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La venganza de Errejón
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TENSIÓN EN LA IZQUIERDA

La venganza de Errejón

Podemos percibe la posibilidad real de que lo dejen fuera de Sumar. Más allá de las tácticas de la negociación, hay factores que pueden alterar la unión. Y hay elementos que recuerdan mucho al pasado

Foto: Yolanda Díaz y Errejón. (EFE/Chema Moya)
Yolanda Díaz y Errejón. (EFE/Chema Moya)
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Las tensiones entre Yolanda Díaz y Pablo Iglesias no pueden ser comprendidas, en toda su dimensión, sin la referencia al pasado de Podemos y a las diferentes posiciones que en su seno se adoptaron. Desde luego, lo personal es un factor importante, pero, cuando llegan las elecciones, y la supervivencia de muchos de los cuadros está en juego, este aspecto no es imposible de limar. Sin embargo, aquí hay algo más que desencuentros entre líderes: hay visiones ideológicas y posicionamientos electorales diferentes, y, desde luego, ideas distintas acerca de cómo se conseguiría de manera más eficaz ese tercer puesto en las elecciones generales al que Sumar aspira.

En buena medida, las discusiones en ese espacio son una simple repetición de debates anteriores, y, muy especialmente, del vivido en 2015, cuando Podemos era una fuerza en ascenso y vislumbraba la posibilidad de sobrepasar al partido dominante en la izquierda, el PSOE, y convertirse en su recambio. La izquierda internacional, que había vivido el auge y caída de Tsipras en verano de ese año, tenía a Iglesias como referente. Era el líder de una fuerza política que había sido capaz de sacar a la izquierda de la esquina y de construir una opción electoral potente.

Foto: Yolanda Díaz en 'Lo de Évole'.

Es posible que, a la hora de encarar el proceso electoral, Podemos se fijase mucho más en las posiciones tácticas que en las demandas de la sociedad. Había una convicción respecto de la eficacia de su fórmula, que no les había hecho tomar consciencia de que estaban perdiendo pulso, y de que las expectativas levantadas con el nacimiento de la formación se iban desinflando. Parte de ese alejamiento consistió en poner mucho más énfasis en cuestiones tácticas, y las elecciones ayudaron a que ese recentramiento en lo interno se acelerase. Los comicios de diciembre de 2015 eran el momento de la verdad: sobrepasar al PSOE significaba su consagración y, con ella, otra época política para la izquierda.

Mejor solos que mal acompañados

El dilema que más tiempo les ocupó fue el espacio que debían ocupar en esas elecciones. Si pretendían ser una fuerza transversal, con opciones de gobernar, y con capacidad de llegar a electorados diferentes del de la izquierda, carecía de sentido aliarse con IU. Podemos había marcado territorio muy claramente respecto al PCE y de Garzón: eran una izquierda vieja, anclada en ideas y modelos antiguos, por lo que añadirla a la papeleta no era solo contradictorio, dado que se habían construido contra ella, sino perjudicial. Ofrecería a la sociedad la sensación de que no eran más que una nueva versión de lo mismo; sería un suicidio en las urnas porque implicaba el regreso al viejo marco. Hubo tensiones dentro de Podemos y de IU sobre la táctica que debían seguir, pero no fueron demasiado lejos, ya que los de Iglesias tenían claro que debían poner distancia con el pasado.

En Podemos había muchas resistencias a la fórmula unitaria, encabezadas por Errejón, que insistía en separarse de la vieja izquierda

Las elecciones no salieron bien, pero tampoco mal. Fueron la tercera fuerza, aunque se quedaron muy cerca del PSOE, a menos de 400.000 votos. Para la repetición electoral, el dilema resurgió: si se añadía el millón de votantes que había obtenido IU al motor Podemos, el sorpaso se produciría. Era una simple cuestión matemática, y más con una ley electoral que penalizaba la división. Sin embargo, en Podemos había muchas resistencias a esa fórmula, encabezadas por Errejón, que insistía en separarse claramente de la vieja izquierda. El ahora líder de Más País perdió la partida. Podemos e IU concurrieron juntos, después del pacto de los botellines, y la cosa volvió a salir mal. La foto de la noche de las segundas elecciones fue tétrica: no mostraba rostros tristes, sino enfadados; unos responsabilizaban a otros de los malos resultados. Esa misma noche empezaron las purgas, y los errejonistas fueron los primeros sacrificados. En ese momento terminaron las posibilidades de Podemos de asaltar los cielos.

Mismos argumentos, otros protagonistas

Hoy se repiten las mismas discusiones, pero con protagonistas distintos. Con todo lo que tiene de paradoja, la designada sucesora por Iglesias está jugando con los mismos argumentos que el líder de Podemos utilizó con IU en las primeras elecciones; es decir, con el marco errejonista. Algunas de las formaciones con las que cuenta Sumar, que son herederas de Errejón, persisten en aquellas ideas: que Díaz encabece la reunión de las formaciones que están a la izquierda de la izquierda es un error, comparable al cometido cuando Podemos e IU se dieron la mano con un botellín. Parte del equipo que rodea a Díaz comparte esa misma visión, mientras que nombres cercanos a la vicepresidenta abogan por la negociación con Iglesias. De momento, la segunda es la parte perdedora.

Son la izquierda peñazo, y con esos mimbres es muy difícil centrarse en las cosas que le interesan a la gente

La entrevista en el programa de Évole fue significativa, en la medida en que Díaz señaló que Podemos es una izquierda vieja. Por motivos distintos a los argumentados por Iglesias respecto de IU en su momento: es una izquierda enfadada, quejumbrosa, hostil, malencarada, que no genera ilusión. Es la izquierda peñazo, y con esos mimbres es muy difícil centrarse en las cosas que le interesan a la gente y generar la energía que un proyecto de país puede poner encima de la mesa. Podemos es la izquierda que pone palos en las ruedas, no la que empuja hacia delante; es la que resulta antipática a muchos españoles, la que genera desafección, la que provoca pasiones tristes. Por diferentes caminos, le aplican a Iglesias lo que él aplicó a IU.

Por más que la ley electoral penalice la división, las cuentas que formulan en Sumar son otras: hay que atraer al votante, convencerlo de que se pueden hacer otras políticas. El caudal simbólico que ha atesorado Díaz es el de una gestión tranquila y progresista del Ministerio de Trabajo; el de Podemos es del sí es sí, una ley llena de errores, que ha provocado enfrentamientos con los socios políticos y rechazo en la sociedad. Son posiciones difíciles de aunar.

La postura de la Moncloa

Lo peculiar aquí no es tanto el hecho de que, en esas negociaciones abiertas, las señales sean mucho menos favorables a la unión que a la separación, sino el alejamiento que ha tenido Sánchez de Podemos en los últimos tiempos. La aprobación del si es sí con el PP es un elemento más, como es el anuncio de medidas sobre la vivienda que no habían sido ni consultadas con los socios ni anunciadas a los mismos. La Moncloa está marcando perfil propio, pero también está poniendo una distancia sideral sobre Iglesias, Montero y Belarra. Por distintas razones, también electorales: consideran que es mucho más factible recuperar votantes sin Iglesias que con él en el tique. Lo llamativo es que también Sánchez está comprando el marco errejonista respecto de Sumar, y cree que pueden llegar más lejos si viajan sin Podemos. Es cierto que es tiempo de elecciones autonómicas y municipales, y en muchos territorios la presencia de los de Iglesias en el Ejecutivo disgusta a votantes tradicionales del PSOE. Las decisiones de Sánchez han ido en la dirección de marcar una distancia clara con Podemos con vistas al 28-M, pero también señalan una convicción. Que se prolongue más allá de los comicios de mayo y alcance hasta las generales no está decidido, pero las señales que los socialistas envían son que están mucho más cómodos sin Iglesias cerca.

En ese escenario, Podemos es consciente ya de la posibilidad de que le dejen fuera y, por tanto, de que no debe dar motivos que justifiquen la ruptura. La convicción en que el partido que rompa tendrá que sufrir las consecuencias negativas de quebrar la unidad le ha llevado a ser un poco más prudente estos días. Eso explica muchas tensiones recientes: las negociaciones están ahí, pero más cerca de la separación que del acuerdo.

Las tensiones entre Yolanda Díaz y Pablo Iglesias no pueden ser comprendidas, en toda su dimensión, sin la referencia al pasado de Podemos y a las diferentes posiciones que en su seno se adoptaron. Desde luego, lo personal es un factor importante, pero, cuando llegan las elecciones, y la supervivencia de muchos de los cuadros está en juego, este aspecto no es imposible de limar. Sin embargo, aquí hay algo más que desencuentros entre líderes: hay visiones ideológicas y posicionamientos electorales diferentes, y, desde luego, ideas distintas acerca de cómo se conseguiría de manera más eficaz ese tercer puesto en las elecciones generales al que Sumar aspira.

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