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Roberto Siguero: "La frivolidad es una parte muy pequeña del maquillaje"
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Roberto Siguero: "La frivolidad es una parte muy pequeña del maquillaje"

El maquillador oficial de Lancôme recibió en 2011 el Pincel de Oro, el máximo reconocimiento mundial a su profesión, aunque reconoce que en España solo le felicitaron sus colegas

Foto: Entrevista a Roberto Siguero. (Jesús Hellín)
Entrevista a Roberto Siguero. (Jesús Hellín)

Roberto Siguero cree mucho en el destino. También en el azar, en las casualidades y en ciertas carambolas que le han ayudado a ser quien es. Iba para médico y acabó estudiando Bellas Artes. Iba para restaurador de esculturas y acabó viviendo del maquillaje. En medio de todo eso, fue bailarín profesional durante seis años, aunque dice que era el más torpe de la compañía.

Recuerda dos llamadas de teléfono importantes para su carrera profesional: la que recibió del Teatro Real y la del Grupo L’Oréal, para el que lleva trabajando desde el año 2000 como maquillador oficial de Lancôme. En 2011 recibió el Pincel de Oro, el máximo reconocimiento mundial a su profesión, aunque reconoce que en España solo le felicitaron sus colegas. "En otros países eso no pasa tan desapercibido", afirma.

Siguero es educadísimo y se emociona con facilidad, pero deja claro durante la conversación que sabe de dónde viene. "Trabajo con el mundo de la belleza, pero mi madre no tiene ni idea de lo que es un rizador de pestañas y mis amigas del pueblo casi ni se maquillan. Situémonos, por favor", comenta.

"Mi madre no tiene ni idea de lo que es un rizador de pestañas y mis amigas del pueblo no se maquillan"

Tiene algunas anécdotas grabadas a fuego. Por ejemplo, la primera vez que trabajó con Inés Sastre, a la que acompañó, peinó y maquilló durante 16 años. "Cuando llamé a la puerta de su camerino estaba muy nervioso, y cuando saqué mis cosas me dijo, casi sin saludarme: "No intentes lucirte con tu maquillaje. Déjame guapa". Ella es muy divertida, muy empática, pero ese comentario me dejó sin palabras y me costó entenderlo. Ahora sé que si tienes delante un lienzo en blanco es maravilloso, y tiendes a pensar: llevo en el maletín 36 sombras y le voy a poner las 36 y además 25 labiales. "Eso es un error, porque el éxito es la mejor versión de la persona a la que maquilles", narra.

La mejor escuela, insiste, es maquillar en un punto de venta. "Te vas a encontrar a gente alta, baja, fea, guapa, con el ojo caído, azul, piel grasa, con manchas, con y sin cejas… maquillar a una modelo no tiene tanto mérito". La mejor escuela, dice, es comprobar el resultado de los talleres que imparte para personas con discapacidad y para pacientes oncológicas. Ayudarlas, añade, a recuperar a la persona que eran antes.

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Foto: Jesús Hellín.

PREGUNTA. ¿Por qué quería ser médico?

RESPUESTA. Mi familia es un matriarcado. La figura femenina es brutal, sobre todo la de mi bisabuela, que no sabía ni leer ni escribir, pero la llamaron de la maternidad de un hospital para que fuera jefa de matronas. Su ejemplo está siempre presente en mi familia de manera natural.

P. O sea, que el concepto matria no le molesta.

R. A mí no, para nada. De hecho, me parece una tontería negar algo que está ahí y tan presente en las familias españolas. Papá llegaba con el sobre y mamá era la que lo administraba. No sé si eso es feminismo o machismo, pero era algo muy habitual en el 99% de los hogares españoles hace tiempo.

Pero, lo que me preguntabas antes, creo que mi afición a la medicina, y en concreto a la ginecología viene de ahí, porque no hay ejemplos de ninguna faceta artística. Es una familia convencional hasta el infinito, obrera, en la que no hay pintores, bailarines o poetas. Somos de la sierra pobre de Madrid, de un pueblo de 150 habitantes censados que se llama Braojos.

Yo no me considero listo, me considero trabajador y tenaz, y me pasé muchas horas estudiando ciencias puras para hacer medicina, pero ¿sabes lo que me dijo Selectividad? "Señor Siguero, le falta una décima". Fue un bofetón en toda regla. Pedía un 7,5 y saqué un 7,4.

P. ¿Pidió revisión de la nota?

R. No, porque me cogí tal cabreo… Yo no había hecho otra cosa en mi vida que estudiar para ser médico. Me había quedado sin actividades extraescolares, esas que te podían venir muy bien. No hice NA-DA. Y no tenía segunda opción. Podía haber empezado biología y luego cambiarme, pero me tropecé con la profesora de Lengua, con la que sigo teniendo relación, y me dijo: "¡Pero qué Medicina ni qué Medicina! Tú lo que tienes que hacer es Bellas Artes". Le hice caso, conseguí licenciarme y soy restaurador de escultura.

"Es una familia convencional, obrera, en la que no hay pintores, bailarines o poetas"

P. ¿Cómo fueron esos años de universidad estudiando Bellas Artes? ¿Se acordó de la medicina?

R. No me acordé nada, tengo que ser honesto. Me apunté en una escuela de pintura y cayó en mis manos una publicidad con el lema aquel de '¿estudias o diseñas?', así que opté por diseñar. Alterné la carrera universitaria con el diseño de moda y luego hice un Máster en Diseño y Realización en Vestuario Escénico. De hecho, mi primera toma de contacto con el maquillaje vino porque me di cuenta de que era una herramienta que podía ayudarme a crear mis personajes, a hacer el look completo.

Ese año de máster descubrí todas mis facetas artísticas de golpe. Como si lo tuviera todo guardadito ahí y de repente saliera todo. Hasta me apunté en una escuela de baile y me lo he bailado todo y más. Siempre he sido el torpe de la compañía, pero estoy muy orgulloso de serlo porque he bailado sin complejos y sin la responsabilidad de tener que vivir de ello. He bailado en el Teatro Español, en el María Guerrero, he estado de gira por Moscú, por Italia, en Grecia, con Raffaella Carrá… Estuve bailando durante seis años, hasta que a los 27 entré a trabajar al Teatro Real. Sinceramente, no me veía entrenando seis horas diarias para ser profesor de danza a los 40, y creo que acerté.

P. ¿Qué hizo en el Teatro Real?

R. Me acuerdo perfectamente de cómo entré a trabajar ahí. Eran las diez de la mañana, llamaron al teléfono de casa y era Ana Garay, coordinadora de sastrería y caracterización del teatro. Casi me da un infarto, porque acababa de terminar el Máster y me parecía impensable empezar tan arriba y encima en ese departamento. Dos horas después estaba haciendo la entrevista y me dijeron: "Pues muy bien, empieza usted a las cuatro y media". He de decir que no me recibieron muy bien mis compañeros.

P. ¿Por qué?

R. Se preguntaban qué hacía yo ahí cuando el equipo ya estaba formado. Pero se había ido una persona a hacer una película y tenían que buscar a otro, no había más. Lo que pasa es que en vez de tirar de lista de espera de los que habían hecho las pruebas para ingresar, tiraron de currículos.

Al tercer día me llamó Carlos Montosa —responsable de la producción que se representaba— a su despacho, y pensé: "Madre mía, ni tres días he durado aquí". Pero lo que quería decirme es que no podía maquillar con tanta limpieza, porque entonces tendría que echar al resto del equipo. La primera ópera en la que trabajé, 'Divinas palabras', la cantaba Plácido Domingo. Me dio un sobre con 50.000 pesetas de propina con una nota de agradecimiento. Eran 50.000 pesetas del año 97, aunque era normal que los solistas lo hicieran cuando los peinabas y los maquillabas.

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Foto: Jesús Hellín.

P. ¿Qué le parece Plácido Domingo hoy?

R. Creo que cuando conoces a alguien es difícil separar a la persona de su obra. A mí desde luego me cuesta, porque suelo empatizar. Pero no he defendido a Plácido Domingo y no voy a justificar ni a tolerar lo que ha hecho, de ninguna manera. Lo que no me parece justo es que por ser vos quien sois se le juzgue de diferente manera que quien ha hecho algo igual y ha pagado por ello. Tiene que pagar exactamente igual que el resto, porque ya son personas que tienen determinados privilegios.

P. A pesar de la fascinación con la que habla del Real no estuvo mucho tiempo…

R. Justo un año, pero es verdad que fue una época muy feliz de mi vida y sigo teniendo contacto con mis compañeros. De hecho, ahora sé que habría actuado al principio como lo hicieron ellos. Cuando estaba todavía trabajando ahí me llamó un señor que me dijo: "ha sido usted seleccionado para trabajar en Lancôme. Tiene que venir el lunes a hacer una prueba de maquillaje. Tráigase a su hermana, su mujer, quien sea, para que sea la modelo". Yo no daba crédito, pero llamé a mi hermana para decirle que tenía que acompañarme. Se enfadó mucho y no quería, decía que era muy fea. Ya ves, la típica inseguridad de los 24 años. Hice la prueba y me llamaron para decirme: "El seis de enero se va usted a París". Y allá que me fui con otras cinco personas que habían elegido en ese casting enorme al que fui.

Ese viaje fue maravilloso. Estábamos en un palacete de los Campos Elíseos con gente de todos los países, y España ganó como mejor equipo internacional. Al volver empecé a colaborar en formación y haciendo acciones de maquillaje en puntos de venta. Algo que hoy suena regular pero entonces, en el año 1998, te anunciaban en el periódico. Eras el rey del mambo y te pagaban una cantidad desorbitada por día. El primer año estuve como freelance, y compaginé Lancôme con el maquillaje de la película Volavérunt, de Bigas Luna, y hasta trabajé con José Luis Moreno. En el año 2000 me hicieron fijo y me nombraron maquillador oficial de Lancôme en España. Y aquí se acaba mi historia.

"Estábamos en un palacete de los Campos Elíseos con gente de todos los países, y España ganó como mejor equipo internacional"

P. No me diga eso. De acabarse nada.

R. Bueno, me refiero al periplo, porque llevo en la marca desde entonces. Luego me enteré de una cosa curiosa, que ese señor, al que conocí nunca, me llamó porque le quedaban tres días para irse de L’Oréal y pasó de hacer entrevistas y pruebas para seleccionar a maquilladores. Hizo la selección por su cuenta. Fíjate cómo es el destino, ¿eh? Vamos, que entregué mi CV a la empresa después de haberme elegido (risas).

P. ¿Cuántas veces le han dicho que su profesión es solo frivolidad?

R. Bueno, bueno, es que has tocado la palabra clave. Maquillar a una guapa no tiene mérito, pero disfruto con mi trabajo, me apasiona y se me nota. También te digo que soy consciente de que si hubiera nacido en París o en Nueva York sería Dios, pero estoy en España y no pasa nada, porque he decidido quedarme aquí por circunstancias familiares, por mis amigos, y he querido trabajar así porque mi balanza vital me compensa. Y además sin mirar atrás, creo que es la mejor de las decisiones. De todos modos, cuando gané el premio el Pincel de Oro en 2011 al mejor maquillador mundial no pasó nada. Me felicitaron todos mis compañeros, sí, pero seguí con el mismo sueldo y las mismas condiciones.

Pero además de la frivolidad, hay otras cosas que me espantan y que se asocian a mi trabajo, como cuando me preguntan: "¿A quién has maquillado?".

P. Esta no la tenía prevista, menos mal.

R. Ay, pues mejor.

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Foto: Jesús Hellín.

P. Esa pregunta siempre lleva asociada otra: ¿Quién le ha decepcionado al natural?

R. Es que me alucina que se piense que lo más importante de mi carrera sea a quién he maquillado. ¿A Nieves Álvarez, a Inés Sastre, Linda Evangelista o Catherine Deneuve? ¿De verdad? Claro que me gusta maquillarlas, pero no soy nada mitómano.

Me acuerdo de que una vez me llamaron para confirmar que iba a maquillar a una actriz de Hollywood. Imagina: viajo en primera clase a Barcelona, me alojan en el hotel Arts, en uno de los apartamentos de 500 metros de la planta 15, igual de celebrity que ella, y cuando se lo cuento a mi madre y le digo que la actriz es Eva Mendes, me responde…

P. ¿Quién es Eva Mendes?

R. No, peor, aunque no sabía quién era. Me dijo: "¿Y no hay maquilladores en Barcelona que te tienes que ir tú?". Eso sí que aterriza el ego.

La parte frívola del maquillaje, por cierto, supone un porcentaje muy pequeño de lo que significa para mí. Y lo digo porque lo vivo, porque el destino me ha llevado a trabajar con la Fundación A LA PAR y con la Fundación Carmen Valcárcel, donde imparto talleres a chicos y a chicas discapacitados en los que a través del maquillaje llegamos a la higiene. Soy el mismo Roberto que está con Catherine Deneuve y con estas otras personas. Con otro lenguaje y otro vocabulario, pero con un resultado infinitamente mejor, porque la Deneuve se lavará la cara y dirá: pues gracias por venir. Sin embargo, llevo 15 años haciendo estos otros tipos de talleres y para ellos soy alguien importante.

"Soy el mismo que está con Catherine Deneuve. Con otro lenguaje y otro vocabulario, pero con un resultado infinitamente mejor"

P. La autoestima, con lo que pesa…

R. Sí, como los talleres que hago con la Fundación Stampa a través de dos marcas del grupo L’Oréal, La Roche Posay y Vichy, destinados a pacientes oncológicos. Maquillarte ayuda a normalizar tu vida, que puedas salir a la calle y nadie te señale. Que todavía luego me digan que esto es frívolo cuando estás viendo a enfermas reales que llegan a ti, se quitan la peluca, no tienen cejas ni pestañas, se desnudan ante ti y se ponen en tus manos… No se trata de transformarlas, sino de recuperar a la que eran antes. Que vuelvan a ser, al menos hasta que se desmaquillen, la persona que recuerdan. Lo único que quieres es tener buena cara, no llevar una sombra de ojos azul o un labio rojo o hacerte un ahumado. Y que te llamen luego y te digan: "He llamado a mi hermana para que se quede con los niños porque mi marido quiere llevarme a cenar así de guapa" (se emociona). Ahora estoy muy sensible porque mi sobrina ha fallecido de cáncer de pecho, y ojalá hubiera podido maquillarla para su boda. ¿No ha podido ser? No pasa nada, hemos ayudado a mucha otra gente (voz quebrada). Son personas que se miran a la cara y sonríen con lo que ven.

Roberto Siguero cree mucho en el destino. También en el azar, en las casualidades y en ciertas carambolas que le han ayudado a ser quien es. Iba para médico y acabó estudiando Bellas Artes. Iba para restaurador de esculturas y acabó viviendo del maquillaje. En medio de todo eso, fue bailarín profesional durante seis años, aunque dice que era el más torpe de la compañía.

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