Sánchez ultimó su nuevo Gobierno en la gira báltica tras un mes de reflexión
A Yolanda Díaz le comunicó el 28 de junio que haría una profunda renovación de su equipo. Entre los días 6 y 8 de julio, el presidente terminó de cerrar el diseño del nuevo Ejecutivo
Pedro Sánchez diseñó el nuevo Gobierno entre los días 6 y 8 de julio, durante la gira por las repúblicas bálticas de Estonia, Letonia y Lituania, y decidió que la remodelación se haría de manera inminente. A su regreso, ya en la Moncloa, dio unos últimos retoques y el viernes comunicó el alcance de los cambios a su núcleo de confianza, tanto al saliente como al que se consolida en la nueva estructura.
Fuentes conocedoras del proceso han informado a El Confidencial de que el presidente dedicó el mes de junio a meditar sobre una profunda renovación. Desde el principio, tuvo claro que la reestructuración sería de calado, aunque no fue hasta la primera semana de julio cuando concretó la dimensión de las modificaciones. La intención que ha prevalecido en todo momento ha sido la reactivación, y por tanto la recuperación, de la iniciativa política. Sánchez comprobó que los resortes de su gabinete chirriaban y que estaba fallando uno de sus motores principales: la comunicación. En el nuevo Ejecutivo, no queda ni uno solo de los cargos a los que se encomendó la difícil tarea de la transmisión del mensaje. Ya no están el ideólogo de la estrategia, Iván Redondo, ni los ministros más expuestos (y quemados por ello) a la difusión de la consigna: Carmen Calvo y José Luis Ábalos entregarán este lunes sus carteras y María Jesús Montero dejará de comparecer en las ruedas de prensa posteriores a los consejos de ministros.
Resulta llamativo, sin embargo, que el presidente haya decidido recomponer por completo el área de comunicación (falta saber qué sucederá con el secretario de Estado en este ámbito, Miguel Ángel Oliver) justo después de culminar con éxito la planificación argumental de los indultos. Sánchez consideró, pese a ello, que el agotamiento era la sensación común y dominante. Sabía a través de personas de su confianza que el ideario del Gobierno llegaba cada vez más enrarecido a los medios y a la opinión pública.
La soledad
El 4-M provocó en el PSOE un terremoto cuya onda sísmica aún se nota. El enfado que se instaló en la sede de Ferraz fue de tales proporciones que la vicesecretaria general, Adriana Lastra, y los dos responsables de Organización, José Luis Ábalos y Santos Cerdán, elaboraron un diagnóstico común y coincidieron en dar un consejo al presidente. Sabedores de los riesgos, tomaron la iniciativa y comunicaron a Sánchez que la planificación, la estrategia y la táctica de los retos a los que se enfrentaría el partido a partir de entonces no podían pilotarse desde la sala de máquinas de Moncloa. Fue un aviso sobre la forma de trabajar de Iván Redondo. No le pidieron que le cesara: sencillamente, se le planteó la conveniencia de que fuera el aparato el que llevara la batuta tanto del congreso federal de octubre como de venideros procesos electorales. El presidente escuchó atentamente. Según han contado fuentes socialistas, Sánchez tomó nota y dijo que lo pensaría.
El presidente ya estaba preocupado por la resonancia del varapalo que sufrió el PSOE en las elecciones madrileñas. El punto de inflexión electoral se estaba produciendo y las sucesivas encuestas lo corroboraron. Quienes conocen bien al presidente saben dos cosas: una de sus prioridades es impulsar y promover tiempos políticos y electorales benignos. Una tendencia a la baja, como la que está padeciendo ahora, le inquieta y le obliga a revisar sus decisiones, sus planes y sus estrategias. El otro aspecto clave es que escruta y analiza las encuestas con detenimiento. Anota todo, asimila todo. Es capaz de llamar a un miembro de su Gobierno a primera hora de la mañana si detecta un dato llamativo sobre él/ella en un sondeo del CIS.
El barómetro de mayo del Centro de Investigaciones Sociológicas encendió una luz de alarma y el de junio las conectó todas. En el primero, la estimación de voto del PSOE se situó en un 27,9%, es decir, por debajo del 30%, que era el umbral que el Partido Socialista superaba con soltura tan solo un año antes. En el segundo, dicha estimación bajó al 27,4%. El resultado preocupó al jefe del Ejecutivo por varios factores, y no solo por las heridas que a su formación le estaba infligiendo el electorado. El público progresista mostraba ya su preferencia por dos candidatas/os diferentes. A rebufo de Yolanda Díaz, Unidas Podemos saltó del 10,4% al 12% en un mes; en tanto que Más País, gracias al empuje de Madrid y al predicamento creciente de Íñigo Errejón, escaló del 3,8% al 4,1%.
Por otro lado, Sánchez comenzaba a estabilizar un nivel de desconfianza considerable. Más del 70% de los ciudadanos, de acuerdo con los sondeos del CIS antes citados, afirmaba tener poca o ninguna confianza en el presidente.
Así que, a primeros de junio, empezó a reflexionar sobre cómo recuperar la iniciativa política tras un año de pandemia, de lo que se resiente cualquier Gobierno, y un desastre electoral, el de Madrid. El éxito de Salvador Illa en Cataluña lo veía cada vez más lejos y, además, poco le reportaría si no se asentaba su candidato en la Generalitat. Pensó en los indultos, pensó en la vacunación, pensó en los fondos europeos, pensó en la inercia macroeconómica y laboral y pensó en acometer una profunda crisis de Gobierno. Esto último comenzó a pergeñarlo en solitario.
Al habla con Yolanda Díaz
A Sánchez no le gustan las filtraciones. Que durante el mes de junio algunos medios fueran contando la idea de un inmimente cambio en el Ejecutivo le desagradó, y, por ello, intentó cortar las fugas informativas. Dio instrucciones para que en las entrevistas y en las comparecencias públicas todos los ministros dijeran que una potestad como esa, exclusivamente suya según la Constitución, no estaba ni entre sus prioridades ni entre sus planes a corto plazo. Él mismo lo expresó en esos términos, como en la entrevista a La Sexta del 1 de julio.
Pero sí estaba entre sus planes, aunque no para llevarlos a cabo en julio. El día 28 del mes pasado, se reúne presencialmente con Yolanda Díaz para redefinir la agenda de la coalición. Charlan sobre la reforma laboral, el salario mínimo interprofesional, la evolución del empleo, los fondos UE, los ERTE y sobre política general. El presidente, ese día, comenta que está pensando en efectuar cambios en la estructura del Gobierno. No da muchos detalles. Solo comparte su intención con la ministra de Trabajo. Rápidamente, ella sugiere que no toque las carteras que manejan los cargos de Unidas Podemos y se lo razona: la nueva dirección de la formación se acaba de asentar y necesita tiempo. La diputada gallega promete ser discreta. El presidente suele poner a prueba la lealtad de los ministros cuando transmite confidencias. Díaz, desde entonces, guarda silencio. Su equipo solo habla tras adelantar la Cadena SER la reestructuración, este pasado sábado.
Durante la primera semana de julio, hablan prácticamente a diario. Comparten métodos y objetivos. Analizan las estimaciones de voto; examinan la situación política; departen sobre el futuro en Cataluña; discuten sobre qué Gobierno es el mejor en un contexto como el actual. La vicepresidenta tercera transmite sus reflexiones sobre la comunicación política. Lo hace en una entrevista que concede al diario 'El País', en el que pide que la gestión ande más cerca de los ciudadanos que de las élites. Sánchez comprueba que le acecha una crisis de credibilidad. Episodios como el paseo de apenas unos segundos con el presidente de EEUU, Joe Biden, no ayudan a aliviar el pesimismo de la lectura de los acontecimientos. No es el único: la gestión del ingreso del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, en un hospital de Logroño y todo lo que generó con Marruecos es otra espina clavada. La hostilidad de ciertos colectivos LGTBi con el PSOE acerca de la nueva legislación, una más. No solo falla la comunicación, también la coordinación.
El PSOE, operación salvamento
A finales de junio, se instala en el equipo de confianza del presidente que la crisis de Gobierno será a finales de agosto, una vez alcanzada la meta del 70% de población vacunada, o a primeros de septiembre. En Moncloa, despejan la duda. Entre los ministros, cunde la misma impresión. El presidente tiene en julio una agenda internacional cargada: primero, una gira por tres países bálticos, en donde se propone consolidar la posición de España como actor protagonista de la OTAN, y una por Estados Unidos con fines eminentemente comerciales. "No es el mejor momento, desde luego, para una crisis de Gobierno", afirma una fuente gubernamental a finales de junio al ser preguntada por esta hipótesis. Hipótesis que también señalan a El Confidencial dos fuentes más del Ejecutivo de coalición.
Pero Sánchez cree, cuando se va de viaje a Estonia, primera parada de la gira báltica, que la inercia electoral puede agravarse. Decide acelerar los plazos y ultimar la nueva estructura fuera de España. A su regreso, el viernes 9 de julio, comunica a su equipo lo que al día siguiente sería la noticia del día: habrá crisis de Gobierno. Y qué crisis. Se lo dice también a Yolanda Díaz, a quien certifica que los ministros de Unidas Podemos seguirán en sus puestos.
El mandatario socialista no es persona que se deje llevar por la vehemencia. Estudia, consulta y decide
El mandatario socialista no es persona que se deje llevar por la vehemencia. Estudia, consulta y decide. En esta ocasión, ha consultado poco, aunque lo ha hecho. Carmen Calvo, por ejemplo, lo sabía. Algunas fuentes consultadas no han precisado más, pero una de ellas apunta a una dirigente que calladamente ha salido reforzada de este capítulo de la narrativa de Sánchez como presidente del Gobierno: la vicesecretaria general del PSOE y portavoz en el Congreso, Adriana Lastra.
Al encomendar a su organización la misión de reflotamiento, está fortaleciendo el rol de la diputada asturiana. Habrá que ver la configuración del congreso federal de octubre, que se celebrará en Valencia, pues el cese de Ábalos supone la caída de un referente orgánico.
Lo que está claro es que el presidente ha decidido apoyarse en las patas de sus siglas para afrontar con garantía de éxito el año electoral 2023, previa parada en los comicios andaluces. Que haya designado a Óscar López nuevo jefe de gabinete es un mensaje muy potente en ese sentido. Este antiguo diputado y senador conoce muy bien las cocinas de las sedes socialistas y es unánimemente considerado como uno de los cargos más hábiles del PSOE en el manejo de las perspectivas electorales. Además, y a pesar de la distancia de los cuatro últimos años, Sánchez y él se conocen perfectamente desde que trabajaron en el equipo de José Blanco.
El líder socialista ha diseñado un nuevo Gobierno para un viejo objetivo: nuevas caras y nuevas voces se encargarán, gracias a sus perfiles marcadamente políticos, de comunicar la recuperación económica y la revitalización electoral. El tiempo dirá si ha acertado o no, pero por el momento en su partido están pletóricos.
Pedro Sánchez diseñó el nuevo Gobierno entre los días 6 y 8 de julio, durante la gira por las repúblicas bálticas de Estonia, Letonia y Lituania, y decidió que la remodelación se haría de manera inminente. A su regreso, ya en la Moncloa, dio unos últimos retoques y el viernes comunicó el alcance de los cambios a su núcleo de confianza, tanto al saliente como al que se consolida en la nueva estructura.
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