con la historia de su partido tras 35 años en escrupuloso silencio. Su personaje se perdió en la niebla de la historia del Partido Popular hasta que un día Pablo Casado lo citó en Génova sin sospechar que se convertiría en un Hernández Mancha bis. Por eso ha escrito sus memorias, "Secretos de mi partido" (Editorial Almuzara), donde reivindica su aportación decisiva para que la formación de "don Manuel" Fraga Iribarne emprendiera el necesario "viaje al centro". Del partido de los "carcas" y "falangistas" a la gran casa del centro-derecha que siete años después llevaría a José María Aznar hasta la Moncloa.
Una lectura algo almidonada pero ágil y muy nutritiva sobre los años menos conocidos del PP. Incluido el despido de un joven Luis Bárcenas por desconfianza ante el "desastre financiero" de su primera gestión de la mano de Ángel Sanchís. Hernández Mancha lo despidió, pero el joven tesorero recurrió a la justicia y Fraga lo readmitió, Aznar lo mantuvo y años más tarde Rajoy lo pagó con la salida más violenta de un presidente del Gobierno. "Cuando yo me entero de que debíamos varios miles de millones de pesetas a la banca y que a mí no se me ha informado antes yo no me puedo fiar ya. Despedí al tesorero, al vicetesorero y al gerente".
El abogado extremeño recibe en una terraza de Pintor Rosales recién llegado de su finca de Badajoz con su mujer y su hijo Hugo. Está desconocido sin sus enormes gafas aunque mantiene su amplia frente de opositor. Han pasado tres décadas y media desde que se marchó. "Pero la política no te deja nunca, te sigue como la sombra al cuerpo", comenta. Está tan al día que parece que fuera a protagonizar otra moción de censura como aquella que le hizo a Felipe González en marzo 1987. Aquello condensó toda su trayectoria política. "El error Hernández Mancha". Una lectura parcial e injusta, defiende.
El libro está lleno de anécdotas suculentas. Como la noche en la que Aznar le llamó lleno de inseguridad después de que Hernández Mancha se hubiera enfrentado al resto para asegurar la candidatura a la Junta de Castilla y León de quien terminó de presidente del Gobierno. "Me dijo: no sé si nos hemos equivocado. Fue una flaqueza momentánea después del calentón", cuenta sobre aquella tarde en la que, en rincón del restaurante madrileño Mayte Commodore, "aprovechando la boda de Ignacio, hijo de Don Manuel Fraga, resolví la papeleta".
"Me presionaron enormemente desde la CEOE, los medios de comunicación de derechas, desde la banca... Fraga apostaba claramente por Rodolfo Martín Villa. Todos pensaban que Aznar era un desconocido. La verdad es que él es un hombre de Madrid. Le tuvimos que crear un domicilio en Valladolid porque no tenía casa, ni propiedad, ni arrendamiento. Pero él ya estaba proclamado candidato y lo que querían era que yo le quitara. Me negué rotundamente por dos razones", afirma.
"Querían a Rodolfo Martín Villa, era un hombre de la vieja falange española con la camisa azul. Pero yo prefería un hombre de otra generación. Y porque yo a Aznar lo acababa de derrotar en el congreso (iba en la candidatura de Herrero de Miñón). En un alarde de magnanimidad y no de soberbia, quise integrarlo. Esa noche me llamó diciendo que no sabía si habíamos acertado. Pero en cierto modo quería darme las gracias. Él sabía que yo me la había jugado a su carta", añade en un retrato sorprendente del personaje Aznar.
Aunque gasta maneras de gentleman, el autor reivindica como su mayor logro político la bronca que tuvo con Margaret Thatcher en una visita a Downing Street tras incumplir esta su compromiso de palabra sobre Gibraltar. "La auténtica refundación del PP está ahí", asevera sobre la ruptura con la líder conservadora británica. "Fue muy necesario romper con ella", justifica sobre aquel hecho por el que su formación acabaría pasándose al Partido Popular Europeo años después. "Si no fuera por aquello, nos habríamos quedado hundidos en el Canal de la Mancha cuando el Brexit", razona.
De modo que el impulso decisivo para la refundación del PP lleva su firma. "El copyright es mío, no del Congreso de Sevilla, como se ha escrito". Se refiere al cónclave en el que Fraga le cede el trono a Aznar con su famosa frase "ni tutelas ni tutías". Era 1990 y el extremeño ya había abandonado la presidencia del partido, pero reivindica como suyo el profundo cambio "ideológico y generacional" de aquel primer PP. Y en ese rebuscar en la hemeroteca evoca con orgullo la portada del New York Times en la que se anuncia su victoria al frente de AP. "Un joven de 36 años, elegido presidente del partido franquista español", rotularon. "Con el franquismo acabé yo", sentencia con convicción.
Tampoco es que su partido le haya reivindicado demasiado todos estos años, salvo la citada llamada de Casado a Génova tras ganar las primarias a Sáenz de Santamaría. "No me suelen invitar, tampoco yo quiero que me inviten. Estuve en la toma de posesión de Juanma Moreno Bonilla porque fui el primer presidente de Alianza Popular en Andalucía. Pero he preferido tener un perfil bajo. En la política, o estás en primera línea o es mejor que te pongas en la última", sonríe, convencido de que sembró la semilla. "No me afecta. Mis sucesores continuaron la labor que yo inicié", declara al tiempo que reconoce también desaciertos como la proposición que le hizo al todopoderoso líder de CiU. "Yo ofrecí a Pujol ser mi Cambó".
La figura que más le impresionó en su corta carrera política fue Ronald Reagan, quien además le puso en favor a su vicepresidente, George Bush padre, y este a su hijo Jeb Bush, con quien tejió una relación estrecha que le serviría después de puente a Aznar hasta llegar a la famosa foto de las Azores con el puro y los zapatos encima de la mesa. El entonces presidente del Gobierno le premió con su única visita fugaz a la Moncloa: le encomendó presidir una cena con Jeb Bush y un grupo de empresarios americanos.
Lo de Antonio Hernández Mancha (Guareña, Badajoz, 1951) es un ajuste de cuentas elegante con la historia de su partido tras 35 años en escrupuloso silencio. Su personaje se perdió en la niebla de la historia del Partido Popular hasta que un día Pablo Casado lo citó en Génova sin sospechar que se convertiría en un Hernández Mancha bis. Por eso ha escrito sus memorias, "Secretos de mi partido" (Editorial Almuzara), donde reivindica su aportación decisiva para que la formación de "don Manuel" Fraga Iribarne emprendiera el necesario "viaje al centro". Del partido de los "carcas" y "falangistas" a la gran casa del centro-derecha que siete años después llevaría a José María Aznar hasta la Moncloa.
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