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El guardián del Jarama: el jubilado que lleva desde los siete años recorriendo trincheras
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Un museo de la batalla en un mesón de comidas

El guardián del Jarama: el jubilado que lleva desde los siete años recorriendo trincheras

Goyo Salcedo lleva desde los siete años recogiendo restos del cruento enfrentamiento vivido a las puertas de Madrid en la Guerra Civil. De pequeño era una forma de "mitigar el hambre". Ahora busca proteger el patrimonio para los españoles

Foto: Goyo Salcedo en una de las cuevas que se usaron durante la batalla del Jarama. (S.B)
Goyo Salcedo en una de las cuevas que se usaron durante la batalla del Jarama. (S.B)

Goyo Salcedo (Morata de Tajuña, 1944) se mueve por las trincheras como si fueran suyas. Su rostro agrietado y sus piernas cansadas no le impiden levitar por la superficie del terreno como un miliciano que no supera la lozanía de una veintena incauta y valiente que se deja llevar por su obstinado carácter ante unos ideales férreos. Tiene las manos fatigadas, sostiene su peso sobre un fino bastón de metal que finaliza en dos púas punzantes. Dice coqueto que no necesita vara alguna, pero que si le sorprende alguna culebra o ratón entre los recovecos del campo prefiere ir "armado". El barro seco de sus zapatos se desprende a medida que camina, dejando un rastro tras de sí, mientras el tintineo del llavero que cuelga de su cuello con una vaina de la Guerra Civil a modo de amuleto hace predecir cuáles serán sus próximos pasos.

"Este es mi entorno, lo conozco perfectamente", afirma con soslayo mientras acaricia el yeso que se desprende de las paredes de la cueva a través de la que se introduce en el corazón de un cerro a mitad de camino entre Morata de Tajuña y Arganda. Lleva desde los siete años replicando los pasos de la batalla del Jarama, una de las más cruentas de la Guerra Civil, en la que murieron alrededor de 15.000 personas, entre nacionales, republicanos y brigadistas.

placeholder Goyo entra en una cueva de la Guerra Civil. (S.B.)
Goyo entra en una cueva de la Guerra Civil. (S.B.)

De pequeño, acompañaba a su padre y su hermano a recoger balas, metralla y restos de metal para venderlos y "mitigar un poco el hambre" en plena posguerra. "Qué te importaba encontrar un escudo de la Falange si con eso te daba para un kilillo", comenta entre risas. Ajeno a qué significaban las piezas que hallaba, recuerda que los camiones de aquella aparente chatarra salían repletos del pueblo para venderlos a mayoristas.

A medida que fue conocedor del oscuro pasado de estos restos únicos, profesionalizó la búsqueda, adquirió un detector de metales y salía al alba cada fin de semana para engrosar su colección. "Alguien debía preservar este patrimonio, no ya por mí, sino por todos los españoles", expresa mientras reitera avergonzado que él no es protagonista de esta historia. Pero sí lo es.

Tras recoger miles y miles de piezas entre fusiles, gafas, balas, latas de conservas, granadas, bombas, candelabros, palas… Goyo creó, en la puerta trasera de un antiguo mesón de comidas del pueblo, un museo único y muy personalista para luchar contra la desmemoria. "Da igual que seas de un bando o de otro, esto es historia", reclama conciso, mientras se mece sobre su bastón y mira ensimismado al horizonte infinito de la meseta de Madrid.

placeholder Goyo, frente a la Colina del Suicidio. (S. B.)
Goyo, frente a la Colina del Suicidio. (S. B.)

Como dibujando con su dedo sobre un lienzo hecho en la naturaleza, explica que las tropas de Franco intentaron tomar la carretera de Valencia para cortar las comunicaciones y el suministro con la capital a principios de 1937, pero que, al toparse con los jóvenes milicianos y los miles de voluntarios que llegaron desde más de 50 países, optaron por rodear la zona e intentar tomar Morata de Tajuña. Una orografía repleta de montes, llanos y vegetación hizo que, a pesar de que ganaran terreno, no consiguieran terminar con la lucha armada.

"There’s a valley in Spain called Jarama,

That's a place that we all know so well,

for 'tis there that we wasted our manhood,

And most of our old age as well".

["Hay un valle en España llamado Jarama,

Es un lugar que todos conocemos muy bien,

porque es allí donde desperdiciamos nuestra hombría,

Y la mayor parte de nuestra vejez también".]

Acompañan a la brisa gélida del invierno ecos de los versos de 'Jarama Valley', que parecen resonar en el ambiente, como una recreación de aquel 6 de febrero de 1937 en el que comenzó el enfrentamiento de manera sorpresiva y sin preparación por parte de las tropas republicanas. La canción, que durante la Guerra Civil la adaptaron los internacionales a la melodía de la folklórica americana de 'El valle del Río Rojo', fue escrita por Alex McDade, un obrero británico que se alistó como voluntario y que acabó como comisario político integrado en la XV Brigada Internacional. Fue herido en Jarama y finalmente cayó en la batalla de Brunete el 6 de julio de ese mismo año. Como él, los más de 10.000 interbrigadistas que murieron en terreno español.

placeholder Una trinchera cerca de Morata de Tajuña. (S.B.)
Una trinchera cerca de Morata de Tajuña. (S.B.)

Goyo señala ahora hacia una colina, denominada por los internacionales como la Colina del Suicidio. "Todo el que venía aquí, venía a morir", lamenta y recuerda que, por un error humano, la munición adquirida no era la adecuada e hizo que los republicanos tuvieran que luchar cuerpo a cuerpo, apenas con fusiles, sin oponer casi resistencia. En cuestión de una hora, fallecieron al menos 200 brigadistas y las tropas tuvieron que retroceder hasta el campo de olivos que rodea el alto.

placeholder Olivos cercanos a la Colina del Suicidio. (S.B.)
Olivos cercanos a la Colina del Suicidio. (S.B.)

Así, los olivos representaron la salvación de muchos soldados, no solo por la singularidad de su madera veteada y su resistencia, sino porque les cubrían, llegando incluso a proteger de las balas a dos o tres hombres a la vez. Muchos de estos árboles aún conservan recuerdos de esos proyectiles en su interior, pasando ahora inadvertidos al ojo humano.

"Los olivos daban cobijo en las frías noches en las que la tensa espera previa al combate mezclaba la soledad humana con su dimensión terapéutica"

Como apunta el autor especializado en libros de la Guerra Civil (y amigo de Goyo) Juan Santiago Martín Duarte, este árbol llenó de alimento, calor y seguridad a miles de combatientes de uno y otro lado. "Sus aceitunas fueron alimento en muchos ocasiones para tratar de saciar" el hambre y las penurias. Además, su manto les proporcionaba "calor y cobijo en las frías noches de invierno, en las que la tensa espera previa al combate mezclaba la soledad del ser humano con la dimensión terapéutica del olivar". Y, por último, evitando que las balas atravesaran el cuerpo de quienes permanecían a su resguardo.

placeholder Goyo posa a través de un agujero de cañonazo en una de las cuevas usadas en el enfrentamiento. (S.B.)
Goyo posa a través de un agujero de cañonazo en una de las cuevas usadas en el enfrentamiento. (S.B.)

"¡Papá, mira, un abujero!", grita una niña que no supera los cinco años mientras recorre con la mirada el zigzag que dibuja la trinchera agarrada fuertemente a la mano de su padre. "Aquí es donde se escondían los soldados para que no le dieran las balas", le cuenta y añade que, desde dentro de la fortificación, "se puede ver muy bien, sin ser visto".

Es una de las pocas barricadas que está protegida en la zona, el resto, han desaparecido bajo tierra, algo que lamentan todos los vecinos, que han sido quiénes han presionado al Ayuntamiento para proteger el patrimonio. Son las cinco de la tarde, el sol se ha puesto y el rojo atardecer absorbe la caliza de la trinchera. Una pareja se besa frente al monumento a los internacionales embelesados por el entorno, mientras que dos familias transcurren por el sendero que en otra vida fue un hervidero de vaivenes de fusiles, cañonazos y hombres heridos.

La batalla del Jarama, aunque breve, ya que se extendió solo hasta 26 de febrero de 1937, permaneció relativamente activa hasta el final de la guerra cuando Madrid es entregada, sin que ninguno de los dos bandos depusiera las armas. Esta fue la primera batalla de la llamada guerra moderna, en la que, por primera vez en la historia, actuaron de manera coordinada Infantería, Artillería, Caballería moderna y Aviación. "Fue el laboratorio de lo que se viviría después en la Segunda Guerra Mundial", lamenta y sostiene que, aunque impopular, él es de la opinión de que "ojalá la capital nunca hubiera resistido", porque "el resultado hubiera sido el mismo, pero se hubieran lamentado menos pérdidas".

Cuando Goyo inauguró el museo contra la desmemoria, invitó a los brigadistas que seguían vivos y a sus descendientes a modo de homenaje. "En seguida brotaron las lágrimas de sus ojos", recuerda con emoción, mientras señala un archivador del que desbordan las hojas con dedicatorias: "Gracias por hacer esto, de forma imparcial, en memoria de mi padre y de tantos otros caídos", "aquí demuestras que formamos parte del pasado y del futuro de España”, "la antesala de lo que vivimos en todo el mundo".

En un lugar privilegiado, entre máscaras de gas y recortes de periódico, se lee "Aquí no hubo vencedores y vencidos, hubo muertos"

Olga es hija de un republicano que estuvo preso durante muchos años por su vinculación al Partido Comunista. Por ello, y porque vivió gran parte de su vida en Berlín, conoce de cerca a muchos interbrigadistas que lucharon en el Jarama. "En Alemania se habla abiertamente de lo que ocurrió en España, mientras que aquí se impuso la ley del silencio", recalca. Reconoce así la labor de Goyo, que, para ella, representa una de las "cosas más interesantes" que se están haciendo en torno a la Guerra Civil. "Ya es hora de que se normalice y que esas heridas que aún no se han cerrado, puedan curar y, así, borrarse el rencor".

placeholder Goyo posa en una de las salas del museo. (S.B.)
Goyo posa en una de las salas del museo. (S.B.)

En un lugar privilegiado del museo, rodeado de máscaras de gas y recortes de periódicos de época, se puede leer "Aquí no hubo vencedores y vencidos, hubo muertos". Aunque suya, Goyo quiso imprimir la cita y colgarla en una pared como eje central de lo que significa el recorrido museístico.

¿Su pieza favorita? Lo tiene claro: el tintero. "Tiene un valor incalculable y más en una guerra. Imagina lo que significaría para los soldados tener algo con lo que escribir, retratar sus miedos, sus deseos, su amor, sus lágrimas o incluso firmar sentencias de muerte".

placeholder Monumento a la Brigadas Internacionales de Martín Chirino, en Morata. (S.B.)
Monumento a la Brigadas Internacionales de Martín Chirino, en Morata. (S.B.)

Mientras termina el recorrido por este modesto museo, lamenta que, tras años ocupando el espacio que le cedieron en el Mesón del Cid, ahora esté teniendo problemas para pagar el alquiler o mantener la viabilidad del centro abriendo solo sábado y domingo y con un precio "simbólico" de 2,5 euros la entrada. Así, espera dejar "todo atado" antes de morir. "Ojalá pueda ocupar pronto un espacio público… Y, sobre todo, que se quede para siempre en mi pueblo natal".

Goyo Salcedo (Morata de Tajuña, 1944) se mueve por las trincheras como si fueran suyas. Su rostro agrietado y sus piernas cansadas no le impiden levitar por la superficie del terreno como un miliciano que no supera la lozanía de una veintena incauta y valiente que se deja llevar por su obstinado carácter ante unos ideales férreos. Tiene las manos fatigadas, sostiene su peso sobre un fino bastón de metal que finaliza en dos púas punzantes. Dice coqueto que no necesita vara alguna, pero que si le sorprende alguna culebra o ratón entre los recovecos del campo prefiere ir "armado". El barro seco de sus zapatos se desprende a medida que camina, dejando un rastro tras de sí, mientras el tintineo del llavero que cuelga de su cuello con una vaina de la Guerra Civil a modo de amuleto hace predecir cuáles serán sus próximos pasos.

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