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Un año con Albares: luces, purgas y sombras del ministro que venía a apagar un incendio
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Un año con Albares: luces, purgas y sombras del ministro que venía a apagar un incendio

Se cumple un año de la llegada de José Manuel Albares. Juró el cargo con el mandato de resolver la crisis con Marruecos. Su gestión ha apagado el incendio, pero ha provocado otros 100

Foto: El ministro de Exteriores, José Manuel Albares. (EFE/Zipi Aragón)
El ministro de Exteriores, José Manuel Albares. (EFE/Zipi Aragón)
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José Manuel Albares será recordado como el ministro de Exteriores que cambió medio siglo de política exterior española para cumplir la promesa que le hizo al presidente Pedro Sánchez: recomponer las relaciones con Marruecos, cueste lo que cueste. Lo consiguió, pero para ello tuvo que hacer renunciar a España a su posición histórica respecto al Sáhara Occidental para satisfacer al país vecino. Una decisión unilateral que le valió el rechazo unánime del Congreso, las críticas de las bases socialistas prosaharauis, la indignación de un creciente sector del cuerpo diplomático y una peligrosa enemistad con Argelia en plena crisis de suministro energético global.

Albares cumple hoy un año en el cargo, uno de los más intensos en política exterior de toda la democracia española. Pero la historia, en realidad, hay que empezar a contarla bastante antes. Su relación con el presidente se remonta a los años que compartieron en el socialismo madrileño, donde formó parte del exiguo grupo de diplomáticos abiertamente afines al PSOE. Sánchez se lo llevó primero a Ferraz como asesor en materia de relaciones internacionales y después, en junio de 2018, a Moncloa como ‘sherpa’ del presidente —el encargado de preparar al presidente en temas de política exterior—.

Foto: Argelia apunta ahora a Albares. (EFE/Stephanie Lecocq)

A pesar de su escasa trayectoria diplomática (cónsul en Bogotá, consejero cultural en París y consejero en la OCDE), muchos daban por hecho que sería ministro de Exteriores si Sánchez ganaba las elecciones. Lo segundo se cumplió, pero lo primero no. El presidente optó por un gabinete con profesionales de éxito reclutados de los circuitos internacionales para compensar la presencia de Podemos. En ese contexto, Arancha González Laya, que venía de un alto cargo en la ONU, encajaba mejor en el papel. Así que, en enero de 2020, Albares se fue de embajador a París para esperar su siguiente oportunidad. Lo hizo sin olvidarse de mantener engrasados sus contactos en el Gobierno, en el partido y en la prensa. Cuando el caso Ghali hizo reventar la relación con Marruecos, él estaba preparado.

En mayo de 2021, la avalancha récord de inmigrantes en Ceuta y Melilla, orquestada por Marruecos, acabó por descarrilar una crisis que se venía fraguando desde diciembre. Con González Laya envuelta en una crisis sin precedentes, Albares volvió a las quinielas. Aquellos días, Sánchez buscaba salir reforzado con una crisis de ministros que abriese paso a un gabinete más político, más bregado en el barro y más prietas las filas para esta segunda parte de su legislatura. Era el momento perfecto para recuperar al fiel diplomático de confianza que le acompañaba en las fotos de ‘Top Gun’ en el Falcon e instalarlo en el Palacio de Santa Cruz con la narrativa favorable de quien es designado para apagar un incendio.

Foto: El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, durante la rueda de prensa ofrecida este jueves en Rabat. (EFE/Mariscal) Opinión

El Confidencial ha recabado la opinión de más de una docena de fuentes del ministerio, exfuncionarios y otros observadores para repasar estos 12 meses en los que Albares se ha anotado éxitos, como la rápida reacción en la caótica retirada occidental de Afganistán o la reciente cumbre de la OTAN en Madrid, y fiascos, como la ausencia de las prometidas reformas para el ministerio y la carrera diplomática, el malestar por algunas polémicas decisiones de su gestión y, sobre todo, por las desastrosas consecuencias de su giro en el Magreb.

Una guillotina en Santa Cruz

Los primeros días de Albares a cargo del ministerio circulaba un ‘meme’ en los grupos de WhatsApp de los diplomáticos con una guillotina instalada en el patio del Palacio de Santa Cruz junto al podio de conferencias. El chiste no era muy sutil, pero resumía a la perfección el ambiente que se vivía en los pasillos en plena transición. Albares se demostró implacable con el equipo de la ministra saliente, laminándolos uno tras otro sin contemplación. Cuando finalizó el año, casi una treintena de altos cargos habían cambiado de manos, y los planes y proyectos del anterior equipo —como la Estrategia de Acción Exterior 2024— fueron descartados sin contemplaciones.

En Exteriores, acostumbrados a la alta rotación de ministros, han visto todo tipo de remodelaciones —especialmente cuando hay un cambio de signo en el Gobierno—. Pero ninguno recuerda una reforma similar y menos cuando el traspaso de cartera se daba dentro del mismo partido. "Purga" es el término con el que algunos se refirieron a este relevo masivo de todos aquellos que trabajaron con González Laya. Según las fuentes consultadas, Albares quería una nueva arquitectura institucional a su imagen y semejanza, deshaciéndose "de todos los que no fueran leales o aquellos que pudieran hacerle sombra". Y ningún caso como el del diplomático Juan González-Barba para ilustrarlo.

Foto: El ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, José Manuel Albares (i), recibe la cartera ministerial de manos de su predecesora, Arancha González Laya. (EFE)
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González-Barba había sido secretario de Estado para la Unión Europea con la ministra González Laya y continuó en el cargo con Albares hasta ser relevado en diciembre de 2021. Un mes antes, el 16 de noviembre, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, confirmaba a Sánchez que daba su visto bueno para que el diplomático fuese nombrado representante especial del secretario general de Naciones Unidas para el conflicto de Chipre, que enfrenta a Turquía con Grecia. Su nombre contaba ya con el respaldo del propio António Guterres, de Atenas y del Gobierno greco-chipriota de la isla, según fuentes diplomáticas europeas conocedoras de esos contactos.

La luz verde de Ankara era lo más difícil de conseguir, ya que nunca había aceptado que la mediación entre turco-chipriotas, bajo tu tutela, y greco-chipriotas fuese desempeñada por un ciudadano de la Unión Europea para evitar cualquier potencial favoritismo hacia Grecia, su histórico adversario. Con González-Barba, el presidente Erdogan se mostró dispuesto a hacer una excepción. Había sido embajador de España en Ankara y las autoridades turcas guardaban un buen recuerdo de él, especialmente de cómo gestionó el despliegue de una batería de misiles antiaéreos Patriot del Ejército de Tierra español.

Foto: El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, posa para El Confidencial durante la entrevista. (Patricia J. Garcinuño)
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Sin embargo, y pese a que contaba con la aceptación de todas las partes, Albares decidió retirar la candidatura del español. Desde el Ministerio de Asuntos Exteriores se explicó entonces a la prensa que el diplomático no contaba con los apoyos necesarios para ser nombrado por Guterres. El argumento dejó atónita a buena parte del cuerpo, como también el destino menor que dio Albares a uno de los diplomáticos más en forma de la carrera: la modesta embajada de Croacia.

Intereses en conflicto

No es el único caso por el que acusan a Albares de truncar las carreras de los que identifica como adversarios. La propia González Laya aspiraba a un cargo internacional tras su salida del Gobierno y llegó a sondear a Pedro Sánchez para que España respaldara su candidatura a la dirección de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), una agencia de la ONU, según fuentes sindicales conocedoras de sus gestiones.

El presidente se mostró dispuesto a apoyarla y dejó la campaña en manos de Albares para conseguir los votos. Pese a un inicio prometedor, el ministro cambió después de parecer y le indicó a González Laya que no era el momento de seguir adelante, que había una candidata francesa de peso, la exministra de Trabajo Muriel Pénicaud, que lograría el apoyo de toda la UE y sería, con toda seguridad, la elegida. Finalmente, la OIT, donde están representados gobiernos, sindicatos y patronales, votó en marzo pasado al togolés Gilbert F. Houngbo como nuevo director general para tomar posesión del cargo en octubre.

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Albares es descrito por varios de sus subordinados como una persona obsesionada por el control, que no consulta con casi nadie sus decisiones, ni tampoco permite discrepancias o versos sueltos. Pero dentro del ministerio hay algo que empaña la reputación de Albares aún más que su estilo personalista. Se trata de la omnipresencia de una amiga personal, Irene Rodríguez, a quien incorporó como asesora para asuntos institucionales y protocolo —una anomalía de por sí, ya que el ministerio cuenta con una Dirección General de Protocolo—, pero cuyo rol ha abarcado muchas otras competencias, chocando con diplomáticos y asesores, incluidos varios cargos de confianza. Rodríguez es, además, esposa de José Antonio Llorente, presidente de Llorente y Cuenca, una influyente consultora que, entre otras muchas cosas, ha defendido en el pasado los intereses (asuntos públicos) de otros países en España.

También ha levantado críticas —y acusaciones de conflicto de intereses— otra relación personal del ministro. Esta vez con Therese Jamaa, una exitosa ejecutiva del sector tecnológico de origen libanés que se aloja en el Palacio de Viana cuando duerme en Madrid. Un banal cotilleo si no fuese porque, desde enero de 2022, es vicepresidenta de Huawei en España. La multinacional china es una de las empresas más señaladas como "proveedor de alto riesgo" por Estados Unidos y por los socios de la Unión Europea. El propio concepto estratégico de la OTAN aprobado en Madrid alertaba sobre el peligro que suponen las tecnológicas chinas para la seguridad de los países miembro. Además, el Consejo de Ministros se ha tenido que pronunciar al respecto para la instalación de redes de 5G en el país. Y tendrá que hacerlo nuevamente en los próximos meses.

Laurel afgano, fango marroquí

El 15 de agosto, apenas un mes después de tomar posesión del cargo, Albares se enfrentaría a su primer gran desafío. En medio de la caótica salida de los aliados occidentales de Afganistán, España maniobró con habilidad para ofrecer soluciones. El servicio exterior, en coordinación con Defensa, Interior y Migraciones, diseñó y ejecutó una operación de evacuación y acogida de refugiados que puso a España en la vanguardia de la respuesta a la crisis humanitaria y a Sánchez, sentado en la mesa de decisiones de las grandes potencias.

Foto: El rey de España, Felipe VI, y el rey de Marruecos, Mohamed VI. (Archivo)

Pero mientras España sacaba pecho, en el vecindario sur la situación se enquistaba y el reloj seguía corriendo. Albares empezaba a aparecer en público como un bombero incapacitado para apagar el incendio. A pesar de que Marruecos recibió con beneplácito el reemplazo de González Laya, y que el propio Mohamed VI dio un espaldarazo ese mismo agosto al proceso de reconciliación, la paz estaba lejos de firmarse. El ministro —comentan las fuentes consultadas— no escatimó esfuerzos para apaciguar al reino alauí, hasta el punto de dejar que un abogado con vínculos con Marruecos impulsara una batalla judicial contra González Laya y el que fuera su jefe de gabinete, Camilo Villarino, por el caso Ghali.

Villarino, quien había desempeñado el mismo puesto con los ministros Josep Borrell y Alfonso Dastis, estaba a la espera de recibir el plácet diplomático para ser nombrado embajador en Moscú. Pero a finales de agosto de 2021, el ministro retiró la solicitud de plácet, una medida muy inusual en los usos diplomáticos. En círculos diplomáticos se interpretó aquella decisión como un nuevo gesto conciliador hacia las autoridades marroquíes, que describían a Villarino como el “cómplice” de González Laya en la organización de la acogida a Ghali. A principios de este año, el juez dictó un auto para sobreseer provisionalmente el caso. Pero la Oficina de Información Diplomática del ministerio explicó entonces a la prensa que Villarino “no daba el perfil” para ese cargo —entre otras cosas, porque no hablaba el idioma—, pese a que tres meses antes el Consejo de Ministros había dado su visto bueno.

Foto: La exministra de Exteriores Arancha González Laya, durante su visita a Rabat en enero de 2020. (Reuters)

El que sí tuvo un perfil adecuado para ponerse al frente de la embajada de España ante la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) en París fue el exministro de Cultura socialista José Manuel Rodríguez Uribes, quien posee un sólido currículo académico como jurista, pero no habla ninguno de los idiomas más empleados en la sede de la Unesco. El propio Albares ha asegurado que no hacen falta idiomas para ese puesto y que, en cualquier caso, el español es suficiente para desempeñarse en la labor.

La gestión del caso Ghali fue vista con recelo en varios sectores del ministerio. González Laya era una ‘outsider’ en la Administración pública, y muchas de sus ideas para tratar de modernizar el servicio de exteriores fueron recibidas con una mezcla de escepticismo y críticas. Pero dejar que Rabat utilizara la Justicia española para medrar en la crisis bilateral fue un error de cálculo, comentan las fuentes. Además, ninguna de estas concesiones logró calmar las aguas con Marruecos, que siguió respondiendo con desaires —como la instalación de piscifactorías en aguas españolas, las críticas a las autoridades sanitarias españolas o la incertidumbre sobre la reapertura de las fronteras de Ceuta y Melilla— a las ofrendas de Albares. En un último recurso, llegó a jugar la carta del rey Felipe para buscar la ansiada reconciliación. Nada. Porque, en última instancia, Rabat solo quería una cosa. La misma desde el principio.

Rendición y fuego

En enero, la crisis bilateral con Marruecos superó el año sin visos de resolverse. Albares viajó a finales de mes a Washington para reunirse con su homólogo estadounidense, Antony Blinken, donde, además de cerrar filas con la Casa Blanca ante la potencial agresión rusa contra Ucrania, le mostró su preocupación por la agria relación con el vecino norafricano. “Hemos acordado unir fuerzas para encontrar, por fin, solución a un conflicto [del Sáhara] que tiene que terminar, no puede durar más décadas", avanzó el ministro, sin más detalles.

Foto: María Tato. (RFEF)

La tarde del viernes 18 de marzo, el Palacio Real de Marruecos hacía público en un comunicado el contenido de una carta enviada unos días antes por Pedro Sánchez a Mohamed VI en la que consideraba que la iniciativa marroquí de autonomía es “la base más serie, realista y creíble para la solución del contencioso” en la antigua colonia española. Ese mismo viernes, Albares salía a explicar la situación en una improvisada conferencia de prensa en Barcelona. Allí dejó caer que las autoridades de Argelia habían sido informadas con anterioridad, algo que Argel desmintió rotundamente.

El 20 de marzo, Rabat ponía fin simbólico a 15 meses de crisis con el retorno de la embajadora marroquí Karima Benyaich a Madrid. Mientras tanto, la sensación de agravio en Argelia fue ‘in crescendo’, tanto por el fondo de la cuestión como por las formas, ante la insistencia de Albares en minimizar el asunto en sus intervenciones en el Congreso o ante la prensa.

El pasado 10 de junio, a su regreso de un viaje a Bruselas, Albares sostuvo conversaciones telefónicas con varios portavoces parlamentarios en las que acusó a Rusia de estar detrás del choque con Argelia. El régimen de Putin, les dijo, instó a las autoridades argelinas a tensar la cuerda con España. Un argumento utilizado posteriormente por la vicepresidenta Nadia Calviño y el ministro de Agricultura, Luis Planas. Para los observadores, esta es una nueva muestra de la ligereza con la que se está tomando la crisis con Argelia. Este tipo de comentarios irritan a una diplomacia argelina que se jacta de que su política exterior tan solo obedece a sus intereses y es ajena a cualquier presión.

Foto: El encuentro del pasado mes de mayo entre el ministro de Exteriores ruso, Lavrov, y el presidente argelino, Tebboune. (Reuters)

Ahora, afloran los puntos débiles de esta arriesgada estrategia. Cualquier movimiento brusco de Argelia puede llegar a desestabilizar nuestro suministro energético o poner más presión migratoria en nuestras costas. Y si bien Sánchez y el Gobierno podrían haber galvanizado al Congreso para hacer un frente común ante Rabat y ganarse el favor de la opinión pública en la defensa de nuestra posición histórica ante el Sáhara Occidental, no sucederá lo mismo en el caso argelino. No habrá paciencia, ni comprensión ni margen de maniobra.

El presidente no avisó a su propio Gobierno del cambio de postura que iba a asumir el país. Tampoco telefoneó al líder de la oposición ni dio explicaciones al Congreso, que el pasado 7 de abril reprobó contundentemente su volantazo histórico sobre el Sáhara. Sus propios socios de coalición acusaron a Sánchez de falta de “valentías, principios y lealtad” horas antes de que el presidente viajara a Rabat a escenificar una paz en la que se ha quedado más solo que nunca. A costa de todo lo demás, Albares había cumplido su promesa.

José Manuel Albares será recordado como el ministro de Exteriores que cambió medio siglo de política exterior española para cumplir la promesa que le hizo al presidente Pedro Sánchez: recomponer las relaciones con Marruecos, cueste lo que cueste. Lo consiguió, pero para ello tuvo que hacer renunciar a España a su posición histórica respecto al Sáhara Occidental para satisfacer al país vecino. Una decisión unilateral que le valió el rechazo unánime del Congreso, las críticas de las bases socialistas prosaharauis, la indignación de un creciente sector del cuerpo diplomático y una peligrosa enemistad con Argelia en plena crisis de suministro energético global.

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