Villacís, la última naranja de Filipinas
Ella misma ha intentado dejar la isla. No fue posible. Ahora está encerrada. Encerrada en una isla flanqueada por maremotos rumbo a colisionar con la desaparición
Begoña Villacís oye un ruido entre los matojos y se acerca. La jungla electoral gime solapadamente, es como si durmiera a punto de despertar. Aquí las alimañas siempre se están moviendo. Empuñando su vieja bayoneta filipina, levanta una densa mano vegetal. No hay nada. No hay nadie. Así son los últimos meses. Todos se han largado. ¿Cómo reprocharles? ¿Acaso no lo intentó ella también?
Regresa por el retorcido sendero hasta las ruinas de la vieja sede. Cuatro paredes destartaladas, material de oficina, viejos carteles de otro tiempo. Silvia Saavedra está muy contenta con el vídeo electoral. “Le han puesto letras tipo videoclip de Rosalía y tú estás supercañón, tía”, dice. Ojos febriles, palidez de vela, lleva sin comer desde el martes. El ordenador que señala está apagado.
Aquí está vuestra Villa, la que ni se rinde ni se entrega. #28M pic.twitter.com/16Yu8dpX6n
— Begoña Villacís (@begonavillacis) May 9, 2023
“¿Algún barco?”, pregunta alguien a su espalda. Es Mariano Fuentes, con una barba que le llega por el ombligo y un brazo colgando en un cabestrillo mugriento. “Ya te he dicho que nos quedamos”, responde Begoña. “Es por curiosidad…”, masculla él. Pero no, le respondería Begoña, si fuera del todo sincera consigo misma, no hay barcos, el último parecía un patito eléctrico navegando por la línea del horizonte.
Ella misma ha intentado dejar la isla. No fue posible. Ahora está encerrada. Encerrada en una isla flanqueada por maremotos rumbo a colisionar con la desaparición. De los 11 ediles que tenía Ciudadanos en Madrid, siguen siendo del partido menos de la mitad. Los mamones se fueron a 48 días de las elecciones. ¿Quién sabe de dónde sacaron las fuerzas para alcanzar a nado el barco azul?
La saca de sus pensamientos Miguel Ángel Redondo. El pobre hombre gime en su litera. Está ciego, delira, la malaria electoral lo ha devorado. Begoña lo puso de número cuatro en la lista y todos saben lo que es eso: si, tras la última batalla, hay supervivientes, no será él uno de los afortunados. Si triunfan, verá a sus compañeros sostenerse en el Ayuntamiento y se quedará fuera. Pero ¿qué es un triunfo en estas circunstancias?
“Almeidaaaa… Ayussssoooo… Por qué no nos queréis…”, gime Redondo. Begoña saca un paño de un cubo de agua, lo escurre y se lo coloca en la frente. “Inéeeeees… Inéeeees. Inés —piensa Villacís—, ¿qué nos ha pasado? Parecías llamada al triunfo, listísima como yo, elocuente como yo, guapa como yo, juvenil y aguerrida. ¿Cómo se van a la mierda los países, los proyectos políticos?”.
La batalla electoral por Madrid es un asunto guerracivilista en sí mismo, imposible eludirlo y menos todavía con los dilemas simples de Ayuso y la vociferancia antifascista de la izquierda. Villacís, que fantasea en las noches ruidosas de la jungla con levantar la Tercera España liberal sobre sus hombros, no sabe cómo colocarse frente al moderadito Almeida y al final no ha podido eludir el tono de gesta.
“Esta Villa ni se rinde ni se entrega”. Un abrigo es la superficie más adecuada para lucir el lema, sí. Pero no sabe si habla de sí misma, del liberalismo tercerista o de su partido. ¿Qué es la villa, exactamente? En verano, se largan del edificio de cinco pisos que abrieron en la calle Alcalá, durante los buenos tiempos. Demasiada planta para tan poca confianza. Ahora sería consecuente mudarse a la calle Baler, a la calle Luzón. Rimaría con el ethos filipino con el que van a las elecciones de mayo ¿a qué? ¿A ganar? En la enfermedad, ganar es vivir un día más.
Agobiada, Begoña Villacís vuelve a salir de la sede, las paredes se le vienen encima, las ojeras de sus compañeros, sus sonrisas demacradas, el triunfalismo impostado, increíble, innecesario. Camina por la selva nuevamente, fantasea con ser recogida por un barco y, entonces, vuelve a oír un ruido. Aparta unos matojos exuberantes, enrevesados como la política, y, ahora sí, escondido en un hoyo, encuentra a Edmundo Bal. Barba asilvestrada, pelo furioso, ojos inyectados en sangre. ¿Todavía estás aquí?
Naranja toda ella, quizá la mujer más naranja de España, Begoña se larga. ¿Adónde? Es imposible saberlo, en este momento no hay adónde ir
—¡La socialdemocracia, Begoña! —grita. Se le abalanza encima, pero Villacís todavía es ágil. De un salto, se echa a un lado y Edmundo Bal se va de dientes al suelo. Lo mira con cierta lástima, sin simpatía. Escupe al suelo, le toca un hombro con la punta del pie y él levanta la cabeza—. ¡Begoña, Begoña! La foto de Colón… La foto de Colón… ¡La socialdemocracia, Begoña!
—Eres un acomplejado.
Naranja toda ella, quizá la mujer más naranja de toda España, Begoña se larga. ¿Adónde? Es imposible saberlo, en este momento no hay adónde ir. “Ser decisivos, ser decisivos, basta un 5%”, se dice. Joder, ya se ha puesto otra vez de mal humor.
Begoña Villacís oye un ruido entre los matojos y se acerca. La jungla electoral gime solapadamente, es como si durmiera a punto de despertar. Aquí las alimañas siempre se están moviendo. Empuñando su vieja bayoneta filipina, levanta una densa mano vegetal. No hay nada. No hay nadie. Así son los últimos meses. Todos se han largado. ¿Cómo reprocharles? ¿Acaso no lo intentó ella también?
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