Patxo Unzueta, todos fuimos sus hijos
Ha muerto el periodista de más envergadura intelectual de las últimas décadas. Deja un legado de ensayos y una obra periodística sobre ETA, el nacionalismo, Bilbao y el fútbol verdaderamente colosal
El aviso me lo dio el amigo común, Ramón Jáuregui. Luego, Luis Rodríguez Azpiolea, los detalles. Me gratificó la entereza que deduje de la conversación con su ya viuda, Carmen Basauri, y recordé al hombre y al periodista con esa gran persona y profesional, su amiga más cercana, Chelo Aparicio. Patxo Unzueta (Bilbao, 1945) entraba en su recta final en el pabellón Jado del Hospital de Basurto de Bilbao. Con su muerte, se va un maestro que nunca pretendió serlo, que siempre rehuyó el protagonismo, que hizo de la modestia su rasgo más personal y característico. Escribía como los ángeles, sabía como el que más, su capacidad de observación resultaba gigantesca, sus lecturas inabarcables. Fue una auténtica eminencia y nos enseñó a todos.
Sus artículos en 'El País', primero desde la corresponsalía en Bilbao y luego ya en Madrid, fueron siempre de culto. No les faltaba una palabra ni les sobraba un adjetivo. Iba al núcleo de su tesis después del prolegómeno necesario para entender la clave que desentrañaba. Sus libros forman parte de la literatura ensayística necesaria para entender la tragedia vasca.
Medió una década de producción analítica prodigiosa que alcanzó la mayor lucidez con 'Los nietos de la ira' (1988)
Desde 'Sociedad vasca y política nacionalista' (1987) hasta 'El terrorismo: ETA y el problema vasco (1997)', medió una década de producción analítica prodigiosa que, en mi criterio, alcanzó la mayor lucidez con 'Los nietos de la ira' (1988), un ensayo inigualado y solo comparable a los mejores de Jon Juaristi con el que escribió 'Auto de terminación' (1994), acompañados ambos por la experta pluma de Juan Aranzadi y un prólogo de otro académico magistral, Javier Corcuera Atienza que culminó con su tesis doctoral ('Orígenes, ideología y organización del nacionalismo vasco. 1876-1904') un texto histórico sin el que nada de lo que es el movimiento nacionalista puede comprenderse. En 'Cómo hemos llegado a esto' (2003), Unzueta compartió autoría con José Luis Barbería. En el itinerario de sus libros está la reciente historia de Euskadi y su proyección sobre el conjunto de España.
Patxo Unzueta era la fragilidad personificada, pero la determinación moral por antonomasia. Jamás se rindió. Como otros, el caso de Jon Juaristi anduvo en las cercanías de la primera ETA, aquella que se denominó "cultural", la que impugnó el pancismo nacionalista ante el franquismo, pero su profunda moralidad no solo le apartó de la toxicidad de la banda, sino que le indujo a combatir su perversión. Nunca dudó de la naturaleza del problema de ETA; jamás dejó de indagar sobre el nacionalismo. Y lo hizo desde una estrecha vecindad vital, personal y familiar. Fue uno de los grandes porque nunca tuvo la pretensión de serlo.
Parecía que Patxo carecía de sonrisa, o de divertimentos o de aficiones. Pero fue un entendido del balompié cuyos saberes eran tan inmensos como puede leerse en el legendario libro de 'A mí el pelotón. Y otros escritos del fútbol' (2011) que prologó Santiago Segurola, otro periodista vasco en el elenco de los mejores. Fue Patxo tan atlético (de Bilbao) como amante de la ciudad del Bocho, en la que nació y ha muerto. Nos dejó su obrita —maravillosa— titulada 'Bilbao' (1990), una delicia.
"Su estilo era inconfundible, esos textos llevaban su impronta con una extraordinaria evidencia"
Editorialista de ‘El País’ —su estilo era inconfundible de modo tal que, siendo un género anónimo, esos textos llevaban su impronta con una extraordinaria evidencia—, escribió por largo (reportajes memorables, artículos extensos a los que no sobraba una línea) y por corto (columnas en faldón y en vertical) con igual destreza. Impresionaba la exactitud en el dato, en la fecha, en la cita. Tenía un castellano del bueno, que es el propio de los bilbaínos bien leídos, y el registro de sus amistades era amplio porque siempre mantuvo la curiosidad activada. Una apariencia inconfundible, Patxo Unzueta fue un gran personaje. Le conocí antes de compartir profesión. De la calle, en Bilbao, porque era inconfundible. Luego le traté, pero, sobre todo —y él lo sabía— le admiré.
Ocurre que nuestra tragedia vasca —igualmente española— ha sido prolífica en intelectuales extraordinarios que no me atrevo a listar, no sea que omita a alguno de los que merecen mención expresa. Para aquellos que dedicamos nuestra vida al periodismo, Unzueta resultó una referencia imprescindible y su pérdida un estímulo para volver a recuperar sus textos que no han perdido —al contrario— vigencia y tersura.
Como escribió el catedrático Javier Corcuera, algunos de los libros de Patxo, de nuestro querido y admirado Patxo, "se encuentran entre los más lúcidos análisis de la ideología nacionalista desde Arana (Sabino) hasta Artapalo (denominación de la dirección más sanguinaria de ETA, integrada por tres terroristas)". Remedando la obra de Arthur Miller, todos los de mi generación periodística en el País Vasco fuimos sus hijos intelectuales. Descanse en la merecida paz de los justos.
El aviso me lo dio el amigo común, Ramón Jáuregui. Luego, Luis Rodríguez Azpiolea, los detalles. Me gratificó la entereza que deduje de la conversación con su ya viuda, Carmen Basauri, y recordé al hombre y al periodista con esa gran persona y profesional, su amiga más cercana, Chelo Aparicio. Patxo Unzueta (Bilbao, 1945) entraba en su recta final en el pabellón Jado del Hospital de Basurto de Bilbao. Con su muerte, se va un maestro que nunca pretendió serlo, que siempre rehuyó el protagonismo, que hizo de la modestia su rasgo más personal y característico. Escribía como los ángeles, sabía como el que más, su capacidad de observación resultaba gigantesca, sus lecturas inabarcables. Fue una auténtica eminencia y nos enseñó a todos.
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