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"Roba, pero hace cosas": Hormaechea, el barón que llevó la crispación a los bares
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Auge y caída de un presidente

"Roba, pero hace cosas": Hormaechea, el barón que llevó la crispación a los bares

El cántabro Juan Hormaechea, padre del populismo regionalista, rompió los límites de hacer política en España en los años noventa: especulación, farras de madrugada y ataques sin cuartel a enemigos y aliados políticos

Foto: EC Diseño.
EC Diseño.

Los juernes se sale.

El 1 de noviembre de 1990, el presidente de Cantabria, Juan Hormaechea, hizo lo que solía hacer por las noches: darlo todo. El establishment sabía que podía acostarse tarde y no presentarse a una rueda de prensa al día siguiente. Su convulsa vida privada era un chismorreo en la ciudad, pero daba igual, porque cuando se despejaba y se ponía la corbata y el rolex, era un huracán que "hacía cosas" por Cantabria… a su manera.

Juan Hormaechea murió a finales de 2020.

Con lo que no contaba Hormaechea ese 1 de noviembre de 1990 es que, cuando llegó al pub El Proyector hacia las 3 de la madrugada, a medio camino de una borrachera épica, se encontraría allí a dos periodistas (de las delegaciones de El Diario Montañés) que estaban de paso en la ciudad.

Foto: Carmen Martín, con su camiseta de los Ramones. (Foto cedida)

No fue una emboscada: los periodistas se presentaron al presidente, de 52 años, y tomaron una copa con él. Lejos de optar por la prudencia ante sus potencialmente indiscretos interlocutores, Hormaechea se vino (muy) arriba. Ante el estupor (o quizá el jolgorio de la veintena de personas presentes en el pub), el presidente cántabro procedió a cantar brazo en alto el himno juvenil falangista Montañas Nevadas:

"No me importaba lo que hiciera borracho a las cuatro de la madrugada, pero sí lo que hacía a las once de la mañana en su despacho"

"Montañas nevadas, banderas al viento, el alma tranquila. Yo sabré vencer. Al cielo se alza la firme promesa, hasta las estrellas que encienden mi fe. José Antonio es mi guía y bendice Dios mi esfuerzo; cinco flechas florecidas quieren alzarse hacia Dios". Etc.

El presidente cántabro también criticó al rojerío y se jactó de haber mantenido la estatua de Franco siendo alcalde de Santander.

Pero lo mejor estaba por venir.

Fiel a su estilo transversal, arrojado y de pelo en pecho ("Era un falangista que gustaba de atizar a todos", recuerda un político de la época) Hormaechea, que presumía de ser "conservador en lo económico y socialista en lo social" y gustaba de citar a pensadores marxistas, insultó esa noche a sus superiores políticos en el Partido Popular. A Fraga le llamó "hijo de puta". A Aznar: "Charlotín" que "no es de fiar porque solo se acuesta con su esposa". Pero la peor parte se la llevó Isabel Tocino, gran dama política de la burguesía santanderina: "Aunque se desnudase lentamente delante de mí no me daría ni para masturbarme", dijo sobre Tocino, entre otras linduras, como un comentario desafortunado sobre un reciente drama familiar de la diputada nacional del PP.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo (c), en Madrid. (EFE/Mariscal)

Tocino había sido una de las voces del partido más beligerantes con su aliado Hormaechea, concejal de Santander por los tercios franquistas, alcalde con la UCD y presidente autonómico independiente en un gobierno del PP.

Resumiendo: mucho antes de que la llegada de WhatsApp agitara los escándalos políticos en España —nadie se resiste a la publicación morbosa de un WhatsApp a calzón quitado— estaba el piquito de oro de Juan Hormaechea, un copazo y la barra de un bar.

No era la primera vez (ni la quinta) que Hormaechea la liaba parda una noche. En 1986, siendo alcalde de Santander, un periodista del Grupo Z le denunció por agredirle en el pub Disco Black a las tres de la madrugada. El País recogió así el testimonio del periodista: "Hormaechea hizo ademán de estrechar mi mano y yo se la tendí. Fue entonces cuando efectuó un ostentoso corte de mangas, mientras solicitaba del dueño que le proporcionara un spray, para matar esta cucaracha y me hundía el dedo índice en el hombro. Pensé que todo era una broma… hasta que, seguidamente, comenzó a mentar a mi familia, incluso a los muertos. Descubrí entonces que Hormaechea se hallaba muy excitado y provocador". Súbitamente, siempre según la declaración efectuada a la policía, Hormaechea propinó un puñetazo a Rafael Molina en el lado derecho de la cara, sobre la oreja, lo que le produjo la rotura de una patilla de las gafas. "Al desequilibrarme y tratar de lograr la verticalidad, volvió a sacudirme, esta vez en el plexo solar". Dos años antes, el periodista había escrito un perfil crítico con Hormaechea en Diario 16.

Pero volvamos a la noche de autos.

El escándalo

El escándalo Hormaechea de 1990 tardó unos días en detonar. A la mañana siguiente, los dos periodistas fueron al Diario Montañés a contar la performance al director y al presidente del rotativo, cuyas relaciones con Hormaechea pasaban por una fase "tormentosa", recuerdan fuentes internas. Hubo dudas sobre si publicar o no la información. Decidieron tomarlo con calma y buscar más testigos que no fueran periodistas.

Poco después, el presidente de El Diario Montañés comió con algunos notables del ABC, pues ambos eran medios de Vocento. ABC decidió publicar las andanzas nocturnas de Hormaechea. Convertida en noticia shock nacional, El Diario Montañés añadió luego detalles del "hormaecheazo".

Pero la guinda la puso, como no podía ser menos, el propio Hormaechea. Pese a ser un incidente relativamente fácil de negar con mentirijillas (no había grabación alguna de la rajada). "Hormaechea no solo no lo desmintió, lo confirmó, poco menos que se jactó de ello. Su lógica, muy suya, fue la siguiente: Si todo lo que he dicho sobre esta gente del PP es verdad ¡para qué lo voy a negar!", cuentan fuentes que siguieron el asunto de primera mano y que, aún hoy, se asombran del carácter temerario de Hormaechea: "Él era así". Pa chulo él.

Visto que Hormaechea no se bajaba del burro, el PP nacional puso pie en pared.

Fraga dijo: "Puede parecer un tema menor y de orden doméstico, pero se trata de algo de la mayor envergadura. Cuestión de Estado si se me apura. No podemos permitir la continuidad de estos modos de actuación vergonzosos. Que sigan en el poder personas que se aprovechan de los cargos públicos para denigrar la acción política, faltando gravemente a las personas y dando espectáculos nefastos".

El joven líder popular, José María Aznar, ocupado en desgastar al felipismo vendiendo regeneración política, cortó por lo sano a riesgo de perder el gobierno cántabro: "Tras analizar fríamente lo ocurrido en Cantabria, creo que no existe otra salida digna que romper toda relación con el señor Hormaechea. Lo que se nos está planteando es la opción de mantener en términos indignos el poder o perderlo. Y yo digo que nunca dudaré en la elección de renunciar al poder".

Tras varios tiras y aflojas parlamentarios, un gobierno de concentración presidido por un socialista (Jaime Blanco) sustituyó a Hormaechea en la presidencia cántabra durante unos meses; suficientes para que una auditoría desvelara un tremendo agujero en las cuentas regionales (la deuda, que casi doblaba el presupuesto anual autonómico, era el doble de la reconocida por Hormaechea). Los más aviesos de ustedes se imaginarán lo que pasó en las siguientes elecciones: Hormaechea arrasó con un nuevo partido regionalista a su medida, la Unión para el Progreso de Cantabria (UPCA), y el PP implosionó: castigado en las urnas por apoyar un gobierno de unidad con los socialistas, y tras una campaña electoral en la colisionó a lo grande con Hormaechea, el PP le volvió a hacer presidente (en una negociación liderada por un Señor Lobo llegado desde Madrid: el mismísimo Martín Villa). El PP se tragó el sapo Hormaechea para seguir rascando poder, pero la legislatura/matrimonio de conveniencia fue tormentoso.

Foto: Foto: Europa Press/Juan Manuel Serrano Arce.

"Como un niño travieso, Hormaechea era feliz molestando a los populares. Un día se descolgaba diciendo que Cantabria no era España. Otro añadía que España no existe. A continuación se mostraba encantado con las ideas independentistas de Euskadi y advertía que les fascinaba la idea de la autodeterminación. Ya animado, proponía la independencia de la propia Cantabria. Decía todas estas cosas adobadas con citas de poetas franceses y mariscales o generales de todo el mundo. A veces incluso de dirigentes comunistas como Lenin o Trotski", cuentan Isidro Cicero y Víctor Gijón en El laberinto cántabro.

La legislatura fue un polvorín. El Grupo Mixto se convirtió en la fuerza parlamentaria más numerosa. A Hormaechea le estallaron varios casos de corrupción, uno de los cuales —la adjudicación (inflada y pagada ilegalmente) de publicidad institucional sobre obras en las carreteras— acabó en condena: seis años de cárcel (fue indultado) y 14 de inhabilitación. Pese a resistirse panza arriba a dimitir, Hormaechea fue descabalgado por la justicia, ojo al dato, la noche antes de unas elecciones.

Hombre de acción

Casi todos los consultados en este reportaje coinciden en que la condena a Hormaechea fue poca cosa comparada con lo que no se juzgó. "Hormaechea presumía de que, cuando venía un constructor a su despacho, le decía: "Si quieres más alturas de las legales, tendrás que pagarlas". La comisión, según esta fuente, solía cubrir "más los gastos de Hormaechea que los de su partido", cuenta un hombre que le conoció bien.

¿Por qué Hormaechea arrasaba en las urnas pese a las sospechas de corrupción? Responde un periodista de la época: "Tenía gran tirón popular, ganaba las elecciones él solo, saliéndose del carril de la política, no necesitaba un partido detrás. La clave de su popularidad era que, cuando prometía que iba a hacer algo, lo hacía".

"La gente que votaba a Hormaechea, y eran muchos, solían decir: 'Roba, pero hace cosas'"

Por eso, cuando preguntas por el carácter de Hormaechea, surge un término válido para describir a Stallone y Schwarzenegger en los ochenta: "Era un hombre de acción".

Hormaechea hacía cosas y las hacía para YA.

"Era un animal político que siempre iba al ataque. ¿Que quería hacer una gran obra en un terreno que no era suyo? Expropiaba. Y luego ya se vería si a la Administración le salía caro o barato el órdago", añade dicho periodista. "La gente que votaba a Hormaechea, y eran muchos, solía decir: Roba, pero hace cosas. ¿Cómo se puede luchar contra eso?", se pregunta perplejo uno de los actuales líderes de la derecha cántabra.

Cuando decimos que Hormaechea "hacía cosas", queremos decir grandes obras: carreteras, el parque de Cabárceno (con sus osos y elefantes), el Palacio de Festivales, pisos, más carreteras… el buldócer Hormaechea nunca descansaba, pero tampoco se detenía ante nada, como explica el hombre que le conoció bien. "El problema no es que hiciera cosas, es cómo las hacía, saltándose las normativas, las cosas había que hacerlas rápido y por sus cojones".

El contexto

El profesor Javier Díaz López describió así el Hormaecheato: "Estructura de poder transversal articulada en torno a un líder, Juan Hormaechea Cazón, un político de corte autoritario y actitud megalómana que, lejos de remodelar la ciudad y la región según criterios modernos, esto es, constituyendo equipos interdisciplinares de análisis e intervención para pensar y modelar el espacio de otra forma, transformó la ciudad y la región durante su interminable égida en el poder de manera arbitraria, produciendo efectos irreversibles en el territorio como consecuencia de sus caprichos especulativos".

Hablamos con el historiador Ángel, Revuelta, autor de La autonomía en su laberinto: crisis económica, transformación social e inestabilidad política en Cantabria.

PREGUNTA ¿Cuáles fueron las principales características del hormaechismo?

"Nunca se sometió a la disciplina de partido. Siempre imponía su criterio sin importarle las tensiones o enfrentamientos que desatara"

RESPUESTA. Hormaechea impuso un tipo de gobierno personalista, de tintes autoritarios y con un elevado componente de lo que hoy denominamos populismo. Encabezando gobiernos sustentados en el Partido Popular o dirigiendo su propia organización política, la UPCA, Hormaechea nunca se sometió a la disciplina de partido. Siempre imponía su criterio sin importarle las tensiones o enfrentamientos que desatara en el seno de la coalición de fuerzas políticas que dirigía.

De hecho, este personalismo y sus formas autoritarias generaron marcadas confrontaciones con otras personalidades de la derecha; pero también con las demás fuerzas políticas del arco parlamentario, que en más de una ocasión derivaron en querellas judiciales. Y, más aún, enfrentamientos entre instituciones autonómicas: del ejecutivo con el parlamento, con el propio sistema judicial o con determinados ayuntamientos, incluido el de Santander. La peor consecuencia: la persistente inestabilidad de esas instituciones, su virtual parálisis en un momento dado y un grave endeudamiento de la comunidad autónoma. Y que derivó, entonces, en el desapego de la población cántabra respecto de las instituciones autonómicas. Un proceso que se ha denominado “crisis institucionalizada” y que no se superó hasta la salida de la política de Hormaechea (y de otros protagonistas políticos de aquella época, pues no sólo él fue responsable de tal situación).

P. ¿Por qué tenía tanto tirón popular pese a su estilo brusco y las sospechas de corrupción?

R. Su manera de plantear política, de corte populista, y un lenguaje envuelto en cierto “campechanismo ruralista” (aunque en realidad no fuera un hombre de campo), parecía conectar con una parte de la población cántabra; que veía en él al hombre “fuerte”, al líder con capacidad de decisión, por encima de los compromisos y las lentitudes que implica la política democrática y parlamentaria.

"La figura de Hormaechea atraía a su alrededor los votos de todos aquellos que no querían la entrada en el gobierno autonómico de la izquierda"

Por otro lado, hemos de tener en cuenta que el Partido Popular que lo convierte en su candidato a la presidencia regional a partir de 1987, no era un partido compacto ni homogéneo, sino una coalición de fuerzas que abarcaba desde el centro derecha, pasando por la derecha tradicional hasta alcanzar a la antigua ultraderecha. Un conglomerado que, alrededor de la antigua Alianza Popular, había crecido albergando a los sectores más conservadores de la extinta UCD, y la constelación de fuerzas de extrema derecha que fueron desapareciendo del tablero político cántabro tras la Transición. Esta inestable coalición se encuentra, a partir de 1983, no sin cierta sorpresa, al mando de las instituciones de gobierno de una autonomía en la que no había creído (y para la que no poseía proyecto político: ¿qué autonomía y para qué?). Adolecía, por tanto, de fuertes fracturas internas, que convirtieron esas instituciones recién nacidas en un campo de batalla para sus luchas intestinas, y cuyos recursos utilizaron para beneficiar a sus clientelas y castigar a las contrarias. En ese contexto, el carisma de Hormaechea (demostrado en las elecciones municipales de Santander) y su vocación de liderazgo parecieron el pegamento que podría unir a esas facciones, superando sus divisiones. Y electoralmente pareció funcionar: las fuerzas de derecha, acudieran unidas bajo las siglas del PP o desunidas cuando el propio Hormaechea creó la UPCA, siempre lograban una amplia mayoría de votos (que contrastaba con el éxito electoral del PSOE en las elecciones generales en Cantabria). La figura de Hormaechea atraía a su alrededor los votos de todos aquellos que no querían la entrada en el gobierno autonómico de la izquierda, y que, por ello, parecían “perdonar” toda la sucesión de escándalos que rodeaba a sus ejecutivos.

Sin embargo, su figura no sólo no sirvió para atemperar las divisiones de la derecha, sino que las agudizó, llevándolas al extremo: él mismo fraccionó su unidad formal, montando su propio partido, la UPCA, tras la moción de censura que lo desalojó del gobierno en 1990. Y, aunque compitió con el PP en las siguientes elecciones autonómicas, y ambas fuerzas conservadoras desplegaron un durísimo enfrentamiento, se coaligaron para lograr, de nuevo, su objetivo básico: impedir la alternancia en el ejecutivo regional. Pero a costa de agudizar al máximo los enfrentamientos de la coalición, las tensiones dentro de las instituciones autonómicas la degradación de éstas y su virtual inoperancia. Hasta que, a partir de las elecciones de 1995, la región se internó en un nuevo período político.

La némesis

Hormaechea tuvo dos grandes némesis políticas: 1) Miguel Ángel Revilla, actual presidente de Cantabria, que le disputó el voto regionalista transversal ("La supervivencia de uno era la muerte del otro", recuerda un periodista de la época). 2) Juan Bedoya, periodista y hombre fuerte del socialismo cántabro noventero. Hormaechea contrataba páginas enteras de publicidad en El Diario Montañés para poner a caldo a Revilla y Bedoya, a los que mandaba "a comer alfalfa" con el dinero del contribuyente. Revilla y Bedoya, que impulsaron las causas judiciales contra Hormaechea, le recuerdan así:

"Era un hombre con muchos demonios, muy autoritario, se creía dios, pero tenía ideas políticas geniales"

Revilla: "Hormaechea me llamaba asqueroso y miserable, decía que era un instrumento vil del PSOE y que olía mal. Las broncas parlamentarias con él eran diarias [insultos como "chulo de mierda" o "hijo de puta" se escuchaban entonces con frecuencia en el parlamento cántabro]. Hormaechea te atropellaba y tenía muchísimo poder. Una vez intentó agredirme en el Parlamento porque hice un comentario irónico sobre su incipiente calvicie, algo que le obsesionaba y que había intentado arreglar en vano".

Bedoya: "Hormaechea estaba desbocado por las noches, pero yo dije entonces que no me importaba nada lo que hiciera borracho a las cuatro de la madrugada. ¿Qué iba a hacer a esas horas? Pues tonterías. Lo que me inquietaba de él era lo que hacía a las once de la mañana en su despacho, donde le tiraba una grapadora a la cabeza a una interventora porque no le firmaba un proyecto ilegal".

Revilla: "Era un hombre con muchos demonios, muy autoritario, se creía dios, pero tenía ideas políticas geniales: como iba a todas partes en helicóptero, un día, atravesando unos terrenos perdidos, se le ocurrió abrir un gran parque natural: Cabárceno. Era corrupto y genial al mismo tiempo".

Bedoya: "Sus amigos decían de él: Roba, pero hace obras. Fue una auténtica desgracia cántabra".

Los juernes se sale.

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