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La gente que ha cumplido el sueño de irse por fin de Madrid (no siempre con final feliz)
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NO ES TAN FÁCIL COMO PARECE

La gente que ha cumplido el sueño de irse por fin de Madrid (no siempre con final feliz)

Cada año aumenta el número de personas que se marchan de la capital a otra provincia, agotados de la vida en la ciudad. Pero resulta difícil escapar del agujero negro de Madrid

Foto:  Juanjo y María, en la ría de Pontevedra. (Foto cedida)
Juanjo y María, en la ría de Pontevedra. (Foto cedida)
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“Vivíamos en Legazpi, pasamos ahí la pandemia y estábamos un poco mal, así que nos mudamos a la Latina, pero tampoco fue la solución. Pasamos seis meses y nos dimos cuenta de que en el trabajo estábamos fatal, que nos estaba afectando a la salud. Entrar en el metro para ir a trabajar me daba ansiedad. No sé si es Madrid, pero si estás mal en el trabajo, Madrid te ahoga. Era el trabajo y era Madrid: era el trabajo en Madrid. Decidimos dar un volantazo y cambiarlo todo”.

Juanjo y su pareja, María, ambos de 32 años, empezaron entonces a buscar adónde huir. Cualquier sitio menos la capital. La España vacía no era muy buena opción, así que se decantaron por la España casi vacía: Pontevedra, donde tenían algún conocido. No dudaron en dejar su empleo. Él trabajaba en selección y formación de recursos humanos, pero decidieron opositar lejos de la prisa de Madrid. Él como administrativo, ella en el Cuerpo Superior de Gestión del Estado.

"Mucha gente se pasa años rumiándolo, pero la vida les impide hacerlo"

Son dos de los alrededor de 50.000 españoles que cada año abandonan la capital por otra provincia. Muchos lo hacen a otros municipios de la Comunidad de Madrid, huyendo de la escalada de precios de la ciudad. Algunos incluso lo hacen a las provincias limítrofes, como Guadalajara, Ávila o Segovia, aunque trabajen en la capital, por el mismo motivo. Pero otros vuelven a sus provincias de origen, después de haber estudiado o haber arrancado su carrera en la capital, o prueban suerte en otro lugar anónimo, cansados e incluso deprimidos. El número aumenta año tras año.

“A lo mejor, en un momento de tu vida empiezas a valorar las ciudades medianas, mientras que en otros valoras las oportunidades laborales de Madrid o la vida cultural que te ofrece”, valora Fernando Rubiera, profesor de Economía Urbana de la Universidad de Oviedo, que recuerda que “la atracción de Madrid se ejerce sobre todo en la población joven, preferentemente cualificada o emprendedora”. Por eso es natural que si la capital atrae estudiantes y trabajadores en las primeras fases de sus carreras, también expulsa a los profesionales de mayor edad que quieren un cambio de aires. “Hay calidad de vida en las ciudades pequeñas, más que en el campo, que es muy duro: es todo más barato, empleas poco tiempo en movilidad, pero la capacidad de prosperar laboralmente es mucho menor”, prosigue. “Es el ‘trade off’ que vive todo el mundo entre la vida profesional y la personal”.

Hace unas semanas, la editorial Capitán Swing lanzaba en un tuit la pregunta “si pudieras, ¿te irías de Madrid?”. Aunque muchos respondían que no, era llamativo comprobar cómo abundaba el sí, acompañado, en ocasiones, de un “si pudiese”, porque no siempre querer es poder: “Sin dudarlo”; “No vuelvo ni loco”; “Sin mirar atrás”; “Es el plan”; “Antes me gustaba, ahora me parece una ciudad invivible y empeorando”; “Al principio no estaba demasiado mal, pero ha ido empeorando progresivamente y estos tres últimos años ya ha sido cuesta abajo y sin frenos. Servicios públicos en destrozo, espacios públicos esquilmados…”; “Aquella Madrid que enamoraba solo existe en mi memoria, en la actualidad se ha tornado demasiado árida”.

"Estaba en un bucle tóxico en el que la ciudad para mí era mala. No me aportaba nada, estaba quemada, Madrid sacaba lo peor de mí"

Es un deseo expresado cada vez con mayor fuerza, pero que muy pocas veces se lleva a cabo. Juanjo y María trazaron un pequeño plan y, sobre todo, un plazo breve para que no les ocurriese lo que a tantos de los que han querido huir sin conseguirlo. “No tardamos mucho, porque si le das muchas vueltas no lo haces. No es una decisión fácil dejar tu trabajo y cambiar tu vida en una semana”, explica. “Mucha gente pasa años rumiando la idea, pero por una cosas u otras la vida te va poniendo trabas: un trabajo nuevo, una pareja nueva, así que no cambias. Si no lo piensas tanto, pues lo haces”.

Al final de la escapada

La pandemia ha sido un acelerador de estas migraciones forzadas. Verónica Lechuga trabajaba en comunicación y decidió dejarlo todo hace seis meses para marcharse a Ávila. 2021 fue, como para tanta gente, un año letal para ella. “Tuve una crisis existencial, el año pasado fue el peor de mi vida, tenía mucha ansiedad, no quería trabajar en prensa y comunicación”, explica. “Estaba en un bucle tóxico en el que la ciudad para mí era mala. No me aportaba nada, estaba quemada, Madrid sacaba lo peor de mí”.

placeholder Verónica Lechuga, en Ávila. (Foto cedida)
Verónica Lechuga, en Ávila. (Foto cedida)

Su destino laboral fue sorprendente dado su currículo: recepcionista en el hotel que regentaba una amiga. Dejó su trabajo en diciembre y descansó sabiendo que en abril, cuando reabriese el hotel, tendría una oportunidad al otro lado de la frontera madrileña. Al principio, todo eran ventajas: “El verano es entretenido porque viene mucha gente distinta, cada día es diferente, aprendes cosas nuevas, Ávila es una ciudad muy barata (aquí tengo una casa de casi 70 metros cuadrados con plaza de garaje), el hotel estaba a dos minutos de mi casa, es todo muy relajado, muy sencillo y sin ningún tipo de complicación”. Pero es muy complicado marcharse de Madrid si no tienes un trabajo de antemano o no conoces a nadie en tu lugar de destino.

Como cantaba Shakira, “ahí te dejo, Madrid, ahí me voy otra vez”. Es lo que ha hecho Silvia Pascual, una farmacéutica logroñesa de 29 años que dejó su ciudad natal a los 18 y acaba de volver para dedicarse a algo totalmente distinto, trabajar en la bodega familiar. “Con el teletrabajo, de repente tenía la oportunidad de quedarme no solo un fin de semana sino una semana entera, así que me empezó a llamar la atención la calidad de vida: en un día puedo hacer 100 cosas y no tengo que ir corriendo a todas partes”, explica. “En Madrid veía que no podía avanzar, mi pareja y yo cobrábamos buenos sueldos y aun así comprar una casa era imposible”.

placeholder Silvia Pascual en la bodega. (Foto cedida)
Silvia Pascual en la bodega. (Foto cedida)

Ha aterrizado en La Rioja hace apenas dos semanas sin billete de vuelta. Aún echa un poco de menos los planes de la capital, pero también recuerda que “a mí Madrid me ha hecho ser impaciente por naturaleza”. ¿Volver? “No lo descarto, pero si volviera a Madrid lo haría si tuviese unas condiciones económicas que me permitiesen disfrutar de la ciudad”. La palabra que utiliza para describir la capital es 'conformarse': “A lo mejor pierdo ciertas cosas, pero gano otras”.

"En Zaragoza cobro más que en Madrid y el alquiler me cuesta la mitad"

Lo normal es que el destino sea el lugar de origen: mala suerte para los madrileños de origen, que no tienen adónde correr. Borja R., un periodista de 30 años, decidió que quería volver a Zaragoza durante los días de la pandemia, cuando iba a visitar a sus padres. “Ahí me di cuenta de que estoy a gustísimo”, explica. También había vivido en Madrid desde los 18, y de repente se le abrieron los cielos: “Miré mi cuenta, me di cuenta de que había destinado una tercera parte de mi salario al alquiler y que no tenía prácticamente ahorros si quería hacer cualquier clase de planificación de futuro”. Eso, unido a la polarización política y la devaluación de los servicios públicos, le llevó a activar la maquinaria.

Hoy trabaja en un medio de comunicación en su ciudad natal, donde cobra más que en la capital y paga menos de la mitad por su piso, “con una estabilidad emocional y planteándome cosas a futuro como comprarme una casa que en Madrid habría sido imposible”. No se plantea volver a una ciudad como Madrid o Barcelona. Como mucho, Valencia: “Madrid se ha convertido en una centrifugadora de talento, hay demasiada gente persiguiendo los mismos sueños”.

"Voy a Madrid a tomar algo con unos amigos y estoy deseando volver a casa"

Otra huida muy habitual, especialmente a medida que se cumplen años, es a la ciudad dormitorio o periférica, que permite precios más baratos, más tranquilidad y cierta cercanía a la capital sin sus vicios. Es lo que le ocurrió a José Enríquez, que trabaja en ‘marketing’ en una universidad madrileña y que pasó 34 de sus 44 años en Carabanchel antes de mudarse a Rivas, donde vive con su mujer y su hija. “Nunca lo había pensado, pero conocí a mi mujer, y con la edad empiezas a valorar otras cosas”, explica.

“Es un pequeño chalé adosado y es mucho más barato que en Madrid. También siento que aquí hago mucha más comunidad, en Carabanchel casi no tenía relación con el de arriba o el de abajo. Aquí sí tengo la sensación de que pertenezco a algo”. Hace unos días, Enríquez “bajó” a Malasaña (ese término que utilizan todos los fugitivos para hablar de su retorno ocasional) para quedar con un amigo: “No sé si es una versión objetiva, pero la encuentro muy sucia y deshumanizada, porque está a tope de gente, no es grata para vivir. Voy, me tomo algo con unos amigos y estoy deseando volver a casa”.

Giro final: el retorno

“Te estoy hablando desde Moratalaz”, confiesa Juanjo durante nuestra conversación. Su plan le ha funcionado, lo que quiere decir que han vuelto a la casilla inicial, Madrid. Han sacado su plaza en las oposiciones para cuya preparación emigraron, por lo que una vez más han vuelto a ese agujero negro que lo absorbe todo. “En unas oposiciones para el Estado como las nuestras, puedes trabajar para cualquier organismo, pero es que todos están en Madrid”, explica. “Para mi convocatoria, casi el 60% de las plazas estaba aquí, con lo cual sabes que vas a volver sí o sí”.

Es imposible escapar al peso gravitacional de Madrid. Hay otro factor que en su caso ha contribuido, que la familia de su pareja vive en la capital: cuanto más se puebla un lugar, más razones (laborales, pero también personales) hay para quedarse en él. “Madrid es un agujero negro de actividad económica”, añade Rubiera. “Puede ocurrir en el sector público por unas oposiciones, pero también en el sector privado. La ciudad grande siempre te da más oportunidades laborales, tanto en puestos de trabajo que tengan progresión o que sean más creativos como en puestos de trabajo poco cualificados, en una ciudad media puedes terminar siendo un parado de larga duración con facilidad”. Estos retornos, añade el economista, son “el reflejo del modelo urbano que estamos construyendo, que es cada vez de mayor concentración alrededor de Madrid y vaciado de las ciudades medianas”.

Algo un poco diferente le ha ocurrido a Lechuga, que también confiesa que ya está haciendo planes para volver a Madrid. El trabajo en el hotel le ha empezado a aburrir (“una vez lo conoces es hacer ‘check-in’ y ‘check-out’), el invierno en Ávila es particularmente duro y apenas conoce a nadie en la ciudad. Empieza a sentir que está perdiendo el tiempo y que era algo que para una temporada (“para despejarme y estar conmigo misma”) estaba bien. Echa de menos la acción. La capital vuelve a estar en su horizonte de nuevo: “Me ha venido muy bien este tiempo, pero ahora me apetece disfrutar Madrid de otra manera, que no es como la de antes”. ¿Ahí te dejo Madrid? Más bien, volver, aunque sea con la frente marchita.

“Vivíamos en Legazpi, pasamos ahí la pandemia y estábamos un poco mal, así que nos mudamos a la Latina, pero tampoco fue la solución. Pasamos seis meses y nos dimos cuenta de que en el trabajo estábamos fatal, que nos estaba afectando a la salud. Entrar en el metro para ir a trabajar me daba ansiedad. No sé si es Madrid, pero si estás mal en el trabajo, Madrid te ahoga. Era el trabajo y era Madrid: era el trabajo en Madrid. Decidimos dar un volantazo y cambiarlo todo”.

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