Es noticia
Sánchez y los tres fantasmas: un cuento monclovita de Navidad
  1. España
Adaptación del mítico relato

Sánchez y los tres fantasmas: un cuento monclovita de Navidad

Era la víspera de Navidad y mucho frío. Sobre todo en las casas de empleados precarios que no lograban surfear la subida del gas y la electricidad. Sin embargo, poco influía en Sánchez la situación externa.

Foto: EC.
EC.

Felipe González estaba políticamente muerto; eso para empezar. No cabía la menor duda al respecto. El Partido, los barones afines, los spindoctors y la nueva dirección de la Cadena Ser y 'El País' habían firmado el acta de su enterramiento. También Pedro Sánchez había firmado, y la firma de Sánchez, de reconocida solvencia en el mundo político, tenía valor en cualquier papel donde apareciera. El viejo González, a quien últimamente se veía más en compañía de Aznar o de Mario Vargas Llosa que de socialistas aceptables o amigos del nuevo socialismo, como Otegi, estaba tan muerto políticamente como el clavo de una puerta.

Era la víspera de Navidad y hacía mucho frío. Sobre todo en las casas de empleados precarios que no lograban surfear la subida del gas y la electricidad. Sin embargo, poco influía en Sánchez la situación externa. Él era más cortante que cualquier viento, más pertinaz que cualquier nevada, más insensible a las súplicas que la lluvia torrencial. Tampoco le quitaban el sueño las galopadas del megavatio hora, ni las crisis económicas o los volcanes, las inundaciones o las pandemias. Estos fenómenos podrían presumir de sacarle ventaja en un aspecto: a menudo ellas se abrían con generosidad, cosa que Sánchez nunca hacía.

No le costó reconocer a Felipe González. ¿Un muerto político en los jardines? Era el espectro de la Navidad pasada

Pero a él, ¿qué le importaba? Eso era precisamente lo que le gustaba. Tenía la puerta abierta de su despacho para vigilar a los empleados de la Moncloa mientras contaba y recontaba los votos a favor de los que disponía en el Congreso de los Diputados para sacar adelante sus proyectos. Los independentistas, los abertzales, los de la España vaciada y los de la izquierda radical eran todo cuanto Sánchez necesitaba, y con ellos era capaz de mostrar cierto calor humano. El resto era todo ultraderecha. No había más centro para Sánchez que él mismo: el ombligo del mundo.

"¡Feliz Navidad!", dijo una voz. Sánchez no levantó los ojos del papel, pero reconoció a Félix Bolaños, su sobrino, que asomaba la cabeza por la puerta. "Piérdete, Bolaños, y vete con el cuento de la Navidad a otra parte. Nosotros no participamos de burbujas festivas de la ultraderecha". Bolaños no se inmutó, conocía bien a su tío. "Vamos, Pedro, casi es Nochebuena. Es hora de ir a casa a disfrutar con la familia". Sánchez clavó sus ojos vidriosos en el asesor: "Ya estoy en casa. Moncloa es mi casa".

Diez minutos después, el industrioso presidente se había quedado dormido encima de sus papeles. El calefactor ronroneaba por encima de lo recomendado en la cumbre del clima, cuando un toque en los cristales de los ventanales lo despertó. Sánchez levantó la cabeza, todo estaba oscuro, pero ahí afuera, en los jardines por los que le hubiera gustado pasear con Joe Biden rodeado por un enjambre de fotógrafos, había una figura fantasmagórica. No le costó reconocer a Felipe González. ¿Un muerto político en los jardines? Era el espectro de la Navidad pasada.

Fantasma de la Navidad Pasada

"¡Ábreme, cojona! ¡Por consiguiente, ábreme!", gritaba pegado al cristal como un animal parlante en el zoo. Sánchez tuvo el socialista impulso de obedecer a Felipe González, pero se reprimió: "Aquí mando yo". Cubierto de escarcha y envuelto en las brumas del más allá político, el expresidente González era la viva imagen de Copito de Nieve, y tiritaba. Pero antes de que Sánchez pudiera darse cuenta, González había sacado una llave de su herrumbroso manojo, la había hecho girar y estaba dentro. Sánchez retrocedió espantado. El viejo gorila blanco lo encañonó con unos ojos cebados por todo el frío del invierno. "Vamos a hacer un viajecito, a ti que te gustan tanto los viajecitos", ronroneó.

"No pienso viajar", respondió Sánchez. "Vas a venir conmigo ya". Vio que Sánchez ya estaba levantando el teléfono para llamar a los de seguridad, así que González levantó un dedo, la nieve entró en el despacho en remolinos vertiginosos, y en un abrir y cerrar de ojos, ya estaban lejos, muy lejos, en el pasado, en otra Navidad.

Aparecieron en un congreso del partido, ambos entre el gentío que abarrotaba el salón de actos, rodeados de señoras con aspecto de llamarse Charo que aplaudían emocionadas y, por qué no, un poco cachondas, flotando en un mar de banderitas de plástico. Sánchez estaba estupefacto, miraba a su alrededor sin llegar a creerse lo que veía, pero sus ojos se quedaron de pronto encandilados con la presencia del estrado. Allí estaba él mismo, mucho más joven, sin una sola cana, hablando a gritos ante la marejada de los aplausos. González le susurró: "estamos en el pasado. Nadie puede verte ni oírte, ¿qué te parece si escuchamos un poco?".

"¿Cuánto vale tu palabra?", le preguntó González. Pero el presidente no parecía incómodo ante la evidencia de sus promesas incumplidas

El rejuvenecido Sánchez del estado proclamaba: "La primera medida que tomará el próximo Gobierno socialista será la de derogar la reforma laboral de Rajoy, para recuperar cuanto antes los derechos de los trabajadores. (Aplausos). También pedimos la derogación total de la Ley Mordaza y rechazamos rotundamente las devoluciones en caliente. (Más aplausos). Por cierto, no quiero ser presidente con el señor Iglesias, no dormiría tranquilo por las noches. (El público atronaba, el auditorio se venía abajo). Y pueden estar tranquilos con Cataluña. Quiero que acaben los indultos políticos, cuando yo gobierne no habrá ninguno. El cumplimiento de la condena de los independentistas debe ser íntegro".

Hasta Fernández Vara, allí sentado, aplaudía a rabiar. "¿Cuánto vale tu palabra, Sánchez?", le preguntó González. Pero el presidente no parecía incómodo ante la evidencia de sus promesas incumplidas, sino que parecía encantado viéndose allí, tan guapo y radiante. González chasqueó sus dedos y las escenas empezaron a pasar a toda velocidad ante ellos, viajando a saltos por el espacio y el tiempo. Y vio Sánchez a los trabajadores precarios decepcionados al constatar que la reforma laboral no se deroga. Y a diez marroquíes agotados en un avión que los iba a devolver en caliente. Y a Pablo Iglesias con los pies encima de la mesa del despacho de vicepresidencia. Y a los políticos presos salir de la cárcel entre vítores, asegurando que lo volverán a hacer.

"Cada vez que incumples tu palabra", murmuró el gorila blanco, "hay gente que se queda sin Navidad". "Salvo Junqueras y compañía", replicó Sánchez con desinterés. Lo cierto es que seguía embelesado. La imagen de sí mismo allí arriba, tan convincente, lo hipnotizaba. "¿Te has fijado cómo me aplaudían esas mujeres?", preguntó. González lo sacudió por los hombros: "¡También me aplaudían a mí! ¡Pero estás vacío, eres un traje en una percha!". Sánchez sonrió, tímido: "¿Así que te has fijado en cómo me quedaba esa chaqueta?".

El fantasma de la Navidad Pasada resopló, chasqueó los dedos y Sánchez apareció de vuelta en su despacho, completamente solo.

El fantasma de la Navidad Presente

Pero no duró mucho tiempo su soledad. Se levantó para ir al cuarto de baño y, en cuanto cerró la puerta, empezó a sonar Els Segadors. Y allí mismo, en el retrete, apareció lo que en un primer momento parecía un 'caganer', que cambió de forma y quedó materializado en el siguiente fantasma político, otro muerto del más allá: Carles Puigdemont. Ahora sí dio Sánchez un respingo terrorífico. "¿Qué haces aquí, maldito?", gritó, "¿quieres joderme la legislatura?". Puigdemont, con cara de aparición enloquecida, empezó a hablar en catalán con subtítulos en castellano.

"Ah, Sánchez, Sánchez, ninot, no te asustes. Lo que ves es una emanación navideña, yo sigo en este momento en Waterloo, lejos del Estado opresor. Soy el fantasma de la Navidad Presente y he venido a mostrarte las consecuencias de tus actos para darte una lección". Sánchez suspiró aliviado. Si Puigdemont seguía fuera de España, todo estaba en orden. Sabía Sánchez que a ese hombre le bastaría echarle narices y subirse a un avión rumbo a España para convertirse en un mártir capaz de dinamitar todos los pactos que mantenían al PSOE gobernando. Pero si era un ectoplasma navideño, todo estaba en orden. "Pues tú dirás, Carles".

Entró la ventisca y ambos aparecieron en un pequeño salón atestado de gente, donde había mucho humo y no se guardaban las distancias de seguridad. Estaban pegados a la pared, arrinconados, pero Sánchez empezó a reconocer algunas caras. ¿Qué hacían allí todos juntos? Estaban Ione Belarra, Gabriel Rufián, Aragonés, Otegi, Aitor Esteban y un montón de gente que le sonaba de los asientos del Congreso de los Diputados. ¿Qué hacían allí todos juntos? ¿Sería alguna cena oficial para parlamentarios? Como si adivinara sus pensamientos, Carles Puigdemont sonrió mefistofélico y le dijo: "escolti".

Oírlos hablar de ese modo, tan a las claras, hería lo único en él que podía conmoverse: su vanidad

Rufián levantó la voz: "Camaradas, amigos, compañeros. Si somos capaces de organizarnos y estar en paz entre nosotros podemos ordeñar al toro antes de pegarle un tiro en la cabeza, y así tendremos carne en abundancia y leche en abundancia, como en las bacanales romanas. Apuntad en este papel todo lo que queráis, cualquier cosa que se os encapriche, hasta lo más ridículo o fatuo, y lo tendréis. Ese imbécil es capaz de cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder, ya lo visteis con el indulto de nuestros amigos, o con el de Juana Rivas que le sisó Belarra para que Montero pudiera sacar pecho. Todo es posible, y tenemos unos fondos europeos que devorar hasta la raspa. Gracias a Sánchez, algunos vamos a pasar la mejor Navidad del mundo".

Todos aplaudieron, salvo Otegi, que dijo: "el objetivo de independencia es inalienable para nuestra formación". Rufián, complacido, replicó: "para nosotros también, así que sigamos tensando las relaciones de los putos constitucionalistas y empantanando la situación. Cuanto más crezca Vox, más lejos estarán PP y PSOE y mejor nos irá, a la larga". Ahora sí parecía Sánchez un poco humillado y desazonado. Sabía que todas sus alianzas políticas eran pan para hoy y hambre para mañana, pero oírlos hablar de ese modo, tan a las claras, hería lo único en él que podía conmoverse: su vanidad. Así que Puigdemont, contento, chasqueó sus dedos, entró la ventisca en remolinos vertiginosos, y Sánchez apareció en el cuarto de baño de la Moncloa.

Coda: El fantasma de la Navidad Futura

Sánchez estaba alterado, pero se calmó un poco al mirarse al espejo. Ni todos esos viajes interdimensionales habían logrado despeinarlo. Seguía siendo él mismo, capaz de todo, un león dorado resplandeciente sobre el ocaso de la democracia. Decidió irse a dormir a su cámara nupcial, tomarse un descanso, pero cuando entró en su cuarto no estaba allí su mujer, María Begoña, sino otra que al principio no reconoció, y que trajinaba entre remolinos de nieve y escarcha. ¡Maldita sea, otra aparición! Se quedó asombrado cuando reconoció a Yolanda Díaz en la persona que le estaba haciendo la cama.

"¡Pero tú no eres un muerto político, qué demonios haces aquí!". Yolanda, con un modelito de Dior escrupulosamente negro, sonrió: "No soy un muerto político, pero fantasma sí que soy un rato. Soy el fantasma de la Navidad Futura. Vamos a ver tu entierro". A Sánchez le gustó oírlo: "Me encantará ver a tanta gente llorando por mi muerte, claro que sí. Vamos". Así que Yolanda Díaz chasqueó los dedos y ambos aparecieron en la sala de prensa de Ferraz, con restos de una fiesta que finalmente no se había celebrado y unos pocos periodistas preguntando a Félix Bolaños por el rotundo fracaso electoral. "¡Un momento", gritó Sánchez, "no era este entierro el que quería ver!". Pero Yolanda se miraba las uñas, sonriente y satisfecha.

"¿Qué ha pasado, qué has hecho?", preguntó iracundo, pero la fantasmagórica Yolanda Díaz no dejaba de mirarse las uñas

Decía Bolaños: "Los resultados no han sido buenos, ha sido una derrota sin paliativos. No sabemos si daremos nuestro apoyo a Yolanda Sí Puede Unida después de las cosas que han dicho de nosotros en la campaña electoral. Sí podemos decir que las cifras de Vox son culpa de esta situación de desencuentro entre las fuerzas progresistas. El señor Sánchez será expulsado del partido mañana, como responsable de los peores resultados de la historia, y el futuro del PSOE quedará en manos de una gestora hasta que se arregle la solución. Si algo ha quedado claro, es que el partido iba por muy mal camino. La situación de España con estos resultados es desastrosa. Es todo cuanto les puedo decir en este momento".

Sánchez temblaba. "¿Qué ha pasado, qué has hecho?", preguntó iracundo, pero la fantasmagórica Yolanda Díaz no dejaba de mirarse las uñas, y dijo secamente, desprovista de toda su simpatía: "Pregúntate más bien qué has hecho tú".

Felipe González estaba políticamente muerto; eso para empezar. No cabía la menor duda al respecto. El Partido, los barones afines, los spindoctors y la nueva dirección de la Cadena Ser y 'El País' habían firmado el acta de su enterramiento. También Pedro Sánchez había firmado, y la firma de Sánchez, de reconocida solvencia en el mundo político, tenía valor en cualquier papel donde apareciera. El viejo González, a quien últimamente se veía más en compañía de Aznar o de Mario Vargas Llosa que de socialistas aceptables o amigos del nuevo socialismo, como Otegi, estaba tan muerto políticamente como el clavo de una puerta.

Pedro Sánchez Moncloa Navidad