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No es oficio para jóvenes: la falta de caras nuevas, amenaza para el futuro de la saca del corcho
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En vías de extinción

No es oficio para jóvenes: la falta de caras nuevas, amenaza para el futuro de la saca del corcho

La emigración del campo a la ciudad, la falta de estabilidad laboral y la congelación de salarios hacen que la edad de los sacadores sea más elevada y resulte difícil completar las cuadrillas

Foto:  El descorche de los alcornoques o la saca del corcho se mantiene inalterable con el paso de los años. (Enrique Vaquerizo)
El descorche de los alcornoques o la saca del corcho se mantiene inalterable con el paso de los años. (Enrique Vaquerizo)

Jaime deja la escalera y trepa el último tramo del árbol con rapidez, luego saca el hacha del cinto y comienza a martillear el árbol. Por cada hachazo, un movimiento pendular, casi como una caricia que va despegando la corteza adherida tras nueve años de espera. Son apenas las once de la mañana pero el sol ya quema este cerro y no abandonará a Jaime y sus compañeros en lo que queda de jornada. Subido a más de tres metros de altura, acaba rápido la tarea y desprende la piel del alcornoque en apenas quince minutos. Aquí y allá resuena el sonido de las corchas que caen y una hilera de árboles se quedan desnudos mientras la cuadrilla avanza por la dehesa. Estamos en la finca Arroyo del Palo en la Sierra Norte de Sevilla, es finales de julio y Jaime Guerra, 32 años, sacador experto, delgado, pelo largo y discurso ecologista y alternativo, lleva ya varias semanas con la labor de extraer el corcho. Es posible que aún le quede un mes más. Como el suyo, hay varios rostros jóvenes en el grupo. Para muchos es la primera vez. Regeneración imprescindible para un trabajo al que la emigración a la ciudad, la temporalidad o la congelación de salarios amenazan con convertir en "un oficio de viejos".

Para Fernando Quinto Lozano, en cambio, esto no tiene nada de nuevo. Lleva ya 40 años dedicándose a la saca del corcho. Comenzó en el año 82, con apenas dieciséis años. Es el manijero (capataz) de la cuadrilla y este año ha traído por primera vez a sus hijos, que estudian en Sevilla —situada a apenas una hora—. Hace un alto en su recorrido cerro arriba y abajo, decidiendo el paso del resto y vigilando que no se quede atrás ningún árbol. Este año la sequía influye en que el corcho pese poco y esté siendo especialmente difícil sacar algunos árboles, aferrados a su piel ante la falta de nutrientes del suelo.

Foto: Dos niños a la salida del colegio. (EFE/Miguel Barreto)

Algunas fincas incluso han decidido posponer un año más la saca, esperando que la lluvia del próximo año favorezca a los alcornoques. Aunque el clima no es la dificultad que más preocupa a Fernando: nunca hasta ahora le había costado tanto encontrar el número suficiente de trabajadores (normalmente entre 15 y 25) para completar la cuadrilla. "Cuesta cada vez más encontrar a alguien que quiera dedicarse a esto. Al final, los chicos estudian y quieren trabajar de lo suyo. Luego, la saca dura apenas un mes y medio o dos meses como máximo de trabajo, la gente de esta zona tiene por ejemplo un trabajo fijo en los albañiles y no se arriesga a dejarlo por muy bien pagado que esté esto".

placeholder Trabajador en un campo de corcho. (E. Vaquerizo)
Trabajador en un campo de corcho. (E. Vaquerizo)

¿Y está tan bien pagado? Un sacador de corcho gana en esta zona alrededor de los cien euros la jornada trabajada (trabaja seis días a la semana). Según dice Fernando, alrededor de un 15% más que hace veinte años, en un mercado que ha alcanzado cuotas de inflación récord durante los últimos años. "Se está intentando como otros años que se pague el sueldo en función de a cómo se pague el quintal al comprador, pero en esta zona aún no tenemos fuerza para establecer un sindicato. En cualquier caso eso tendrían que hacerlo los jóvenes, pero cada vez hay menos. Cuando los que tengamos ahora cincuenta y muchos o sesenta nos vayamos si nadie entra, no sé lo que va a pasar".

Las amenazas para un "tesoro ibérico"

Joaquín Herreros, presidente de Asecor, clúster del corcho extremeño que colabora con la Universidad de Extremadura, "está de acuerdo en que esa falta de mano de obra especializada" se viene observando como tendencia de los últimos años, al igual que en otros. Pero en el corcho se nota aún más, ya que requiere mucha destreza. "Nosotros hemos intentado hacer cursos y formar nuevos jóvenes en el corcho y otras tareas servícolas, pero no todos los cursos que se proponen tienen aceptación. Algunos de los que propusimos el año pasado se quedaron vacíos de alumnos debido al abandono rural", apunta.

Foto: El consejero de Política Industrial y Energía, Jorge Paradela, en su toma de posesión, junto a Juanma Moreno. (EFE / Raúl Caro)

En España (principalmente en el suroeste, Andalucía y Extremadura) se produce el 30% del corcho mundial, el 80% junto a Portugal, que también maneja a través de sus grandes propietarios el 80% del negocio, ejerciendo un monopolio que ha disminuido las empresas españolas del sector en un 50% durante los últimos años. De esta pequeña región atlántica salen cada año, según Apcor (Asociación portuguesa del Corcho), 12.900 millones de tapones para preservar el vino.

placeholder Campo de corcho. (E.V.)
Campo de corcho. (E.V.)

Pese al avance del plástico, aún no han sido capaces de igualarse los efectos de conservación, oxigenación y aromatización que aporta el tapón corcho al vino y pese a la investigación de sus aplicaciones como aislante, calzado, industria química o construcción, el grueso de la producción sigue destinada a cubrir botellas en todo el mundo. Al cambio climático, con el aumento de temperaturas que adelgaza la piel del alcornoque; o una enfermedad como "la seca", que fulmina cada año a miles de árboles, se le une la falta de savia nueva que revitalice uno de los trabajos más tradicionales de la dehesa andaluza y extremeña.

Jóvenes y mujeres, una minoría

Álvaro Núñez termina de pelar un chaparro, tiene 19 años y estudia Empresariales en Sevilla. Durante este mes ha pasado, casi sin transición, de los exámenes al campo. Ejerce el oficio de harruquero (el que junta y acarrea los pedazos de corcho en cada cuadrilla). Esta es la primera vez que saca y el dinero le va a venir fenomenal para ayudarle a pagar la universidad y pasarse el resto del año en la ciudad. "El pueblo está bien para el verano, pero tengo claro que en invierno prefiero estar en Sevilla, hay más movimiento y muchas más cosas que hacer". Jaime le contradice desde el árbol de al lado, el suyo es un caso atípico; el de un joven que tras sus años universitarios (empezó Ciencias Ambientales y Veterinaria) decide que ya ha tenido suficiente en la ciudad y que el campo tiene mucho más que ofrecerle.

placeholder Camión que recoge el corcho. (E.V.)
Camión que recoge el corcho. (E.V.)

Hace ya unos años que volvió a sus raíces y hoy vive en Cazalla de la Sierra. Trabaja en una empresa que hace rutas a caballo para turismo de alto nivel, vive en el campo en una casa que él mismo se ha fabricado en un árbol, "una de las cosas que más le gusta en el mundo es trabajar en piedra y madera”. Tiene un huerto y un pequeño lago con peces para ser completamente autosostenible. Para él, el confinamiento fue muy diferente al de la mayoría de españoles: trabajo, aire limpio y espacio para respirar. "Fueron unos meses buenísimos a diferencia de para mucha gente estaba encerrada en las ciudades. Terminé de convencerme de que el campo tiene más que ofrecerme, si quiero salir siempre puedo coger el coche y plantarme en Sevilla en una hora". Álvaro no parece convencido y menea la cabeza.

Foto: Los tres creadores de la red social Puebloo. (Cedida)

Juan, "la collera" de Jaime, ha empezado a subir a un nuevo árbol y alerta de que del tronco han empezado a salir avispas. El aire se llena de insectos y todos apartan rápido sus escaleras. Unos metros más arriba, Yolanda Borbollón camina encorvada, con gorra y dos sacos de tela atados a la cintura, que va llenando de "cachos", pedazos de corcho que debido a su pequeño tamaño se pagan a un precio distinto. Confiesa orgullosa que lleva "acarreando cachos" en la saca más de diez años y que puede hacerlo "como cualquier hombre". A pesar de excepciones como la suya, y a diferencia de otros procesos agrícolas como el de la aceituna, el papel de las mujeres en el corcho es residual. Apenas hay en las cuadrillas de un trabajo que requiere de fuerza, pero sobre todo destreza con el hacha. Una habilidad que a los jóvenes les cuesta cada vez más conseguir. "Muchos dueños de las fincas solo quieren a sacadores expertos porque dicen que se pierde mucho tiempo en enseñar a los jóvenes y se avanza muy lento, pero si no aprenden ahora ¿quién va a sacar estos alcornoques en algunos años?", se pregunta Fernando.

Tecnología y reforestación como soluciones

Desde hace unos años, esta especialización que reduce la mano de obra disponible trata de combatirse con la renovación tecnológica que suponen herramientas como la sierra eléctrica, utilizada especialmente para el corcho. Sin embargo, su uso no acaba de generalizarse. "La he probado y no me gusta, es lenta y le hace daño al árbol", dice Juan. Joaquín Herreros considera que es un avance, pero no la solución para todo. Tiene dificultades para las partes altas del árbol y para trabajar con aquellos alcornoques viejos que no tienen una capa homogénea.

Sin embargo, otras innovaciones sí que han llegado al sector para quedarse. El traqueteo del tractor que maneja Francisco Borbollón, hermano de María, se acerca por la escarpada linde. Él y su compañero se encargarán de cargar los montones de corcho dejados atrás por los sacadores y llevarlos hasta la pila donde se cargarán. La comodidad, rapidez y capacidad de carga que suponen los tractores va acabando poco a poco con la figura del arriero, que ve relegado el trabajo de sus animales a los terrenos más escarpados. En Constantina apenas quedan dos arrieros de los cinco o seis que existían hace una década. Tras Francisco, el corcho irá a una pila en la que dos hombres lo pesarán antes de apilarlo de nuevo para que finalmente sea cargado en un camión con dirección a Oporto. Harruqueros, sacadores, rajadores, pesadores… Manos, manos y más manos por las que pasan las corchas antes de ser trinchadas por algún sacacorchos.

Foto: Los bomberos tratan de combatir el fuego en la localidad de El Ladrillar (Cáceres). (EFE/Ministerio de Defensa)

"Aquí, como para todo, se necesita tiempo para aprender, con paciencia no es tan difícil. Lo peor es el vértigo con la altura de algunos árboles, eso y que hay que soltar muchos hachazos, claro", detalla Jaime. A Fernando le gustaría que la cadena continuase: "Si sigue este abandono, al final tendrán que hacerlo los inmigrantes, claro, no es tan fácil hacer esto como cargar melocotones. Pero aprenderán, todos hemos aprendido. Solo tienen que dejar que alguien te enseñe". De momento, la alta especialización del sector no ha permitido la llegada de trabajadores foráneos, al contrario: las cuadrillas españolas acuden a Francia cada año a ayudar en la saca de sus pocas hectáreas de corcho. Joaquín Herrero aporta soluciones como repoblar el alcornocal.

placeholder (E.V.)
(E.V.)

Sería una solución que permitiría salvar la dehesa y su modo de vida. Además, las nuevas tecnologías permitirían rallar un árbol en mayo y adelantar los periodos de saca sin concentrarlos en verano, lo que atraería a más trabajadores no estacionales. "Pero si no repoblamos, no hay regeneración natural suficiente por la seca, el cambio climático o la convivencia con el ganado. Hay que reforestar mucho más algo que no se ha hecho en los últimos 20 o 25 años. La buena noticia es que aún estamos a tiempo".

Jaime deja la escalera y trepa el último tramo del árbol con rapidez, luego saca el hacha del cinto y comienza a martillear el árbol. Por cada hachazo, un movimiento pendular, casi como una caricia que va despegando la corteza adherida tras nueve años de espera. Son apenas las once de la mañana pero el sol ya quema este cerro y no abandonará a Jaime y sus compañeros en lo que queda de jornada. Subido a más de tres metros de altura, acaba rápido la tarea y desprende la piel del alcornoque en apenas quince minutos. Aquí y allá resuena el sonido de las corchas que caen y una hilera de árboles se quedan desnudos mientras la cuadrilla avanza por la dehesa. Estamos en la finca Arroyo del Palo en la Sierra Norte de Sevilla, es finales de julio y Jaime Guerra, 32 años, sacador experto, delgado, pelo largo y discurso ecologista y alternativo, lleva ya varias semanas con la labor de extraer el corcho. Es posible que aún le quede un mes más. Como el suyo, hay varios rostros jóvenes en el grupo. Para muchos es la primera vez. Regeneración imprescindible para un trabajo al que la emigración a la ciudad, la temporalidad o la congelación de salarios amenazan con convertir en "un oficio de viejos".

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