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Muere Joseba Arregi, un ex del PNV, entre el Guggenheim y las víctimas de ETA
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En la portavocía autonómica de 1985-1995

Muere Joseba Arregi, un ex del PNV, entre el Guggenheim y las víctimas de ETA

El exconsejero de Cultura, exsacerdote y experto en teología ha fallecido este martes en Bilbao a los 75 años de edad

Foto: Joseba Arregi (i) junto al profesor José María Ruiz Soroa (d). (EFE)
Joseba Arregi (i) junto al profesor José María Ruiz Soroa (d). (EFE)

El fallecimiento de Joseba Arregi remite al recuerdo de una trayectoria personal y política verdaderamente apasionante, en particular, para aquellos que le conocimos y le hemos seguido desde su pronta incorporación a la política vasca. Arregi fue sacerdote, un gran experto en teología y un considerable maestro en materias sociológicas. Estudió en Suiza y Alemania. Entró en política con una convicción nacionalista aparentemente férrea e indubitada como es habitual en los 'jelzales'. Un peneuvista de libro, transido por el sacerdocio que abandonó —como Xavier Arzalluz, entre otros— y un hombre de confianza del lendakari Ardanza. Con él en Ajuria Enea asumió la Consejería de Cultura y la portavocía de Gobierno autonómico (1985-1995). Paso también por la ejecutiva de su partido.

Arregi queda en la historia del País Vasco —y de España— por dos grandes y diversas razones. La primera, porque fue un hombre decisivo para que el museo Guggenheim se instalase en Bilbao, hoy símbolo de la ciudad, foco de atracción de un nuevo turismo en una economía vasca que tiende a los servicios en detrimento de su carácter industrial y referencia cultural de muy amplio espectro. Ya apuntaba maneras abiertas este Arregi que se entendió desde la Consejería de Cultura vasca con americanos y con un variado muestrario de personalidades que intervinieron en la enorme operación de enclavar al borde la ría del Nervión un edificio museístico que es, probablemente, el más icónico de los diseñados por el arquitecto Frank Gehry. Bilbao le debe a este hombre que acaba de fallecer una avenida, aunque su alejamiento irreversible del nacionalismo le condene, quizás, a una callejuela de alguna zona suburbial de la capital de Vizcaya.

Foto: El exjefe de ETA José Antonio Urrutikoetxea, alias 'Josu Ternera'. (EFE)

Pero la gran dimensión de Joseba Arregi consistió en la compasión ante las víctimas de ETA que le llevó a romper con el nacionalismo en el que militó desde su infancia en Andoain (Guipúzcoa). A partir de los primeros años de este siglo, aquel nacionalista convencido dejó de serlo y escribió sin descanso contra la barbarie terrorista, contra los silencios de su partido ante el horror y a favor de una sociedad vasca incluyente, contemporánea, abierta y obligada a una catarsis que no le ha sido dado contemplar. Lo mismo que otros 'abertzales' de primera hora, Arregi dejó de serlo para contribuir desde los medios de comunicación y el ensayismo a una regeneración moral.

En su primer libro, 'La nación vasca posible' (2000), Arregi es inclemente en la autocrítica y el repaso de los errores del nacionalismo. Es una obra catártica y de necesaria lectura, introspectiva y lúcida. 'Euskadi invertebrada' (2000) es otra de sus reflexiones editoriales más relevantes, de evocaciones orteguianas que insistían en el propósito regenerador del autor que ya en 2015 se decantó como un referente de las víctimas de la banda en 'El terror de ETA: la narrativa de las víctimas'. Fue un hombre discreto; soportó el vacío y las agresiones verbales de los que fueron sus compañeros; fue más comprendido fuera que dentro de Euskadi. De apariencia fría, a veces hasta gélida, Joseba Arregi fue un hombre sensible al que no le costó rectificar y situarse en el lado bueno de la historia.

Los bilbaínos no le vamos a olvidar porque el Guggenheim le recordará de manera permanente, pero los vascos y los demás españoles tenemos la deuda de un homenaje por lo que colaboró con su testimonio a impulsar una visión ética y cívica necesaria en el nacionalismo vasco con ese reproche radical, constante y consistente contra la utilización de la violencia terrorista. Desde la plataforma Aldaketa que él constituyese en 2004, intentó un activismo político que contrarrestase el nihilismo moral en Euskadi. Sembró pero no ha llegado a cosechar lo que pretendió: civismo pleno. Ayer se abrazaban en París Maddalen Iriarte, portavoz de EH Bildu en el Parlamento vasco y el sanguinario Josu Ternera. Y, en unos días, Mondragón 'celebrará' al asesino en serie Henry Parot. Sobre ambas obscenidades hubiese escrito, con la autoridad que le daba su propia trayectoria. Descanse en la paz de los justos, en el recuerdo de los sabios, en el agradecimiento de las víctimas y en el homenaje de los ciudadanos.

El fallecimiento de Joseba Arregi remite al recuerdo de una trayectoria personal y política verdaderamente apasionante, en particular, para aquellos que le conocimos y le hemos seguido desde su pronta incorporación a la política vasca. Arregi fue sacerdote, un gran experto en teología y un considerable maestro en materias sociológicas. Estudió en Suiza y Alemania. Entró en política con una convicción nacionalista aparentemente férrea e indubitada como es habitual en los 'jelzales'. Un peneuvista de libro, transido por el sacerdocio que abandonó —como Xavier Arzalluz, entre otros— y un hombre de confianza del lendakari Ardanza. Con él en Ajuria Enea asumió la Consejería de Cultura y la portavocía de Gobierno autonómico (1985-1995). Paso también por la ejecutiva de su partido.

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