'Un 67% menos desde 2001'

Viaje a la España vacía de mujeres: "Vivimos del salario del marido y eso nos perjudicó"

Villablino, en León, se encuentra en la zona que más mujeres ha perdido en los últimos 20 años debido a la decadencia de la industria minera

Texto María Zuil
Vídeos y fotografía Patricia Seijas
Formato EC Diseño

De los 70 alumnos que compartían curso con Arancha Santiago, solo ella y dos excompañeros más siguen viviendo en Villablino, León. A sus 39 años, le cuesta coincidir por el pueblo con personas de su quinta, especialmente otras mujeres: “Todo el que se fue a estudiar fuera, sea Oviedo, Valladolid o León, no ha vuelto”, explica en la finca donde ha montado un negocio de turismo activo para no convertirse en otra expulsada de la zona. “Aquí, siendo mujer, solo podías ser camarera o cajera de supermercado al acabar los estudios. No había más”. Después de quedarse sin trabajo en un centro de interpretación cercano, ahora se dedica a enseñar a familias de turistas a hacer queso, ordeñar vacas o montar a caballo.

En esta localidad, cabecera de la comarca de Laciana, la estampa hasta mediados de los 90 era muy diferente. Las minas de la compañía Minero Siderúrgica de Ponferrada —la mayor empresa carbonera privada de España— convirtieron a Villablino en una de las ciudades más prósperas de la provincia, dando trabajo a toda la zona y moviendo económicamente incluso a Ponferrada y a la capital leonesa. Sin embargo, de aquellos tiempos ya solo quedan los restos de las antiguas explotaciones esparcidos por sus pedanías y las casas señoriales de sus habitantes, testigos de piedra de ese pasado boyante.

Arancha Santiago

El cierre de las minas y las prejubilaciones acordadas con los trabajadores fueron poco a poco vaciando la localidad. De los cerca de 16.000 habitantes que llegó a tener, ahora solo se cuentan unos 8.000, aunque la población femenina es la que más se ha resentido: ahora hay un 67% menos de mujeres en edad fértil (entre 14 y 39 años) que en 2001, según datos analizados por este periódico. Es la zona de España donde existe una mayor brecha de género en términos de despoblación.

La España vacía de mujeres

“La mujer tuvo menos opciones de entrar al mundo laboral porque simplemente no hacía falta. Estaban encaminadas a ser amas de casa, a estar ahí para el marido y los hijos, y no tenían ningún tipo de independencia económica. Por eso, muchas le decían a sus hijas: “Estudia y marcha de aquí”, explica Mónica Panera, responsable de la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales (Fademur) en León, que trabajó como asistente social en la localidad del año 2000 al 2004. “Hubo muchísima riqueza en Villablino, parecía Kuwait”.

Julia Suárez, de 59 años, es hija, hermana y esposa de mineros y lleva 10 años buscando un trabajo que le permita llegar a la cotización mínima necesaria para poder jubilarse. “Estudié parte de la carrera de Arquitectura Técnica y un módulo de Informática. Con el tiempo, me salió un puesto en Madrid, pero yo ya me había casado y mi marido tenía un sueldo más alto en la mina, así que decidimos quedarnos. Luego ya solo tuve trabajos esporádicos. No voy a decir que perdí, porque estoy contenta con mi decisión, pero sí que esperaba poder hacer otras cosas”.

“Si había que elegir quién se quedaba en casa, le tocaba al que ganaba menos. Y esas éramos nosotras”

Llegó a trabajar en una gran empresa ganadera que tuvo su sede en la localidad, pero esta también cerró cuando la crisis arrampló con todo. “Era una situación un poco ‘cómoda’ para nosotras, porque con el salario del marido salíamos adelante, y eso nos ha perjudicado. Si había que elegir quién se quedaba en casa, le tocaba al que ganaba menos. Y esas éramos nosotras”. Desde entonces, ha estado en bolsa cubriendo huecos en el servicio sanitario autonómico, ha sido concejala con IU y ha capitaneado una de las asociaciones de mujeres que intenta revitalizar la actividad femenina en la zona. “Pero es muy complicado, faltan infraestructuras para hacer algo en condiciones. Se habla mucho de ayudas al emprendimiento, pero no sirven de nada si luego el negocio no se puede mantener porque no hay infraestructuras básicas, como carreteras o servicios”.

Julia Suárez

Aunque las minas empezaron a cerrarse a mediados de los 90, el decrecimiento de su población fue paulatino hasta hace al menos una década. La última explotación se cerró hace solo tres. “Todos sabíamos que la minería acabaría algún día; recuerdo que, cuando estaba en el colegio, se decía que en 10 años se cerraban las minas”, cuenta Julia. “Y siempre era así: en 10 años, en 10 años… Pero nadie hacía nada para sustituir esa industria por otra y, cuando se acabó, no hubo nada más”.

Con el cierre de las minas, a los hombres todavía les quedaron las prejubilaciones, pero las mujeres quedaron excluidas de cualquier salida laboral que no implicase irse de allí.

“Se comenta lo de la reindustrialización desde hace muchísimos años, antes de que llegáramos a esta pérdida de población, pero lo cierto es que no ha funcionado. No ha habido ningún tipo de alternativa”, explica Mario Rivas, alcalde de Villablino (PSOE). “Ahora todo el mundo habla de las posibilidades que tienen estos territorios: turísticas, forestales, ganaderas…, pero eso tiene que venir acompañado por un apoyo de las administraciones superiores, de la central y la autonómica. Y la realidad es que no lo estamos sintiendo así”.

De la ganadería a la minería… a la nada

El paisaje de Laciana sigue hoy en día impregnado de carbón, y la pizarra que sale de sus montañas continúa dando el tono predominante a sus tejados. Es imposible separar la localidad de su pasado minero, aunque en las galerías las paisanas tuviesen vetado el acceso. Solo en los últimos años, algunas mujeres consiguieron entrar a las explotaciones como conductoras de camiones.

Antes de eso, además de encargarse de la casa y de lavar los monos negros de carbón en los lavaderos nevase o hiciese sol, también cuidaron del ganado. Varias generaciones subieron a diario a las brañas, donde ovejas y vacas aprovechaban los pastos de altura. Mientras los hombres trabajaban en la mina, las mujeres formaban grupos para subir a cuidar sus respectivos animales. Después se esperaban unas a otras para volver al pueblo por si alguna, por ejemplo, se había puesto de parto en medio de la faena. “Pero luego empezó a ir muy bien con la minería y se abandonó mucho la ganadería”, explica Arancha, una de las pocas mujeres que ha querido seguir con la explotación ganadera familiar en la zona, que complementa con su propia empresa.

Aunque ellas también se encargasen de los animales y los cultivos, en aquellos años lo habitual era que fuera el primogénito varón el que heredase las tierras, apartando a las mujeres de este sector y limitando su futuro al del marido. Medidas como el Estatuto de la Mujer Rural, aprobado hace dos años en Castilla-La Mancha, quieren revertir esa tendencia machista, obligando a que al menos el 40% de los puestos de dirección del sector agroalimentario lo ocupen mujeres.

Pero esa sumisión al marido y al hogar no solo las dejó sin trabajo. Aunque estos días por todo el pueblo se encuentran carteles contra la violencia machista con motivo del 25-N, esta fue otra de las secuelas de un entorno tremendamente masculinizado. “En la asociación de mujeres teníamos a una abogada y una psicóloga que atendían a las que tenían problemas con sus maridos. Hubo bastantes divorcios y separaciones y muchas se fueron por eso”, explica Julia.

“Muchos pasaban el tiempo bebiendo y jugando. Y luego el ambiente en casa era complicado...”

También Panera se encontró con esta lacra cuando llegó a la zona en el año 2000 para poner en marcha una residencia de ancianos: “Llegaban buscando trabajo muchas mujeres separadas, con hijos a cargo, víctimas de malos tratos… Hay que tener en cuenta que es un sitio aislado por las montañas y el trabajo en la mina era muy duro, pero bien pagado, así que muchos pasaban el tiempo bebiendo y jugando. Y luego el ambiente en casa era complicado...”, explica Panera, la responsable de Fademur, que se muestra crítica con los talleres de empoderamiento femenino en el entorno rural. “No se puede decir ahora a una mujer de 40 o 50 años que se empodere, eso llega tarde porque las mujeres ya se han marchado. Lo que hay que hacer es revertir la tendencia desde los colegios e institutos, dando opciones para poder trabajar y que se queden en esas zonas”.

Falta de ayudas y servicios

En Villablino hay tres generaciones de mujeres que vivieron su propia idiosincrasia. Las más mayores fueron testigos del arranque de la minería cuando la vida agraria era la norma. Las de mediana edad disfrutaron de la época dorada del carbón y también sufrieron su paulatino declive. Y las más jóvenes han visto cómo sus ganas de formarse se han dado de bruces con la decadencia de la zona. Por eso es más fácil encontrar a mujeres en sus calles que tengan menos de 18 años o más de 50: las que se irán y las que no tuvieron que irse.

Celia Díaz, a sus 71 años, pertenece al segundo grupo: “Las mujeres tuvieron que apañarse como pudieron, porque ellos tenían la prejubilación. Tengo amigas que se fueron y otra que se puso a coser, por ejemplo. Mis hijos están fuera, pero yo me quedé porque tengo la pensión de viudedad y no quiero irme. Una vez viví en León y me parece que hay demasiada gente”, cuenta durante su paseo mañanero.

Cerradas las minas, muchos se fueron con sus prejubilaciones porque su único arraigo con Villablino era laboral. Otros, porque temieron que sus hijos sufriesen de un futuro encorsetado entre las montañas lacianesas.

Bárbara Álvarez

“Me he acostumbrado a tener amigos de otras edades. Por ejemplo, en el curso de fotografía que estoy haciendo prácticamente todos mis compañeros son hombres prejubilados de la mina”, cuenta Bárbara Álvarez, bióloga de 28 años. Tras estudiar el máster en Madrid, volvió a Villablino convencida de que su futuro pasaba por estos montes. De momento ha trabajado unos meses como monitora de tiempo libre y da clases particulares para ganar algo de dinero. “Quiero montar alguna empresa de rutas de montaña. Aquí la única manera de quedarte es haciéndote un hueco tú mismo, pero no es fácil”.

El que decide quedarse se enfrenta a la escasez de oportunidades y a la falta de apoyo institucional para poner en marcha sus proyectos. “Las administraciones tienen que hacer algo más para facilitar que se monten empresas. Cuando vas, te ponen mil peros para conseguir ayudas o permisos, porque todo lo que no sea un bar les parece raro”, cuenta Arancha.

“Se hace una tarifa plana para todo el mundo y eso no sirve. Tenemos que ser muy conscientes de dónde quiere emprender una persona, de qué actividad quiere hacer”, explica Rivas, el alcalde. “Eso es lo que está pasando en todos los territorios que están en una situación parecida al nuestro. Somos muy diferentes y tenemos que tener planes específicos”.

Para dejar de perder población piden más servicios como guarderías o grados que permitan una mejor inserción laboral en la zona

Faltan, por ejemplo, más cursos de FP, además de los tres que ahora mismo se imparten en sus institutos: Ayuda a Personas en Situación de Dependencia, Gestión Administrativa y Mecanizado. “Llevamos tiempo demandando que haya más grados que pueden funcionar para arraigar población, como el de Turismo. Pero, salvo el de dependencia, que nos lo dieron hace cuatro años tras mucha pelea y al que han accedido precisamente muchas mujeres, seguimos con los mismos que había durante la minería”. Piden más acreditaciones relacionadas con la ganadería, el turismo de invierno o para el manejo de impresoras 3D.

La falta de trabajos especializados hace que todo el que quiera estudiar algo no encuentre luego salida en la localidad donde creció. Vera y Alba son amigas desde los tres años, pero sus caminos se separarán en unos meses, cuando acaben 2º de Bachillerato y se vayan a estudiar Educación Infantil y un grado relacionado con sanidad, respectivamente. Una quiere volver, la otra tiene claro que, aunque quisiese, no podría.

Alba y Vera

“A mí me gustaría quedarme porque creo que se vive bien, no hay tantos gastos como en la ciudad y quiero estar cerca de mi familia”, dice Alba, que vive en un pueblo de la zona. “Yo prefiero vivir en una ciudad algo más grande. La población ha bajado mucho y cada vez hay menos niños en los colegios, así que no iba a encontrar trabajo aquí”, dice Vera. Según explican desde el propio ayuntamiento, uno de los cuatro colegios que quedan en Laciana va a cerrarse en poco tiempo por la pérdida de alumnos. En la época de la minería llegó a haber hasta nueve escuelas.

Las mujeres son fundamentales para fijar la población en la España despoblada. En primer lugar, para garantizar la natalidad: Villablino ha pasado de ver nacer hasta 118 niños en 1996 a los 26 de 2019. Pero no solo porque paren las nuevas generaciones, también porque son las que cuidan a las más mayores. Por eso, ellas acusan especialmente la falta de servicios, abandonando sus pueblos si no tienen los recursos necesarios para su día a día. Esta localidad ha perdido en unos años cuatro líneas de bus que antes la conectaban con León y Asturias a diario, y la conexión con Ponferrada también se ha reducido. Igualmente, faltan por cubrir cinco plazas de médico en el centro de salud desde hace año y medio, además de varias especialidades. Tampoco ha habido nunca una guardería con horario laboral que permitiese a las mujeres conciliar un posible trabajo con la crianza.

“Es algo que me preocupa, porque ya tenemos colegios con 10 niños en toda Primaria. Son centros que tienen los días contados. Es algo que me da que pensar, como lo de los médicos”, explica Bárbara, que hace tres años encontró una pareja de Villablino con la que comparte su empeño por no marcharse. “Espero que al menos mantenga sus servicios para la siguiente generación, pero no creo que dure mucho más si no cambia algo, la verdad”.