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Los hijos de Doñana: "Que viviéramos allí suena romántico, pero hay cosas que se dejan morir"
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"Abrí la puerta y había un lince"

Los hijos de Doñana: "Que viviéramos allí suena romántico, pero hay cosas que se dejan morir"

Los últimos pobladores del Parque Nacional criaron a sus familias en un enclave único. Decenas de viviendas continúan en el espacio protegido cuando prácticamente nadie vive ya en ellas: "Muchas casas están totalmente abandonadas"

Foto: Iván Garrido, uno de los hijos de Doñana. (Héctor Garrido)
Iván Garrido, uno de los hijos de Doñana. (Héctor Garrido)

Un día abrí la puerta y había un lince", recuerda Iván. Aunque está a punto de cumplir 25 años, hace tiempo fue uno de los hijos de Doñana. Mucho antes de que el espacio quedara blindado como parque nacional, era un coto privado de caza, lugar de reunión y disfrute para miembros de la alta cuna. Pero a finales de los 60, pasó a manos del Gobierno y luego, de la Junta de Andalucía como entorno protegido. El acceso acabó parcialmente restringido, salvo excepciones. Casi como si de El libro de la selva se tratara, hubo niños y niñas que pasaron su infancia o adolescencia entre marismas y dunas, viendo aletear a las garzas sobre el agua antes de echar a volar. Y, con algo de suerte, topándose frente a frente con animales en peligro de extinción.

La familia de Iván llegó a Doñana en 1996. Él nació dos años más tarde, así que la vida en el parque fue lo primero que conoció. Su padre acababa de empezar a trabajar en la Estación Biológica como censador de aves. Luego, como fotógrafo del espacio. Y así fue como acabaron en 'Martinazo', su primer hogar en el enclave. "Casi todas las casas tenían un nombre o se les reconocía por su ubicación", comenta el joven onubense. Después fueron a una de las viviendas aledañas al Palacio de Doñana. En todo el paraje puede llegar a haber una treintena, pero hoy están prácticamente en desuso. La gran mayoría, completamente abandonadas.

"La primera vez que fui autorizado las puertas ya estaban abiertas de par en par"

Los hijos de Doñana no tenían una vida al uso. Además de vivir en plena naturaleza, debían apañárselas para entrar y salir del parque a diario e ir a la escuela, realizar actividades extraescolares por las tardes o, sencillamente, quedar con amigos en el pueblo más cercano. "Hicimos una asociación de padres y madres. ¡Si hasta compramos un Land Rover!", recuerda entre risas Héctor Garrido, el padre de Iván. Cada semana, cuenta, era una familia la encargada de llevar y traer a los chicos del colegio o acercarlos a algún sitio cuando era necesario.

Vivir allí siempre fue su sueño. Cuando era joven, le concedieron una beca estudiantil para acceder al parque y realizar actividades en el interior. Pero no pudo empezar en peor momento. "Doñana es casi inexpugnable, y aunque hacía años que iba y volvía en bici desde mi pueblo, siempre me quedaba fuera. La primera vez que acudí con un permiso oficial, todas las puertas estaban abiertas de par en par", rememora Héctor. Eran los años 80 y acaba de declararse uno de los peores incendios de su historia, en el que ardieron miles de hectáreas.

placeholder Una imagen aérea de las casas de Doñana. (Héctor Garrido)
Una imagen aérea de las casas de Doñana. (Héctor Garrido)

Una década más tarde, cumplió sus mayores deseos y acabó viviendo en Doñana. Aunque el número de hogares variaba con el tiempo, recuerda que por aquella época eran unos nueve o diez niños solo en la zona en la que vivían, junto al palacio. "A mí me encantaba estar con ellos. Fabiola, Arabia, Ezequiel, José Antonio, Rafita..." enumera Héctor, haciendo memoria. Él fue de los últimos en marcharse de allí. Lo hizo en 2017, después de que casi todos sus antiguos vecinos hubieran dejado las casas para mudarse a pueblos cercanos. Quedaban solo dos familias, la suya y la de un ornitólogo que trabajaba en el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Fernando Ibáñez. Ambos recibieron una carta para abandonar el enclave de forma inminente.

"Fuimos los últimos pobladores de Doñana", responde al teléfono el técnico del CSIC. Sus hijas también se criaron allí. Él pasó más de 30 años viviendo en el parque, pero cree que el vínculo que establecieron las pequeñas fue mucho mayor. "Ya sabes lo que dicen: por muchos años que vivas en la marisma nunca serás marismeño. Pero tus hijos sí", bromea. Tras lo ocurrido, decidieron mudarse a Sevilla. Su salida no la recuerda de buen grado, y reconoce que aún siente frustración por la forma tan abrupta en la que acabó todo. "Vivir en Doñana suena muy romántico, y lo es, pero también había algo de mierda detrás. Y hay cosas que se están dejando morir", afirma. De hecho, una de las cosas que más critica es el estado actual en el que se encuentran la mayoría de las casas, semiderruidas o completamente por los suelos.

placeholder Un cartel de 'Prohibido el paso. Peligro de derrumbe' en Doñana. (Héctor Garrido)
Un cartel de 'Prohibido el paso. Peligro de derrumbe' en Doñana. (Héctor Garrido)

Rosario actualmente trabaja en el parque. Pero un día fue otra de las niñas de Doñana, y se las sabe todas. "Mi padre se crio en la marisma, y recorrió casi cada casa", asegura. "Mi hermana mayor nació en la choza del Cornejo, y la otra en la zona de Hato Villa... Yo, en el Palacio del Rey". Por las noches era habitual ver a guardas deambulando, en busca de cazadores furtivos. Durante el día, jugaban entre las junqueras o trataban de buscar animales por los rincones. "Hace no mucho di una vuelta por allí, pero hay cosas que son de pena", lamenta.

El estado de muchas viviendas es algo que le preocupa. "Yo me siento alumna de mi padre y casi una compañera de estudio de los guardas. Sentía que era una más entre ellos. Así que ahora es duro ver tantos destrozos al pasar por donde vivían", admite. No ocurre así con todas las viviendas, y algunas fueron restauradas recientemente o conservan buen estado. También hay permisos excepcionales, como el que se concede a la Asociación de Ganaderos de Almonte para pasar algunas jornadas en una de las casas.

placeholder La Casa de los Guardas, a finales de 2022. (L.B.)
La Casa de los Guardas, a finales de 2022. (L.B.)

El historiador Domingo Muñoz, que se jubiló hace algunos años pero investigó la vida en el parque y los municipios del entorno por mucho tiempo, coincide con esto último. "En vez de mantener y revitalizar las viviendas, la tendencia es destruirlas. Algunos guardas forestales aún utilizan, de forma puntual, las que están en mejor estado. También ciertos investigadores, pero ya nadie puede quedarse", reconoce. La llamada 'Casa de los Guardas', junto a la vera, es la más icónica de todas. Acogió a muchos de sus trabajadores, pero lleva tiempo prácticamente irreconocible.

La Junta de Andalucía no tiene a la vista ningún plan de actuación para reconstruir o aprovechar estos espacios abandonados. En cierto modo, que así sea tiene que ver con disminuir la presencia humana en el parque. "Aunque vivir en Doñana es lo que siempre he querido y una de las mejores experiencias de mi vida, en cierto modo estoy de acuerdo con esta decisión. Por mucho que lo intentáramos, todos generábamos un impacto ambiental. Pero un debate muy distinto es qué hacer con las casas: si siguen así, un día puede ocurrir un desastre", declara Héctor, el fotógrafo, ante el peligro de derrumbe. Sobre todo, cuando aún hay gente que entra y sale con permisos puntuales: "Es hora de actuar".

Un día abrí la puerta y había un lince", recuerda Iván. Aunque está a punto de cumplir 25 años, hace tiempo fue uno de los hijos de Doñana. Mucho antes de que el espacio quedara blindado como parque nacional, era un coto privado de caza, lugar de reunión y disfrute para miembros de la alta cuna. Pero a finales de los 60, pasó a manos del Gobierno y luego, de la Junta de Andalucía como entorno protegido. El acceso acabó parcialmente restringido, salvo excepciones. Casi como si de El libro de la selva se tratara, hubo niños y niñas que pasaron su infancia o adolescencia entre marismas y dunas, viendo aletear a las garzas sobre el agua antes de echar a volar. Y, con algo de suerte, topándose frente a frente con animales en peligro de extinción.

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