El Amancio Ortega de los belenes: hay un hombre que los hace (casi) todos en España
El artesano lleva desde los años 50 depurando un estilo realista que le ha hecho convertirse en una de las grandes referencias mundiales. Nos recibe en su taller de Villaverde
Estoy mirando a la Virgen María, que arrulla al Niño recién nacido, recostada sobre un serón de paja. No soy el único que la contempla. San José también observa a la divina pareja, con una mezcla de orgullo y preocupación en su mirada. Y José Luis Mayo, el creador de ambas figuras, el cerebro, corazón y mano de las que salieron, se deja llevar cuando las contempla en la estantería que tiene en su taller, en una nave de Villaverde.
“Es el amor de la madre mirando a su hijo, mientras San José contempla la escena pensando ‘ahora tengo que mantener a ese niño y educarle’… Es un padre”, explica el veterano belenista, nacido en Toledo hace 77 años. “No es la virgen de rodillas que se ponía antes, porque una mujer recién parida no se pone de rodillas. Eso es lo que pretendo al eliminar la sensiblería: mostrar que la Virgen fue una mujer de su tiempo, prácticamente una niña, y San José un obrero que trabajaba la madera que tenía que tener cierta musculatura, cierta fuerza…”. Y deja caer: “He visto a mi madre cuando nacieron mis hermanos y a mi mujer cuando nacieron mis hijos”. Ese es su modelo.
"¡He hecho tantas veces a la Virgen y al Niño que ya no sé cómo ponerlos!"
No hace falta más para entender por qué Mayo se ha convertido en uno de los grandes belenistas de España (y, por extensión, del mundo), por no decir el que más. Por la humanización de sus personajes, por una pasión que ha hecho que no se plantee la jubilación a su edad, por una trayectoria que tiene más de 60 años, cuando a los 13, a mediados de los años 50, comenzó a practicar el modelaje y la escultura en el taller del astorgano Mariano Amaya.
Usted ha visto un belén de José Luis Mayo y probablemente no lo sepa. Si ha visitado este año el Ayuntamiento de Madrid en Centro, por ejemplo, habrá visto un Mayo. O si lo ha hecho otros años: lleva exponiendo de manera intermitente desde el año 2003, cuando recibió por primera vez el encargo. Sus figuras están o han estado por toda España. También fuera, como en la Plaza de la Villa de París, donde en 1987 instaló junto a Fernando Cruz Avalos La Grande Crèche.
También en el titánico belén de Bancaja, el mayor belén de Europa, instalado por primera vez en la plaza del Ayuntamiento de Valencia en la Navidad de 1996, con 1.200 figuras y 220 metros cuadrados de extensión. El último encargo, un conjunto para la Catedral de Toledo, ciudad natal del artesano. En su currículum, infinidad de premios nacionales e internacionales, como la medalla de UN-FOE-PRAE (Universalis Foederatio Praesepistica). “Si dices que no te gusta que tus compañeros te reconozcan, eres un hipócrita, pero tampoco se te tienen que subir a la azotea”, bromea.
Cada año, Mayo despacha entre 4.000 y 5.000 figuras por todo el mundo. Italia, Francia, Malta, China o Japón son algunos de sus destinos habituales. El de Japón, expuesto en el Museo del Pueblo Español, es un caso especialmente llamativo: “Nos pidieron un belén sin tema religioso y dije ‘¿pero qué hacemos, quitamos al Niño?”, recuerda entre risas. “Soy artesano, no mago”. Cada belén representa las particularidades de la cultura donde se construye: en Oriente es común que se coloquen en primer plano a San Joaquín y Santa Ana, los padres de la Virgen.
"Tenía que salir del taller para poner en práctica los dones que el jefe me ha dado"
La mayoría son piezas de serie, pero unas cuantas, como las del belén madrileño, son de autor. Es decir, están confeccionadas de manera única con un proceso de elaboración diferente, en el que se colocan por encima de la figura las diferentes capas que representan las prendas. Es una de las partes más interesantes de su negocio que, tras los años de la crisis, en los que llegó a contar con 17 trabajadores, ahora tiene seis empleados: los clientes que quieren “un Mayo original” para su colección.
“¡He hecho tantas veces a la Virgen y al Niño que ya no sé cómo ponerlos!”, bromea. Pero no hay que hacerle caso: no piensa dejarlo. “Un escritor no puede jubilarse nunca, un músico tampoco; a mí me pasa igual, salvando las distancias”, explica. “Yo no puedo estar en casa sentado sin hacer nada, tengo que estar modelando porque es lo que llevo dentro”. Aunque reconoce que hay cosas que ya le fallan, como la vista (que no le impide seguir al pie del taller) o la energía, morirá con el mandil puesto.
De Lazarillo a artista
La carrera de Mayo sí que empezó en un garaje, literalmente. Concretamente, en el de la Talbot, la empresa automovilística para la que trabajó durante seis años como pintor. Los peores de su vida: “Yo le decía a mi mujer que no aguantaba más, que me moría de aburrimiento, era todos los días lo mismo, así que me dije que tenía que salir de ahí para poner en práctica los dones que el jefe me había dado”. Ya había probado con un pequeño taller en Algete donde hacía figuras de poliéster como cajas de reloj o figuras decorativas infantiles. “No era lo mío”, reconoce. “Al final, parecían más de belén que decorativas”, reconoce.
Mientras trabajaba en Talbot, en la segunda mitad de los años 70, se compró un horno eléctrico y montó un pequeño estudio en una habitación de su casa donde construía sus primeras figuras: hacía moldes y pintaba mientras la automovilística le daba su sustento diario. Un buen día, Mayo se encontró con una oferta que no podía rechazar: una indemnización por marcharse de la compañía, así que cogió el dinero, lo invirtió en su pasión y no miró atrás.
En poco tiempo, a principios de los años 80, ya había ganado el primer premio en el concurso de la Asociación de Belenistas de Madrid, donde se dio cuenta de la locura y pasión que compartían otras personas como él, no solo en España, sino también en Europa. “Hasta entonces, no había percibido su importancia; me di cuenta de que tenía que hacer algo distinto”. Había nacido el estilo Mayo.
Mayo trabajó como lazarillo de un ciego en el Toledo de la posguerra
“Mi intención siempre ha sido humanizar el belén”, desarrolla. “Había una serie de figuras que eran las llamadas figuras de cacharrería por eso mismo, porque se vendían en las cacharrerías”. El estilo, por aquel entonces, era el de imitar la tradición barroca de Salzillo, que vivió en el siglo XVIII, pero “un poco más aligerada”. La idea de Mayo siempre fue otra. “Hago las figuras en plan hebreo. Tengo bastante información de cómo vestían, de costumbres, de productos que cultivaban. Pretendo llevar esa época a nuestros días y darle toda la realidad posible, dejándome de miradas dulces y amables”.
Un estilo que gustó. “De repente, recibí un aluvión de pedidos, de tiendas, de asociaciones, etc., así que para uno solo era demasiado”. El currículo de Mayo es sorprendente. Repartidor de pan, florista, pintor, lazarillo… ¿Lazarillo? “Sí, parece que es algo solo de la literatura, ¿verdad?”, responde. “Pues estuve con nueve años de lazarillo de un ciego en Toledo”. Saco la calculadora y no soy capaz de imaginarme cómo sería esa ciudad castellana a mediados de los años 40 en la que aún existían las profesiones del Siglo de Oro.
¿Se considera Mayo un artista? Pocos españoles, con la excepción honrosa de Antonio López, pueden afirmar que llevan practicando su arte desde hace más de medio siglo. “En cierto modo sí. A mí muchos me llaman escultor, yo digo que soy artesano, y gracias. Un día, hablando con alguien me dijo: ‘Tú creas la obra, le das un estilo diferente, modelas, pues eres un artista”, responde.
El otro Inditex
Basta con tomar el pulso entre los amantes de los belenes para comprobar que Mayo se ha convertido en el gran belenista español vivo. Vamos a probar: ¿se considera el Amancio Ortega de los belenes? Mayo mira hacia otro lado y se ríe. “Pues si consideran que soy uno de los mejores que hay ahora, bendito sea Dios”, responde cuando logra encontrar las palabras. “Tuvimos un Salzillo en Murcia, un Ginés en Alicante, que era fantástico, un La Roldana, y que me consideren a la altura de estos señores, pues dices… ¡qué buenos amigos tengo!”.
"Hay años que no doy abasto y otros que baja. ¿Por qué? No lo sé"
Por seguir con el paralelismo con Inditex, el negocio Mayo parece estar en buenas manos. Mientras charlamos, asoma la cabeza por las oficinas su hija María, que también se mancha las manos con escayola y pintura. “Pinta los originales junto con Mercedes, y también cuando se hace la primera pieza de serie”, explica su padre. “Mi hijo se encarga de los montajes, de la presentación y estas cosas. Yo soy un desastre, a mí no me gusta entrar en estas cosas. No sé vender cosas mías”.
Y se remonta a décadas atrás, cuando estaba comenzando en el negocio: “Solo fui una vez con mi maletita y mis figuras a dos tiendas. No fui a más. Si tengo que vender algo de un amigo, yo encantado, pero que sean cosas mías…”. Fue un alivio que le empezasen a llover los encargos caídos del cielo. “Como me empezaron a pedir cosas, me dije que qué necesidad tenía de pasarlo tan mal”.
El mercado del belén es peculiar: la demanda de determinadas figuras varía mucho entre un año y otro, por razones que se le escapan al mayor de los expertos: “Hay años que no doy abasto y otros que baja. ¿Por qué? No lo sé. Hay años que se venden natividades por un tubo, al siguiente preparas más y resulta que lo que te piden son Reyes”. 2020 fue un año complicado para los belenes, porque muchos de los más legendarios (como el de Cáceres o Jaca) se suspendieron. Pero, a cambio, se solicitaron mucas más imágenes de la Pasión durante la Semana Santa: “Se han vendido como nunca. No tengo mucho surtido, pero también tengo”.
La pregunta del millón: ¿qué perfil tiene el comprador de figuras de Belén? ¿Quién es su cliente natural? “Hay un poco de todo”, responde Mayo. “Hay belenistas que sienten esa vocación por el belenismo, por representar el nacimiento de Cristo y mantener esa tradición”. No son los únicos. “Hay gente que le gusta más el maquetismo de hacer construcciones. Está todo un poco mezclado, pero la idea principal es mantener la tradición”. Uno de sus clientes (y amigos) más fieles es el filólogo Antonio Basanta, quizás el mayor coleccionista de España.
"He conocido gente muy maja que no era creyente y ponían el belén por tradición"
Pero hay también belenistas rojos, como confiesa Mayo. “Conocí a un persona que presumía de ser comunista, pero que un día me confesó que, cuando montaba el Belén, se iba al Cristo de El Pardo a pedir ayuda”, explica mientras se parte de risa. “Pero, vamos a ver, ¡es el colmo! Era uno de los llamados Padres de la Patria”. El círculo se estrecha, pero Mayo prefiere no dar nombres. “Me hizo gracia, y he conocido gente muy buena y muy maja que no eran creyentes, pero que ponían el belén por tradición, porque, al fin y al cabo, es algo entrañable”.
El artista es consciente de que, aunque él vea el belén como “una catequesis”, es también una de las costumbres populares más arraigadas en la Navidad española: “Al final, interviene toda la familia para montar ese belén donde cabe todo: elefantes, jirafas, un señor vendiendo churros, el muñeco del roscón… El popular es el de cacharrería, el de las señoras con faldas cortas y pastores con traje”.
Otra pregunta del millón. ¿Es posible ser un buen belenista sin ser creyente? Mayo responde como si llevase reflexionando sobre el tema décadas. “Existen belenistas que no son muy creyentes, pero se nota un poco”, valora. “Es igual que el escultor cuando hace una imagen. Puede ser muy buena, estar muy bien trabajada, pero tiene que transmitir. El Jesús de la Pasión de Montañés o el Cristo de los Cálices te hacen sentir algo. Cuando veo esa imagen me dan ganas de acariciarla, porque te transmite una delicadeza y una paz impresionantes. Si no te dice nada, es una figura decorativa. Ves La Macarena y tiene una expresión que te llega, la de Triana es muy guapa, pero le falta esa fuerza. Con el belén pasa lo mismo. Un belenista que no es creyente pone las figuras, pero falta ese algo que emociona”.
De aquí a la eternidad
En una entrevista de hace más de 20 años en 'El País', Mayo manifestaba sus ganas de visitar Belén. Sin embargo, un cuarto de siglo más tarde, reconoce que no ha querido visitar ese lugar que ha servido de modelo de sus obras maestras. “Mira, he tenido ocasiones de ir, pero por miedo a la decepción, no lo he hecho”, admite. “Entiendo que ya no es lo que fue entonces, pero escuchas tantas cosas de que se ha mercantilizado… Quizás haya perdido su encanto, así que prefiero verlo en los libros. Tenía que haber ido, pero…”.
"Me gustaría que me recordaran como alguien que vivió su fe a través de sus figuras"
Mientras a su alrededor bulle el trabajo, Mayo responde a la última cuestión, que parece emocionarle. ¿Cómo le gustaría que le recordasen? “Como un hombre que intentó transmitir su fe a través de sus figuras”, responde, realiza una larga pausa, y concluye: “Cuando hago una figura, pienso que el de arriba me está utilizando. Que me recuerden como una persona que vivió su fe y la predicó a través de sus figuras. ¡Con tantas que he hecho, alguna quedará!”.
Como suele ocurrir, Mayo tiene la sospecha de que tan solo después de su desaparición se le terminará de reconocer como un artista, que sus obras se revalorizarán y que por fin se tratará con cuidado todas las figuras que ha repartido a lo largo y ancho del globo. Pero tampoco le preocupa demasiado. Lo que más le importa es poder besar a su única nieta, con covid o sin covid. “A mí ni la pandemia me quita la ilusión de verla y achucharla”, responde. Y concluye con su reconocible frase de marca: “Ponga en su vida un belén”.
Estoy mirando a la Virgen María, que arrulla al Niño recién nacido, recostada sobre un serón de paja. No soy el único que la contempla. San José también observa a la divina pareja, con una mezcla de orgullo y preocupación en su mirada. Y José Luis Mayo, el creador de ambas figuras, el cerebro, corazón y mano de las que salieron, se deja llevar cuando las contempla en la estantería que tiene en su taller, en una nave de Villaverde.