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Las elecciones que van a cambiar España: una visión preliminar
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Las elecciones que van a cambiar España: una visión preliminar

El espacio de la derecha se ha reducido a dos competidores, con claro predominio del PP sobre Vox. Al margen de los elementos de coyuntura política, este hecho marca decisivamente cualquier ejercicio de prospectiva electoral

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Un poco de historia

La convocatoria de las elecciones municipales está tasada y no se puede alterar. Se celebran cada cuatro años, el cuarto domingo del mes de mayo. Son, pues, el elemento fijo del calendario en nuestro sistema electoral. El 28 de mayo de 2023, los 8131 municipios de España elegirán a sus concejales.

20 días después, todos los ayuntamientos celebrarán su sesión constitutiva y de ella saldrá elegido un alcalde, sí o sí. El procedimiento es simple y altamente resolutivo: pueden presentarse quienes hayan encabezado una candidatura. Sólo habrá una votación. Si en ella nadie obtiene la mayoría absoluta, se proclamará automáticamente como alcalde al candidato de la lista más votada en las elecciones, aunque su partido esté en minoría. El sábado 17 de junio, pues, conoceremos a todos los nuevos alcaldes de España.

Ese mismo día habrá también elecciones en 12 de las 17 comunidades autónomas, más Ceuta y Melilla (aunque aún cabe la posibilidad -poco probable, a mi juicio- de que Puig decida adelantar la votación en la Comunidad Valenciana, como hizo en 2019). Los cinco territorios que quedan fuera (Andalucía, País Vasco, Cataluña, Castilla y León y Galicia) suman el 50% de la población. En las urnas autonómicas de 2023 sólo podrá votar la mitad de los españoles adultos, aunque de ellas saldrá el 70% de los gobiernos autonómicos.

Foto: Felipe VI junto a Pedro Sánchez y los presidentes de Valencia y Murcia, Ximo Puig y Fernando López Miras. (EFE/Javier Lizón)

Con el tiempo, esta cifra tenderá a reducirse, puesto que muchos estatutos de autonomía contemplan ya la posibilidad de anticipar sus elecciones, separándolas de las municipales. El caso extraño es Madrid, que permite votar un nuevo parlamento autonómico en medio de una legislatura, pero no para iniciar una nueva, sino para completar la que estaba en curso. Eso sucedió en 2021 y por ello Ayuso tiene que someterse, dos años después, a una nueva votación, lo que no sucede en Castilla y León.

En la práctica, desde que comenzó el siglo, las elecciones municipales y autonómicas han precedido en unos meses a las generales. Eso ha sucedido en cinco ocasiones. En todos los casos, el resultado político de las elecciones territoriales anticipó tendencialmente, con mucha claridad, el de las generales.

En mayo de 2003, el Partido Socialista mejoró claramente su resultado en municipales y autonómicas (de hecho, habría conquistado la Comunidad de Madrid sin el “tamayazo”), mostrando tanto el progreso de Zapatero como el deterioro del PP de Aznar en su segunda legislatura, la del chapapote y la guerra de Irak. Fue el primer aviso de lo que sucedería en las generales de 2004 (se dirá que esa votación se contaminó por el atentado del 11-M, pero me consta que el día antes del atentado el PP y el PSOE ya estaban en empate técnico en las encuestas).

Foto: Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, en el Senado. (EFE/Juanjo Martín) Opinión
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En 2007, el PSOE obtuvo igualmente un buen resultado que se confirmó después con la segunda victoria de Zapatero en las generales de 2008.

En 2011 cambiaron por competo las tornas. Las municipales y autonómicas de mayo de 2011 fueron una catástrofe para el PSOE, y no precisamente por la gestión de sus alcaldes y presidentes autonómicos, que pagaron la primera factura del fracaso del Gobierno en la gestión de la crisis. Simplemente, los electores anticiparon el veredicto condenatorio que ratificaron, aún con mayor contundencia, en las generales de noviembre.

Las territoriales de mayo de 2015 fueron el preámbulo de dos elecciones generales. En todo caso, su resultado político adelantó lo que sucedería en las generales: quiebra del bipartidismo, eclosión electoral del podemismo (que, gracias a una estrategia inteligente, se hizo con las alcaldías de las principales capitales), aparición de Ciudadanos en la política nacional y victoria agridulce del PP. El partido de Sánchez obtuvo en mayo un resultado mediocre que se confirmó con un raquítico 22% en las generales.

Foto: ¿Albert Rivera y Luis Garicano están felices por los casos de corrupción del PP? (Foto: Efe/Alberto Martin) Opinión

También las municipales y autonómicas de mayo de 2019 se produjeron en medio de dos elecciones generales. Conviene detenerse en ellas, porque se produjo por primera vez un hecho que resultó determinante para el reparto del poder territorial: la fragmentación del espacio electoral de la derecha en tres partidos. Fue brutal el castigo por esa división en términos de gobiernos municipales y autonómicos.

El fenómeno se repitió en las generales de noviembre de ese año: el PSOE consiguió de carambola la prima del primer partido en un puñado de provincias del interior que sólo había ganado en 1982 y en las que la suma de los tres partidos de la derecha se aproximó al 60%.

Hoy sabemos que Ciudadanos prácticamente se ha evaporado y que sus votantes migraron masivamente al PP y, en menor medida, a Vox. Lo que deja el espacio de la derecha reducido a dos competidores, con claro predominio del PP sobre Vox (en una relación aproximada de 2 a 1). Al margen de los elementos de coyuntura política que incidan sobre el voto, este hecho marca decisivamente cualquier ejercicio de prospectiva electoral para 2023.

Las elecciones municipales

Con frecuencia se pasa por alto el hecho de que las elecciones municipales empiezan a decidirse en el número de listas que cada partido es capaz de presentar. Ahí se mide, sobre todo, la capilaridad, la fortaleza orgánica y el grado de implantación en el territorio de cada organización política. Con 8331 municipios de los que el 90% tiene menos de 10.000 habitantes, sólo dos partidos, el PP y el PSOE, son capaces de presentar candidatura propia en más de 7.000 municipios. Todos los demás quedarán muy debajo de esa cifra.

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Además, en las elecciones municipales se produce una proliferación de candidaturas locales que únicamente compiten en esa urna y frecuentemente obtienen porcentajes de voto muy estimables. Por esos motivos, las proyecciones de resultados de las municipales a nivel nacional son muy engañosos y, sobre todo, poco útiles.

En las municipales de 2019, el PP tuvo más votos, más concejales y más alcaldes que el PSOE. Pero de poco le sirvió, porque en las capitales pagó carísimo, en beneficio del PSOE, la escisión de la derecha y la falta de acuerdo entre sus tres partidos.

Por otra parte, el PSOE resolvió a su favor la competición con Podemos en la izquierda, aunque los de Iglesias, que ya iniciaban el declive, mantuvieron la fuerza justa para completar subalternamente las investiduras socialistas allí donde se los necesitó. Y sobre todo: la fractura tripartita del voto de la derecha obró el milagro de que, en municipios de clara mayoría conservadora, el PSOE, con porcentajes modestos, logró colarse como el primer partido en votos y hacerse con un botín de alcaldías que, en circunstancias normales, no habría obtenido jamás.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Centremos la atención en las capitales de provincia (añadiendo Mérida y Santiago como capitales autonómicas). El PSOE obtuvo 25 alcaldías frente a 13 del PP. Sin embargo, en 12 de las 25 capitales con alcalde socialista la suma de la derecha fue claramente superior a la de la izquierda. El único motivo por el que los socialistas conquistaron esos gobiernos municipales fue la división en tres del voto de la derecha, con Ciudadanos obteniendo aún un gran resultado gracias a la inercia de su excelente comportamiento en las generales del 28 de abril.

Veamos esta lista de capitales:

En 12 capitales de mayoría conservadora el PSOE logró la alcaldía gracias a la fragmentación en tres de la derecha -que le otorgó la primera posición con porcentajes modestos- o a pactos puntuales con Ciudadanos para alternarse en el puesto en las dos mitades del mandato. En el caso de Cuenca, el partido local (Cuenca nos Une) anunció que votaría al primer partido- que resultó ser el PSOE- y posteriormente abandonó el gobierno municipal. En el caso de Valencia, la suma de la derecha fue ligeramente superior en votos a la de la izquierda más Compromís, pero la coalición de izquierdas se vio beneficiada en el reparto de las concejalías y consiguió la alcaldía por 17 votos frente a 16.

Con una distribución del voto de la derecha como la que existe actualmente, el PP habría sido ya entonces el partido más votado y habría ocupado la alcaldía en todas ellas con el respaldo o la abstención de Vox. Estamos hablando de la mitad del actual poder municipal del PSOE en las capitales.

Foto: Juan Espadas, en un acto en Sevilla junto a un centro de salud. (EFE/Julio Muñoz)

Todas esas alcaldías, pues, deben considerarse en peligro inercial para los socialistas: en 2023 las perderían aunque mantuvieran sus votos de hace cuatro años, simplemente por el efecto de la desaparición de Ciudadanos y la agrupación del voto de la derecha en dos fuerzas, PP y Vox. El mecanismo de elección de los alcaldes, que benefició extraordinariamente al PSOE en 2019, tendrá previsiblemente el mismo efecto en 2023, pero a favor del PP.

A ello hay que añadir otros dos factores de peligro para los actuales gobiernos municipales del PSOE:

  1. La mayoría de las encuestas realizadas hasta ahora muestran una tendencia a la baja del voto socialista y anticipan una fuerte subida del PP, principalmente por la absorción de los votantes procedentes de Ciudadanos
  2. En muchas de las capitales del interior, Unidas Podemos superó por muy poco el 5% necesario para obtener concejalías. Un leve descenso -y no digamos una división en ese espacio- lo dejaría fuera, restringiendo drásticamente el margen del PSOE para articular alianzas de gobierno en los ayuntamientos.

Así pues, el panorama se presenta especialmente adverso para el Partido Socialista en las elecciones municipales. Mientras no hay alcaldías importantes del PP que estén en peligro, el PSOE corre un serio riesgo de perder una porción sustancial del poder municipal que obtuvo en 2019. A priori, la única capital importante que ahora no tiene y puede albergar alguna esperanza de conquistar es Barcelona: ello exigiría que el PSC fuera el partido más votado y lograra un acuerdo con ERC y/o con los Comunes.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Kiko Huesca) Opinión
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Adquirirán un gran valor estratégico las elecciones municipales en Andalucía, donde no habrá urna autonómica. El PP tratará de consolidar su hegemonía en la región ocupando las principales alcaldías, lo que no es en absoluto inverosímil. Ello inclinaría aún más el campo a su favor en un territorio que resulta vital para el PSOE si quiere tener alguna esperanza de victoria en las generales.

Las elecciones autonómicas

El 28 de mayo el Partido Socialista pondrá en juego nueve de las 12 presidencias autonómicas que se votarán ese día, además del Gobierno de Cantabria, en el que participa como socio minoritario. El PP, por el contrario, sólo pone en juego dos gobiernos autonómicos: el de Madrid y el de Murcia, que parecen completamente asegurados.

En términos de gobiernos autonómicos el PP no tiene nada que perder y mucho que ganar, y al PSOE le sucede lo contrario

Así pues, en términos de gobiernos autonómicos el PP no tiene nada que perder y mucho que ganar, y al PSOE le sucede lo contrario: su aspiración máxima sería conservar lo que tiene. Ciertamente, si lograra retener sus actuales nueve gobiernos ello supondría una resonante victoria y un fracaso del Partido Popular. El resultado político de las elecciones autonómicas se medirá por la cantidad y calidad de los gobiernos que el PP sea capaz de arrebatar al PSOE, y en ese terreno el único factor que opera a favor de los socialistas son las expectativas que auguran una debacle: todo lo que no sea un destrozo se presentará como un éxito.

Aquí también opera el impacto de la agrupación del voto de la derecha sobre la distribución de los escaños, aunque no de forma tan drástica como en los ayuntamientos. La probabilidad de que el PSOE conserve sus actuales gobiernos autonómicos depende de dos variables: a) Que sea capaz de fidelizar a sus votantes de 2019, obteniendo un porcentaje similar al de entonces; b) que sus socios naturales también resistan para estar en condiciones de completar eventuales mayorías allí donde la derecha no alcance la mayoría absoluta.

Foto: Juan Lobato (PSOE), Mónica García (Más Madrid) y Alejandra Jacinto (Unidas Podemos), durante una rueda de prensa en la Asamblea de Madrid. (EFE/Fernando Villar)

En Castilla-La Mancha, a Emiliano García Page no le bastará ganar holgadamente (lo que es muy previsible): con un parlamento regional de tres partidos (PSOE, PP y Vox), está obligado a repetir la mayoría absoluta para retener el Gobierno. Téngase en cuenta que, en 2019, gracias a la fragmentación de la derecha y a un acuerdo con Ciudadanos, el PSOE obtuvo los gobiernos municipales de las cinco capitales de la región; de ellas, hoy sólo Toledo parece afianzada.

En Extremadura, Unidas Podemos tiene ahora cuatro diputados obtenidos en 2019 con porcentajes peligrosamente próximos al 5%. La eventual desaparición de esa fuerza del Parlamento regional obligaría al PSOE a repetir la mayoría absoluta para conservar el Gobierno.

Algo similar ocurre en La Rioja, donde las tres marcas de la derecha (PP, Cs Y Vox) superaron en votos a las dos de la izquierda. El PSOE sólo pudo hacerse con ese Gobierno porque Unidas Podemos superó por poco el listón del 5% y Vox se quedó ligeramente por debajo. La inversión de esa situación condenaría al gobierno actual, incluso en el supuesto de que los socialistas mantuvieran íntegra su fuerza electoral.

Foto: Alberto Garzón, Yolanda Díaz y Ada Colau. (EFE/Toni Albir)

En Aragón es probable que la mayoría de gobierno dependa del comportamiento de las fuerzas regionalistas; sobre todo del desempeño de la nueva fórmula Aragón Existe, que tratará de replicar en las tres provincias el éxito de Teruel Existe en las generales.

En la Comunidad Valenciana y en Baleares se detecta una gran fortaleza de las dos marcas de la derecha, PP y Vox. En ambos casos, la viabilidad de los Gobiernos de Puig y Armengol está tan supeditada al comportamiento electoral del PSOE como a lo que suceda en el confuso magma de fuerzas políticas a su izquierda, cuya contribución sería imprescindible.

Foto: Carlos Flores, catedrático de Derecho Constitucional y candidato de Vox a la Generalitat.

La posición del PSOE es algo más confortable en las comunidades en las que parece difícil que la derecha tenga mayoría y los aliados gozan a priori de salud suficiente para apuntalar las mayorías actuales: Canarias, Navarra y, con algún grado de incertidumbre, Asturias.

Por último, en Cantabria la mayoría actual parece asegurada siempre que el PRC de Revilla siga eligiendo al PSOE como su socio preferente.

En resumen: mientras el PP está fuera de peligro en los dos gobiernos que pone en juego (Madrid y Murcia), un buen número de los nueve del PSOE entran en las elecciones en situación de riesgo potencial (en algún caso, de máximo riesgo).

Como tónica general, dadas las características sociodemográficas de esos territorios, las probabilidades del PSOE de retener sus gobiernos autonómicos son inversamente proporcionales al peso que adquiera la política nacional en la campaña y en la decisión de voto de los ciudadanos (algo de lo que parecen agudamente conscientes los líderes territoriales del PSOE, que tratarán por todos los medios de evitar que la elección se convierta en una primaria de las generales o en un plebiscito sobre el Gobierno de Sánchez).

Las elecciones generales

Si se confirma la previsión de que las elecciones generales se celebren en la segunda mitad del año, su desarrollo y resultado vendrá marcado a fuego por lo que haya sucedido el 28 de mayo. Una redistribución drástica del mapa de poder territorial a favor de la derecha creará unas condiciones ambientales que harán prácticamente inviable la recuperación de la mayoría parlamentaria de la izquierda, incluso sumando a sus aliados nacionalistas. Por el contrario, si el PSOE consiguiera retener la mayor parte de sus gobiernos municipales y autonómicos, la euforia resultante en la izquierda y la consiguiente crisis depresiva en la derecha haría crecer la probabilidad de que Pedro Sánchez se mantenga en el poder.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Mariscal) Opinión
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En todo caso, en el análisis del resultado de 2019 se detecta el mismo fenómeno señalado con anterioridad: la fragmentación de la derecha en tres resultó determinante para el resultado final y prácticamente entregó la victoria a Sánchez.

En 19 provincias -la mayor parte de ellas de población escasa y, por tanto, sobrerrepresentadas en escaños-, el PSOE resultó ser el partido más votado pese a que los votos de la derecha superaron claramente a los de la izquierda. Ello le permitió hacerse, en varias de esas circunscripciones, con el escaño adicional que se conoce, en la jerga de los técnicos electorales, como “la prima del ganador”. Con igual resultado por bloques y una redistribución del voto de la derecha como la que existe actualmente en las encuestas (65% para el PP, 33% para Vox, 2% para Ciudadanos), en todas esas provincias el PP ocuparía holgadamente la primera posición y sería para él la “prima del ganador”.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Violeta Santos Moura)
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Así pues, para la supervivencia de la coalición actual sería necesario que de aquí a las elecciones la izquierda restablezca -como mínimo- el empate a votos con la derecha y que en el espacio que ocupó Unidas Podemos no se produzca un desplome o una división en varias candidaturas, que la penalizaría decisivamente en la asignación de escaños. Ninguna de las dos cosas aparece hoy en la fotografía que ofrece el consenso de las encuestas fiables.

Por lo demás, el mapa político de noviembre de 2019 puede verse alterado al menos por cuatro posibles novedades que hoy no pasan de ser una incógnita:

1. La extinción total de Ciudadanos antes de las elecciones, lo que aumentaría la agrupación del voto de la derecha en sólo dos opciones, PP y Vox.

2. La proliferación de candidaturas provincialistas bajo la marca común España Vaciada, que podría obtener resultados importantes en las circunscripciones del interior, afectando al reparto de los escaños.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, escucha una intervención del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Fernando Alvarado) Opinión
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3 .La capacidad del PSOE para, al menos, mantener la fidelidad de todos sus votantes de 2019, bloqueando el tránsito en su frontera con el PP y las fugas hacia la abstención. Un crecimiento a costa de su socio podemita sería una suma cero a efectos de articular una mayoría de gobierno. A estos efectos, es crucial para el PSOE recomponer su fuerza electoral en Andalucía. Sin un gran resultado en esa comunidad, no se adivina sobre qué base territorial podrá sustentarse una victoria de ese partido en España.

4. La configuración final del espacio situado a la izquierda del PSOE. No es igual si concurren unidos en una coalición electoral en la que se reagrupen todas las fuerzas que aglutinó Pablo Iglesias en 2016, esta vez bajo el liderazgo de Yolanda Díaz, que si se produce una división (Podemos por un lado, Sumar y aliados por otro) o incluso una diáspora de listas dispersas compitiendo entre sí.

Si de las elecciones de mayo resulta una generalización de los gobiernos PP-Vox, ello puede tener también una fuerte incidencia en la decisión de voto para las generales, que se convertirían, de hecho, en una elección binaria y dicotómica no entre partidos, sino entre coaliciones: Frankenstein frente a Godzilla.

Un poco de historia

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