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1987: la conspiración de Cataluña contra Barcelona que dio alas a Madrid
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SER METRÓPOLIS O NO SERLO

1987: la conspiración de Cataluña contra Barcelona que dio alas a Madrid

En 1987, Pujol dio un paso que para muchos acabó con todas las posibilidades de que Barcelona mirase a Madrid a los ojos y evitó que se convirtiese en una metrópolis

Foto: Vista aérea de Barcelona. (Istock)
Vista aérea de Barcelona. (Istock)

El 17 de octubre de 1986, la historia de la Ciudad Condal cambió para siempre. Fue el día que Juan Antonio Samaranch, presidente del COI, anunció lo que tantos estaban esperando: "¡Barcelona!" La capital catalana iba a albergar los Juegos Olímpicos seis años después, un período que dentro del imaginario catalán se ha convertido, décadas más tarde, en una Arcadia perdida. Sin embargo, hay otra tesis que cada vez coge más fuerza, y que asegura que para entonces la capital catalana ya estaba condenada.

Hay otra historia alternativa de Barcelona que podría situar el momento en el que todo cambió un par de años antes. Pongamos el 2 de junio de 1984. Fue el día en el que a alguien se le ocurrió crear una bandera metropolitana bajo la que cobijar a Barcelona y los 26 municipios de su cinturón, desde Badalona hasta Casteldefells pasando por El Prat. Afrenta: "Lo que parecía una nimiedad fue, para el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, la señal inequívoca de que el impulso político que Maragall había decidido dar a la Corporación Metropolitana de Barcelona había traspasado definitivamente el umbral de lo admisible".

"Ya puedes guardar esa bandera en un cajón y no volverla a sacar jamás"

Fue el día en el que Mercè Sala, vicepresidenta ejecutiva de la Corporación, le gritó al asesor de comunicación de Maragall, Rafael Pradas: "Ya puedes guardar esa cosa en un cajón y no volverla a sacar jamás, no quiero verla otra vez". El que tampoco la vio, pero sí se enteró de que existía, fue Jordi Pujol, que respondió: "Cataluña solo tiene una bandera". "La polémica enseña no pudo tener una vida más corta: tras aquel día, desapareció como por ensalmo, no quedó ni rastro. Pero los nacionalistas se encargaron de que quedara bien grabada en el imaginario colectivo. Y no solo la bandera, sino también un supuesto himno metropolitano que nunca llegó a existir. Puestos a buscar un pretexto, Pujol no podía haber encontrado otro mejor".

Son los periodistas Lluís Uría y Luis Mauri quienes relatan esta anécdota en 'La gota malaya', una biografía del alcalde Pasqual Maragall. La historia ilustra a la perfección una de las claves para entender la deriva barcelonesa de las últimas décadas: la guerra entre la izquierda nacionalista y una capital "castrada" desde la Generalitat. Para el veterano periodista José María Martí Font, redactor jefe de Cultura de 'El País' durante los años ochenta, corresponsal en Alemania y autor de 'Barcelona-Madrid. Decadencia y auge', 1987 es el año clave para entender el comienzo de la decadencia barcelonesa de la que hoy tanto se habla. El año en que sale adelante la Ley de Ordenación Territorial que acabó con la Corporación y dividió el territorio catalán en 41 comarcas.

placeholder Josep María Martí Font. (CCCB)
Josep María Martí Font. (CCCB)

"Es la bomba de neutrones", explica a El Confidencial Martí Font. "Durante las dos primeras décadas de democracia, Generalitat y Ayuntamiento se miran por la ventana en la plaza de Sant Jaume. Y Pujol no se corta, hay un resentimiento contra Barcelona entre los nacionalistas porque no es lo que ellos quisieran que fuera". Para el periodista, la venganza contra Maragall ante la posibilidad de que Barcelona pudiese erigirse en una megalópolis es el momento en el que, antes incluso de los Juegos, pierde la oportunidad de convertirse en una capital global, como sí sería Madrid años más tarde.

Y aunque no le gusta hablar de conspiración de Cataluña contra Barcelona, rechazando la identificación del nacionalismo con Cataluña "porque yo soy catalán y no he conspirado contra la ciudad", la tensión entre Generalitat y Ayuntamiento ha sido dañina para la Ciudad Condal.

"Durante años, Barcelona funciona al ralentí, sin capacidad política, ni siquiera administrativa", recuerda. Lo que Pujol puso en marcha era en realidad algo que se encontraba en la mente de los nacionalistas, un enfrentamiento entre ciudad y región que se remonta a siglos atrás. "Pujol es un símbolo, pero en realidad es el sentimiento que sale de Vic, de Solsona, de Olot, de todas las ciudades del interior contra esa Barcelona mestiza, híbrida, donde los dogmas nacionalistas no funcionan. Pujol lo detecta, es muy listo y conoce muy bien el país, y tiene una ley electoral que se lo garantiza. Una ley que no se ha cambiado porque les funciona bien, ya que si no, haría tiempo que no habría un gobierno nacionalista en la Generalitat".

La densidad de habitantes en Barcelona es de 15.900 habitantes por kilómetro cuadrado; en Madrid, de 5.390 habitantes

Martí Font se refiere al decreto firmado por Tarradellas en enero de 1980 y aún vigente que infrarrepresenta provincias como Barcelona, donde por aquel entonces tenían gran fuerza el PSC y el PSUC, y sobrerrepresenta otras como Girona.

¿Qué diferencian a Madrid y Barcelona?

No hay nada mejor para entender el choque entre Barcelona y el nacionalismo que una anécdota que Martí Font cuenta sobre la presentación de su libro en el Ateneo barcelonés. "Al salir, un historiador miembro de la AMC me dijo que lo que contaba estaba muy bien, porque efectivamente Barcelona no tiene remedio y la capital tendría que haber sido Girona", recuerda. "Y yo le dije: ¡exacto, eso es lo que siempre he pensado! Nosotros Nueva York y vosotros, Albany". Nunca ha habido una identificación nacionalista con la capital.

placeholder La catedral de Girona, capital soñada por el independentismo.
La catedral de Girona, capital soñada por el independentismo.

Para entender la importancia que tenía esa Corporación a la hora de vertebrar Barcelona, conviene atender a los datos que recoge el periodista. "Una está encajonada frente al mar y la otra en medio de un páramo vacío". Barcelona tiene 1,62 millones de vecinos. Madrid, 3,22 millones. La densidad de habitantes en Barcelona es de 15.900 habitantes por kilómetro cuadrado; en Madrid, de 5.390. "Barcelona está acabada", afirma Martí. Lo dice en sentido literal: en su libro recuerda que proyectos como Madrid Nuevo Norte serían imposibles en Barcelona, por sus limitaciones geográficas. Es una ciudad muy pequeña y muy densa sin posibilidad de expansión, donde ya no se acometen grandes proyectos.

Una de las razones es que, mientras que Franco favoreció que Madrid absorbiese a finales de los años cuarenta los 22 municipios de su alfoz y que Valencia y Bilbao pudieron gestionar su área metropolitana, "Barcelona se quedó con sus 101 kilómetros cuadrados". "La mancha urbana barcelonesa tiene entre cinco y medio y seis millones de habitantes, pero la ciudad de Barcelona no llega a los 1,7 millones, por lo que su ayuntamiento tiene una capacidad limitada de influir en su entorno y carece de poder sobre las grandes ciudades de su entorno", explica en el libro.

"La gran Barcelona era un problema para el poder político nacionalista"

Eso cambiaría en 1976, con la creación de la CMB, "un instrumento que venía a paliar la injusticia del franquismo y dotaba a la capital catalana, es decir, a la Barcelona metropolitana, de una autoridad administrativa". Pero poco a poco, Barcelona comenzó a convertirse en un grano en el trasero del puyolismo: "La gran Barcelona era un problema de grandes dimensiones para el poder político nacionalista porque rompía completamente su modelo territorial; la Cataluña-ciudad, una teorización destinada a ocultar la existencia de la gran metrópolis con identidad propia más allá del territorio de la Cataluña soñada".

Según este razonamiento compartido por otras figuras barcelonesas, los Juegos Olímpicos fueron el canto del cisne de la ciudad, que tan solo ha sido capaz de articular estrategias conjuntas de transporte y movilidad. De hecho, ya se "sabotearon" ventajas para la ciudad como prolongar la línea del metro hasta el Anillo Olímpico de Montjuic. Paralelamente, se ponía en marcha un proceso que convirtió a Madrid en la gran ciudad española, con las privatizaciones del gobierno Aznar. De una ciudad de gran poder político pero sin industria a la gran capital financiera "del Ibex 35".

Foto: Una saltadora de trampolín durante los JJOO de Barcelona'92. (EFE)

A lo largo de la década, Barcelona vio cómo Madrid se marchaba, lo que dio pie en el cambio de siglo a los dos famosos artículos publicados por el entonces alcalde de Barcelona, Pasqual Maragall. Madrid se va y Madrid se ha ido. Muchos los han leído como un desencuentro entre Cataluña y la capital, pero también se puede ver cómo un lamento por la caída de Barcelona. "Hoy sabemos que los JJOO del 92 y el formidable salto adelante de Barcelona han sido un acicate importante para que Madrid se haya catapultado en el espacio global. Madrid se ha superado a sí mismo, y es bueno que sea así", se leía en el primero.

Para Martí Font, Barcelona no supo leer la situación, y prefirió centrarse en ser cabeza de ratón a cola de león, una metáfora que repite a menudo para referirse a la mentalidad catalana. "El error del catalanismo conservador ha sido no entender que Barcelona obedece más a una dinámica de capital económica e industrial de un país de cincuenta millones de personas que a ser la capital política de un área geográfica de siete millones", escribe. "Con los JJOO se acabó la ciudad. Ahora están cosiendo la última pieza, la Plaza de las Glorias Catalanas, con ese túnel subterráneo que es una obra interminable", añade dos años después. "Ya no hay nada más. Si no hay capacidad de crear una autoridad metropolitana, esto no tiene mucha salida". Ni siquiera la creación de la AMB (Área Metropolitana de Barcelona) en 2010 lo ha paliado: siguen siendo 36 ayuntamientos diferentes.

"Ahora Hospitalet es nuestro Brooklyn, pero sin complicidad con Barcelona"

Esto ha provocado que otras ciudades limítrofes se hayan convertido en los equivalentes a la Brooklyn neoyorquina. El periodista cita el ejemplo de Hospitalet, con más de 260.000 habitantes y una alcaldía del PSC, la de Núria Marín. "Está en un proceso muy interesante en el que se está convirtiendo en un 'hub' artístico, está trayendo a artistas para instalar talleres… Todo por la misma razón por la que los artistas iban al Soho o a Brooklyn: porque es más barato". Con la diferencia de que Hospitalet no está en Barcelona, que no genera ninguna complicidad con las ciudades de su entorno. Barcelona está sola.

Una decadencia de 40 años

La decadencia de Barcelona no es nada nueva. Es posible que la primera referencia se encuentre en las páginas de la primera edición de 'El País' del 13 de mayo de 1982. En su tribuna, Félix de Azúa publicaba un célebre artículo en el que calificaba de "Titanic" a la Ciudad Condal, que acababa de dejar atrás la era de Bocaccio y la 'gauche divine'. "Ya todo pasa en Madrid. No solo exponen cosas del Greco y Henry Moore, sino también de los nuestros. […] El caso es que Barcelona está yéndose a pique. Que sus noches son cada vez más breves, y una tristeza de perdedores de Liga se va amparando en las Ramblas".

Foto: Siluetas de manifestantes durante una de las concentraciones convocadas alrededor del referéndum del 1-O. (Reuters)

Se podría haber escrito este mismo mes. El derrotismo parece haberse instalado en Barcelona. El propio Martí Font admite que, cuando publicó su libro, antes de las últimas elecciones municipales, le acusaron de ser excesivamente derrotista. Pero artículos similares abundan en la prensa. Javier Marías publicaba hace un par de semanas su 'Barcelona desfigurada': "Basta con acordarse de la Barcelona pre-Colau, turística y amansada pero preciosa, para desesperarse al ver la mamarrachada en que esta alcaldesa bufa la ha convertido". Este mismo fin de semana, Jordi Amat, autor de 'El hijo del chófer' y 'Largo proceso, amargo sueño', publicaba su respuesta con 'Alucinógenos BCN'.

Mucho micro y poco macro, como recordaba Jordi Juan, actual director de 'La Vanguardia', a finales de 2019, evocando de nuevo el proyecto metropolitano como salvavidas. "La diferencia es que Madrid tiene una única organización, su Ayuntamiento, que legisla en materia urbanística, policial o medioambiental en esta zona, mientras que Barcelona tiene 36, una por cada uno de los ayuntamientos que forman parte de la AMB. Así, por muy buenos técnicos que haya en este organismo, o por buena voluntad política que haya por parte de sus responsables, cada Ayuntamiento acaba mandando en su pequeñito o grande término municipal y las micropolíticas se imponen a las macro". El revelador titular: "Un potencial dormido".

"Colau hizo lo que le pedimos, que Barcelona tuviera un alcalde independentista"

Colau se ha convertido en la diana a quien se atribuyen todos los males de la Barcelona reciente entre sus vecinos, mientras su urbanismo táctico arrasa en 'The New York Times'. Una anécdota de Martí Font al respecto. "Me comentaba un probo ciudadano conservador y liberal, que no tiene ninguna razón para que le guste Colau, que ahora va todo el mundo a morder a Colau, pero hizo lo que le pedimos que hiciera, que fue cerrar la puerta a que Barcelona tuviera un alcalde independentista", explica. Hay un escenario mucho peor, mantiene: una alcaldía independentista y una Generalitat independentista.

La idea de una Barcelona metropolitana puede parecer inviable, pero no es tan disparatada. Para el periodista, es la única salida a la evolución lógica de la ciudad. Tan solo algunos políticos han puesto sobre la mesa dicha posibilidad, como Jordi Martí, concejal de Presidencia del Ayuntamiento de Barcelona, a través del Proyecto Barcelona Demà. "Es el primero que está intentando crear esta gran región metropolitana, que tendría que ser equivalente a la comunidad de Madrid, una gran mancha urbana que recoja Maresme, Barcelonés, los dos Vallés, de Vilanova a Canet y por detrás, Sabadell, Terrasa". Eso o convertirse en Quebec.

El 17 de octubre de 1986, la historia de la Ciudad Condal cambió para siempre. Fue el día que Juan Antonio Samaranch, presidente del COI, anunció lo que tantos estaban esperando: "¡Barcelona!" La capital catalana iba a albergar los Juegos Olímpicos seis años después, un período que dentro del imaginario catalán se ha convertido, décadas más tarde, en una Arcadia perdida. Sin embargo, hay otra tesis que cada vez coge más fuerza, y que asegura que para entonces la capital catalana ya estaba condenada.

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